Mostrando entradas con la etiqueta fantastico. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fantastico. Mostrar todas las entradas

domingo, 24 de septiembre de 2023

📑DESCARGAR FICHA DE LECTURA DE CUENTOS FANTÁSTICO – PRÁCTICA 1📖


📑DESCARGAR FICHA DE LECTURA DE CUENTOS FANTÁSTICOS – PRÁCTICA 1📖

EL CUENTO FANTÁSTICO

El cuento fantástico es un género literario que se distingue por su capacidad para transportar al lector a mundos extraordinarios y misteriosos, desafiando las leyes de la realidad. Su estructura suele estar marcada por una ambientación cuidadosamente elaborada que crea un escenario enigmático, donde lo irracional y lo sobrenatural se entrelazan con lo cotidiano. La temática del cuento fantástico tiende a explorar los límites de la percepción humana, desafiando la lógica y sus convenciones. A menudo, los personajes se ven confrontados por situaciones inexplicables o fenómenos paranormales, lo que les lleva a cuestionar su cordura y realidad. En esencia, el cuento fantástico es un género que invita al lector a adentrarse en un mundo de ambigüedad, donde lo imposible se convierte en una puerta hacia la reflexión sobre la naturaleza de la existencia y la condición humana.

Atendiendo a la importancia de practicar la comprensión de lectura, les compartimos esta ficha de lectura de CUENTOS FANTÁSTICOS📖👇

Descargar ficha

Descargar solucionario


MIRA ESTE VIDEO PARA APRENDER MÁS SOBRE EL CUENTO POLICIAL:






martes, 30 de mayo de 2023

PRÁCTICA DE LECTURA: Cuento fantástico sobre LA LIBERTAD: "El acto libre" de José Edwards

 

PRÁCTICA DE LECTURA: Cuento fantástico sobre LA LIBERTAD: "El acto libre" de José Edwards
 



 
LECTURA: 
El acto libre
José Edwards
 

La Secretaria privada del Señor X, Director General de la Confederación Internacional de la Producción Universal, entró tímidamente en su privadísimo despacho con una tarjeta en la mano. Se la entregó balbuceando.
-Es un señor que solicita hablar con Ud.
-¡Que vuelva otro día! ¡Estoy ocupado!
-Es que este señor ha estado viniendo, día a día, desde hace ocho meses, don Alcibíades.
-¡Ah! ¿Sí? ¡Y cómo no me lo había dicho antes! ¿De qué se trata?
-No quiere decir. Asegura que es un asunto privado.
X pensó un poco; luego, botando la tarjeta al canasto sin mirarla, decidió:
-Hágalo entrar.
La verdad era que, en ese momento, no tenía nada que hacer.
Casi al instante apareció un viejito semijorobado, con un inmenso cartapacio debajo del brazo. Hizo una reverencia y se sentó frente al inaccesible magnate.
-¿En qué puedo servirle? -rugió X con una voz que estaba a punto de dar por terminada la entrevista.
-En nada.
-¿Cómo en nada?
-Soy yo el que puede servirle a usted; tengo un documento que creo puede interesarle.
En la forma más suave y silenciosa posible, dejó caer un descomunal volumen encima del escritorio.
X se sacó los anteojos; era un recurso que usaba frecuentemente con el objeto de pulverizar a sus interlocutores: su mirada miope tenía una expresión a la vez implacable y penetrante.
-¿Cómo así? -bufó.
-En estas páginas está escrita toda la historia de su vida pasada…
-¡Ah! ¡Chantaje! ¡Yo no invierto dinero en ese tipo de cosas!
-…y también la historia de su vida futura.
-¿De mi vida futura? ¿Está usted loco?
Por toda respuesta, el viejito dio vuelta trabajosamente el pesado tomo, colocándoselo de frente.
-Obsérvelo un poco, si gusta -insinuó.
X abrió el libro con avidez, calándose una vez más los anteojos.
-Puede usted estar seguro que no obtendrá un centavo de mi dinero -estableció, mientras se sumergía voluptuosamente en la lectura.
Hojeó rápidamente las primeras páginas: su niñez, su juventud.
¡Bah! No era difícil informarse de estas cosas con un poco de trabajo. Algunos detalles llegaron a sorprenderlo, sin embargo, en forma golpeante.
¿Cómo había podido alguien llegar a conocer los juegos y fantasías a que él se entregaba a los cuatro años, cuando defecaba interminablemente, sentado en su vieja y olvidada bacinica celeste?
¿Y sus calcomanías? ¿Su sapo de celuloide? ¿Su primera bicicleta? ¡Hasta la marca estaba indicada con acuciosa precisión!
Lo que más le interesaba, sin embargo, eran otras cosas. Ciertos pormenores indiscretos de sucesos ocurridos en su juventud y, muy especialmente, después de su juventud. Todo estaba registrado, por cierto, con lujo de detalles.
En seguida, empezó a hurgar datos referentes a sus negocios: los secretos de su contabilidad.
Después de unos diez o veinte minutos de lectura, su respiración se había hecho difícil y un sudor tibio le humedecía, en forma desagradable, la frente, el cuello y hasta la barriga. ¡Aquel libro era una verdadera bomba!
De pronto lo cerró y volvió a sacarse mecánicamente los anteojos, pero se los puso de nuevo enseguida.
-Su libro no me interesa -declaró enfáticamente, esperando aterrado la reacción de su adversario.
Pero el jorobado viejito no se inmutó, sacando, a modo de réplica, un segundo volumen de su cartapacio; se trataba de un documento bastante más reducido.
-Aquí puede leer usted un poco de su futuro.
-¿De mi futuro?
-Bueno, tal vez ya ha dejado de serlo. Es la breve historia de lo ocurrido entre usted y yo, desde que entré a esta oficina.
X abrió el segundo libro, esta vez sin hacer ningún comentario.
Después de leer algunos párrafos, dejó de sudar bruscamente, un frío intenso empezó a recorrer su cuerpo y, sin poder evitarlo, se puso a temblar como una gallina.
¿Qué significaba todo aquello? ¿Acaso se estaba volviendo loco?
El libro estaba allí, no obstante, sólido y tangible, y las letras se destacaban claramente sobre el papel. Sus últimas palabras, las que acababa de pronunciar, aparecieron escritas en letras de molde, como también sus últimos pensamientos, el orden exacto de su reciente lectura, sus sensaciones aun frescas y hasta la descripción detallada de cómo y cuándo se había quitado y colocado los anteojos.
Sin saber qué hacer, procedió a soltarse un poco la corbata y, en ese mismo instante, pensó con horror que este gesto suyo estaría ya escrito, con toda seguridad, en las primeras páginas del último volumen que el viejo conservaba dentro del cartapacio.
Entonces, se enfureció de golpe. ¿Acaso era posible, después de todo, que él no fuera otra cosa que un muñeco, un esclavo o un títere, en manos de ese viejo infeliz? ¿Que todos sus actos pasados, presentes y futuros, estuvieran de antemano ordenados y escritos en ese ridículo libraco?
Sin pensar qué hacía, se lanzó sobre su anciano visitante, procurando arrebatarle por la fuerza el último tomo. El viejo se defendió en forma obstinada, produciéndose entre ambos una especie de pugilato o forcejeo un tanto indecoroso que se prolongó por varios minutos, durante los cuales, afortunadamente, no sonó el teléfono ni entró nadie a la oficina.
A pesar de su aspecto frágil, el viejo poseía un insospechado caudal de energía física; pero X era por lo menos veinte años más joven, treinta o cuarenta kilos más pesado y, además, luchaba por algo que le pertenecía: su futuro, su vida y su libertad. Uno por uno fue torciendo los dedos del anciano, hasta obligarlo a soltar el pesadísimo volumen.
Por fin, ya triunfante, volvió a sentarse como si nada hubiera ocurrido, dando comienzo a su tercera y última lectura.
La historia se iniciaba, como lo había sospechado, con el asunto de la corbata. Luego se refería a la sospecha misma que había cruzado su mente: que aquello ya estaba escrito. Enseguida consignaba su furia y el acto ciego de arrojarse sobre el viejo.
Después, narraba con increíble fidelidad todos los detalles del silencioso combate, su victoria final y la iniciación de la lectura.
La página siguiente describía la lectura misma, y la subsiguiente la segunda lectura.
Y así continuó X, página tras página, leyendo la precisa descripción de cómo leía: corbata – sospecha – furia – pugilato – victoria – lectura – corbata.
Un obscuro instinto le decía que, si abandonaba el libro por un momento, éste empezaría a actuar por su cuenta, es decir a impartirle órdenes y a dominarlo. Por otra parte, si lo destruía sin leerlo, quedaría para siempre esclavizado a él: no podría dejar de pensar que, cualquier cosa que hiciera en el futuro, buena o mala, disparatada o sensata, ya habría estado escrita y anunciada en alguna de sus páginas.
Su única defensa parecía consistir, por lo tanto, en seguir aferrado al texto, sin dejar pasar una letra, una sílaba o una coma. Abrigaba, tal vez, la insensata esperanza de vencerlo por la velocidad, o sea, de leer con tal rapidez que pudiera en un momento dado llegar antes que él al futuro. En esta forma lograría, por fin, contradecirlo, ejecutando el ansiado Acto Libre o liberador.
El libro parecía adaptarse, sin embargo, al ritmo de la lectura, con la automática precisión de un reflejo o una sombra, mientras más rápidamente leía más rápidamente lo informaba de cómo había leído y con cuánta rapidez. Si, haciendo una trampa, se saltaba una o varias páginas, el libro ejecutaba el mismo salto, a la manera de un steeplechase o carrera de obstáculos; al explorar la última página, lo único que encontraba era el hecho ya conocido de que la había explorado y, si volvía atrás, leía que había vuelto atrás.
Después de un lapso no determinado, el viejito, vencido tal vez por el aburrimiento, se retiró en puntillas quién sabe hacia dónde y no ha vuelto a vérsele más.
En cuanto a X, por todo lo que sabemos, continúa leyendo o leyéndose leer, apresado en la trampa de su propia libertad, o de su propia clarividencia, sin atreverse a pestañear o a mover los ojos del texto, hasta el día de hoy.
 


PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1. ¿Cómo es la actitud del señor X?
2. Infiere: Qué significa la expresión “¡Aquel libro era una verdadera bomba!” Explica tu respuesta.
3. Interpreta: ¿Qué significado simbólico tienen los libros que le trajo el viejo al señor X? Justifica tu respuesta.
4. Qué infieres de esta parte del cuento: “Un obscuro instinto le decía que, si abandonaba el libro por un momento, éste empezaría a actuar por su cuenta, es decir a impartirle órdenes y a dominarlo. Por otra parte, si lo destruía sin leerlo, quedaría para siempre esclavizado a él: no podría dejar de pensar que, cualquier cosa que hiciera en el futuro, buena o mala, disparatada o sensata, ya habría estado escrita y anunciada en alguna de sus páginas”. Explica tu respuesta.
5. ¿Qué quiere decir que el señor X está “apresado en la trampa de su propia libertad”? Explica tu respuesta.
6. ¿Cuál es el mensaje que nos quiere dar este cuento? Justifica tu respuesta.
7. Reflexiona: ¿Qué crees que debería hacer el señor X para solucionar su problema? ¿Por qué? Justifica tu respuesta.

jueves, 30 de junio de 2022

Cuento "La casa de Asterión" de Jorge Luis Borges con actividades de comprensión lectora

 

La casa del Asterión

Jorge Luis Borges


Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.

Apolodoro: Biblioteca, III, I

 

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

 

De El Aleph (1949)

Glosario:

✔ Misantropía: Aversión al género humano y al trato con otras personas.

✔ Bizarro: Extraño, raro.

✔ Plebe: Pueblo, vulgo.

✔  Toscas: Groseras.

✔ Triviales: Superficiales.

✔  Redentor: Salvador. 

 

LECTURA COMPLEMENTARIA:

Teseo y el minotauro

Hace miles de años, la isla de Creta era go­bernada por un rey llamado Minos. Eran tiem­pos de prosperidad y riqueza. El poder del so­berano se extendía sobre muchas islas del mar Egeo. Minos llevaba muchos años en el gobierno cuando recibió la terrible noticia de que su hijo había sido asesinado en Atenas. Su ira no se hizo esperar. Reunió al ejército y declaró la guerra contra los atenienses.

Atenas, en aquel tiempo, era aún una ciudad pequeña y no pudo hacer frente al ejército de Mi­nos. Por eso envió a sus embajadores a convenir la paz con el rey cretense. Minos los recibió y les dijo que aceptaba no destruir Atenas, pero que ellos debían cumplir con una condición: enviar a catorce jóvenes, siete varones y siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al minotauro.

En el palacio de Minos había un inmenso laberinto, con cientos de salas, pasillos y gale­rías. Era tan grande que, si alguien entraba en él, jamás encontraba la salida. Dentro del laberinto vivía el minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Cada luna nueva, los creten­ses debían internar a un hombre en el laberinto para que el monstruo lo devorara.

 

Cuando se enteraron de la condición que ponía Minos, los atenienses se estremecieron. No tenían alternativa. Si se negaban, los creten­ses destruirían la ciudad y muchos morirían. Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.

En Creta, los jóvenes estaban alojados en una casa a la espera del día en que el primero de ellos fuera arrojado al minotauro. Durante esos días, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor de

Minos. Ariadna se enamoró de él y decidió ayu­darlo a matar al monstruo y salir del laberinto. Por eso le dio una espada y un ovillo de hilo que debía atar a la entrada y desenrollar por el cami­no para encontrar luego la salida.

Ariadna le pidió a Teseo que le prometie­ra que si lograba matar al Minotauro, la llevaría luego con él a Atenas, ya que el rey jamás le per­donaría haberlo ayudado. Llegó el día en que el primer ateniense debía ser entregado al mino­tauro. Teseo pidió ser él quien marchara hacia el laberinto. Una vez allí, ató una de las puntas del ovillo a una piedra y comenzó a adentrarse por los pasillos y las galerías, A cada paso aumenta­ba la oscuridad. El silencio era total hasta que, de pronto, comenzó a escuchar a lo lejos unos reso­plidos como de toro. El ruido era cada vez mayor.

Por un momento Teseo sintió deseos de escapar. Pero se sobrepuso al miedo e ingresó a una gran sala. Allí estaba el minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había imagi­nado. Sus mugidos llenos de ira eran ensorde­cedores. Cuando el monstruo se abalanzó sobre Teseo, este pudo clavarle la espada. El minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.

Cuando Teseo logró reponerse, tomó el ovi­llo y se dirigió hacia la entrada. Allí lo esperaba Ariadna, quien lo recibió con un abrazo. Al ente­rarse de la muerte del minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver a su pa­tria.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1.     ¿Por qué Asterión asevera que no es un prisionero?

2.     ¿Cómo califica Asterión las acusaciones que se formulan ante él? ¿Por qué?

3.     ¿Cómo se comportaba la gente cuando veía a Asterión

4.     En el final del cuento se menciona una espada de broce, ya sin “vestigios de sangre”. También el hecho de que el minotauro “apenas se defendió”. ¿Qué se puede inferir de esto con respecto a Teseo y el minotauro? Fundamenta tu respuesta

5.     ¿La libertad es un valor tan alto como lo sugiere Asterión? Fundamenta tu respuesta en 3 líneas

6.     Paralelos: ¿Cuáles son las diferencias respecto a la historia de “La casa del Asterión” y “Teseo y el minotauro”?

7.     ¿Qué diferencias entre la personalidad de Teseo y la de Asterión?

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1.     Crea un cuento de una cara sobre un monstruo. El cuento debe estar en primera persona (el narrador será el monstruo) y debe ser muy creativo y detallado en la narración. Se sugiere tomar el ejemplo de “La casa del Asterión” para lograrlo. No olvides ser original en el título.

martes, 7 de junio de 2022

Cuento "Un señor muy viejo con unas alas enormes" de Gabriel García Márquez con actividades de comprensión lectora

 

Un señor muy viejo con unas alas enormes

Gabriel García Márquez


Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos al mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas.

         Asustado por aquella pesadilla, Pelayo corrió en busca de Elisenda, su mujer, que estaba poniéndole compresas al niño enfermo, y la llevó hasta el fondo del patio. Ambos observaron el cuerpo caído con un callado estupor. Estaba vestido como un trapero. Le quedaban apenas unas hilachas descoloridas en el cráneo pelado y muy pocos dientes en la boca, y su lastimosa condición de bisabuelo ensopado lo había desprovisto de toda grandeza. Sus alas de gallinazo grande, sucias y medio desplumadas, estaban encalladas para siempre en el lodazal. Tanto lo observaron, y con tanta atención, que Pelayo y Elisenda se sobrepusieron muy pronto del asombro y acabaron por encontrarlo familiar. Entonces se atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de navegante. Fue así como pasaron por alto el inconveniente de las alas, y concluyeron con muy buen juicio que era un náufrago solitario de alguna nave extranjera abatida por el temporal. Sin embargo, llamaron para que lo viera a una vecina que sabía todas las cosas de la vida y la muerte, y a ella le bastó con una mirada para sacarlos del error.

         — Es un ángel –les dijo—. Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia.

         Al día siguiente todo el mundo sabía que en casa de Pelayo tenían cautivo un ángel de carne y hueso. Contra el criterio de la vecina sabia, para quien los ángeles de estos tiempos eran sobrevivientes fugitivos de una conspiración celestial, no habían tenido corazón para matarlo a palos. Pelayo estuvo vigilándolo toda la tarde desde la cocina, armado con un garrote de alguacil, y antes de acostarse lo sacó a rastras del lodazal y lo encerró con las gallinas en el gallinero alumbrado. A media noche, cuando terminó la lluvia, Pelayo y Elisenda seguían matando cangrejos. Poco después el niño despertó sin fiebre y con deseos de comer. Entonces se sintieron magnánimos y decidieron poner al ángel en una balsa con agua dulce y provisiones para tres días, y abandonarlo a su suerte en altamar. Pero cuando salieron al patio con las primeras luces, encontraron a todo el vecindario frente al gallinero, retozando con el ángel sin la menor devoción y echándole cosas de comer por los huecos de las alambradas, como si no fuera una criatura sobrenatural sino un animal de circo.

         El padre Gonzaga llegó antes de las siete alarmado por la desproporción de la noticia. A esa hora ya habían acudido curiosos menos frívolos que los del amanecer, y habían hecho toda clase de conjeturas sobre el porvenir del cautivo. Los más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y sabios que se hicieran cargo del Universo. Pero el padre Gonzaga, antes de ser cura, había sido leñador macizo. Asomado a las alambradas repasó un instante su catecismo, y todavía pidió que le abrieran la puerta para examinar de cerca de aquel varón de lástima que más parecía una enorme gallina decrépita entre las gallinas absortas. Estaba echado en un rincón, secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de fruta y las sobras de desayunos que le habían tirado los madrugadores. Ajeno a las impertinencias del mundo, apenas si levantó sus ojos de anticuario y murmuró algo en su dialecto cuando el padre Gonzaga entró en el gallinero y le dio los buenos días en latín. El párroco tuvo la primera sospecha de impostura al comprobar que no entendía la lengua de Dios ni sabía saludar a sus ministros. Luego observó que visto de cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable estaba de acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. Entonces abandonó el gallinero, y con un breve sermón previno a los curiosos contra los riesgos de la ingenuidad. Les recordó que el demonio tenía la mala costumbre de recurrir a artificios de carnaval para confundir a los incautos. Argumentó que si las alas no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles. Sin embargo, prometió escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final viniera de los tribunales más altos.

         Su prudencia cayó en corazones estériles. La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.

         Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.

         El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena. Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.

         El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas. Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco.

         Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla. Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.

         Los dueños de la casa no tuvieron nada que lamentar. Con el dinero recaudado construyeron una mansión de dos plantas, con balcones y jardines, y con sardineles muy altos para que no se metieran los cangrejos del invierno, y con barras de hierro en las ventanas para que no se metieran los ángeles. Pelayo estableció además un criadero de conejos muy cerca del pueblo y renunció para siempre a su mal empleo de alguacil, y Elisenda se compró unas zapatillas satinadas de tacones altos y muchos vestidos de seda tornasol, de los que usaban las señoras más codiciadas en los domingos de aquellos tiempos. El gallinero fue lo único que no mereció atención. Si alguna vez lo lavaron con creolina y quemaron las lágrimas de mirra en su interior, no fue por hacerle honor al ángel, sino por conjurar la pestilencia de muladar que ya andaba como un fantasma por todas partes y estaba volviendo vieja la casa nueva. Al principio, cuando el niño aprendió a caminar, se cuidaron de que no estuviera cerca del gallinero. Pero luego se fueron olvidando del temor y acostumbrándose a la peste, y antes de que el niño mudara los dientes se había metido a jugar dentro del gallinero, cuyas alambradas podridas se caían a pedazos. El ángel no fue menos displicente con él que con el resto de los mortales, pero soportaba las infamias más ingeniosas con una mansedumbre de perro sin ilusiones. Ambos contrajeron la varicela al mismo tiempo. El médico que atendió al niño no resistió la tentación de auscultar al ángel, y encontró tantos soplos en el corazón y tantos ruidos en los riñones, que no le pareció posible que estuviera vivo. Lo que más le asombró, sin embargo, fue la lógica de sus alas. Resultaban tan naturales en aquel organismo completamente humano, que no podía entender por qué no las tenían también los otros hombres.

         Cuando el niño fue a la escuela, hacía mucho tiempo que el sol y la lluvia habían desbaratado el gallinero. El ángel andaba arrastrándose por acá y por allá como un moribundo sin dueño. Lo sacaban a escobazos de un dormitorio y un momento después lo encontraban en la cocina. Parecía estar en tantos lugares al mismo tiempo, que llegaron a pensar que se desdoblaba, que se repetía a sí mismo por toda la casa, y la exasperada Elisenda gritaba fuera de quicio que era una desgracia vivir en aquel infierno lleno de ángeles. Apenas si podía comer, sus ojos de anticuario se le habían vuelto tan turbios que andaba tropezando con los horcones, y ya no le quedaban sino las cánulas peladas de las últimas plumas. Pelayo le echó encima una manta y le hizo la caridad de dejarlo dormir en el cobertizo, y sólo entonces advirtieron que pasaba la noche con calenturas delirantes en trabalenguas de noruego viejo. Fue esa una de las pocas veces en que se alarmaron, porque pensaban que se iba a morir, y ni siquiera la vecina sabia había podido decirles qué se hacía con los ángeles muertos.

         Sin embargo, no sólo sobrevivió a su peor invierno, sino que pareció mejor con los primeros soles. Se quedó inmóvil muchos días en el rincón más apartado del patio, donde nadie lo viera, y a principios de diciembre empezaron a nacerle en las alas unas plumas grandes y duras, plumas de pajarraco viejo, que más bien parecían un nuevo percance de la decrepitud. Pero él debía conocer la razón de estos cambios, porque se cuidaba muy bien de que nadie los notara, y de que nadie oyera las canciones de navegantes que a veces cantaba bajo las estrellas. Una mañana, Elisenda estaba cortando rebanadas de cebolla para el almuerzo, cuando un viento que parecía de alta mar se metió en la cocina. Entonces se asomó por la ventana, y sorprendió al ángel en las primeras tentativas del vuelo. Eran tan torpes, que abrió con las uñas un surco de arado en las hortalizas y estuvo a punto de desbaratar el cobertizo con aquellos aletazos indignos que resbalaban en la luz y no encontraban asidero en el aire. Pero logró ganar altura. Elisenda exhaló un suspiro de descanso, por ella y por él, cuando lo vio pasar por encima de las últimas casas, sustentándose de cualquier modo con un azaroso aleteo de buitre senil. Siguió viéndolo hasta cuando acabó de cortar la cebolla, y siguió viéndolo hasta cuando ya no era posible que lo pudiera ver, porque entonces ya no era un estorbo en su vida, sino un punto imaginario en el horizonte del mar.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

I. IDENTIFICAMOS ASPECTOS LITERALES DEL CUENTO:

1. ¿A causa de qué se pensaba que estaba enfermo el niño?

2. ¿Qué hecho inesperado sucede en el cuento?

3. ¿Qué pensaron en un primer momento Pelayo y Elisenda sobre el ser que tenían ante ellos?

4. ¿Qué dice la vecina y el padre Gonzaga sobre el supuesto ángel?

-Vecina:

-Padre:

5. ¿Qué hacen Pelayo y Elisenda con el ángel?

6. ¿Qué sucede al final del cuento?

 

II. INFERIMOS SOBRE EL CONTENIDO DEL CUENTO:

1. Qué significa la frase “El mundo estaba triste desde el martes.”

a)     Que había mucha tristeza en el pueblo

b)    Que llovía desde el martes

c)     Que habían disminuido la cantidad de cangrejos

d)    Que todo era oscuridad

 

2. ¿Por qué dice la vecina que el ángel venía por el niño de Pelayo y Elisenda?


3. ¿Por qué crees que Pelayo estaba vigilando al ángel con un garrote?

a)     Porque el ángel quizás era un demonio

b)    Porque la vecina era muy sabia y siguió su consejo

c)     Temía por la integridad de su hijo

d)    Porque hay que tener mucho cuidado con los ángeles

 

4. Inferimos que donde ocurre la historia es:

a)     Un lugar cercano al mar

b)    Un desierto

c)     Un territorio fantástico

d)    Un campo de la sierra

 

5. La gente paga por ver al hombre con alas como si se tratara de un espectáculo, ¿por qué será que esto pasa?

 

III. JUSTIFICAMOS NUESTRA RESPUESTA:

Lee las siguientes afirmaciones y luego escriba SÍ o NO en el paréntesis y luego explica tu respuesta.

Ø  Los habitantes del pueblo eran muy religiosos                (       )

Explicación:

 

Ø  Los habitantes del pueblo tenían un alto nivel educativo.      (        )

Explicación:

 

Ø  El narrador del cuento es protagonista.     (           )

Explicación:


Ø  El viejo se había convertido en un espectáculo por su rareza (        )

Explicación:

 

 

IV. INTERPRETAMOS, OPINAMOS Y VALORAMOS EL TEXTO:

1. ¿Qué crees que simboliza el supuesto ángel del cuento? Justifica tu respuesta

2. ¿Qué opinas de la actitud del pueblo frente al supuesto ángel? Justifica

 

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1. Crea un cuento sobre un hecho sobrenatural o inesperado. No olvides ser creativo y original.

viernes, 3 de junio de 2022

Cuento "La muerte" de Enrique Anderson Imbert con actividades de comprensión lectora

 

La muerte

Enrique Anderson Imbert

 

La muerte - Enrique Anderson Imbert

La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.

-¿Me llevas? Hasta el pueblo no más -dijo la muchacha.

-Sube -dijo la automovilista. Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.

-Muchas gracias -dijo la muchacha con un gracioso mohín- pero ¿no tienes miedo de levantar por el camino a personas desconocidas? Podrían hacerte daño. ¡Esto está tan desierto!

-No, no tengo miedo.

-¿Y si levantaras a alguien que te atraca?

-No tengo miedo.

-¿Y si te matan?

-No tengo miedo.

-¿No? Permíteme presentarme -dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa-. Soy la Muerte, la M-u-e-r-t-e.

La automovilista sonrió misteriosamente.

En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1. ¿Por qué este cuento lleva por título La muerte?

2. ¿Cuál es el hecho fantástico o sobrenatural que ocurre en el cuento?

3. ¿Qué partes del cuento nos dice que este es un cuento de temática fantástica o sobrenatural? Indícalas y explícalas.

4. ¿Por qué la automovilista no tiene miedo de llevar a una extraña en su auto?

5. La palabra “ironía” se define como: “Situación o hecho que resulta ser totalmente contrario a lo que se esperaba o que marca un fuerte contraste con ello”. Según el cuento, ¿existe un elemento de ironía en la historia que se narra? ¿Por qué?

6. ¿Qué opinas sobre este cuento? Justifica tu respuesta.

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

Crea un microrrelato en donde abordes un tema fantástico o sobrenatural. Tu historia debe tener un giro narrativo inesperado en el desenlace.

lunes, 30 de mayo de 2022

Cuento "Si hubiera sospechado lo que se oye" de Oliverio Girondo con actividades de comprensión lectora

 

Si hubiera sospechado lo que se oye

Oliverio Girondo


Si hubiera sospechado lo que se oye después de muerto, no me suicido.

Apenas se desvanece la musiquita que nos echó a perder los últimos momentos y cerramos los ojos para dormir la eternidad, empiezan las discusiones y las escenas de familia.

¡Qué desconocimiento de las formas! ¡Qué carencia absoluta de compostura! ¡Qué ignorancia de lo que es bien morir!

Ni un conventillo de calabreses malcasados, en plena catástrofe conyugal, daría una noción aproximada de las bataholas que se producen a cada instante.

Mientras algún vecino patalea dentro de su cajón, los de al lado se insultan como carreros, y al mismo tiempo que resuena un estruendo a mudanza, se oyen las carcajadas de los que habitan en la tumba de enfrente.

Cualquier cadáver se considera con el derecho de manifestar a gritos los deseos que había logrado reprimir durante toda su existencia de ciudadano, y no contento con enterarnos de sus mezquindades, de sus infamias, a los cinco minutos de hallarnos instalados en nuestro nicho, nos interioriza de lo que opinan sobre nosotros todos los habitantes del cementerio.

De nada sirve que nos tapemos las orejas. Los comentarios, las risitas irónicas, los cascotes que caen de no se sabe dónde, nos atormentan en tal forma los minutos del día y del insomnio, que nos dan ganas de suicidarnos nuevamente.

Aunque parezca mentira -esas humillaciones- ese continuo estruendo resulta mil veces preferible a los momentos de calma y de silencio.

Por lo común, estos sobrevienen con una brusquedad de síncope. De pronto, sin el menor indicio, caemos en el vacío. Imposible asirse a alguna cosa, encontrar una a que aferrarse. La caída no tiene término. El silencio hace sonar su diapasón. La atmósfera se rarifica cada vez más, y el menor ruidito: una uña, un cartílago que se cae, la falange de un dedo que se desprende, retumba, se amplifica, choca y rebota en los obstáculos que encuentra, se amalgama con todos los ecos que persisten; y cuando parece que ya va a extinguirse, y cerramos los ojos despacito para que no se oiga ni el roce de nuestros párpados, resuena un nuevo ruido que nos espanta el sueño para siempre.

¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1. ¿Quién es el personaje principal?

2. ¿En dónde se desarrollan los acontecimientos del relato?

3. ¿Qué es lo que le molesta al protagonista? ¿Por qué?

4. Qué infieres de la expresión final del protagonista: "¡Ah, si yo hubiera sabido que la muerte es un país donde no se puede vivir!" Justifica tu respuesta tu respuesta.

5. ¿Qué relación existe entre la palabra "silencio" y el cuento narrado?

6. ¿Cuál es el mensaje que nos quiere dar el autor con este cuento? Justifica tu respuesta.

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1. Crea un cuento breve en donde relates tu propia visión de lo que sería la vida después de la muerte.