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viernes, 24 de septiembre de 2021

Fragmento de "Madame Bovary" de Gustave Flaubert con actividades de comprensión lectora

 

Madame Bovary

(fragmento)

Gustave Flaubert

Madame Bovary narra la historia de Emma, una mujer casada con un médico muy bondadoso, pero sin grandes ambiciones. En una desesperada búsqueda de lo que ella cree que es la felicidad, cae en manos de Rodolfo, un hombre sin escrúpulos, quien finge amarla para jugar con ella. Emma, engañada y entusiasmada, decide huir con él. Pero Rodolfo no está muy convencido.

 

Al llegar al plazo señalado para la fuga, Rodolfo pidió una prórroga de dos semanas, a fin de ultimar ciertos asuntos; después, al cabo de ocho días, pidió otra de quince; luego se fingió enfermo; tras de esto emprendió un viaje; transcurrió el mes de agosto, y después de todos estos retrasos acordaron que la fuga tuviera lugar irrevocablemente el lunes 4 de septiembre.

Llegó al fin el sábado, antevíspera de la marcha.

Rodolfo se presentó por la noche antes de la hora acostumbrada.

-¿Está todo listo? -preguntó Emma.

-Sí.

Entonces rodearon el jardín y fueron a sentarse cerca del terraplén, junto a la tapia.

-Estás triste -dijo Emma.

-No, ¿por qué he de estarlo?

Y la miraba, al decir esto, extrañamente y de muy tierna manera.

-¿Acaso porque te vas a marchar? ¿Porque abandonas tus afectos, tu vida? ¡Ah! Ya comprendo... Yo no tengo nada en el mundo... Tú lo eres todo para mí. También yo lo seré todo para ti; seré tu familia, tu patria; te cuidaré, te amaré.

-¡Qué encantadora eres! -dijo estrechándola entre sus brazos.

-¿De veras? -preguntó ella con voluptuosa sonrisa-. ¿Me amas? ¡Júramelo!

-¿Que si te amo? ¿Que si te amo? ¡Te adoro, amor mío!

La luna, empurpurada y redonda surgía, a ras del suelo, en el fondo de la pradera y ascendía prestamente, entre las ramas de los álamos, que de trecho en trecho y a modo de agujereada y negra cortina la ocultaban. Luego, resplandeciente de blancura, apareció en el desierto cielo por ella iluminado; entonces dejó caer sobre el río un largo y centelleante reguero de luz. (...)

-¡Oh! ¡Qué hermosa noche! -dijo Rodolfo.

-¡De otras como ésta gozaremos! -repuso Emma.

Y como hablándose a sí misma, añadió:

-Sí, será delicioso viajar... Sin embargo, estoy triste. ¿Por qué? ¿Es el miedo a lo desconocido?... ¿El abandono de las viejas costumbres?... ¿O más bien...? ¡No! ¡Es el exceso de felicidad! ¡Qué débil soy! ¿No es cierto? Perdóname.

-Aún es tiempo -exclamó Rodolfo-. Reflexiona; quizá te arrepientas.

-¡Jamás! -dijo impetuosamente la de Bovary.

Y acercándose a él:

-¿Qué desgracia puede sobrevenirme? ¡No hay desierto, ni precipicio, ni océano que no esté dispuesta a atravesar contigo! El lazo que nos une, a medida que más vivamos juntos, será como un abrazo cada día más estrecho, más completo. No habrá nada -cuidados ni obstáculos- que nos turbe. Viviremos solos el uno para el otro eternamente... Habla, respóndeme.

-¡Sí!... ¡Sí! -respondía, a intervalos regulares, Rodolfo.

Emma había hundido sus manos en los cabellos de él, y, a pesar de sus lágrimas, repetía con infantil acento:

-¡Rodolfo! ¡Rodolfo!... ¡Oh, mi querido Rodolfito!

Dieron las doce.

-¡Las doce! -dijo Emma-. ¡Otro día más! ¡Aún falta uno!

Rodolfo se levantó para marcharse, y como si el gesto que hiciera fuese la señal de la fuga, Emma, de pronto, con aire jovial dijo:

-¿Tienes los pasaportes?

-Sí.

-¿No olvidas nada?

-No.

-¿Estás seguro?

-Segurísimo.

-En el hotel de Provenza me esperarás a las doce, ¿no es cierto?

Él asintió con la cabeza.

-¡Hasta mañana pues! -dijo Emma tras de una última caricia.

Y lo miró alejarse.

Rodolfo no volvía la cabeza. Corrió hacia él, e inclinándose, a orilla del río, por entre los matorrales:

-¡Hasta mañana! -exclamó.

Rodolfo se encontraba ya en la orilla opuesta y avanzaba por la pradera.

Pasado un momento, Boulanger se detuvo, y cuando la vio desvanecerse en la sombra, con su blanco vestido, igual a un fantasma, fue tal su conmoción, que hubo de apoyarse en un árbol para no caer.

-¡Qué imbécil soy! -dijo lanzando un juramento espantoso-. Pero, ¡qué importa! ¡Ha sido una querida preciosa!

Y al punto la belleza de Emma, con todos los placeres de aquel amor, reaparecieron en su memoria. En un principio se enterneció; pero luego se revolvió contra ella.

-Porque, en resumidas cuentas -exclamaba gesticulando-, yo no puedo expatriarme y cargar con una criatura.

Se decía tales cosas para afirmarse más en sus propósitos.

-Y además, las molestias, los gastos... Nada, nada; ¡no y mil veces no! Sería un solemnísimo disparate.

 

Apenas llegó a casa, Rodolfo se sentó bruscamente a su mesa de despacho, bajo la cabeza de ciervo que, como trofeo, colgaba de la pared.

Pero, ya con la pluma entre los dedos, no se le ocurrió nada, de modo que, apoyándose en los dos codos, se puso a reflexionar. Emma le parecía alejada en un pasado remoto, como si la resolución que él había tomado acabase de poner entre los dos, de pronto, una inmensa distancia.

A fin de volver a tener en sus manos algo de ella, fue a buscar al armario, en la cabecera de su cama, una vieja caja de galletas de Reims donde solía guardar sus cartas de mujeres, y salió de ella un olor a polvo húmedo y a rosas marchitas. Primero vio un pañuelo de bolsillo, cubierto de gotitas pálidas. Era un pañuelo de ella, de una vez que había sangrado por la nariz, yendo de paseo; él ya no se acordaba. Cerca, tropezando en todas las esquinas, estaba la miniatura que le había dado Emma; su atavío le pareció pretencioso y su mirada de soslayo, del más lastimoso efecto; después, a fuerza de contemplar aquella imagen y de evocar el recuerdo del modelo, los rasgos de Emma se confundieron poco a poco en su memoria, como si el rostro vivo y el rostro pintado, frotándose el uno contra el otro, se hubieran borrado recíprocamente. Por fin leyó cartas suyas; estaban llenas de explicaciones relativas a su viaje, cortas, técnicas y apremiantes como cartas de negocios. Quiso ver de nuevo las largas, las de antes; para encontrarlas en el fondo de la caja, Rodolfo revolvió todas las demás; y maquinalmente se puso a buscar en aquel montón de papeles y de cosas, y encontró mezclados ramilletes, una liga, un antifaz negro, alfileres y mechones de pelo, castaños, rubios; algunos, incluso, enredándose en el herraje de la caja, se rompían cuando se abría.

Vagando entre sus recuerdos, examinaba la letra y el estilo de las cartas, tan variadas como sus ortografías. Eran tiernas o joviales,  chistosas, melancólicas; las había que pedían amor y otras que pedían dinero. A propósito de una palabra, recordaba caras, ciertos gestos, un tono de voz; algunas veces, sin embargo, no recordaba nada.

En efecto, aquellas mujeres, que acudían a la vez a su pensamiento, se estorbaban las unas a las otras y se empequeñecían, como bajo un mismo nivel de amor que las igualaba. Cogiendo, pues, a puñados las cartas mezcladas, se divirtió durante unos minutos dejándolas caer en cascadas, de la mano derecha a la mano izquierda. Finalmente, aburrido, cansado, Rodolfo fue a colocar de nuevo la caja en el armario diciéndose:

-¡Qué cantidad de cuentos!

Lo cual resumía su opinión; porque los placeres como escolares en el patio de un colegio, habían pisoteado de tal modo su corazón, que en él no crecía nada tierno, y lo que pasaba por

allí, más distraído que los niños, ni siquiera dejaba, como ellos, su nombre grabado en la pared.

-¡Bueno -se dijo-, empecemos!

Escribió:

«¡Ánimo, Emma!, ¡ánimo! Yo no quiero causar la desgracia de su existencia...»

«Después de todo, es cierto, pensó Rodolfo; actúo por su bien; soy honrado.»

«¿Ha sopesado detenidamente su determinación? ¿Sabe el abismo al que la arrastraba, ángel mío? No, ¿verdad? Iba confiada y loca, creyendo en la felicidad, en el porvenir... ¡ah!, ¡qué desgraciados somos!, ¡qué insensatos!»

Rodolfo se paró aquí buscando una buena disculpa.

«¿Si le dijera que toda mi fortuna está perdida?... ¡Ah!, no, y además, esto no impediría nada. Esto serviría para volver a empezar. ¡Es que se puede hacer entrar en razón a tales mujeres!» Reflexionó, luego añadió:

«No la olvidaré, puede estar segura, y siempre le profesaré un profundo afecto; pero un día, tarde o temprano, este ardor, tal es el destino de las cosas humanas, habría disminuido, sin duda. Nos habríamos hastiado, y quién sabe incluso si yo no hubiera tenido el tremendo dolor de asistir a sus remordimientos y de participar yo mismo en ellos, pues habría sido el responsable. Sólo pensar en sus sufrimientos me tortura. ¡Emma! ¡Olvídeme! ¿Por qué tuve que conocerla? ¿Es culpa mía? ¡Oh, Dios mío!, ¡no, no, no culpe de ello más que a la fatalidad!»

«He aquí una palabra que siempre hace efecto -se dijo.»

«¡Ah!, si hubiera sido una de esas mujeres de corazón frívolo como tantas se ven, yo habría podido, por egoísmo, intentar una experiencia entonces sin peligro para usted. Pero esta exaltación deliciosa, que es a la vez su encanto y su tormento, le ha impedido comprender, adorable mujer, la falsedad de nuestra posición futura. Yo tampoco había reflexionado al principio, y descansaba a la sombra de esa felicidad ideal, como a la del manzanillo, sin prever las consecuencias.»

Va quizá a sospechar-se dijo-que es mi avaricia lo que me hace renunciar... ¡Ah!, ¡no importa!, ¡lo siento, hay que terminar!:

«El mundo es cruel, Emma. Donde quiera que estuviésemos nos habría perseguido. Tendría que soportar las preguntas indiscretas, la calumnia, el desdén, el ultraje tal vez. ¡Usted ultrajada!, ¡oh!... ¡Y yo que la quería sentar en un trono!, ¡yo que llevo su imagen como un talismán! Porque yo me castigo con el destierro por todo el mal que le he hecho. Me marcho. ¿Adónde? No lo sé, ¡estoy loco! ¡Adiós! ¡Sea siempre buena! Guarde el recuerdo del desgraciado que la ha perdido. Enseñe mi nombre a su hija para que lo invoque en sus oraciones.»

El pábilo de las dos velas temblaba. Rodolfo se levantó para ir a cerrar la ventana, y cuando volvió a sentarse:

-Me parece que está todo. ¡Ah! Añadiré, para que no venga a reanimarme: «Estaré lejos cuando lea estas tristes líneas; pues he querido escaparme lo más pronto posible a fin de evitar la tentación de volver a verla. ¡No es debilidad!

Volveré, y puede que más adelante hablemos juntos muy fríamente de nuestros antiguos amores. ¡Adiós!»

Y había un último adiós, separado en dos palabras: «¡A Dios!», lo cual juzgaba de muy buen gusto.

-¿Cómo voy a firmar, ahora? -se dijo-. ¿Su siempre fiel? ¿Su amigo? Sí, eso es: «Su amigo.»

Rodolfo releyó la carta. la encontró bien.

«¡Pobrecilla chica! -pensó enternecido-. Va a creerse más insensible que una roca; habrían hecho falta aquí unas lágrimas; pero no puedo llorar; no es mía la culpa.» Y echando agua en un vaso, Rodolfo mojó en ella su dedo y dejó caer desde arriba una gruesa gota, que hizo una mancha pálida sobre la tinta; después, tratando de cerrar la carta, encontró el sello Amor nel cor.

-Esto no pega en este momento... ¡Bah!, ¡no importa!

Después de lo cual, fumó tres pipas y fue a acostarse.


ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA

1. ¿Qué siente Emma por Rodolfo? ¿Flaubert ridiculiza el amor de Emma Bovary? Justifica tu respuesta.

2. ¿Qué siente Rodolfo por Emma? ¿Crees que llegará a huir con ella? ¿Por qué?

3. ¿Cómo describirías a Emma Bovary? ¿Te parece una mujer que se encuentra emocionalmente estable? ¿Por qué? Justifica tu respuesta.

4. ¿Qué diferencias encuentras entre la actitud de Rodolfo y la de Emma, sobre la idea de escaparse? Explica.

5. ¿Qué opinas de la personalidad de Emma en este fragmento? Justifica tu respuesta

6. Esta obra pertenece al Realismo, sabiendo eso, ¿crees que el narrador se identifica o siente simpatía por alguno de los personajes? ¿Por qué? Explica.

7. ¿A qué hace referencia esta frase de Rodolfo: “¡Qué cantidad de cuentos!”? Explica.

8. ¿Qué piensas de la carta escrita por Rodolfo para Emma? ¿Crees que Rodolfo debió ser más sincero con Emma? Explica tu respuesta.

9. Qué infieres de esta parte: “«¡Pobrecilla chica! -pensó enternecido-. Va a creerse más insensible que una roca; habrían hecho falta aquí unas lágrimas; pero no puedo llorar; no es mía la culpa.» Y echando agua en un vaso, Rodolfo mojó en ella su dedo y dejó caer desde arriba una gruesa gota, que hizo una mancha pálida sobre la tinta; después, tratando de cerrar la carta, encontró el sello Amor nel cor”. Justifica tu respuesta.

10. ¿Qué opinas de este fragmento? Argumenta tu respuesta.


ACTIVIDAD CREATIVA:

1. Crea un diálogo realista sobre una pareja que esté discutiendo. No olvides definir muy bien la personalidad de cada uno de tus personajes.


Recurso extra: Realismo Francés: "Madame Bovary" de Gustave Flaubert: