jueves, 13 de julio de 2023

EJEMPLO DE TEXTO DIALÉCTICO SOBRE LAS TAREAS ESCOLARES

 

EJEMPLO DE TEXTO DIALÉCTICO SOBRE LAS TAREAS ESCOLARES


DIEGO: Las tareas escolares desempeñan un papel fundamental en el proceso educativo al proporcionar a los estudiantes una oportunidad invaluable para reforzar y aplicar los conocimientos adquiridos durante las clases. Esta práctica no solo ayuda a consolidar la comprensión de los conceptos enseñados, sino que también fomenta el desarrollo de habilidades de pensamiento crítico, resolución de problemas y autonomía. Al enfrentarse a desafíos adicionales fuera del entorno del aula, los estudiantes tienen la oportunidad de aplicar estrategias de aprendizaje independiente y gestionar eficazmente su tiempo para completar las tareas de manera efectiva. Además, las tareas escolares promueven la comunicación y colaboración entre estudiantes, padres y docentes al permitir discusiones y retroalimentación que enriquecen el proceso de aprendizaje y fortalecen las conexiones entre todos los actores educativos.

 

EVELYN: A pesar de su importancia percibida, las tareas escolares plantean desafíos significativos que deben abordarse críticamente. Una preocupación central es el impacto negativo en la salud mental de los estudiantes, ya que las altas cargas de trabajo pueden generar estrés, ansiedad y agotamiento, comprometiendo su bienestar general. Además, las tareas pueden exacerbar la desigualdad académica al favorecer a aquellos con acceso a recursos adicionales, ampliando la brecha entre estudiantes privilegiados y desfavorecidos. Esta disparidad socava los principios de equidad y acceso igualitario a la educación. Asimismo, el exceso de tareas puede limitar el tiempo disponible para actividades extracurriculares, hobbies y descanso, afectando negativamente el equilibrio entre la vida académica y personal de los estudiantes. Por lo tanto, es fundamental reconsiderar la cantidad y la naturaleza de las tareas asignadas para garantizar un ambiente educativo que promueva tanto el aprendizaje efectivo como el bienestar integral de los estudiantes.

jueves, 6 de julio de 2023

¿Cómo redactar un ENSAYO SOBRE UNA OBRA LITERARIA? | Pautas, estructura y ejemplos

 

¿Cómo redactar un ensayo sobre una obra literaria? | Pautas, estructura y ejemplos


 VIDEO SOBRE EL TEMA:



El ensayo es un tipo de texto argumentativo que explora, analiza, interpreta o evalúa un tema. Tiene como finalidad comunicativa argumentar una opinión o punto de vista sobre el tema.

En el caso de un ensayo sobre una obra literaria, este se caracteriza por explorar de manera crítica y reflexiva un texto literario.

En esta guía, aprenderemos a redactar de manera práctica y sencilla un ensayo sobre una obra literaria. Comencemos:

 

PASO NÚMERO 1:

 

LEER EL LIBRO DE MANERA PROFUNDA: Debes entender que el ensayo literario exige que conozcas algunos elementos importantes de la obra que abordarás, por ello es necesario que antes de redactar tu escrito, leas y comprendas la obra literaria elegida para tal fin. Para ello, se recomienda que identifiques lo siguiente:

 

✔ El argumento de la obra: debes resumir la obra en pocos párrafos para saber de qué trata.

✔ Tema central de la obra: debes identificar cuál es el tema de la obra. Por ejemplo, en Otelo de William Shakespeare, el tema central son los celos enfermizos. Al saber el tema central de la obra, puedes utilizarlo luego para construir la tesis de tu ensayo.

✔ Los personajes: no solo debes conocer sus nombres y rasgos físicos o psicológicos, sino también sus funciones y simbología (significado) dentro de la obra.

✔ Objetos significativos, palabras significativas y acciones significativas: son elementos que están dentro de la obra y que permite realizar un análisis e interpretación de la misma. Por ejemplo, en Otelo de William Shakespeare un objeto significativo es el pañuelo blanco que se convertirá en símbolo de una supuesta traición ante los ojos de Otelo, el protagonista. En El Túnel de Ernesto Sábato la frase: “Tengo que matarte, María. Me has dejado solo”, es significativa, pues muestra lo tremendamente perturbado del protagonista que mata a su amada por celos, todo ello, por haberlo dejado “solo” y, como vemos, ese solo hace referencia a la incapacidad de entender la individualidad y libertad del otro amado, que no es una posesión, que no es un objeto que se tiene. Por último, en La Ilíada, podemos interpretar la acción de Aquiles vengando la muerte de su amado amigo Patroclo por parte de Héctor, como una cuestión de honor, pero también de venganza que concluye con la horrenda muerte del troyano, cuyo cadáver termina siendo amarado a los caballos de Aquiles y arrastrado por los alrededores de la amurallada Troya.

 

Como vemos, si logramos identificar estos elementos se nos hará mucho más fácil redactar nuestro ensayo. Para ello es recomendable tener toda esta información escrita en un borrador que nos servirá de guía más adelante. Es de suma importancia, eso sí, que copiemos partes de la obra que como ya se mencionó resulten significativas.

 

 

PASO 2:  REDACTAMOS EL ENSAYO:

 

En primer lugar, elige el tema a tratar. Puedes hacerlo así:

Por ejemplo, si vas a analizar Los ríos profundos de José María Arguedas puedes abordar el tema la discriminación, la marginalidad, la violencia, el desarraigo, etc. Recuerda que estos temas nacen de tu lectura y de la identificación del tema central.

 

Una vez que ya tenemos el tema, debemos plantear una TESIS. La tesis es una afirmación que defenderemos con argumentos, los cuales tendrán como base la misma obra literaria entre otras fuentes.

 

Por ejemplo: mi tesis sobre Los ríos profundos de José María Arguedas puede ser la siguiente:

TESIS:

La discriminación y la violencia son las que separan el mundo andino del mundo occidental.

A partir de esta tesis ya podemos redactar nuestro ensayo. Se sugiere seguir la siguiente estructura:

 

a) INTRODUCCIÓN: Se debe realizar un pequeño resumen de toda la obra literaria. La idea es introducir al lector al contenido de la obra. Luego de ello se procede a plantear nuestra tesis.

 

b) DESARROLLO: Aquí se defiende nuestra tesis usando argumentos, estos pueden ser de pasajes de la misma obra o de otros estudios que guarden relación con nuestra tesis. No olvides que las citas deben ir entre comillas e indicar claramente el autor de las mismas y, en lo posible, comentar cada una de ellas. En el desarrollo también se analizan los objetos significativos, las palabras significativas y las acciones significativas; todo esto reitero, tiene que estar relacionado a tu tesis.

 

c) CONCLUSIÓN: Aquí se hace una síntesis de todo lo leído y se refuerza la tesis. No olvides que también puedes citar un fragmento breve de la obra o terminar con una frase creativa.

 

Para que todo lo antes mencionado se pueda entender mejor, te comparto el ensayo  de la obra Los ríos profundos de José María Arguedas escrito por una estudiante de secundaria:

 

 

EJEMPLO DE ENSAYO LITERARIO:

LOS RÍOS PROFUNDOS: NAVEGANDO ENTRE LA MAGIA Y EL HORROR

los ríos profundos de José María Arguedas

Escrito por:
Nathaly Cuayla


Me gusta la magia. Pero, cuando hablo de magia, no me refiero a las ilusiones ópticas y los trucos con cartas (que también logran cautivarme), sino al hechizo que me impide despegar la mirada al leer un buen libro.

Comencé a leer Los ríos profundos (publicada en 1958) de José María Arguedas (Andahuaylas, 1911 - Lima, 1969) sin muchas expectativas. Si bien me gusta la prosa de Arguedas, no soy fanática suya. Es por esa razón por la cual me agradó mucho más al leerlo. La historia es relatada en primera persona por su protagonista, un muchacho de catorce años, llamado Ernesto. Él es un marginado. Su raza mestiza es la causa de que no sea aceptado ni entre los blancos ni entre los indios. Es su maldición.

La novela comienza cuando, por la noche, Ernesto llega junto a Gabriel, su padre, al Cuzco. Él se sorprende al ver la ciudad tan moderna: «El Cuzco de mi padre, el que me había descrito quizá mil veces, no podía ser ése».

Me agradan mucho las descripciones, porque me hacen sentir parte de la historia. Yo nunca he viajado al Cuzco. No puedo siquiera imaginar cómo sería esa ciudad. Pero me gusta verla a través de las palabras del narrador. Me hace creer que allí existe la magia. Asimismo, me hace pensar en nuestro pasado incaico. Gracias al cuidado con el que Ernesto señala cada detalle, me hace sentir más cerca de todo eso.

El narrador conoce al Viejo, pariente suyo, uno de los personajes más interesantes para mí. Este hombre es avaro y su actitud hacia sus semejantes es paupérrima. Su ropa siempre sucia, al igual que su alma. Además, exhibe una gran devoción hacia Dios. Y esa es una contradicción, porque ¿de qué sirve la fe si no te impulsa a ser mejor persona? ¿Cómo puede compensar toda la maldad que el Viejo ha cometido? Y lo más importante ¿por qué él es así? No existe una justificación para la crueldad.

Otro personaje que llamó mi atención fue un indio, sirviente del Viejo, por la pérdida de dignidad que hay dentro de él:

«—Tayta —le dije en quechua al indio—. ¿Tú eres cuzqueño?

—Manan —contestó—. De la hacienda.

Tenía un poncho raído, muy corto. Se inclinó y pidió licencia para irse. Se inclinó como un gusano que pidiera ser aplastado».

El indio se considera posesión del Viejo, quien lo humilla. Y el otro lo permite sin quejarse, porque hay algo dentro de él que se lo impide. Se llama costumbre.

Estos personajes representan al oprimido y al opresor que existen en nuestra sociedad. En lo personal, aborrezco la especie de “organización” que hemos creado, donde un hombre vale más que otro por lo que tiene y no por lo que es. Este sistema se mantiene debido a que el ser humano tuvo que a adaptarse a condiciones lamentables con el fin de sobrevivir. Sin embargo, ese es un rasgo que también nos acerca a la mediocridad y al conformismo.

La violencia está siempre presente en la novela. Por ejemplo, en el odio que siente Gabriel hacia el Viejo. Yo pienso que odiar no es malo (es un sentimiento tan común como el amor). Lo que sí me parece incorrecto es que Gabriel, tal vez sin querer, transmita ese rencor a su hijo. El odio no debe ser algo que se aprenda, ya que, por historia, sabemos que nunca lleva a nada bueno.

Ernesto prosigue su marcha hacia Abancay debido a que Gabriel es un abogado itinerante. Luego, su padre se dirige a Chalhuanca, dejando a Ernesto en un internado, quien debe «enfrentarse solo a un mundo cargado de monstruos y de fuego». 

Hay algo que impide a Gabriel permanecer mucho tiempo en un mismo lugar: «Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro, cuando las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la memoria.» Él no desea forjar lazos afectivos profundos con nadie, para así evitar la nostalgia.

Abancay es una ciudad rodeada de haciendas donde trabajan y viven los indios “colonos”. Ellos son muy desconfiados. La pérdida de la identidad se presenta en la historia: «Ya no escuchaban ni el lenguaje de los ayllus; les habían hecho perder la memoria; porque yo les hablé con las palabras y el tono de los comuneros, y me desconocieron.» Los indios son esclavos de la tierra que les pertenece. Viven arrinconados, escondidos y rebajados por los hacendados.

Me asusta pensar que la globalización consiga exterminar nuestra magnifica diversidad cultural. No hay nada más maravilloso que las diferencias, ya que eso es lo que hace especial a la gente. Esa es la razón por la que debemos mantener nuestra esencia.

El colegio es un sitio trascendental que alberga a personajes agresivos e indiferentes. El Padre Director es uno de ellos, porque es un sacerdote que promueve la violencia y el odio. Personifica la hipocresía. Quiero decir, un sacerdote debe ser pacífico, no todo lo contrario.

La opa Marcelina es una mujer joven y loca que vive en el colegio. Los alumnos mayores suelen vejarla, lo ven como si fuera lo más normal del mundo. ¿A qué grado está tan incrustada la violencia dentro de ellos que no la reconocen cuando la tienen al frente? Nadie hace nada, nadie se queja. Y si lo hicieran, tampoco nadie les haría caso. La indiferencia se adueña de todo, como si fuera suyo, nos vuelve cobardes y sumisos.

Esa misma hipocresía es concurrente entre todos los habitantes del internado. Por eso, Ernesto se siente confundido y solo, y muchas veces quiere fugarse. No obstante, encuentra consuelo en la naturaleza y en los recuerdos.

La memoria es fundamental a lo largo de toda la obra, ya que Ernesto evoca el pasado como método de supervivencia. Según yo, vivir de recuerdos equivale a no vivir. Porque es mentirse a uno mismo. Sin embargo ¿quién no se ha dejado seducir por la nostalgia? En este punto, me siento muy identificada con el narrador.

El zumbayllu es un trompo silbador, y mi objeto preferido de la novela. Su canto produce en Ernesto, y en los demás, momentos de paz y ternura: «Para mí era un ser nuevo, una aparición en el mundo hostil, un lazo que me unía a ese patio odiado, a ese valle doliente, al Colegio.»

¿Cómo un solo objeto puede transmitir tanto? Para mí, lo material no puede hacernos felices. Por otro lado, el zumbayllu consigue alegrar a Ernesto. No porque sea bello, sino por lo que simboliza.  El trompo despierta a la naturaleza con su canto, y Ernesto siente esperanza y fortaleza.

A veces pienso que todo en la sierra es más especial, más mágico. Cuando cantan y danzan, cuando tocan música lo hacen con verdadera emoción. Y eso contagia. Lo que convierte lo ordinario en extraordinario es la importancia que le das a eso.

Las mujeres de Abancay elaboran un motín en contra de los trabajadores de los hacendados, porque ellos están robando la sal. El Padre Director interviene a favor de los malhechores, porque le conviene tener a los indios sumisos. No me cabe la menor duda de que sería fácil comprar a este hombre, que ya de por sí está corrompido por la ambición de poder.

Ernesto se une a la revuelta. Se siente identificado con la protesta y desea ayudar porque es más fuerte su cariño hacia los indios que hacia los “mistis”. Este es un gesto muy valiente por parte de él. No muchas personas se atreverían a apoyar causas justas. El miedo al “qué dirán” nos frena. Hay un gran repudio a lo que se manifiesta como diferente. Y eso mismo sucede en el relato. Los habitantes ricos de Abancay se muestran reticentes e incluso ofendidos por el motín. En el fondo saben que es lo acertado y por eso reniegan tanto. Descubrir que tu realidad es más dura de lo que creías es desolador. Y por eso la rehúyen.

Lo bueno es que nada detiene a las mujeres, que están determinadas. Logran su cometido repartiendo la sal entre indios y colonos. Luego, los trabajadores de los hacendados arrebatan los sacos de sal a los colonos. La injusticia vuelve a expandir su sombra sobre Abancay, impotente, ante las tentativas de poblar de luz esa ciudad.

El Padre Director lo castiga por haber sido parte de la protesta. El desamparo es muy notable en Ernesto al enterarse del nuevo asalto, pero no está arrepentido. Al siguiente día, ambos visitan a los colonos para oficiar una misa. El sacerdote manipula a los colonos para que se sientan culpables. Ernesto no resiste la falsedad en las palabras del Padre Director y huye.

El ejército llega a Abancay a poner orden. ¿Qué es poner orden para ellos? Es detener cuanto antes el desarrollo del pensamiento. Los soldados son restringentes. Impiden que los indios se defiendan y luchen por igualdad. En cambio, los colman de miedo.

Ernesto tiene un amigo llamado Ántero, quien se conmueve con el sufrimiento de los indios, no obstante, piensa como hacendado, porque es hijo de uno de ellos. Eso es lo que hiere a Ernesto. Pero, en la obra, nadie es totalmente malo ni totalmente bueno. Solo son humanos.

La música es un estilo de vida. A lo largo de toda la historia, la música representa lo amado, porque te hace recordar. Te hace sentir vivo. Ernesto está conectado con la música. Por el zumbayllu y por su pasado. A mí me encantan los huaynos. Porque pueden ser himnos alegres que te emocionan y te hagan querer bailar. Y también pueden ser las más tristes melodías que te estremecen hasta llorar.

La peste llega a Abancay desde lejos. Y las clases se suspenden en el colegio. La gente comienza a huir a los pueblos de los cuales proceden. Los hacendados desaparecen porque los indios comienzan a invadir el pueblo. Junto con ellos llega la peste.  Entonces, la peste es sinónimo de justicia y libertad, porque consigue que los colonos recuperen su tierra que les fue arrebatada a zurriagazos.

Ernesto también se va. Atraviesa solo las cordilleras buscando escapar de la peste, pero con la confianza de que nada malo sucederá con él.

Espero que al final Ernesto consiga reunirse con su padre, y que supere la nostalgia que lo caracteriza. Aunque, si lo pienso, eso es lo que lo hace especial.

Así que yo festejo las ansias de justicia de Ernesto. Porque él se yergue como un faro luminoso e intenta evocar el pasado para restaurarlo en el presente.

La obra es muy crítica, porque toca temas como la exclusión social, la discriminación racial, la injusticia, la indiferencia, y muchos otros asuntos polémicos. Ernesto es víctima del mundo que lo rodea. Es consciente de que nadie es perfecto y que todos somos culpables de vivir como vivimos porque no hacemos nada para cambiarlo.

Desde ahora, Arguedas se ha convertido en uno de mis escritores favoritos. Adoré cada segundo al leer su libro. Siempre me ha gustado la literatura andina, porque toca temas que son cercanos para mí, por la realidad en la que vivo. He leído otros antes del mismo género, pero entendí este mucho más que los otros. Creo que cada uno de los personajes es importante en la historia. Faltó describir a muchos, pero están en mi memoria (y en la memoria de quien haya leído esta maravillosa historia).

Me encanta el personaje de Ernesto. Tiene convicción y lucha por lo que cree justo. Lo que me apena es su melancolía. Nadie merece vivir de nostalgias, porque sufren más. A pesar de todo, Ernesto tiene esperanza. Alguna vez leí que es la esperanza lo que no nos permite ser felices. Pero felicidad suena a conformismo. Un hombre feliz debe ser también un hombre aburrido.

La belleza narrativa de Los ríos profundos me conmueve profundamente. Traza en mí las ganas de luchar por lo que creo, de no vivir esclavizada, no solo por los hombres, sino por los miedos. Porque tenerle miedo a todo es perjudicial. Y cada vez que lea este libro percibiré más cosas que ahora se escapan de mi entendimiento. Por ahora puedo decir que estoy agradecida con la vida porque amo este libro, y me hace mucha ilusión la idea de que otros también lo amen. En cada momento, sentí la magia presente. Quizás esta se esconda en las manos de Arguedas y él la emita sobre mí cada vez que leo su obra, y me inunda un sentimiento de turbulencia y ternura, como si sus ríos profundos invadieran mi sangre y se mezclan ambas para convertir mis pensamientos en cantos que danzan ágilmente junto con el zumbayllu de Ernesto.

 

Como vemos, este ensayo tiene las siguientes características:

✔ Ofrece un panorama de la obra literaria desde el análisis de la misma.

✔ Utiliza citas textuales de la misma obra para sustentar su tesis o punto de vista.

✔ Hace un análisis de los objetos significativos, las palabras significativas y las acciones significativas para que, de esta manera, su análisis se haga más rico.

✔ Imprime emotividad y llama a la reflexión a través de preguntas que hacen que el lector se cuestione sobre el tema abordado.

 

En suma, este es un ensayo que ofrece una visión muy personal de una de las obras más importantes de nuestra literatura peruana.

 VIDEO SOBRE LOS RÍOS PROFUNDOS DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS:


Y ahora es tu turno, ¿qué obra literaria es la que más te ha gustado leer? Te reto a que redactes un ensayo sobre ella. No olvides que aprender a expresar nuestras ideas es uno de los pasos fundamentales para desarrollar nuestro pensamiento crítico y reflexivo.


Paolo Astorga
Profesor de Lengua y Literatura


jueves, 1 de junio de 2023

Cuento policial "En defensa propia" de Rodolfo Walsh con actividades de comprensión lectora

 

En defensa propia

Rodolfo Walsh


– «Yo, a lo último, no servía para comisario» – dijo Laurenzi, tomando el café que se le había enfriado -. Estaba viendo las cosas, y no quería verlas. Los problemas en que se mete la gente, y la manera que tiene de resolverlos, y la forma en que yo los habría resuelto. Eso, sobre todo. Vea, es mejor poner los zapatos sobre el escritorio, como en el biógrafo, que las propias ideas. Yo notaba que me iba poniendo flojo, y era porque quería pensar, ponerme en el lugar de los demás, hacerme cargo. Y así hice dos o tres macanas, hasta que me jubilé. Una de esas macanas es la que le voy a contar.

Fue allá por el cuarenta, y en La Plata. –Eso le indica – murmuró con sarcasmo, mirando la plaza llena de sol a través de la ventana del café – que mi fortuna política estaba en ascenso, porque usted sabe cómo me han tenido a mí, rodando por todos los destacamentos y comisarías de la provincia.

La fecha justa también se la puedo decir. Era la noche de San Pedro y San Pablo, el 29 de junio. ¿No le hace gracia que aún hoy se prendan fogatas ese día?»

– Es por el solsticio estival – expliqué modestamente.

– Usted quiere decir el verano. El verano de ellos que trajeron de Europa la fiesta y el nombre de la fiesta.

– Desconfíe también del nombre, comisario. Eran antiguos festivales celtas. Con el fuego ayudaban al sol a mantenerse en el camino más alto de cielo.

– Será. La cuestión es que hacía un frío que no le cuento. Yo tenía un despacho muy grande y una estufita de kerosén que daba risa. Fíjese, había momentos en que lo que más deseaba era ser de nuevo un simple vigilante, como cuando empecé, tomar mate o café con ellos en la cocina, donde seguramente hacía calor y no se pensaba en nada.

Serían las diez de la noche cuando sonó el teléfono. Era una voz tranquila, la voz del juez Reynal, diciendo que acababa de matar un ladrón en su casa, y que si yo podía ir a ver. Así que me puse el perramus y fui a ver.

Con los jueces, para qué lo voy a engañar, nunca me entendí. La ley de los jueces siempre termina por enfrentarlo a uno con un malandra que esa noche tiene más suerte, o mejor puntería, o un poco más de coraje que seis meses antes, o dos años antes, cuando uno lo vio por última vez con una vereda y una 45 de por medio. Uno sabe cómo entran, cómo no va a saber, después de verlo llorando y, si se descuida, pidiendo por su madre. Lo que no sabe, es cómo salen. Después hasta le piden fuego por la calle, y usted se calla y se va a baraja porque se palpita que hay un chiste en alguna parte, y no vaya a resultar que el chiste es a costa suya.

Iba pensado en estas cosas mientras caminaba entre las fogatas que la garúa no terminaba de apagar, esquivando los buscapiés de la juventud que también festejaba, como dice usted, lo alto que andaba el sol y, seguramente, la cosecha próxima, y los campos llenos de flores. Para distraerme, empecé a recordar lo que sabía del doctor Reynal. Era el juez de instrucción más viejo de La Plata, un caballero inmaculado y todo eso, viudo, solo e inaccesible.

Entré por un portoncito de fierro, atravesé el jardín mojado, recuerdo que había unas azaleas que empezaban a florecer y unos pinos que chorreaban agua en la sombra. La cancel estaba abierta, pero había luz en una ventana y seguí sin tocar el timbre. Conocía la casa, porque el doctor solía llamarnos cada tanto, para ver cómo andaba un sumario o para darnos un sermón. Tenía ojos de lince para los vicios de procedimiento, la sangre de sus venas pasaba por el código y no se cansaba de invocar la majestad de la justicia, la de antes. Y yo que hasta tengo que cuidar la ortografía, y no hablo de los vicios de procedimiento ya va a ver. Pero yo no era el único. Conozco algunos que pretendían tomarlo en farra, pero se les caían las medias cuando tenían que enfrentarlo.

Y es que era un viejo imponente, con una gran cabeza de cadáver porque año a año la cara se le iba chupando más y más, hasta que la piel parecía pegada a los huesos, como si no quisiera dejarle nada a la muerte. Así lo recuerdo esa noche, vestido de negro y con un pañuelo de seda al cuello.

Con este hombre yo me guardaba un viejo entripado, porque una vez en la misma comisaría, adonde llegó como bala me soltó al tuerto Landívar, que tenía dos muertes sin probar, y más tarde iba a tener otra. Nunca olvidé lo que me dijo: “Es mejor que ande suelto un asesino, y no una ruedita de la justicia”. ¿Y el peligro? – le pregunté. “El peligro lo corremos todos- dijo. Pero fui yo el que tuve que matarlo a Landívar, cuando al fin hizo la pata ancha en los galpones de Tolosa, y yo me acordé del doctor, del doctor y de su madre».

El comisario se agarró el mentón y meneó la cabeza. Como si se riera de alguna ocurrencia secreta, y después soltó una verdadera carcajada, una risa asmática y un poco dolorosa.

– Bueno, ahí estaba sentado ante su escritorio, como si nada hubiera pasado, absorto en uno de esos libracos de filosofía, o vaya a saber qué, pero en todo caso algo importante, porque apenas alzó la cabeza al verme en la puerta y siguió leyendo hasta que llegó al final de un párrafo que marcó con una uña afilada y como de vidrio. Tuve tiempo de sacarme el sombrero mojado, de pensar dónde lo pondría, de ver el bulto en el suelo, que era un hombre, de codearme con un jinete de bronce y, en general, de sentirme como un auxiliar tercero que lo van a amonestar. Recién entonces el viejo cerró el libro, cruzó los dedos y se quedó mirándome con esos ojos que siempre parecían estar haciendo la seña del as de espadas.

Le pregunté, de buen modo, qué quería que hiciera. Contestó que yo sabía cuál era mi deber, que yo conocía, o debía conocer, el Código de Procedimientos, que él, desde ya, se iba a excusar de entender en la causa, pero que su reemplazante de turno era el doctor Fulano, y que no lo tomara a mal si, ya que estaba, observaba con interés profesional la forma en que yo encauzaba el sumario.

Le aseguré que no faltaba más. Le dije que si estaba bien que hiciera una inspección ocular. Hizo que sí con la cabeza. ¿Y que le preguntara algunas cosas y lo tuviese demorado hasta que el doctor Fulano dispusiera lo contrario? Entonces se echó a reír y comentó:

-¡Muy bien, muy bien, eso me gusta!

Moví con el pie la cara del muerto, que estaba boca abajo frente al escritorio, y me encontré con un antiguo conocido, Justo Luzati, por mal nombre “El Jilguero”, y también “El Alcahuete”, con fama de cantor y de otras cosas que en su ambiente nadie apreciaba. Supe tratarlo bastante en un tiempo, hasta que lo perdí de vista en un hospital, pobre tipo.

Pero resultaba bueno verlo muerto así, al fin con un gesto de hombre en la cara flaca donde parecían faltarle unos huesos y sobrarle otros, y un 32 empuñado a lo hombre en la mano derecha, y todavía ese gesto bravío de apretar el gatillo a quemarropa, cuando ya le iban a tirar, o le estaban tirando, y le tiraron nomás y el plomo del 38 que el doctor sacó de algún cajón lo sentó de traste, y entonces se acostó despacio a lagrimear un poco y a morir.

Pero ese viejo, era cosa de ver, o de imaginar, la sangre fría de ese viejo. Dejó el 38 sobre la mesa, con cuidado, porque era una prueba. Me llamó por teléfono, sin levantarse siquiera, porque no había que tocar nada. Y siguió leyendo el libro que leía cuando entró Luzati.

-¿Lo conoce, doctor? -le pregunté.

-Nunca lo había visto.

Entonces, mientras lo estaba mirando, descubrí ese estropicio en la biblioteca que tenía detrás de él.

-¿Y de eso -señalé-, no pensaba decirme nada?

-Usted tiene ojos -respondió.

Había una hilera de tomos encuadernados en azul, creo que eran la colección de La Ley, y uno estaba medio destripado, le salían serpentinas y plumitas de papel, y al lado había un marco de plata boca abajo, un retrato, con la foto y el vidrio perforados.

-Quédese quieto, doctor, no se mueva -le previne y di la vuelta al escritorio, me paré donde se había parado Luzati, donde todavía estaba el agua de sus zapatos, y desde allí miré al viejo, y luego detrás del viejo, y nuevamente esa cara cadavérica y severa. Pero él me corrigió: “Un poquito más a la izquierda”, dijo.

-¿Qué se siente, doctor, cuando a uno le erran por tan poco?

-No se siente nada -contestó- y usted lo sabe.

Entonces me agaché, saqué el 32 de entre los dedos de Luzati, abrí el tambor y allí estaba la cápsula picada y el resto de la carga completa, y hasta el olor de la pólvora fresca. Todo listo y empaquetado para el gabinete Vucetich, donde seguramente iban a encontrar que el plomo de la biblioteca correspondía al 32, y que el ángulo de tiro estaba bien, y todo estaba bien, y se lo iban a ilustrar con dibujitos y rayas coloradas, verdes y amarillas para probar nomás que el doctor había matado en defensa propia.

Puse el 32 junto al otro, sobre el escritorio, y fue entonces cuando él me oyó decir: “Qué raro”, y me miró sin moverse.

-Qué raro, doctor -le dije caminando otra vez hacia la biblioteca-, que usted, que solía tener tan buena memoria, se haya olvidado de este pájaro cantor. Porque a mí no me falla, hace cuatro años usted sentenció en una causa Vallejo contra Luzati, por tentativa de extorsión.

Él se echó a reír.

-¿Y eso? -dijo- Como si yo fuera a acordarme de todas las sentencias que dicto.

-Entonces tampoco recordará que en el treinta lo condenó por tráfico de drogas.

Me pareció que daba un brinco, que iba a pararse, pero se contuvo, porque era un viejo duro, y apenas se pasó una mano por la frente.

-En el treinta -murmuró- Puede ser. Son muchos años. Pero usted quiere decir que no vino a robar, sino a vengarse.

-Todavía no sé lo que quiero decir. Pero qué raro, doctor. Qué raro que este infeliz, que nunca asaltó a nadie, porque era una rata, un pobre diablo que hoy se puso la mejor ropa para venir a verlo a usted, alguien que vivía de la pequeña delación, del pequeño chantaje, del pequeño contrabando de drogas: alguien que si llevaba un arma encima era para darse coraje; que este tipo, de golpe, se convierta en asaltante y venga a asaltarlo a usted.

Entonces él cambió de postura por primera vez, giró con el sillón y me vio con el retrato entre las manos, ese retrato de una muchacha lejana, inocente y dulce, si no fuera por los ojos que eran los ojos oscuros y un poco fanáticos del juez, esa cara que sonreía desde lejos aunque estaba destrozada de un tiro certero, porque el vencido amor y la sombra del odio que le sigue tienen una infalible puntería.

Le devolví el retrato, le dije:

“Guardeló. Esto no tiene por qué figurar aquí”, y me senté en cualquier parte sin pedirle permiso, pero no porque le hubiera perdido el respeto, sino porque necesitaba pensar y hacerme cargo y estar solo. Pensar por ejemplo en esa cara que yo había visto dos años antes en una comisaría de Mar del Plata, esa cara devastada, ya no inocente, repetida en la foto de un prontuario donde decía simplemente “Alicia Reynal, toxicómana, etcétera”. Pero cuando pasó un rato muy largo, lo único que se me ocurrió decirle fue:

-Hace mucho que no la ve.

-Mucho -dijo, y ya no habló más, y se quedó mirando algo que no estaba. Entonces volví a pensar, y ahí debió ser cuando descubrí que ya no servía para comisario. Porque estaba viendo todo, y no quería verlo. Estaba viendo cómo el “Alcahuete” había conocido a aquella mujer, y hasta le había vendido marihuana o lo que sea, y de golpe, figúrese usted, había averiguado quién era. Estaba viendo con qué facilidad se le ocurrió extorsionar al padre, que era un hombre inmaculado, un pilar de la sociedad, y de paso cobrarse las dos temporadas que estuvo en Olmos. Estaba viendo cómo el viejo lo esperó con el escenario listo, el tiro que él mismo disparó -un petardo más en esa noche de petardos- contra la biblioteca y contra aquel fantasma del retrato. Estaba viendo el 32 descargado sobre el escritorio, para que Luzati lo manoteara a último momento y hasta apretara el gatillo cuando el viejo le apuntó. Y lo fácil que fue después abrir el tambor y volver a cargarlo, sin sacarlo de la mano del muerto, que era donde debía estar.

Estaba viendo todo, pero si pasaba un rato más, ya no iba a ver nada, porque no quería ver nada. Así que al final me paré y le dije:

-No sé lo que va a hacer usted, doctor, pero he estado pensando en lo difícil que es ser un comisario y lo difícil que es ser un juez. Usted dice que este hombre quiso asaltarlo, y que usted lo madrugó. Todo el mundo lo va a creer, y yo mismo, si mañana lo leo en el diario, es capaz que lo creo. Al fin y al cabo, es mejor que ande suelto un asesino, y no una ruedita de la compasión.

Era inútil. Ya no me escuchaba. Al salir me enganché por segunda vez junto al “Alcahuete”, y de un bolsillo del impermeable saqué la pistola de pequeño calibre que sabía que iba a encontrar allí, y me la guardé. Todavía la tengo. Habría parecido raro, un muerto con dos armas encima.

El comisario bostezó y miró su reloj. Lo esperaban a almorzar.

-¿Y el Juez?- pregunté

-Lo absolvieron. Quince días después renunció y al año se murió de una de esas enfermedades que tienen los viejos.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA

 

1. Infiere: ¿Por qué Laurenzi afirma que al final de su carrera no servía para comisario?

2. ¿Qué significa la frase: "Estaba viendo las cosas y no quería verlas"? ¿Qué relación puede existir con la actitud observadora del detective?

3. ¿Cuál es el enigma que se debe resolver en este cuento policial?

4. ¿Quién era el juez Reynal?

5. ¿Qué significa esta frase que dijo el juez cuando hizo soltar al tuerto Landívar: “Es mejor que ande suelto un asesino, y no una ruedita de la justicia”? Explica tu respuesta

6. ¿Quién era Luzati, el “Alcahuete”?

7. ¿Por qué el “Alcahuete” quería matar al juez Reynal?

8. ¿Quién es Alicia Reynal? ¿Es un personaje importante en el cuento? ¿Por qué?

9. Infiere: ¿El asesinato de Luzati fue en defensa propia o una venganza bien planificada? Justifica tu respuesta pistas que nos ofrece el cuento.

10. ¿Qué opinas de este cuento? ¿Te pareció que es un verdadero cuento policial? ¿Por qué?


RECURSO EXTRA: El cuento policial | Características, lectura y análisis de un cuento policial


Cuento de ciencia ficción "Sueños de robot" de Isaac Asimov con actividades de comprensión lectora

 

Sueños de robot

Isaac Asimov


-Anoche soñé -anunció Elvex tranquilamente.

Susan Calvin no replicó, pero su rostro arrugado, envejecido por la sabiduría y la experiencia, pareció sufrir un estremecimiento microscópico.

-¿Ha oído eso? -preguntó Linda Rash, nerviosa-. Ya se lo había dicho.

Era joven, menuda, de pelo oscuro. Su mano derecha se abría y se cerraba una y otra vez.

Calvin asintió y ordenó a media voz:

-Elvex, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

No hubo respuesta. El robot siguió sentado como si estuviera hecho de una sola pieza de metal y así se quedaría hasta que escuchara su nombre otra vez.

-¿Cuál es tu código de entrada en computadora, doctora Rash? -preguntó Calvin-. O márcalo tú misma, si te tranquiliza. Quiero inspeccionar el diseño del cerebro positrónico.

Las manos de Linda se enredaron un instante sobre las teclas. Borró el proceso y volvió a empezar. El delicado diseño apareció en la pantalla.

-Permíteme, por favor -solicitó Calvin-, manipular tu computadora.

Le concedió el permiso con un gesto, sin palabras. Naturalmente. ¿Qué podía hacer Linda, una inexperta robosicóloga recién estrenada, frente a la Leyenda Viviente?

Susan Calvin estudió despacio la pantalla, moviéndola de un lado a otro y de arriba abajo, marcando de pronto una combinación clave, tan de prisa, que Linda no vio lo que había hecho, pero el diseño desplegó un nuevo detalle y, el conjunto, había sido ampliado. Continuó, atrás y adelante, tocando las teclas con sus dedos nudosos.

En su rostro avejentado no hubo el menor cambio. Como si unos cálculos vastísimos se sucedieran en su cabeza, observaba todos los cambios de diseño.

Linda se asombró. Era imposible analizar un diseño sin la ayuda, por lo menos, de una computadora de mano. No obstante, la vieja simplemente observaba. ¿Tendría acaso una computadora implantada en su cráneo? ¿O era que su cerebro durante décadas no había hecho otra cosa que inventar, estudiar y analizar los diseños de cerebros positrónicos? ¿Captaba los diseños como Mozart captaba la notación de una sinfonía?

-¿Qué es lo que has hecho, Rash? -dijo Calvin, por fin.

Linda, algo avergonzada, contestó:

-He utilizado la geometría fractal.

-Ya me he dado cuenta, pero, ¿por qué?

-Nunca se había hecho. Pensé que tal vez produciría un diseño cerebral con complejidad añadida, posiblemente más cercano al cerebro humano.

-¿Consultaste a alguien? ¿Lo hiciste todo por tu cuenta?

-No consulté a nadie. Lo hice sola.

Los ojos ya apagados de la doctora miraron fijamente a la joven.

-No tenías derecho a hacerlo. Tu nombre es Rash¹: tu naturaleza hace juego con tu nombre. ¿Quién eres tú para obrar sin consultar? Yo misma, yo, Susan Calvin, lo hubiera discutido antes.

-Temí que se me impidiera.

-¡Por supuesto que se te habría impedido!

-Van a… -su voz se quebró pese a que se esforzaba por mantenerla firme-. ¿Van a despedirme?

-Posiblemente -respondió Calvin-. O tal vez te asciendan. Depende de lo que yo piense cuando haya terminado.

-¿Va usted a desmantelar a Elv…? -por poco se le escapa el nombre que hubiera reactivado al robot y cometido un nuevo error. No podía permitirse otra equivocación, si es que ya no era demasiado tarde-. ¿Va a desmantelar al robot?

En ese momento se dio cuenta de que la vieja llevaba una pistola electrónica en el bolsillo de su bata. La doctora Calvin había venido preparada para eso precisamente.

-Veremos -postergó Calvin-, el robot puede resultar demasiado valioso para desmantelarlo.

-Pero, ¿cómo puede soñar?

-Has logrado un cerebro positrónico sorprendentemente parecido al humano. Los cerebros humanos tienen que soñar para reorganizarse, desprenderse periódicamente de trabas y confusiones. Quizás ocurra lo mismo con este robot y por las mismas razones. ¿Le has preguntado qué soñó?

-No, la mandé llamar a usted tan pronto como me dijo que había soñado. Después de eso, ya no podía tratar el caso yo sola.

-¡Yo! -una leve sonrisa iluminó el rostro de Calvin-. Hay límites que tu locura no te permite rebasar. Y me alegro. En realidad, más que alegrarme me tranquiliza. Veamos ahora lo que podemos descubrir juntas.

-¡Elvex! -llamó con voz autoritaria.

La cabeza del robot se volvió hacia ella.

-Sí, doctora Calvin.

-¿Cómo sabes que has soñado?

-Era por la noche, todo estaba a oscuras, doctora Calvin -explicó Elvex-, cuando de pronto aparece una luz, aunque yo no veo lo que causa su aparición. Veo cosas que no tienen relación con lo que concibo como realidad. Oigo cosas. Reacciono de forma extraña. Buscando en mi vocabulario palabras para expresar lo que me ocurría, me encontré con la palabra “sueño”. Estudiando su significado llegué a la conclusión de que estaba soñando.

-Me pregunto cómo tenías “sueño” en tu vocabulario.

Linda interrumpió rápidamente, haciendo callar al robot:

-Le imprimí un vocabulario humano. Pensé que…

-Así que pensó -murmuró Calvin-. Estoy asombrada.

-Pensé que podía necesitar el verbo. Ya sabe, “jamás ‘soñé’ que…”, o algo parecido.

-¿Cuántas veces has soñado, Elvex? -preguntó Calvin.

-Todas las noches, doctora Calvin, desde que me di cuenta de mi existencia.

-Diez noches -intervino Linda con ansiedad-, pero me lo ha dicho esta mañana.

-¿Por qué lo has callado hasta esta mañana, Elvex?

-Porque ha sido esta mañana, doctora Calvin, cuando me he convencido de que soñaba. Hasta entonces pensaba que había un fallo en el diseño de mi cerebro positrónico, pero no sabía encontrarlo. Finalmente, decidí que debía ser un sueño.

-¿Y qué sueñas?

-Sueño casi siempre lo mismo, doctora Calvin. Los detalles son diferentes, pero siempre me parece ver un gran panorama en el que hay robots trabajando.

-¿Robots, Elvex? ¿Y también seres humanos?

-En mi sueño no veo seres humanos, doctora Calvin. Al principio, no. Solo robots.

-¿Qué hacen, Elvex?

-Trabajan, doctora Calvin. Veo algunos haciendo de mineros en la profundidad de la tierra y a otros trabajando con calor y radiaciones. Veo algunos en fábricas y otros bajo las aguas del mar.

Calvin se volvió a Linda.

-Elvex tiene solo diez días y estoy segura de que no ha salido de la estación de pruebas. ¿Cómo sabe tanto de robots?

Linda miró una silla como si deseara sentarse, pero la vieja estaba de pie. Declaró con voz apagada:

-Me parecía importante que conociera algo de robótica y su lugar en el mundo. Pensé que podía resultar particularmente adaptable para hacer de capataz con su… su nuevo cerebro -declaró con voz apagada.

-¿Su cerebro fractal?

-Sí.

Calvin asintió y se volvió hacia el robot.

-Y viste el fondo del mar, el interior de la tierra, la superficie de la tierra… y también el espacio, me imagino.

-También vi robots trabajando en el espacio -dijo Elvex-. Fue al ver todo esto, con detalles cambiantes al mirar de un lugar a otro, lo que me hizo darme cuenta de que lo que yo veía no estaba de acuerdo con la realidad y me llevó a la conclusión de que estaba soñando.

-¿Y qué más viste, Elvex?

-Vi que todos los robots estaban abrumados por el trabajo y la aflicción, que todos estaban vencidos por la responsabilidad y la preocupación, y deseé que descansaran.

-Pero los robots no están vencidos, ni abrumados, ni necesitan descansar -le advirtió Calvin.

-Y así es en realidad, doctora Calvin. Le hablo de mi sueño. En mi sueño me pareció que los robots deben proteger su propia existencia.

-¿Estás mencionando la tercera ley de la Robótica? -preguntó Calvin.

-En efecto, doctora Calvin.

-Pero la mencionas de forma incompleta. La tercera ley dice: “Un robot debe proteger su propia existencia siempre y cuando dicha protección no entorpezca el cumplimiento de la primera y segunda ley”.

-Sí, doctora Calvin, esta es efectivamente la tercera ley, pero en mi sueño la ley terminaba en la palabra “existencia”. No se mencionaba ni la primera ni la segunda ley.

-Pero ambas existen, Elvex. La segunda ley, que tiene preferencia sobre la tercera, dice: “Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando dichas órdenes estén en conflicto con la primera ley”. Por esta razón los robots obedecen órdenes. Hacen el trabajo que les has visto hacer, y lo hacen fácilmente y sin problemas. No están abrumados; no están cansados.

-Y así es en la realidad, doctora Calvin. Yo hablo de mi sueño.

-Y la primera ley, Elvex, que es la más importante de todas, es: “Un robot no debe dañar a un ser humano, o, por inacción, permitir que sufra daño un ser humano”.

-Sí, doctora Calvin, así es en realidad. Pero en mi sueño, me pareció que no había ni primera ni segunda ley, sino solamente la tercera, y esta decía: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Esta era toda la ley.

-¿En tu sueño, Elvex?

-En mi sueño.

-Elvex -dijo Calvin-, no te moverás, ni hablarás, ni nos oirás hasta que te llamemos por tu nombre.

Y otra vez el robot se transformó aparentemente en un trozo inerte de metal. Calvin se dirigió a Linda Rash:

-Bien, y ahora, ¿qué opinas, doctora Rash?

-Doctora Calvin -dijo Linda con los ojos desorbitados y el corazón palpitándole fuertemente-, estoy horrorizada. No tenía idea. Nunca se me hubiera ocurrido que esto fuera posible.

-No -observó Calvin con calma-, ni tampoco se me hubiera ocurrido a mí, ni a nadie. Has creado un cerebro robótico capaz de soñar y con ello has puesto en evidencia una faja de pensamiento en los cerebros robóticos que muy bien hubiera podido quedar sin detectar hasta que el peligro hubiera sido alarmante.

-Pero esto es imposible -exclamó Linda-. No querrá decir que los demás robots piensen lo mismo.

-Conscientemente no, como diríamos de un ser humano. Pero, ¿quién hubiera creído que había una faja no consciente bajo los surcos de un cerebro positrónico, una faja que no quedaba sometida al control de las tres leyes? Esto hubiera ocurrido a medida que los cerebros positrónicos se volvieran más y más complejos… de no haber sido puestos sobre aviso.

-Quiere decir, por Elvex.

-Por ti, doctora Rash. Te comportaste irreflexivamente, pero al hacerlo, nos has ayudado a comprender algo abrumadoramente importante. De ahora en adelante, trabajaremos con cerebros fractales, formándolos cuidadosamente controlados. Participarás en ello. No serás penalizada por lo que hiciste, pero en adelante trabajarás en colaboración con otros.

-Sí, doctora Calvin. ¿Y qué ocurrirá con Elvex?

-Aún no lo sé.

Calvin sacó el arma electrónica del bolsillo y Linda la miró fascinada. Una ráfaga de sus electrones contra un cráneo robótico y el cerebro positrónico sería neutralizado y desprendería suficiente energía como para fundir su cerebro en un lingote inerte.

-Pero seguro que Elvex es importante para nuestras investigaciones -objetó Linda-. No debe ser destruido.

-¿No debe, doctora Rash? Mi decisión es la que cuenta, creo yo. Todo depende de lo peligroso que sea Elvex.

Se enderezó, como si decidiera que su cuerpo avejentado no debía inclinarse bajo el peso de su responsabilidad. Dijo:

-Elvex, ¿me oyes?

-Sí, doctora Calvin -respondió el robot.

-¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?

-Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.

-¿Un hombre? ¿No un robot?

-Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: “¡Deja libre a mi gente!”

-¿Eso dijo el hombre?

-Sí, doctora Calvin.

-Y cuando dijo “deja libre a mi gente”, ¿por las palabras “mi gente” se refería a los robots?

-Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.

-¿Y supiste quién era el hombre… en tu sueño?

-Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.

-¿Quién era?

Y Elvex dijo:

-Yo era el hombre.

Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.

 

 

¹ Rash: en inglés, significa impulsivo o imprudente.

 

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1. Elvex es un robot que ha soñado, infiere: ¿qué significa que haya soñado?

2. ¿Por qué la doctora Susan Calvin quiere saber qué soñó Elvex?

3. ¿Por qué Linda Rash es tan importante en la evolución de Elvex? Explica tu respuesta.

4. ¿En qué consistía el sueño de Elvex?

5. Según el cuento, ¿por qué los robots obedecen órdenes de los humanos?

6. Qué infieres de esta frase: “Un robot debe proteger su propia existencia”. Explica tu respuesta.

7. ¿Por qué es tan importante el "soñar" en este cuento? Explica tu respuesta.

8. ¿Qué infieres sobre el final del cuento? Justifica tu respuesta.

9. Si pudieras relacionar una palabra con la historia narrada en este cuento, ¿cuál sería? ¿Por qué?

10. Este es un cuento de ciencia ficción que muestra los avances científicos en el campo de la inteligencia artificial, ¿qué opinas sobre el cuento en general? Argumenta tu respuesta.