lunes, 13 de octubre de 2014

"Desde la montaña grito tu nombre" de Gloria Mendoza Borda - Paolo Astorga

Desde la montaña grito tu nombre


Desde la montaña grito tu nombre
Gloria Mendoza Borda
Lluvia editores, 2013

Desde la montaña grito tu nombre (Lluvia editores, 2013) de la poeta Gloria Mendoza Borda (Ciudad del lago, 1948) nos envuelve desde los primero versos en una atmósfera donde todo comunica, donde lo espiritual es referente y conexión. Los poemas de Gloria tienen una fuerte raíz andina y esto se observa de manera patente, pues podemos captar en cada poema recorrido, una voz que construye un diálogo que no parte de lo posmoderno, sino que se interioriza en la comunión con la naturaleza que entrega sus secretos, su necesaria magia en un mundo signado por el caos. El poema siempre es un nosotros, una necesidad de unión con lo comunal. La naturaleza y el hombre son uno solo y el flujo es movimiento de vida y creación, allí donde el dolor, la soledad y la pérdida son a la vez parte de un ciclo vital, pues:

desempolvando la miel de los balcones
asumo la dimensión de fuego
heredad de historia en lengua de las montañas
en lengua de río en lengua de poeta.

La poeta es la que grita su canto, el canto vivificante hacia la naturaleza que es al fin y al cabo la madre o bastión de todo lo que vive. Es el centro de la reflexión, la conexión mayor. La matriz. El símbolo por antonomasia de la naturaleza como elemento vivo y en constante movimiento es la montaña, es decir, aquel elemento andino que tiene la tutela de un pueblo pues controla desde la geografía, clima, hasta la misma idiosincrasia de un pueblo y sus formas de actuar respecto a la naturaleza. La montaña es el apu, es el dios que protege y que habla, que canta. Por eso el canto de Gloria es un canto que linda el agradecimiento y el asombro, la totalidad de lo que, aunque cotidiano y simple, guarda un secreto que une, solidariza y hermana.

están los campesinos emparentándose
con los cielos y la muerte entre los vivos

nevado horizonte furia desesperanza
agonía de desheredados
a pesar de todo
sois los dueños absolutos de las montañas

dueños del espacio sideral dueños de los árboles y los pájaros
dueños de la leche recién ordeñada / dueños del trigo
y la pureza de las flores.

Una inmensa ternura puebla todo el libro y desnuda una voz que ha logrado reconocer el verdadero ciclo de la vida: la naturaleza como totalidad que aunque venza la muerte, aún la historia y la vida persisten como manifestaciones de la naturaleza vivificada, animada y protegida por el enigmático personaje aymara de Martina que permite la travesía, el necesario encuentro con todas las sombras y las evocaciones.

SEÑORA TRISTEZA
Buenas noches mama Martina acompañada de yatiris
de la lluvia en agonía entre triste trinos
luego de relámpagos de las penas cotidianas

corola deshecha madre tierra entre pólvora y voces

en este movimiento de lava y piedra
sentimos flechazos de pájaros salvajes
en nombre de la inocencia humedecida por lejanos sueños.


La poesía de Gloria Mendoza es una poesía desprovista de oscuridad. La luz es su signo más patente, la búsqueda y la descripción del universo natural. Es a partir del discurso poético que se puede pintar la vida y captar su valor trascendente, la eternidad de los momentos:

EPÍSTOLA PRIMERA

Charco de tierra destruyo la voz del olvido luego del diluvio
acuérdate que existen ovejas en copos de nieve
la trenza airada de mama Martina y la  canción
de la sacerdotisa implorando no al aullido de los perros
no a la boca viperina si a la ruda sí al romero si a las rosas

escucha poeta la estación termina
y las cosas que dejaste
las calles donde las esquina son faros
el cielo multiplicando sus astros
la sonrisa la muerte/ aún todo está intacto.


En suma, Desde la montaña grito tu nombre, es un canto a la vida y a la eternidad de la poesía. Gloria nos demuestra con un estilo agradable y profundo una necesidad por reivindicar, por darle una voz a sus experiencias y sobre todo mostrar ese deseo por perennizarse en la naturaleza viva y en movimiento.




Paolo Astorga

"Ars memoriae" de Miranda Merced y Lynette Mabel Pérez - Paolo Astorga

Ars memoriae




Ars memoriae
Miranda Merced y Lynette Mabel Pérez
Verde Blanco Ediciones, 2014

Ars memoriae (Verde Blanco Ediciones, 2014) de las poetas puertorriqueñas Miranda Merced y Lynette Mabel Pérez, es una travesía por la memoria y los recuerdos de la infancia y la adolescencia, donde el amor y la ternura se mezclan con la indiferencia y la violencia. El libro se nos va presentando como pequeñas estampas de momentos vividos donde cada poema nos va dejando su lirismo y complejidad. Por ejemplo en el poema “En un susurro”, nos encontramos ante el discurso de un bebé antes de nacer. A modo de diario observamos cómo un acto tan natural como la evolución en el vientre se transforma en un hermoso discurso poético que mezcla la ternura y la unión de dos vidas mientras revivimos nuestro propio nacimiento. Veamos este fragmento:

Mi cabeza se aplasta contra el ojal. Mi lecho seguro, mi universo, me expulsa de sí. ¡Madre, ayúdame! Otras voces me rodean. Todas suaves, parecidas a la de ella. La confortan. Ella susurra: "Lariii, larariru ruriruuuu, laariii, laaaa". El golpeteo rítmico se apacigua. El ojal se abre. Las paredes me empujan hacia él. Mi cabeza se acomoda a un túnel estrecho, resbaloso, poderoso. Trato de abrir los ojos, de agarrarme a algo. El viaje ya comenzó. Me deslizo. Susurra el mantea. Las mujeres cantan con ella. El túnel comienza a liberarme poco a poco, primero la cabeza, giro un poco, siento que algo me sostiene con fuerza, que me hala mientras el túnel me libera. Ahora el pecho. El recorrido se acelera. Me desata. Extiendo mis brazos. Me siento sin sostén. Ya no me rodea la tibieza. Me abruma el frío, el ruido, la falta de sostén. Me desespero. Un dolor agudo me penetra, entra por mi boca, llega a mi centro, me duele, me duele el centro. Una presión extraordinaria se apodera de mi interior, me siento estallar, escucho un llanto agudo. Soy yo. El llanto libera la presión. Trato de abrir los ojos, pero una brillantez me ciega... Y escucho su voz.

El libro está escrito con fragmentos de recuerdos, con partes de momentos de vida. Cada poema refleja un aprendizaje, el asombro del conocimiento, de la identidad en el mundo. Pero también es en ese viaje hacia las raíces de la infancia lo que hace reconocer las primeras experiencias tristes y dolorosas de la vida que siempre, nos dejan el mensaje de nuestra fragilidad y el reconocimiento de la realidad. Con grandes atisbos de lirismo podemos mapear estas experiencias en el poema “Resurrección” donde un acto tan humano como ir al baño, para un infante, se convierte en una odisea épica que deja su halo transformador de la fantasía en realidad. Veamos:

No pienso en gritar, cada movimiento está enfocado en la salida. Mis pies tratan de apoyarse en la resbaladiza pared. Se deslizan. Mi rostro golpea contra el concreto. No dejo que mis manos suelten las piedras donde me apoyo. Un frío intenso se adueña de la atmósfera. La fetidez cede ante un aroma intenso. La piel se eriza en el momento que siento una enorme mano sosteniendo mi trasero. Es una mano, no tengo duda. Por unos instantes me siento perfectamente acomodada dentro de la palma, siento cómo me aúpa, me acerca al borde de la pared. Me agarro de la fisura, apoyo un pie en el espacio abierto, luego el otro, extiendo mis manos hacia la salida, me impulso. Siento la mano cerca, no la miro, pero la percibo en espera de que salga del peligro, aunque ya no me sostiene. Asomo la cabeza por el hueco frente al inodoro. Me sostengo en los codos. Trepo una pierna, luego la otra, vuelvo a impulsarme. Temblorosa, salgo a la luz, a la libertad detrás de la puerta. Oigo las voces, mi padre llama mi nombre con una voz ronca, intestinal, una voz que sale de un lugar más profundo que la garganta. Mi madre llora. Me levantan. Veo cómo me bañan contra una pared inclinada. Estoy en el lavadero. Huelo a jabón azul, a King Pine. El agua fría se lleva el miedo junto con los excrementos que me cubrían. Las manos pequeñas de mi madre, que en nada se parecían a la que me había elevado en el oscuro foso, estregaban mis oídos, mi pelo, mi cara.
Trató de asegurarse de que no quedara ni un indicio del evento. Pero el jabón no pudo lavar mi memoria profunda, tal vez por eso nunca me gustó Alicia... Porque su país no era el de las maravillas.

Como vemos el libro propone un viaje hacia la infancia como una forma de catarsis, como una forma de reconstruir las identidades, pero además, devela el deseo por mostrar todas las facetas posibles de la infancia ida y, como es de esperarse, el juego es la filosofía de la infancia. Jugar es un signo de liberación, de creación. Ante lo doloroso siempre hay ternura y en la ternura aparece el claroscuro del placer de la infancia, allí, donde el juego es la dictadura del asombro mientras los recuerdos fluyen y se hacen eternidad:

Mis manos tapan mis ojos, me recuerdo jugando a las escondidas, riendo, suavemente, mientras cuento. Uno, dos, tres y allá voy, abro los ojos, quito las manos de mi cara, corro, ando de prisa; voy en busca de mi infancia…

Y en suma este libro es un mapa para observar el crecimiento. Mostrar experiencias universales y a la vez tan íntimas y cotidianas desde un discurso que apela a los sentidos, a la necesidad de las imágenes reminiscentes. Este libro es una llave para el retorno a un tiempo detenido, un tiempo de glorias y derrotas, un tiempo nuestro donde las mejores experiencias, lo que nos permite estar vivos hoy, existió quizás en un solo beso.

Deseaba ¡tanto! conocer el amor. Rebuscarme en la mirada de ese otro ser que se reconocería en mí. Soñaba con el abrazo de ese hombre enamorado. Fantaseaba con su mirada y el campanillear de las estrellas acompañando el beso, ese primer beso que me haría flotar, para el cual me había preparado desde que me supe niña.

En suma Ars  memoriae es un libro muy intenso, donde el esplendor y la luz de la vida se muestran en toda su amplitud. Un libro de retorno y de necesidad. El arte de la memoria siempre es, al fin y al cabo, la humanidad en su pureza y pasión.



Paolo Astorga


lunes, 6 de octubre de 2014

"El peso del tiempo" de Gerardo Pérez Sánchez - Paolo Astorga

El peso del tiempo




El peso del tiempo
Gerardo Pérez Sánchez
Ediciones Aguere – Ediciones Idea, 2013


El peso del tiempo (Ediciones Aguere – Ediciones Idea, 2013) de Gerardo Pérez Sánchez (La Laguna – España, 1972) es una novela de ciencia ficción ambientada en el futurista siglo XXI, siglo donde la vida en la Tierra es insostenible. El libro explora a partir de su personaje central llamado Germán dos aspectos profundos de la condición humana: la idea de tiempo como acumulación de recuerdos y el amor, entre visiones apocalípticas y un buen manejo de la trama narrativa que por momentos se transforma en un elemento importantísimo para toda obra de ciencia ficción: la reflexión sobre el hombre y sus pasiones. El mismo protagonista nos dará el norte de su intención en las primeras páginas del libro: “La verdad es que yo no quería hablar de todo esto. Los problemas de La Tierra y las tramas políticas no hubiesen justificado mi intención de ponerme a escribir, como tampoco el de lanzar todo esto en una cápsula de envío espacial. Aunque tras la lectura de estas líneas cueste creerlo, lo cierto es que lo que quiero contar es una historia de amor y una vivencia personal muy intensa que me produjo un deseo irrefrenable de narrarlo todo, de propagarlo realmente.”

Con el protagonista partiremos de un problema que se presenta como elección: abandonar irremediablemente la Tierra o quedarse siendo parte de unos cuántos “afortunados” que podrán aún habitarla. Germán optará por quedarse en el planeta aceptando el requisito de ser parte de un estudio científico llamado “Estudio del control mental” que consistirá en la grabación de los pensamientos por regresión, es decir una especie de procedimiento de vanguardia donde se pueden captar directamente los pensamientos, vivencias, recuerdos e intimidad de las personas. La finalidad oficial de este procedimiento es impedir que se mienta en procesos judiciales, pero Germán al ser parte del experimento conocerá a Néstor, un científico que hace experimentos paralelos al de los Estudios del control mental y que tratará de probar  una extraña fórmula que supuestamente mide el amor.

El libro no solo se nos presenta como una mera historia de ciencia ficción, sino que a lo largo de la narración, se nos irá develando una relación entre Germán y Elisabeth, una mujer que simboliza el amor ideal que según la trama planteada en el libro es la amada ideal a lo largo de sus muchas vidas.

No obstante debemos decir que El peso del tiempo no solo apunta a la presentación de un amor existencial del futuro no tan lejano, sino que su verdadera sustancia está en la imaginería que Gerardo Pérez utiliza a la hora de narrarnos las contradicciones del sistema en el futuro. Un sistema muy cercano al de 1984 de Orwell, en donde todo es controlado al milímetro, pero a diferencia de Orwell, en El peso del tiempo, el control se nos presenta como una posibilidad directa, es decir, la de adentrarnos en los pensamientos ajenos y poder así destruir la casi nula privacidad existente; el control absoluto.

En conclusión este libro nos muestra al hombre en su deseo por alcanzar lo absoluto en formas de felicidad. El tópico del amor y el poder son importantes en esta novela, pues posibilitan el entendimiento de nuestro presente y los temores que aún en el futuro son patentes respecto a nuestra condición y fragilidad. También se nos presenta, a modo de lucha de contrarios, esa necesidad de alcanzar lo profundo en un mundo devastado donde todos sus habitantes tienen que salir a “parasitar” otros lugares inter espaciales. El tiempo y la lejanía como motivos para la reflexión, permiten darle un tono confesionario e íntimo al libro que capítulo tras capítulo se nos abre como una lucha del hombre contra su destino, pero sobre todo contra sus decisiones. Sin duda un libro que nos sorprende y atrapa, pero también que nos demuestra que la ciencia ficción, no es mirar al futuro con ojos de presente, sino construir un discurso, donde la reflexión sobre lo humano es la médula de la ficción.


Paolo Astorga


"Los delitos del cuerpo" de Samantha Barendson - Paolo Astorga

Los delitos del cuerpo





Los delitos del cuerpo
Samantha Barendson
Chistophe Chomant Éditeur - Francia, 2011

Los delitos del cuerpo (Chistophe Chomant Éditeur - Francia, 2011) de Samantha Barendson (Vilanova i la Geltru – España, 1976), es un intenso libro de poesía bilingüe (español – francés) y donde todo discurso poético se configura alrededor de la ausencia. La ausencia es siempre la maestra de poesía, el motor que nos permite la reflexión, contemplar la verdadera trascendencia de lo amado, de lo que fue amado. Pero es la ausencia lo que importa, la herramienta para tentar lo imposible, para hacer la ficción erótica de las palabras que emanan de los labios que encuentran en su desesperación, en su soledad, el placer de la melancolía. La poeta ha volcado la necesidad de lo deseado como una voluntad por el arte poético de la construcción de las reminiscencias de placer, pero además en esa absoluta memoria e idealización, se estrella contra la realidad, contra la noche, contra un fantasma tan suyo, que solo queda la escritura enfrentando la existencia, el amor después del amor intentando un retorcimiento mágico para reafirmarse, eternizarse en los instantes más intensos del desasosiego.

Te busco
en los pliegues
de un hombre
que no eres tú

En axilas y deseos
ajenos e hijos
de la otredad

Te busco
en las curvas
de hombres
esculpidos por mí

Y no estás


Como observamos, el cuerpo es un flujo, una cúspide y una caída. El cuerpo es un ente para la comunión, para la exploración, para el desarraigo y la rebeldía. El cuerpo es el amante y su vitalidad, el movimiento extático que siempre cambia con las búsquedas y el experimentar hasta que el tiempo lo permita, hasta que el tiempo sea la decadencia de los amantes que ya no recuerdan el nombre de sus ruinas. El cuerpo es geografía del disfrute, pero antes que nada, un recuerdo que invade el corazón.

En la (ti)niebla
tus brazos llenos de lluvia
se evaporan
bajo el sol ardiente
de mi primavera

En la tormenta
el fragor de tus besos
afloja
aunque yo resista
mi corazón armado

El libro nos muestra una necesidad por el encuentro, por la fusión que parte de lo carnal, pero que trasciende el mero sentimiento de pertenencia, el acto animal de la cópula. El cuerpo nuevamente es el escenario central, sin embargo, el acto amoroso es siempre una posibilidad de unión para el disfrute más humano, más cercano a la vida. El verdadero ser amado, aunque lejano, distante y nebuloso, es en la añoranza una fantasía real. Veamos este poema como ejemplo de la necesidad de lo corpóreo para construir la unidad de la comunicación extracorpórea:

Hice el amor
con otro
pensando en ti
mientras hacías el amor
con otra
quizás
pensando en mí

Tenemos que esperar
a que todos se duerman
para permitir que los besos
crucen las montañas

Clavaste tus espinas
debajo de mi piel
abrojos de dulzura
atándome a tu ser

Gritamos en la noche
para que la voz alcance
noctámbulos aullidos
quebrando la pared

Hice el amor
anoche
Nadando en ti
mientras hacías el amor
muy lento
fugaz
gozando en mí

Como vemos, la voz poética nos presenta una estructura definida: El amado es siempre parte de la palabra, es la palabra que se enfrenta a los recuerdos, que los constituye y se hacen patentes en goce y excitación. Sin embargo, este amor es virtualizado, secundado por una vacuidad. El vacío y la soledad pueblan todo el libro y lo sostienen. El delito más grande es el deseo del poseer, de experimentar y eternizarse o fundirse en un solo cuerpo, pensamiento y latido. Pues el amor ya no es amor, sino melancolía de un encuentro que ya pasó, pero que deja sus cenizas aún ardientes en la memoria. Por eso la poeta se entrega sin tregua a ese delito, a ese gran delito de querer ser poseída y poseer en el símbolo eternizado de un simple abrazo:

Cuando la piel tensa
como herida
cuando el ansia la sed
de tu cuerpo ajeno

Cuando la necesidad
de aquellas manos
como bálsamo de afección
y el ardor como única respuesta

Cuando el hilo del deseo
me dobla en dos
en medio de la noche
en medio de la cama
y en medio de la vida

Necesito entonces
tu abrazo

En suma, Los delitos del cuerpo es un libro que con honestidad y sin aspavientos nos canta de una pasión y de una muerte en el desconcierto. Los delitos del cuerpo, no son delitos, es olvido en cuotas de dolor, en gozoso claroscuro entre el placer y la frustración. El viaje poético es sin duda la necesidad, el anhelo por reconstruirse, por ordenar el caos del placer. El amor como sustancia inacabable e indefinible caricia o puñalada que al final solo nos deja con un puñado de hermosos recuerdos y la sospechosa satisfacción de lo nunca logrado:

He quedado sólo el vacío

¿Con qué lo he de llenar?

Estrellas pájaros noches
paseos libros y mar
luces azar alcoholes
música Chopin y Bach
lechos y camas amores
cuerpos de hombres y carnes
y luego
oscuridad

¿Y tú?


Paolo Astorga


"Nuevas Batallas" de Willy Gómez Migliaro - Paolo Astorga

Nuevas Batallas



Nuevas Batallas
Willy Gómez Migliaro
Arteidea, 2013


“Dentro de un estado descompuesto hay esperanza”, con este primer verso, el poeta Willy Gómez Migliaro (Lima, 1968) nos adentra a su libro Nuevas Batallas (Arteidea Editores, 2013), un poemario muy honesto y a la vez fragmentario. El poeta se adentra a una dualidad que se reconoce mientras se viaja por la sustancia del libro. Él nos presenta un espacio degradado por la corrupción, la indiferencia y el hastío de los objetos que nos rodean sin decir nada. La poesía de Willy siempre es antitética. Por un lado el lenguaje construye un mundo posible que emana vida y mensaje, significado que reconstruye una memoria colectiva. Por otro lado, esta voz poética, nos erige su discurso y se extiende entre un neobarroquismo que nos deja en cada lectura un apasionante revelación. Entre lo sórdido, ante lo aplastante, el poeta pretende, cual profeta, mostrarnos una purificación que aún es posible solo si la comunión de espíritus es posible. Sin embargo, la violencia es un cáncer que habita en nuestra propia carne y el poeta lo sabe y, aunque el mundo está plagado de esta, solo le queda librar la batalla contra sí mismo.

Todo el poemario está plagado de un deseo por reconstruir una memoria que sin embargo, no es posible, sino soluble. Al iniciar la travesía, la batalla, la voz nos narra las miserias y esperanzas de un cuerpo que es un país, un individuo, una metáfora. Entiende que el devenir del tiempo sicario es único y nunca relativo. Un hálito de insatisfacción que se hace memoria sangrante puebla este libro, una melancolía posmoderna ante la violencia interna que destruyó nuestra humanidad:

He apostado, qué más da.
Demasiado se nos induce a probar suerte.

Es distinta la imposición y el alcance al entrar a un país,
    al llegar sin demora a un terral
después de viajar 900 Km en ómnibus interprovinciales
y saber que aquí hubo entierros. Demasiada imposición
de imagen.

Iniciaste batallas de viajes y estudios
y al final
solo esencialidades que parten de sus resurrecciones
en un medio de comunicación sin sentido.

Es la frustración y la simbólica violencia del tiempo y la miseria lo que hoy se vive. Willy Gómez ha configurado un universo de antagonismos. Entre el poder y la rebeldía de la naturaleza, de la purificación, de la esperanza; donde coexisten en eterna batalla el paraíso y el infierno:

Pasan la cuenta cuando el poder se vuelve un jardín tecnológico.
Suben con poleas
y los geranios van cayendo. El poder encierra.

Y entonces el antihumanismo lo puebla todo. La batalla ya no es enfrentarse a ese “animal tecnológico”, a ese Poder, sino solo coleccionar y preservar con la palabra, con las imágenes que solo permite lo poético, esa memoria desgarrada de la violencia que no se puede borrar pues es herida abierta y caliente todavía, pues:

La gente desentierra lo que su país esconde,
y en un despegue con las manos sucias vuelven/ trans-
portan salas de emergencia.

Sin embargo en la batalla, en la lucha por aprehender la realidad contradictoria, soluble, el poeta encuentra a su ser contingente y desvalido, ante un país que ha mutado, se ha silenciado en apariencia:

El país se redefine, cielos, qué hice.
Toda mi vida preparando el discurso mientras subía
toda mi vida sin luz & sin ningún papel.

Solo el regreso importaba
o la reconstrucción del quebranto y su estado débil desde el poder.

En suma, Nuevas batallas es un libro donde el enfrentamiento es con nosotros mismos. El discurso recargado y lleno de alusiones a diversos puntos del tejido cultural occidental, enfrentan al poeta a un único signo: El desafío por la reconstrucción y preservación de lo humano que se resiste al abandono de la nada, del olvido que carcome a nuestra sociedad decapitada. El poeta es un maníaco de la libertad, un condenado, que danza en su éxtasis mientras las máscaras de los “extras” se incendian en su hipocresía o indiferencia.


Paolo Astorga


domingo, 29 de diciembre de 2013

"8 Días" de Luis Eduardo Ayala Pérez - Paolo Astorga


8 Días
Luis Eduardo Ayala Pérez
Imprenta Multiservicios “J&C”, 2012



8 días del poeta ayacuchano Luis Eduardo Ayala Pérez (Ayacucho – Perú, 1987) nos muestra a través de una reducida serie de poemas el tema de la cotidianidad que desnuda una realidad desilusionada. El desencanto como centro se mezcla con la naturaleza de las cosas que creemos poseer en apariencia, pero que a la larga solo acrecientan nuestros vacíos, nuestros fútiles deseos. El cariz ontológico de sus poemas afirma la automatización del ser como un escape ante su finitud porque

La simetría de la vida es un ritmo forzado en cadenas perpetuas
aunque nada es eterno.
Un día mi realidad será una tal vez, o tal vez lágrimas y seré
ceniza incinerada
¿Café?
¿Té?
¿Whisky?
…O solo importa poco vestirse de negro otro día más.

Como observamos el poeta reconoce su tedio o spleen como una irremediable carga que se acumula como los días. El hastío la condición del cuerpo en sus desmoronamientos, pero a pesar de esta estancia donde lo absurdo y lo insignificante son dictaduras, hay una voluntad de lucha y constante reconstrucción a pesar de que todo es ilusorio y efímero.

En mi mente estalla la impresión de que el día es gris
de que el día es gris, de que el día es gris.

Y me da la impresión de reír
y me da las ganas de correr
y me dan la idea loca que iré a llover

(…)

Pero cuando no haya más que pensar
-cuando no haya más que pensar-
no sabré qué hacer
y cuando deje de correr
querré aventar piedras que no dejan de gritar.
y el día es gris…

El poeta se sabe melancólico y derrotado, sin embargo es en esa derrota donde apela a su necesidad por expresarse, por decir su dolor. Sabe que su discurso es antitético y solo un momentáneo paliativo, no obstante hay siempre una búsqueda consciente por construirse una identidad imperecedera que a su vez consolide ese placer de saberse vivo a pesar de lo absurdo, porque el poeta desea mantenerse en la vitalidad del que está descubriendo el peso de sus ideas, el acuchillar de sus propios pensamientos ante la vastedad de la realidad que lo reduce a una infinitesimal molécula viva; el poeta sabe que es inevitable ese  acercamiento con su nada hacia la muerte por eso sus deseos lo mueven a preservarse, por ello en el poema 7 “Ansias escasas” leemos:

Deposito dentro de este pecho
la cruz marchita de mis años
los recuerdos vagos
con la mirada que guardo
en mis ojos de gallo.
Y frente a los ojos augustos del Juez
deposito este letargo de sonámbulo,
como una flor de domingos
e inviernos hermanos…


Ese “depositar”, ese darse a las cosas y a la naturaleza hacen que el poeta se eternice en esa vastedad universal. Es por ello que más adelante el poeta como mostrándonos su ímpetu y su abandono nos confiesa:

A veces me gustaría salir a gritar
como río ácido,
aguardar
la aurora del ocaso.
Mas las estrellas son inmensas,
el desierto tan eterno,
el mar excesivamente delirante
que al ver sus olas bravas
caigo espantado.

Es el miedo, el espanto ante la totalidad, es allí donde nos reconocemos como una simple contingencia, como una casualidad que en su imperfecta agonía existe y se confiesa rebelde, pues no se rinde ante el terror del mundo, sino que en ese temor, desea, aún desea y la vida le acrecienta.

Por otro lado y a pesar de sus dilucidaciones ante su existencia, el poeta experimenta de forma constante la soledad como un estado intensificador del abandono que permite al ser apropiarse de las cosas y hacerlas poesía. El poeta lucha contra aquello que no le permite seguir su flujo: la inanición. El ser amado es un pretexto para contemplar su existencia como una mera tentación hacia el fracaso que sin embargo deja siempre su hálito de fragmentada satisfacción:

Defendí tu boca de mis besos,
a tu espalda de mis manos.
Defendí a tus piernas de mis ojos
y a tus ojos de mis caricias.

Te defendí de finar mis versos
crucificando como impuestos
mis negaciones,
y terminé por aceptar que hay
miltequieros
en mis dedos y en tus canciones.

… Ahora camino por ahí –aún sin ti-
hipotecando noches de luna
(como estas de octubre)
Para poder edificarme un corazón.

Como vemos, el poeta siempre quiere SER, quiere lograr la totalidad en el objeto amado, pero sabe que a pesar de la lucha constante, la derrota es una valla insorteable. Por eso el amor no es la función de la entrega, sino la construcción de una identidad. El poeta no quiere amar en otro, sino construirse con la otra “soledad” amada. Quiere aceptar la pureza melosa de esos “miltequieros” e intentar hacerlos realidad concreta que cual falso alquimista, sabe que es una quimera nada más.

Por último un símbolo reiterativo en este breve poemario es la excrecencia que significa el asco existencial donde el hombre es configurado como imagen magnánima del mundo en contraposición con la insignificancia de sus restos o la antítesis entre el endiosamiento y la descomposición; dualidades que se alternan y dan al discurso un tono profundamente existencial. Por otro lado esta “mierda” simbólica es también el producto del mundo, el residuo del accionar humano en su absurda mitificación. Esta imagen de desecho es sin duda una constante en el hombre que ha visto en su realidad el vaho de su pesimismo.

En suma este poemario nos deja con un sabor existencial y a la vez con una posibilidad: el hombre que quiere, que desea, pero que se reconoce imperfecto, pero con una vitalidad que a pesar de estar presa de su nada, de la casualidad, de la inercia de la muerte por la muerte aún puede construir (o reconstruir) el mundo en ocho días hasta acariciar, si quiera por un instante, la ardiente eternidad de la realidad que acaricia furiosa nuestros ojos, la sinceridad de un prospecto de cadáver.

Me escondía
y perdía en mi propio laberinto,
hasta que vino un día alguien y me dijo:
sé sincero contigo mismo.

…Desperté de nuevo
en este cuerpo –el que creí muerto-.
Tomé un lápiz y una hoja
Y empecé a escribir mi testamento.





Paolo Astorga

"Mundo Cero" de Lynette Mabel Pérez Villanueva - Paolo Astorga


Mundo Cero
Lynette Mabel Pérez Villanueva
Edición de autor, 2013



Mundo Cero de la poeta puertorriqueña Lynette Mabel Pérez Villanueva, nos muestra desde sus primeros versos el tema de la deshumanización como inicio del mundo. La tendencia autodestructiva del hombre deviene siempre en la depredación de su conciencia y por ende de la vaciedad de su ser. El sujeto poético como profeta del apocalipsis individual se resuelve como un encarcelado en la palabra; siempre en busca de ese placer imposible que sea real. El tono testimonial de los poemas de Lynette nos confirma su desencanto, la muerte de sus deseos y un profundo e inevitable acercamiento hacia la dictadura de lo automático y el control de nuestra humanidad.

El Gran Hermano hala los hilos,
nos disloca las neuronas,
nos quiebra los sueños.
Somos un cuerpo sin alma,
una marioneta del “establishment”.

El sujeto poético busca reestructurarse, rehacerse. En esta reconstrucción interior, la intención no es la de simple rebeldía, sino la de afirmar una libertad cortada. La poeta lo sabe bien, por ello, a lo largo del libro intenta lograr una nueva identidad, pretende –como si se tratara de un ser kafkiano- mostrarnos su ser consciente de su individualidad reprimida por ese “establishment” que aliena y degenera la inocencia en movimiento absurdo y banal, un estado de un mundo contradictorio y degenerado en nada. Prueba de esta contradicción es el poema “I-Kid” cuyo centro es la denuncia contra la indiferencia de una realidad cada vez más olvidada o peor aún, cada vez más superficial donde los niños como símbolo de inocencia y alegría son dopados y seducidos por el placer de la insensibilidad y el consumo como la paranoia de la acumulación sin sentido.

Cuidado con los niños,
toque de queda,
peligro
                                   no natural
                                                          -artificial-

creado
por nosotros.

Bauticemos
al nuevo niño:
Niño-X-Box,
niño Gameboy
no Play Yard,
niña-mercancia
vendiéndose por unos
cuantos pesos
en el Japón,
niño-nómada
surfeando sobre los
trenes
en Brasil,
niño sin fe,
niño-circuito.

Podemos observar que este poema se nos muestra como la pérdida de lo trascendental, alimentando a su vez una transformación mimética hasta consolidar al “humano-cosa”, es decir, la poeta no denuncia solo la conciencia alienada de infancia, sino la profunda necesidad que se ha creado para que el mundo sea homogeneizado y sobre todo se logre instaurar ese “sentimiento estándar” que hace imperar el “disfrutar” sobre el “sentir”. La poeta nos recrea, en suma, un paraíso artificial y posmoderno, donde la única fe es la del consumo.

Por otro lado el libro también critica duramente a la idea de felicidad como un acto de mala fe, como una simple sucesión de momentos alegres, donde impera el placer de lo feliz, pero no la conciencia de la felicidad. Esta idea de felicidad está conectada directamente con lo fugaz. Poemas como “Cortezas desprendidas” o “Mundo Cero” nos hablan directamente de esa soledad del existir, nos recrea esos sucedáneos de placer y alegría que en tiempos donde todos los mitos han muerto, se nos presentan como posibilidades para el feliz engaño, para la brillante farsa que se desea, que se reproduce, se consume y se comparte. Veamos a continuación un fragmento del poema “Mundo Cero”:

Conteo regresivo en donde pierdo la
humanidad que jamás tuve.
Aliento virtual que se desvanece en la noche.
Vitrina de cielos lejanos.
Se vende un infierno.
Un Paraíso en alquiler.
Una baja en la bolsa de valores.
Un alma en desuso.
Fuera de moda.
No admitida en pasarelas.
Una pizca de luz.
Fusión de núcleos
en danza de fuegos.
Vivir o morir.
Trascender o no.

Observamos que en este fragmento existe un tema en común: la necesidad por querer experimentar algo “espectacular”, sin embargo, vemos que hasta el dolor es un producto que se encuentra en venta. La moral es inexistente y solo nos guía el miedo a no disfrutar el mundo, el miedo a no estar allí exhibidos, siendo vedettes para los demás. No hay nada en qué creer, salvo, el rápido placer y de allí un nuevo placer. El ser humano ya no es un individuo, sino un producto comercial. Ya no existe “lo puro” o lo “impuro”, sino solo la voluntad por existir lo más cómodo posible. Pensar como la masa, ser de la especie y no criticar (porque es ocioso) ese es el objetivo.

Por último este intenso poemario nos lleva hacía la idea de lo “descartable” como un viaje hacia lo inútil, la misma nada, el vacío otra vez, al que se trata uno de escapar, pero que al ser parte de nuestra “nueva naturaleza”, es prácticamente imposible resistirse o superar. Esa tendencia hacia convertirse en un ser residual nos plantea un gran problema: La obsolescencia programada del ser humano que siendo cosa o máquina, debe ser reemplazada por un sucedáneo de este. La deshumanización no es la animalidad, sino simplemente la reducción de lo humano a la de un objeto sin importancia, despreciable polvo de poliuretano.

Las emociones eclosionan, unas con otras, en
esta búsqueda del gen asociado.
¿Supra-humanidad?
(Una tortura de vida.)
Un fracaso de experimento.
No quiero podrirme por más tiempo en esta
miserable jaula,
soñar con calles abiertas,
ver tan sólo batas blancas.
La asepsia indignante de este laboratorio.
¿Supra-humana? Hay solo un fallo.
Esas malditas emociones que me vuelven
humana.
No las esperaba, ¿Verdad?
Para ustedes es un simple juego.
Pasan por alto lo más importante: la
humanidad nunca lo es.

Sé que tú me comprendes,
verdad ratita,
después de todo tú también fuiste
artificialmente creada,
y ahora también te has vuelto descartable,
pero en tu caso es más fácil…
tú no pareces humana.

En suma, Mundo Cero de Lynette Mabel Pérez Villanueva, nos deja con una serie de sentimientos vitales. Prevalece el deseo por tomar conciencia de nuestra inutilidad y a partir de esa conciencia construir un nuevo sujeto que se atreva a luchar contra su propio veneno. La posmodernidad y lo banal son tatuajes en el cuerpo, espacios simbólicos para describir la destrucción como obvio devenir, pero que como un estigma amado, se ve nuestro y único en este lúcido poemario.




Paolo Astorga

"Borderline" de Andrés Norman Castro - Paolo Astorga


Borderline
Andrés Norman Castro
Chuleta de cerdo editorial, 2013




“¿Y si Jesús hubiese dicho:/ “El país que esté libre de culpa,/ que tire el primer misil”? con estos primeros versos se nos presenta Borderline del poeta Andrés Norman Castro (San Salvador, El Salvador, 1989), un manojo de poemas breves y desinhibidos, sueltos de hueso y desenfadados. Estos poemas giran en torno a una desquiciada ternura y el discurso es ironía que sale como espuma rabiosa manándonos por la boca.

Padre nuestro
que estás lejos de acá,
a veces no entiendo por qué luchas por nosotros
si tantas veces te hemos hecho sentarte a llorar:

Mejor vete lejos,
donde no hayan otros como nosotros
y hayan otros como nosotros
y haya un Andrés que te escriba odas
en vez de estas  líneas.

Los sesgados discursos moralizadores son desmitificados, trasgredidos y por último burlados. El mundo en este poemario es mostrado como el más absurdo lugar para soñar y cada ideal es transformado en simples objetos que nada dicen. El amor es una cosa, es la violencia de los simulacros, un simple chiste sórdido, el dolor chispeante como una ironía de seres humanos idiotas creyendo en hermosos anhelos sin sentido.

No llorés mi amor
no es  tu culpa que seas gorda
No estés nostálgica
por el pelo largo que te recortó la policía anoche
No te lamentés
porque tu vagina ya no aprieta
No te quejes por los moretes
que te dejaron los golpes del bate de tu chulo.
No te pongas triste
porque te gritan “marica” en la calle
Ellos no te conocen como yo,
no te besan como yo,
no te recorren como yo,
mi puta vieja.

El problema está en que vivimos en un estado Borderline, con una patología psiquiátrica donde la ternura y la más cruenta violencia se mezclan  formando a un ser indescifrable entre el Eros y el Tánatos. El sujeto poético es extremadamente cínico e irónico, se muestra con posturas poco serias y su discurso se transforma en confesión y el halo del amor aparece como la suma de acciones despojadas de todo encanto y pasión, es decir, en simple movimiento de palabras y gestos que ya no dicen nada, sino que solo testifican su absurdez.

Busco tu nombre
una  y otra y otra vez
en las actualizaciones del Facebook,
a pesar de que estás sentada
frente a mí.

El hiperconsumo que genera está sociedad banalizada es descrita por el poeta con sarcasmo e indiferencia, frialdad que al fin y al cabo, relumbra en nuestra falsedad, nuestra existencia que busca un sentido artificial. La rutina y el hastío son recurrentes en este poemario donde el sujeto ya no cree ni en su sombra, sino que solo está en un profundo estado de inercia, donde lo único importante es resistir el peso de nuestra existencia sin más encanto que la acumulación de acciones, de objetos, de nada trascendente.

Soy un precipicio
al que le dan migrañas,
que consulta a Dios en el Facebook,
que le gusta la Kim Kardashian,
que ve la televisión de 6 a 10 PM,
que despierta con mal aliento
que le hace el amor a ella
o a su mano, llorando, hasta caer dormido.

Yo soy un precipicio
que tendrá hijos
que van a hacer lo mismo,
a ser lo mismo
incluso, precipicios.

Como observamos, el desencanto y la repetición de lo inútil es una constante. El ser humano ya no aspira a ser otra cosa más importante, sino que solo se enfrenta sin fuerzas y con mucha ociosidad ante “lo mismo”. Sin embargo, este estado de pérdida y reacomodo, le permite el confort, el placer chato de ser el eterno dios que evoca una felicidad fugaz que es reducida al encuentro con el objeto amado para no dejarse vencer por la soledad que lo devora y lo desquicia. Por eso leemos:

Cuando te fuiste
y me dejaste solo en la habitación
entré desnudo al baño
y al abrir la tapa del inodoro
vi el pez
que me habían dejado nadando
así, de lado
y entendí la magnitud de nuestro amor
cuando me negué a liberarlo
a la inmensidad del mar.

El amor es simplemente un deseo de compañía, de unión que se fundamenta en lo emocional como pasión o como momento temporal para el disfrute. En este libro el amor es evocativo, es simplemente reminiscente y frustrante. Por otro lado hay un desenfadado deseo por mostrarnos a la muerte como un objeto más del “espectáculo”, donde el dolor es simple pretexto para mostrar nuestra asolapada locura por la modernidad que a fin de cuentas es simplemente la vanagloria del consumo, las puertas abiertas para la solemnidad de la indiferencia.

Ayer murió
frente a la puerta de mi casa,
un bebé
perforado entre las costillas
por los rayos del sol
y a un lado
un biberón lleno con Coca-Cola.

En suma este poemario es el resultado de observar el mundo en su eterna brutalidad, la poesía que devela nuestra fragilidad, pero también nuestra gran capacidad para crear “estúpidas fantasías”. Los fantasmas del placer y del dolor se repiten y se estiran hasta más no poder y el humor matiza el discurso para que nos parezca la destrucción de lo humano un chiste. En Borderline hay una intensidad que no quiere encerrarse en contarnos lo malvados y patéticos que somos, sino que nos invita a recrearnos, a beber de nuestro propio absurdo y hacernos entender que siempre estaremos “a dos minutos para el fin del mundo”.






Paolo Astorga

"Voces S.O.S. El Poeta y la Niña de Asfalto" de Orlando V. Bedoya Pineda - Paolo Astorga


Voces S.O.S. El Poeta y la Niña de Asfalto
Orlando V. Bedoya Pineda
Ambedue, 2013


INICIO.

Voces S.O.S. El Poeta y la Niña de Asfalto del poeta y crítico arequipeño Orlando V. Bedoya Pineda (Arequipa, 1978) es un libro de poemas de doble entrada donde el poeta se enfrenta a su condición de ser arrojado al mundo donde la única libertad es tan infinita como la angustia que la aguanta. Para el fin de esta presentación, he dividido mi intervención en dos brevísimas partes:

1. VOCES S.O.S.

En el caso de Voces S.O.S., el poeta emprende un viaje de construcción de una identidad en la paradoja de la realidad que desmiembra y aliena. A lo largo del viaje el poeta sabe que no hay excusas, solo hechos y deseos, la voluntad de cumplir una misión que más allá de profética es descriptiva y profundamente reveladora. Sin embargo el poeta-profeta no tiene un solo norte, sino que vive en la angustia de sus posibilidades. Él conoce la sordidez del mundo y la fragilidad de su cuerpo. Sabe que la brutalidad no está en la grandilocuencia de lo cotidiano, sino en la violencia de la soledad ante el deseo más preciado: alcanzar, fusionarse, fundirse en uno con el ser amado. Este profeta, se enfrenta así a sus fantasmas interiores; su mensaje no es el de la salvación, sino en el intentar encontrar un sentido a su existencia. El pretexto: el amor trascendental, el cuerpo como una semiótica del amor evocativo, donde las palabras tejen un universo poético desprovisto de atalayas en el que solo quedan las voces mezcla de angustia y deseo intentando ser rescatadas del abandono o por lo menos difundir su estigma hasta hacerse identidad o tal vez esa poesía en los labios que anhelan pronunciarse y hacerse patentes en el mundo inhóspito y bestial. El profeta es el que necesita salvarse, es el que requiere perfeccionar el arte del suicida, el magisterio de la trascendencia y entender la paradoja de sus actos, el encanto de su ambigüedad frente al mundo armado con sus etéreas palabras:

Profetas,
cuando la Poesía es el viento y nosotros las hojas secas
nuestra voluntad (es el garabato de orina gruesa)
es perfume que se escapa como tímido río
se escapa de las piedras del adaptarse al sopor del Sol
cruza las paredes para morder un puñado de flores
 ─no importa si son orientales u occidentales─
luego las escupe asexuadas
para multiplicar la catástrofe antropológica del pensamiento
¡Oh, profetas!,
pero las monedas humanas nos incendian las brújulas
y nosotros sin poder denunciar tremenda tentación.

Como observamos en este poema el poeta-profeta sabe que su destino es tan indescifrable como el exquisito placer de la tentación. Todo esto obviamente –como diría Schopenhauer- nace de una privación, de una necesidad y del dolor mismo frente a esos deseos inalcanzables que acrecientan nuestra voluntad. La poesía aquí no es el simple producto artístico de un ser cuyos sentimientos se deslizan al papel, sino que se transforman en el mundo vivible, en la posibilidad de regenerar el cosmos, la oferta para la venganza, una segunda oportunidad irrepetible, porque al final las opciones son una infinita recatafila de eventos posibles en un mundo anodino y desbaratado de sentido. Llenar el mundo de sentidos, esa es la labor de nuestro profeta que vuelve a darle algún tono cromático a un mundo deshecho. Sin duda esta actividad reconstructiva tiene muy en cuenta la vaciedad y la inutilidad de las imposturas porque:

Todo es sin permiso, como los días, como el saludo. Nuestro mañana es un bastón roto que no puede sostener a los valores. La prudencia de los hogares ha viajado sin avisarnos y nuestra historia se acuesta con cualquiera que venga como destino o creíble justificación. ¡Suenan todos los teléfonos!, todos. El gris se agiganta. Y nosotros no podemos llorar.

No podemos llorar. No podemos siquiera replegarnos ante la más desquiciada embestida de la realidad y sus cancerberos. Inventaremos el consuelo: “porque somos humanos”, inventaremos (como unos buenos mentirosos) el amor eterno como una figurita repetida y anhelada, inventaremos demonios y aventuras, miles de Ítacas nos van a esperar, pero la reflexión, nuestro terrible pensamiento desnudo y compulsivo nos hará saber que somos unos niños que se extasían jugando con sus mocos, porque el hombre no puede desposeerse, no puede vivir de su nada, sino que tiene y debe colmar el universo con desesperado desprecio ante sí mismo:

Lo poco que fuimos lo perdimos.
Llegaron los nombres concretos.
Con su luz de tentáculo nos abrieron las bocas
cayendo nuestros ojos entre las piedras que se hicieron urbe
Ahí nos pintaron de brea las frentes
y cultivaron plantas duras y altas / algunas traían cemento
Nuestras carnes se llamaron edificios: tiendas, colegios, niños
Nos hicieron eventos y voces.

Esos “eventos y voces” resumen muy bien esta parte de libro. El deseo por servirse de las cosas solo ha cosificado a la sociedad y el poeta aparece, no como un iluminado, sino como un testigo del devenir funesto de las sociedades trasplantadas con la inutilidad de lo banal. El poeta es sin duda un rebelde de la palabra que se esfuerza por gozar la paradoja que le permite el verbo, el ideal frente al hastío, el mal.

Las ciudades engendraron fantasmas
El mal ya no era interno ni externo
Estaba entre cada átomo / invencible
Algo se rió de nosotros: científicos esperanzados
(héroes leprosos y posesos). De nuestros nombres lógicos
de nuestros zapatos llenos de orina
Nos quedamos enrejados en la sed de los árboles secos
con el grito amputado para el algo
con ojos tratando de abrirlos más.


2. LA NIÑA DE ASFALTO

En La Niña de Asfalto, se nos muestra una poesía más inquisitiva, sin embargo, aún persiste el pesimismo de la existencia y el deseo desmembrado. El poeta aquí ya no es el profeta que viaja aprehendiendo el mundo, sino, es el cuerpo que se cosifica y genera su propia “náusea” en la rutina:


Un día sobre mi trabajo, que es la vida y la libertad,
políticos, policías, religiones, ciudadanos llegaron
como marejada de insectos se posaron sobre las pupilas
sobre los sentidos que libertos se les ocurrió regurgitar
hasta perder la razón y como si al sacro templo hubieran arribado demonios
se alejaron del entorno hasta ser desmemoria
sólo quedó el espíritu batallando sin cuerpo / rebelde

El poeta a lo largo del libro intenta recobrar el espacio perdido por lo superfluo. Hay una profunda revaloración de las emociones y la excitación de los sentidos en tanto estos trasciendan el tiempo y el placer por el placer. La exploración metafísica del libro se basa en el diálogo (el poeta y la niña del asfalto), dos alter egos que se necesitan y se cuestionan. Son la paradoja ideal de lo que se anhela. Casi todo el discurso se agolpa en la trascendencia de la vida y su valor en un mundo automatizado y a la vez tan “feliz” como una piedra en medio de cualquier lugar. El hombre es la fantasía de la contingencia y sin embargo ha aprendido muy bien su papel de marioneta, pero jamás a mover sus propios hilos sin sentir el peso de su cuerpo y el dolor de sus actos. Y aunque todo se nos muestra vago e impreciso es allí donde nace la posibilidad de ser porque como nos responde la niña del asfalto: “todo es incierto / y por eso bello”. Al final del libro la sentencia es reveladora, nos plantea quizás esa salida ante un universo tan despreciable e intenso:

Soy hijo de la Poesía,
ese es mi lugar.

Todo esto es cierto y las palabras sobran y destruyen, por eso la poesía queda como un lugar posible y esta posibilidad es tan infinita como el silencio poblándolo todo.

En suma estos dos libros en uno, nos muestran al hombre desde su desesperación, pero también desde la potestad de cambiar su mundo. El profeta, el poeta y la niña del asfalto, son traductores de un cosmos desmoronado por la indiferencia y a la vez los vectores de una esperanza paradójica: El amor que todo lo redime; el amor que es una puñalada después de salir del trabajo por cumplir, en una vida por cumplir, en un mundo por cumplir para cumplir algo (cualquier cosa) que lamentablemente es tan fugaz como un beso o una caricia esperando la condena del silencio y la soledad otra vez.



Paolo Astorga