UN BREVE COMENTARIO SOBRE LOS AÑOS TRISTES (NOVELA NO APTA PARA
SUICIDAS)
Escrito
por: Paolo Astorga
Los
años tristes (novela no apta para suicidas) (Ediciones Altazor, 2018) del escritor
peruano Charly Martínez (Lima, 1984)
es una novela que ahonda en la condición humana y sus profundas rispideces. La
directriz temática que aborda el autor es la imposibilidad de lo absoluto
frente al deseo. El personaje principal, cada vez más abocado a una obsesión
irrevocable y un espíritu introvertido, se enfrenta a una contradicción
existencial entre el amor, la comprensión y ese otro imposible que se inserta
como turbación. Letea, el símbolo de un amor obsesivo, desesperado y lleno de
irremediables distancias y Astrid, la pasión prohibida del incesto, son las
obsesiones más profundas, pero también, los motivos que impulsan la reflexión a
lo largo dela obra. La novela de Martínez no busca solo contar una historia de
amor imposible, sobre la locura o las pulsiones tanáticas, sino su discurso
narrativo manifiesta una necesidad por penetrar en la psicología del desamparo
y de la soledad, en los límites de la existencia y la incomprensión. Por eso la
constitución de la trama se fundamenta en la sucesión de momentos que parten del
presente hasta la revisita de una infancia plagada de soledad y desencuentros.
A
lo largo de la novela vamos a ser testigos de una narrativa rabiosa e inmersiva.
El lenguaje pulido y por momentos poético, no solo nos hace disfrutar la
historia, sino que nos permite ingresar al alma de los personajes, y sobre todo,
a la honesta transparencia de su protagonista. Además, el desear es el elemento
central de la novela. El deseo, es una paradoja llena de misterio, es una
fatalidad que engendra belleza y desgracia. El protagonista lo sabe, por eso
desde su personalidad golpeada por el destino y las inseguridades propias de un
ser en constantes desmoronamientos, asistimos a la violencia de las
frustraciones, a la incapacidad para insertarse en una realidad que no permite constituirse
en el otro sin perderse en la locura.
Esta
es una historia que se aborda desde lo reflexivo, desde la identificación. El
joven protagonista Charly M.T., nos narra sus desavenencias, pero también sus
impresiones sobre el arte y la literatura. Es un escritor joven que a pesar de
sus esfuerzos por lograrse un nombre entre el mundillo literario local con su
obra Las púas y otras tragedias, no logra
más que el pequeño halago y un constante movimiento hacia el abismo del
fracaso. Como he planteado antes, es un personaje que intenta no solo contar su
historia de amor, sino ofrecernos una visión personal de la vida y la condición
humana, tan paradójica y tan compleja.
El
joven escritor a lo largo de la obra irá perdiendo toda cordura hasta
desmoronarse por completo en la locura. Pero en ese proceso de destrucción
habrá grandes cuotas de reflexión y de libros. Y digo libros, porque por esta
obra desfilan –como desfilan en el Quijote- obras y autores que marcan de
alguna manera la personalidad del protagonista y su deseo por fusionarse
emocionalmente en lo amado. Primero en Letea, una mujer mayor con la que
intentará consolidad el amor, pero que a la larga solo será una ilusión
momentánea, “una caída hacia el abismo del otro”. Luego aparecerá la presencia
de Astrid y el incesto, pero también la necesidad de vencer toda esa
apabullante soledad e indiferencia que lo sumirá en las profundas depresiones
que luego derivarán en “encierro” (¿o liberación?) de locura y sus dos
traumáticos internamientos en un hospital psiquiátrico que no harán más que
acrecentar los desmoronamientos.
Y
es que a lo largo de la novela el signo patente del encierro lo puebla todo. Primero
la casa que no es hogar; los familiares que solo ven al protagonista con pena y
desprecio por su condición diferente; la ciudad que es un gran monstruo de
hostilidad e indiferencia y luego los amores que solo refulgen un momento para
luego quedarse en la memoria como un dolor rabioso que madurará en tragedia.
Por eso el protagonista en sus desequilibrios vive “encerrado en sí mismo”, y
desde allí, intenta “abrirse” paso en el infierno que son los otros. Sin
embargo, es innegable que es allí, en ese movimiento de transparencia, de
sinceridad con el otro, que las imposibilidades aparecen y devienen en lejanías
y desolación.
El
protagonista no puede estar alejado de la presencia femenina: La madre
neurótica, la abuela Herminia, dulce y llena de esperanza, la presencia de la
mujer demente con quien conoce por primera vez la marginalidad de una realidad
que brinda la felicidad para algunos y la violencia y dolor para otros, Letea y
Astrid, componen el universo narrativo en la novela.
Pero
esta novela no apta para suicidas tiene además un elemento constitutivo: la tentación
del suicidio. A lo largo de la novela el protagonista sumido ya en la profunda
depresión y soledad pensará de manera seria en la muerte como un proyecto
redentor. Pero, paradójicamente mientras la trama se desarrolla, asistimos a
que, aunque existe un auténtico deseo de autoeliminación, lo que se muere no es
el protagonista, sino aquello que ama o que intenta amar. Primero como rechazo,
como sordidez, como incomprensión y luego con la muerte misma, patente, fría,
inesperada.
No,
la novela no habla solo de la desolación y la violencia del tiempo en donde un
yo no puede adaptarse a enajenado mundo que lo rodea, sino que todo el libro es
un canto a lo vital, es una loa a la vida desde sus límites y la más
significativa de sus metas: alcanzar a ser, figurarse en el mundo a pesar de
toda las inconsecuencias, de todos los olvidos, de todas las soledades.
Con
un manejo magistral de los diálogos y un estilo autobiográfico, Los años tristes (Novela no apta para
suicidas) es una búsqueda heroica por comprenderse, por instituirse y caer
en el otro desde el amor, desde la magnitud máxima de los deseos, pero sobre
todo, desde la más honesta de las humanidades. El protagonista es un hombre que
tienta al fracaso –como diría Ribeyro- pero que en ese dolor, en esa tristeza
que el destino convierte en miseria y destrucción, el alma que se duele, que
sufre, es el alma dotada de un don especial: contemplar lo más inhóspito de lo
humano, la belleza y la violencia de la vida misma.