domingo, 26 de agosto de 2018

UN BREVE COMENTARIO SOBRE LOS AÑOS TRISTES (NOVELA NO APTA PARA SUICIDAS) - Paolo Astorga


UN BREVE COMENTARIO SOBRE LOS AÑOS TRISTES (NOVELA NO APTA PARA SUICIDAS)

Escrito por: Paolo Astorga




Los años tristes (novela no apta para suicidas) (Ediciones Altazor, 2018) del escritor peruano Charly Martínez (Lima, 1984) es una novela que ahonda en la condición humana y sus profundas rispideces. La directriz temática que aborda el autor es la imposibilidad de lo absoluto frente al deseo. El personaje principal, cada vez más abocado a una obsesión irrevocable y un espíritu introvertido, se enfrenta a una contradicción existencial entre el amor, la comprensión y ese otro imposible que se inserta como turbación. Letea, el símbolo de un amor obsesivo, desesperado y lleno de irremediables distancias y Astrid, la pasión prohibida del incesto, son las obsesiones más profundas, pero también, los motivos que impulsan la reflexión a lo largo dela obra. La novela de Martínez no busca solo contar una historia de amor imposible, sobre la locura o las pulsiones tanáticas, sino su discurso narrativo manifiesta una necesidad por penetrar en la psicología del desamparo y de la soledad, en los límites de la existencia y la incomprensión. Por eso la constitución de la trama se fundamenta en la sucesión de momentos que parten del presente hasta la revisita de una infancia plagada de soledad y desencuentros.

A lo largo de la novela vamos a ser testigos de una narrativa rabiosa e inmersiva. El lenguaje pulido y por momentos poético, no solo nos hace disfrutar la historia, sino que nos permite ingresar al alma de los personajes, y sobre todo, a la honesta transparencia de su protagonista. Además, el desear es el elemento central de la novela. El deseo, es una paradoja llena de misterio, es una fatalidad que engendra belleza y desgracia. El protagonista lo sabe, por eso desde su personalidad golpeada por el destino y las inseguridades propias de un ser en constantes desmoronamientos, asistimos a la violencia de las frustraciones, a la incapacidad para insertarse en una realidad que no permite constituirse en el otro sin perderse en la locura.

Esta es una historia que se aborda desde lo reflexivo, desde la identificación. El joven protagonista Charly M.T., nos narra sus desavenencias, pero también sus impresiones sobre el arte y la literatura. Es un escritor joven que a pesar de sus esfuerzos por lograrse un nombre entre el mundillo literario local con su obra Las púas y otras tragedias, no logra más que el pequeño halago y un constante movimiento hacia el abismo del fracaso. Como he planteado antes, es un personaje que intenta no solo contar su historia de amor, sino ofrecernos una visión personal de la vida y la condición humana, tan paradójica y tan compleja.

El joven escritor a lo largo de la obra irá perdiendo toda cordura hasta desmoronarse por completo en la locura. Pero en ese proceso de destrucción habrá grandes cuotas de reflexión y de libros. Y digo libros, porque por esta obra desfilan –como desfilan en el Quijote- obras y autores que marcan de alguna manera la personalidad del protagonista y su deseo por fusionarse emocionalmente en lo amado. Primero en Letea, una mujer mayor con la que intentará consolidad el amor, pero que a la larga solo será una ilusión momentánea, “una caída hacia el abismo del otro”. Luego aparecerá la presencia de Astrid y el incesto, pero también la necesidad de vencer toda esa apabullante soledad e indiferencia que lo sumirá en las profundas depresiones que luego derivarán en “encierro” (¿o liberación?) de locura y sus dos traumáticos internamientos en un hospital psiquiátrico que no harán más que acrecentar los desmoronamientos.

Y es que a lo largo de la novela el signo patente del encierro lo puebla todo. Primero la casa que no es hogar; los familiares que solo ven al protagonista con pena y desprecio por su condición diferente; la ciudad que es un gran monstruo de hostilidad e indiferencia y luego los amores que solo refulgen un momento para luego quedarse en la memoria como un dolor rabioso que madurará en tragedia. Por eso el protagonista en sus desequilibrios vive “encerrado en sí mismo”, y desde allí, intenta “abrirse” paso en el infierno que son los otros. Sin embargo, es innegable que es allí, en ese movimiento de transparencia, de sinceridad con el otro, que las imposibilidades aparecen y devienen en lejanías y desolación.

El protagonista no puede estar alejado de la presencia femenina: La madre neurótica, la abuela Herminia, dulce y llena de esperanza, la presencia de la mujer demente con quien conoce por primera vez la marginalidad de una realidad que brinda la felicidad para algunos y la violencia y dolor para otros, Letea y Astrid, componen el universo narrativo en la novela.

Pero esta novela no apta para suicidas tiene además un elemento constitutivo: la tentación del suicidio. A lo largo de la novela el protagonista sumido ya en la profunda depresión y soledad pensará de manera seria en la muerte como un proyecto redentor. Pero, paradójicamente mientras la trama se desarrolla, asistimos a que, aunque existe un auténtico deseo de autoeliminación, lo que se muere no es el protagonista, sino aquello que ama o que intenta amar. Primero como rechazo, como sordidez, como incomprensión y luego con la muerte misma, patente, fría, inesperada.

No, la novela no habla solo de la desolación y la violencia del tiempo en donde un yo no puede adaptarse a enajenado mundo que lo rodea, sino que todo el libro es un canto a lo vital, es una loa a la vida desde sus límites y la más significativa de sus metas: alcanzar a ser, figurarse en el mundo a pesar de toda las inconsecuencias, de todos los olvidos, de todas las soledades.

Con un manejo magistral de los diálogos y un estilo autobiográfico, Los años tristes (Novela no apta para suicidas) es una búsqueda heroica por comprenderse, por instituirse y caer en el otro desde el amor, desde la magnitud máxima de los deseos, pero sobre todo, desde la más honesta de las humanidades. El protagonista es un hombre que tienta al fracaso –como diría Ribeyro- pero que en ese dolor, en esa tristeza que el destino convierte en miseria y destrucción, el alma que se duele, que sufre, es el alma dotada de un don especial: contemplar lo más inhóspito de lo humano, la belleza y la violencia de la vida misma.



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