domingo, 26 de julio de 2015

"Hostias del mal" de Christian Rivera - Paolo Astorga

Hostias del mal

Hostias del mal
Christian Rivera
(Amotape Editores, 2015)


“El poeta sabe que debe beber la cicuta de la existencia, la violencia de los anhelos, sin embargo, también reconoce, en esa sordidez, el amor que se resiste a ser reducido a la miseria de los cuerpos.


Escrito por: Paolo Astorga

Hostias del mal (Amotape Editores, 2015) del poeta peruano Christian Rivera (Lima, 1989) es un libro de poemas donde el aspecto central es la búsqueda de ese paraíso perdido (aquel que se ha disfrutado en su intensa brevedad) y que luego ha degenerado en una profunda desilusión, en una cruel melancolía. El poeta sabe que debe beber la cicuta de la existencia, la violencia de los anhelos, sin embargo, también reconoce, en esa sordidez, el amor que se resiste a ser reducido a la miseria de los cuerpos.

Este libro nos ofrece una serie de poemas donde el signo central es el amor desposeído y la melancolía de la pérdida del “cielo”. El poeta recorre una geografía de la insatisfacción intentando construir un lenguaje sórdido donde el ser amado es efímero paraíso artificial. El poeta sabe muy bien que es urgente escapar de toda ilusión de eternidad mientras se canta la desdicha del momento. Porque la poesía es siempre un cuerpo para establecer los significados de la frustración, el veneno de la desolación y el terrible anhelo de querer satisfacción en un mundo que vanagloria los residuos, la simple superficie de las máscaras.

Ayer te besé en los labios.
PEDRO SALINAS
Tal vez no vuelva a ser el bohemio
que ayer invitaste a recorrer el mar
sentados frente al televisor de tu living
inventando historias antiguas que luego
eran transmitidas en las caricias de la noche
que cerraban nuestras cortinas de angustia
mientras acariciaba tus senos con mis labios
flotando como astronautas sobre la luna
encendiendo las grutas de luz
que en tu cuerpo penetraban incesantes,
el tiempo llenaba de ceniceros tus ojos…
mientras nos mirábamos inmóviles en la playa
arrojados como latas de cervezas vacías
hasta que mis dedos mordieron tus manos
y cerraste los ojos sintiendo el dolor de mi soledad.
Te refugiaste en mi pecho
ante el temor de que la marea nos alcance.
El sol se pulverizaba en el ocaso hasta que sus cenizas
arreboladas estallaban furiosamente entre los farallones.
Estábamos fuera de Lima,
cerca de la eternidad del mundo.
Mientras regresábamos volvimos a quedarnos solos,
no sabíamos qué decirnos y volvimos a besarnos,
parecíamos niños curiosos
jugando en los jardines. (…)

El libro sigue una veta neorromántica, allí donde las imágenes intentan las reconstrucciones. Aunque Rivera apuesta por una poesía dionisiaca, allí donde el gran motivo es la del tránsito, la de la búsqueda, pero también la catarsis que se enfrenta ante la crudeza de la realidad. El que vive se diluye en las nostalgias, pero también se refugia en el desierto de las imágenes que cobran mayor intensidad mientras el dolor es espectacular y los sustitutos del placer, una simple simulación que acrecienta las ausencias.

No podemos negar el estigma de la ciudad y del ruido infernal de las urbes y su indiferencia en los versos de este intenso poemario. La ciudad es también un cuerpo desnudo y en crisis. La ciudad es para el poeta el estoicismo de caminar por los infiernos, es la condena del barro y la traición. Sin embargo, es también la posibilidad para la supervivencia, el cínico retrato de un mundo que ha reconocido su apocalipsis y aun así, sigue perdido en el placer de lo efímero. La ciudad, es pues,  artificialidad de cuerpos múltiples que supondrán la pérdida de toda identidad, de todo don por querer ser algo más que un encuentro clandestino, que un desnudo o copulación anónima:


IV

He visto arrastrarse a los hombres ante los espectros del crack: catástrofes, aspirando tuberculosis en los cigarrillos. Aquellas niñas se convirtieron en fantas­mas drogados que parieron a sus hijos en las calles, crecieron sin descubrir que eran sus padres los que murieron asfixiados en las alcantarillas del alquitrán. Las avenidas son cuarteles controlados por el smog de los vehículos que fumigan a los transeúntes en sus inodoros de Neón. En los engranajes del tráfico. He visto suicidarse a los semáforos; los lustrabotas y los ambulantes son desgajados por los policías.

La negra transpiración de la ciudad serán industrias que se comercializarán en el mundo. Se dispone cada vez de menos esperanzas, los eremitas y mendigos se­rán un peligro para las traducciones de la evolución. Los relojes de las iglesias se teñirán de sangre cuando caigan sobre ellas todas las almas condenadas a la ho­guera por causa de su estoicismo.

Cuantos pecados han sido falsificados en los templos para luego ser traficados por veinte monedas de pla­ta. El poeta debe ser la voz de los sueños que planifi­can las conspiraciones del universo.

Como todo neorromanticismo, el poeta es un escapista, pero no un huidor. Escapar es reinventar, no negar, no eximirse de la culpa de la vida y la tragedia de la libertad. Eso sí, la inconformidad es un lastre que hay que saber arrastrar, no obstante, Rivera tiene un as bajo la manga: el placer de los reencuentros, la metáfora que acerca a los amantes para ser devorados por sus lenguajes, por sus cuerpos de letras nuevamente.

VI

La poesía es la experiencia con la vida: inventar salidas imaginarias, describirlas como un intento de suicidio. Ella creyó descubrir la poesía entre bares y círculos lucrarlos,  monólogos de cuerpos que se resistían abandonarla, creyó conocer la pureza de las palabras entre el soliloquio de sus vestidos cayendo frente al espejo, malecones donde arrojaba botellas de whis­ky de sus úlceras, hasta encontrarse extraviada entre antros subterráneos que ella marcaba en los perió­dicos que utilizaban las prostitutas de la plaza “Bahía Rosa”, para despistar las patrullas de los canchos policiales. Ese aroma de jabón de citas entre sucios vagos esperándola. Ella pasaba minuciosamente ante el estado de estupor de sus desnudos hombros, re­cobrando el color de sus mejillas, la firmeza de sus labios donde pronuncié mi primer verso, entre aceras y hoteles perfumados por la fragancia de las solitarias calles en busca del amor, el aloe de sus cabellos entre las columnas de vientres transeúntes que se detenían a contemplarla perdiéndose entre la puesta del sol y las alamedas del comercio sex exprés.

El poeta sabe que el erotismo no es jamás el mostrarlo todo, sino que busca, antes que nada, el sugerir, la construcción simbólica de un estado de gracia mientras se reconoce la profundidad de las heridas y la violencia del tiempo. Lo erótico en Rivera es siempre un deseo por interpretar el caos que se engendra en las inconsecuencias, en el absurdo de los que transitan la ciudad con sus corazones digitales, con sus ansiadas ganas de absoluto, con el cuerpo que es llave e imposibilidad a la vez.

X

La tristeza es una grieta donde miramos escondidos el paso del amor. Y así conocí tu ciudad de la que tanto me hablaste perdidamente, ocultándonos en el elevador se transmutaban nuestros cuerpos en fetos.
Muchachas desvestidas ofreciendo sus habitaciones Inicia otro abismo donde el cielo ofrece la entrada al infierno. Desesperados encuentros reflejados en nuestra abstinencia.

Tengo que pensar en mi salud, dejar de escribir en tu piel mientras la noche incendia la ciudad, borrar tu nombre que escribiste en mi mano, soportando este tráfico donde los puentes han sido crucificados en medio de este caos donde la ciudad es arrollada.
Y nosotros volvemos a callar ante este silencio que nos aprisiona como una visión de estrellas en una carretera secuestrada por los automovilistas.

El objeto amado siempre es esquivo y se lo percibe líquido, vaporoso e inconstante. Amar es para el poeta una actitud de supervivencia, más que la de una simple excitación de los sentidos. El amor es la esperanza ante la muerte, el final del juicio de las indiferencias. Amar en una ciudad que devora las ilusiones y la necesidad de vida, es un acto heroico, pero anónimo. El poeta lo sabe por ello el verdadero sobrevivir es aquel que se va inventando mientras la muerte se ofrece sensual y seductora como un juego:


VII
A Rober, por tocar las puertas del infierno

Si tengo dos veces tu vida entre mi
única vida,
y juego a morir dentro de una de esas
vidas,
sobreviviendo con la vida que aún
quedaba en ti.
La muerte entonces parecerá otro juego
que la vida ha de jugar ante nosotros,
o nosotros hemos de jugar ante ella.
El amor ha inventado muchas muertes
para sobrevivir en esa vida que
siempre queda.

El amor es patente a lo largo del libro. La intensidad y sus múltiples significados enriquecen el viaje poético, pero también ofrecen la oportunidad para la reflexión. La paradoja es amar, acercarse es intervenir, es construir puentes que se inician en el ensueño y terminan en el deguste de lo corpóreo. El grado más intenso de este libro son quizás las referencias que el poeta hace a esa Beatriz indecible que habita la ciudad. El ideal es lo único que no se mancha con la grasa de las capitales, con la soledad de los semáforos, de los incautos robots que se consuelan con la sensualidad de las sombras, con la ilusión de lo obsolescente.

Sin embargo, el poeta es siempre un inconforme y busca en todo momento una ritualidad que se puede observar de manera más clara al final del libro. La redención es el amor, el amarse, el vaciarse en la intensidad del otro que también pierde el alma y se fusiona en uno. Ser uno es lo que estas hostias desean. El mal no es Tánatos, sino el mensaje de la realidad. Amar conlleva al sacrificio, a la conciencia de morir para acrisolar los espíritus. En un mundo donde morir es lo que se niega, Rivera nos ofrece, sin equivoco, sus imágenes sombrías y directas, sus vísceras azules que conmueven y ensordecen. Pues lo que se busca en el amor es la libertad, por eso lo que se quiere liberar con el amor, no es solo la absoluta eternidad, sino la unidad y sus contradicciones. La gran victoria del amor es pues, la gran victoria de ese cuerpo que ha vencido a la ciudad:


XX

"Y trató de decirles que el silencio es la única verdad
que las palabras tratan de desmentir, y volviendo los
ojos sobre ella le dijo: ve en paz y no peques más"
EL ÚLTIMO SERMÓN DEL MONTE
C.R.
He liberado mi corazón de su cárcel
y lo he dejado volar
para que así aprenda
la soledad de los hombres,
y he dejado mi mente en blanco
para que el mar reconstruya tu cuerpo
sobre la arena que empozan mis manos.
Una mujer haciendo el amor
no el reflejo del sol sobre un parabrisas
ni un parabrisas es el contacto de las olas sobre
los arrecifes.
Una mujer haciendo el amor
sobre la arena es el mar
un lecho de sudor ahogando la piel,
los órganos mutilados
de la excitación de los cuerpos celestes.
La carretera no existe
sin próximos avisos de ciudades.
Un hotel es la entrada a una gran ciudad
llena de casas con jardines regados de niños,
llena de escuelas.
Una mujer haciendo el amor
es el reflejo del sol sobre el hielo.

En suma, Hostias del mal es un libro dinámico y confesional. Su mensaje es la creación, el acercamiento y el retrato de lo corpóreo la clave para la vida misma. La celebración es el amor y la muerte como dos caras de la misma moneda. La hostia-sangre es la comunión directa con lo amado absoluto o el vacío de las frustraciones. El poeta no espera respuestas, sino que arremete con su ritualidad y soporta intensamente el peso del tiempo y el olvido.

2 comentarios:

  1. Que bestia! lo máximo Paolo, excelente reseña.!

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  2. thais R ---- es un libro com mucho sentimiento a cada frase lo maximo

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