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miércoles, 3 de agosto de 2016

"Gradus" de Roy Dávatoc - Paolo Astorga

Gradus

Gradus
Roy Dávatoc
(Editorial Amarti, 2015)


Escrito por: Paolo Astorga


Gradus (Editorial Amarti, 2015) del poeta peruano Roy Dávatoc (Jaén 1981) es un libro transparente donde la única certeza es la muerte. La muerte es un signo único que se diluye en la infinidad de símbolos que convidan sus versos. El poeta reconoce en la vida su dolor y su ausencia como un inevitable proceso de desmoronamiento. Sin embargo es en esa frustración de finitud, en esa agonía melancólica donde la libertad se presenta como una posibilidad para la belleza. El mar, como un signo patente de inmensidad e incertidumbre será el motivo poético por excelencia; esa ventana para contemplar las heridas del tiempo y su necedad:

EN LA PLAYA, las aves crecen en la altura
y se arrancan las alas para aliviar el vuelo

Muy cerca de las barcas
hay un tiempo brusco en que me abandono
y me preocupa qué demonio me contamina entero

Pero dentro del agua
parece todo un mineral encendido
sobre órganos increpantes de roca

¿Acaso
no estamos solos?

La muerte tiene a los hombres
y el cielo a los pájaros.

Otro de los símbolos patentes son los pájaros, los pájaros y su lejanía, su imposibilidad, su fragilidad. Es aquí donde la poética de Gradus adquiere un matiz más sensual, más nostálgico, más amoroso. La ausencia de lo amado no es sólo dolor equidistante, no es sólo lejanía. Lo vivido se agolpa como veneno para el amante que contempla el mar y los pájaros. El poeta sabe bien que su canto es tan inútil como la metáfora exacta, sin embargo, en ese reconocimiento de nimiedad, de vacío existencial, puede extraer la verdad de la vida en un chispazo, en una imagen que reconcilia o asesina; el olvido que es otra vez una gran extensión de agua salada.

Durante la tarde un UMBRAL
crece dentro de mi cabeza

Posada entre los maizales
los pájaros se hacinan
en tu frente y tu voz se vuelve
una voz clara de laguna

La carne frente a los cañones
estalla en el corazón

inconsecuente

me dijiste:
hay dolores que sólo
son tragados por el mar,

sal del alma.

Quizás el poema donde el símbolo de volar como un deseo y frustración esté más presente es el siguiente:

ÍCARO
¡Mi primer complejo de pájaro
reventó cual una revelación!

Un dios sin cabeza proyectándome el crepúsculo.

Y el mar también es ilusión de una edad impoluta. Todos hemos visto por primera vez el mar y hemos sentido su inmensidad como un golpe en el alma, como un gran remezón. El poeta que canta al mar, no es sólo el que arroja sus frustraciones, sino aquel que añora, con imposible resultado, al ser rebelde que dejó para volverse un simple ser adaptado a la violenta vida que “me disparó a matar”.

Yo que estuve muchas veces CERCA DEL MAR,
me pude pensar con él en todas sus variaciones

Hasta imaginé en una ocasión
que todo su contenido era caos antinatural
y se volvía torrente en los esteros

Ahora estoy en algún sitio lejano y
parece que la vida me disparó a matar.

En este viaje existencial de los remordimientos y las lejanías, el poeta nos muestra una de sus imágenes más impactantes. Va presentando sus imágenes que poco a poco se centran en intensidad con ese otro deseado, con ese otro ausente y perdido. No recurre sólo al recuerdo, a la añoranza amatoria y directa, sino que más bien usa el universo mismo para poetizar sus desmoronamientos, la sordidez de un vivir sin mayor sentido que el vacío y la derrota. El huir es patente, la reducción de lo humano en puñados de mar, en pájaros suicidas, en rostros deformes y ausentes, en muros que se erigen sólo para mancillar la carne que no puede escapar del amor. El poeta sabe que es un eterno observador, un paciente veedor de la destrucción del alma que el tiempo devasta hasta convertir cualquier misterio, cualquier posibilidad en naturaleza muerta.

Todas las añoranzas del campo
en el camino
dejarán algo de ti que nace
muere
reverdece nunca

Pero desde lejos
cuando mañana, triste
yo nunca llegue a ti

me patearás el pecho y la cabeza
mientras un pájaro
se clave de pico CONTRA LOS MUROS

y las venas de la frente me deformen
el rostro

¡Ah, contra los muros!

Mi iré
lejos
cuando mañana, triste,
yo nunca llegue.

No obstante ante la destrucción va el amor sin más palabras que el pasado, que lo ya dicho. El poeta entiende entonces, que el amor no es sólo un momento, no es sólo una imagen que se debe convertir en metáfora ante el abandono o ser un motivo para el arte del suicida, sino que amar es antes que cualquier cosa, antes que cualquier residuo de dolor, un deseo inmanente de resistir el lenguaje imposible como una piel que toca y deja huella, de detener el universo mientras el tiempo no perdona.

Tu rostro PERPETUO en mi memoria,
tu sabor a infinito
en mis manos,
tus genitales de ángel,
tus ovarios iridiscentes

contra mi cuerpo,
tus restos y tus rastros
palpitando...

Tu aliento y tu boca
en mi lengua,
tu cuerpo de pan y de fruta

Quiero decir que tengo
la luz velada del deseo
y la huella del amor
como una capa
sobre mis hombros,

amaneciendo.

Ahora bien, la sección más melancólica del libro es, sin duda, Volitar. Lo existencial como pesar de un cuerpo que se cansa de ser; la inmensidad que empequeñece y castra; la tristeza nuevamente de la ausencia y un deseo por querer cantar lo lejano que se está de inventar la felicidad. No obstante el poeta reconoce en esa oscura tristeza de seguir vivo, de seguir cantando, que el dolor es lo más hondo y más humano que tenemos. Sólo se canta el dolor cuando la cuota de amor ha terminado y entonces sólo queda el tiempo, soberbio e indiferente avanzando su comparsa devastadora mientras sólo queda la guía de lo lejano, la pérdida y el dolor de que todo se puebla de desolación.

LA TARDE se posa sobre Lima
como una sábana de mariposas negras:
la gente, los animales, las cosas;

cae silenciosa, tímida en esencia;
cae con nostalgias y crepúsculos,
nos reviste la sombra
y en sustancia es muy triste

Nos cae a las manos nacidas en sangre,
al alma crecida en ausencia,
doliéndonos los huesos

Y en suma resolución
la tarde es muy triste

y casi todo, ¡Dios!, por completo es triste.

Y sin embargo el poeta en este gran transitar, en este viaje trasatlántico al dolor, nos deja un ápice de esperanza. Herido como “un toro blanco”, se enfrasca nuevamente en ese deseo por soñar, por restaurarse ante la destrucción del “mundo” de su mundo. El poeta reconoce entonces que la única victoria es la vida misma, vivir, contemplando lo humano en su conjunto, sorteando el dolor y la fragilidad de las metáforas. Este constata en última instancia que la única certeza se encuentra en la posibilidad de seguir a pesar de cualquier desmán.

UN DÍA te despiertas con la cabeza
llena de bramidos,
sin vísceras ni órganos bucales,
sin esa tristeza de fuerza en reposo

Entonces te imaginas un toro blanco
galopando la mar con los cuernos mutilados
cargando en su lomo el resplandor de un nuevo día.

En suma, Gradus de Roiser Dávila Atoche, nos muestra sin ambages un libro transparente y estremecedor. Sus poemas cortos y precisos influenciados por una poética vallejiana y simbolista nos invitan a un viaje interior, a un reconocimiento de las eternas heridas después del amor y el placer de la unidad. Su discurso no se basa en la trascendencia del lenguaje, sino en la comprensión del tiempo y del dolor. El dolor que aunque castra, desmorona y destruye, permite a fin de cuentas, humanizar el universo entre las lejanías y la pasión por vivir, vivir, existir más allá de cualquier realidad.

"Pintura roja" de Willy Gómez - Paolo Astorga

Pintura roja


Pintura Roja
Willy Gómez
(Paracaídas Editores, 2016)



Escrito por: Paolo Astorga


Pintura Roja (Paracaídas Editores, 2016) del poeta peruano Willy Gómez es un poemario que se encuentra en constante confrontación con lo real, pero no con esa realidad de los grandes mitos, sino con la realidad de lo que a simple vista no se ve, una contemplación del espacio común. El sujeto poético busca siempre una construcción del ser, cuestionando sus actos a tal punto de ser un acumulador de imágenes y polifonías. Todo objeto, toda situación, toda idea, infunde reflexión en el poeta al punto de encontrarse en la angustia de una especie de aislamiento, del cual la única salida será la palabra:

cierta reconstrucción se llena de amor desde afuera
la etapa siguiente del viaje es el mismo camino:

dimensión de un modelo encuadrado
variable sin sentido

hay dolor aquí dentro

la muerte aparece oculta con su belleza colorante
crece un espejo y los niños abrazan a las madreselvas

arriba donde aparece el sol uno puede definir un país sobre la hierba
la piel de algunos árboles
y una segunda división que habitúa la fijeza

La estética de Willy es la de las palabras en su ambivalencia. La palabra no es solo sonido, sino un color, un significado que permite la posibilidad expresiva del dolor, la ternura y la violencia desde un concepto que resulta clave para su lectura: La larga historia de dominación española. Aunque a primera vista los poemas de Willy buscan reafirmar a los sujetos en sus experiencias vitales, también quieren mostrar el eterno movimiento de la creación verbal que en el discurso discurre como un río que mezcla y rumorea historia, memoria, identidad y una profunda nostalgia de lo que se ha perdido. El poeta no pretende solo admirarse ante el pasado, sino mostrar la huella de lo que persiste. Por eso la poesía de Willy es un canto de resistencia, pero también un canto del individuo frente a la infinita fragmentación der sus identidades: Soy lo que vivo y lo que mi boca dice:

sobre las baldosas de una callecita
las carbonas musicales y sus perspectivas
asombran el cielo de un país naciente
y las guerras
las espejas renunciaciones como defino a todo eso allá arriba
son expediciones
dominios del sol
o hermosa cruz hecha en la vestimenta de quienes toman parte
de esa cadena de bocas abiertas

un estigma de la conquista es el arcángel de rostro afeminado
resistiendo a los indígenas

infiel incesante
la política se da aquí
¿esto supone la unión de todos los pueblos?

todo amor se anuncia por la predicación
pronunciar un voto solemne
una cruz de manos sucias
son privilegios temporales

o alta nobleza para el hombre del reflejo
que tiene derecho a la exención de personas y de tierras

gran poder sin ser ciego en realidad frente a la destrucción

altas olas y cuerpos en el torneo de las aguas

las divide un horizonte desde la izquierda

allí aparecen los hombres del progreso
y los deportes
la competencia y la muerte

Es un hecho: el tránsito es contemplación. El poeta busca verse en los otros y en sus cotidianidades. La cotidianidad habla y muestra su estética ambivalente: el dolor y la muerte, entre la vida, entre la necesidad de ser y existir. El dolor, aunque nos mantenga en la tensión de los límites, posibilita la comunión, y también la expresión. La voz, aunque se vea devastada por la violencia del tiempo aún es consciente y puede profundizar en las múltiples dimensiones de lo real, por eso el poeta dice:

la distancia apunta y recuesta su panorama

me prometí un momento de atención
la calma y el habla

no un escrito a ciegas

Es por esa observación, en ese sentir al otro, que el poeta también muestra lo "rojo" en la pintura. Su postura política jamás es una reivindicación por la negación. No. El poeta quiere siempre mostrar, no solamente transformar. La debilidad no es su magia, no es la esencia de su color. Su misión es la pregunta, el cuestionamiento, el asombro frente a lo que parece ya una "gran catedral" imposible de vencer. La naturaleza es la huella que el poeta intenta perennizar o por lo menos hacerla más viva. Nótese entonces ese fuerte animismo que imprime en su discurso cuando trata de ofrecernos su visión. El poema no es una verbalidad referente a una escena clásica entre el ser y el cuerpo amado, sino es un intento por constituir en esas palabras, en esas imágenes que parecen despojadas de toda “poética”, un universo múltiple, heterogéneo donde la “verdad” revelada es siempre para los seres que se pierden en el laberinto, para los que han ingresado a la contemplación ya no de las cosas en sus eternas frialdades, sino en sus infinitos significados, los infinitos matices del rojo.

fue un logro haber amado el mar y sus islas
copiadas en un envoltorio de moluscos
donde casi oceánico
dejé seres comparativos
casi descompuestos en una lengua intemporal

no volveré más a ese cuerpo invasor
pero esas praderas
proyección de estado se cerrarán entre los árboles
y se hundirán en sus propios rededores

la existencia de los ríos o cielos deshechos baña
las piedras de las iglesias a medio construir

a ritmo de una necesidad
el cielo es verde
y algunas casuchas detrás de los pinos se visten de pavos reales
las silbadoras traen un lenguaje

esa es la idea que alguna vez definí
a partir de unas líneas dúctiles y ansiosas
cuando un canasto de frutas sobre mi mesa
era pisoteado desde un costado y frente a mí parecía caer

basé mi idea y anduve
por el camino de la abstracción

esas praderas que percibo bajo el sol como una bendición al principio
pero luego como un tumulto de materia inanimada
son ofrecimientos de la ilusión

interpuesta dicha utopía lo visible arde y nadie se salva

su convivencia me complace desde aquí
donde un nuevo río es la visión de estar
dentro y fuera de los rededores
o de cada movimiento inacabado

yo que nunca había conocido una pradera sino mares
envueltos en la niebla

bajo mis párpados para otra luz
una luz que debajo de mí tiene un comportamiento con la verdad

un peso de virtud y ofrecimiento distinto de sensaciones


El poeta al expresar, al mostrarnos su discurso fragmentado y ríspido, nos mueve a la confrontación. La historia misma que nos relata el poeta, es una historia de profundos enfrentamientos, de aniquilación, de sangre, pero también de grandes mitos. La deidad, los ángeles, el sol, la simple aparición de una ciudad o de una mancha generan los contrastes, y allí los signos para enunciar la belleza. El poeta intenta estirar los significados a tal punto de que las palabras ya no resultarán simples metáforas de un decir poético, sino pequeños piquetes para comulgar con la magia de un deseo por la totalidad. Pues sí, el poeta intenta una totalidad que prepondera antes que cualquier fin el movimiento histórico y la reivindicación de lo humano, no como un manifiesto, sino como un retorno a lo originario como punto de partida para lo universal.

Mapas despegados
mordidos por termitas

desde el principio esa realidad
de llegada a las puertas de emergencia
al empujar otra palabra o sacar mano del basurero

repartir lo ganado

al voltear esquinas demora una playa en un espacio de traslación
el caleidoscopio
y la mirada al fondo de un diagrama
se inclina

se hace porvenir la superficie devora en sus entierros la unidad
que alguna vez soñé:
revuelta de arcángeles
imposición desde arriba

anuncia techo planos calles y conchas como acertijos

abajo la unidad gira pareja playa al echar disfraces
frente a mí

el cuerpo entra bien a oscuras
al inclinar el futuro
parto el color de mis vestidos
parece decirnos la boca de luz blanca
alrededor de los oídos del santo
donde cae una especie de río
una curvatura
en los altares marca el deber cristiano

sin negros mejor
viste una piscina donde saltan los divertimientos

el cromatismo deja escrito una oscilación interna
y adhiere una conflagración de números mal hechos

incluso en el centro es acción visual
reconocimiento del lenguaje de espejos de piedras de mar

no hay en el centro concordancia mejor el avatar
de lado

negamos ese pasado para retocarnos la parte salida la parte profunda
o averiada dentro de una desfiguración

no damos nombre no damos forma al desvirtuar encaja una historia
sino la cuentas

querer santidad en el trazo representación del cuerpo en la noche
aprieta y marca la noche que ni siquiera es la noche sino extensión
algo partido oscuro al forzar signos que fueron creciendo como
salidas de emergencia rápida después los planos

No será extraño, pues, toparse con la larga historia de la otredad, con la manifestación de una patente aculturación, pero también con una coexistencia. La coexistencia es resistencia. Aunque la palabra es una tecnología frágil puede imponer un discurso, puede extirpar una idolatría, pero pagando la cuota de la contaminación. El poeta lo sabe y se goza en ello tratándose a así, no como un profeta, sino como un caminante en busca de una interpretación que se pueda leer en la mirada o desde ese vacío que es un inmenso desierto existencial, nuestra cultura milenaria que el poder niega pero que vive en lo rojo de la sangre:

algo por amar
uno queda obligado a terminar la esperanza
y la sucesión de los propósitos verdaderos
si es real la otredad de una acción diaria
y el episodio artístico como materia de intervención
a intervención
es lo único que queda del cuadro que veo
un mar adentro
faldas de cerros
lo nuestro es así

un desierto hablado

Entre la historia milenaria y la urbe que se alzan los vestigios, el poeta añora el pasado milenario. Pero hay de por sí algo curioso: Lo rojo es un estado de siempre alerta. La vida misma. Aunque la violencia de hoy es la indiferencia industrializada y compartida como pan rancio en redes sociales, el poeta puede observar un taki onkoy, la resistencia de lo que aunque vencido, aunque aplastado, sobrevive y enuncia sus significados. No existe entonces el cuerpo completamente sometido, sino las palabras que constituyen puentes que muestran lo bello y lo triste: La muerte que nos depara historia y gran olvido. El color rojo es confrontación, es la huella del pasado sobre las reivindicaciones. El rojo como connotación es sin duda violencia, pero además se integra una idea totalizadora: El nexo de lo que ha quedado como ceniza y la realidad. Entre esa violencia que se desencadena a la vez una historia de la resistencia ante la hegemonía e hipocresía del poder que se muestra transparente e hipnótico  sin contraste (el ángel, el arcángel afeminado) y el rojo como un signo que aglutina memoria, identidad, vida y resistencia.


los colores se recogen de su propia oscuridad
la invasión primera pinta una roca o un peñasco
y sobresale un río delgado que parece regresar a una variedad
de colores

parece el rescate de una historia en un acantilado
o hundimiento

fisuras como adornos

restauración entre medias tintas

arriba deben impregnarse de la señal
cuando el arcabuz entre los codos y los hombros
estire un blanco
porque el reclamo fue
que estuvieron hechos de monedas

dicho así entenderíamos opresión por buen gobierno

saco un héroe de mi sacrificio
saco un texto original
o letra que no insista en lo grotesco
sino en lo celestial

avanzar en el detalle
sobre la vuelta del sombrero como un fin del borde
o del enmarcado vuela
rojo

No se pueden negar la reiteración de imágenes cristianas desde una imposición. La naturaleza es para el poeta parte de un discurso animista. Toda la naturaleza dice. El único lenguaje es el lenguaje que se puede constituir como un paso deconstructivo. Diluirse para extirpar aquello que se censura. El poeta ha construido un lenguaje que se engarza con todas las voces posibles. Pero hay algo imposible: Decirlo todo, sin anular el sentido emocional de lo que nos hacemos con nosotros. Toda escritura busca liberar un veneno que neutralice al enemigo. Cantar la destrucción es tan necesario como hablar o como existir. Y entonces el canto me regresa a lo originario, a la naturaleza que impone la vida. El orden vivo de la naturaleza: Un árbol cantado. La dicotomía jamás es simple cuerpo aculturado, es una tendencia que ya no duele, que ya no importa. El ángel hermoso, la cruz política son hermosos asesino que nos acribillan mientras sentimos el placer del olvido. El color es mestizaje, el color es un signo de violencia, de vida, de huella histórica de humanidad.

el bosque divino debe ser una sensación cierta
pero una imagen incrustada
es más creíble que ese fastidio de estar mordiendo al padre

la conquista de futuro termina en lágrimas
el remedio
de involucrarse en riesgos de experimentar felicidad

destellos de vida en el lenguaje de la historia

nadie pudo hacerlo al pagar silencios

allá ellos
abren la boca muestran fuentes del río de donde perciben nacimiento

imagen de los principiantes
me atrevo aunque tarde mi emoción
como brecha de ser acontecimiento
sucede significante más pobreza notoria perplejidad
es una lástima menos
los insultos si restas la manía
todos hemos visto
fragmentos
ahora
de la diseminación que terminan aquí
sin partes la gente ve proclamaciones sin ser vista
los cilindros de agua son pozos
las cosas de la imposibilidad cuando no pasa nada
día del signo místico
empieza un movimiento de hormiga
un grito de hombre un cerdo
una rata abajo se corta serenamente el perro arriba el gato
y unos trozos de oscuridad
lo sé
el peor descubrimiento es la máscara

En suma, Pintura Roja es quizás uno de los libros de mayores contrastes en Willy, pero también uno de los libros más depurados y maduros. La lectura del libro no se reduce a encontrar un sentido y hablar desde allí, sino en multiplicarse o dividirse. Es un libro que implica una interpretación que debe despojarse de una retórica efectista. Debe ser digerido como un ideario, como un gran canto a la libertad de la palabra y de la vida misma. El poeta no quiere simples interpretaciones, ni tampoco convenientes encorsetamientos. Caer en el concepto en la reducción es de lo que quiere escapar. Mantener su voz multiplicada y voraz, polifónica y original es el signo de esa pintura roja en medio de la historia como remembranza de una inconformidad. La poesía misma es la inconformidad. No será sorpresa que este poeta nos ofrezca aún mayores exploraciones, mayores contemplaciones pues “todavía nuestra historia da para más”.



domingo, 20 de septiembre de 2015

"Ciudad cotidiana" de Giovanni Fernández Valdés - Paolo Astorga

Ciudad cotidiana

Ciudad cotidiana
Giovanni Fernández Valdés
(Amotape Libros, 2015)


“A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades.


Escrito por: Paolo Astorga


Ciudad cotidiana (Amotape Libros, 2015) de Giovanni Fernández Valdés (La Habana, Cuba, 1980) Es el recorrido poético por una ciudad que es un gran cuerpo vivo y a la vez ausente. La ciudad es siempre el lugar simbólico para construir la nostalgia y la pérdida, porque la muerte es un silencio sostenido hecho memoria. El poeta sabe que sus contemplaciones son siempre visiones fantasmales de una realidad que se hace pedazos, que se hace añicos de objetos amados. La ciudad, siempre la ciudad, es un gran campo de ilusiones y frustraciones donde surgen los sueños y la esperanza de ser un poco más que palabras:

Un amor que ya no está.

Solo observo tus fantasmas. Los he visto sobre altos pastos y grietas que cubren sombras de mi cuerpo. Buscaron las manos de mi hermano mientras enterraba a su madre y se quedaron en la última piedra dejada a la difunta. Allí regresé en la oscuridad de lo prohibido, donde surge la inmortal aquiescencia y las hojas marchitadas por el viento. Mis gritos fueron tus sueños; mis sudores, agonía en el espanto de tu lecho y en tus cartas inconclusas que mi hermano no pudo leer. Quise escucharte mientras te dejábamos las flores, pero aparecieron espejismos y almas enajenadas reviviendo del olvido. Ya no creo en la simple dialéctica del "Oscuro".

A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades. Hay un profundo vaivén sostenido que nos mueve de la ternura a la cruda realidad. Toda destrucción es memoria, toda destrucción es siempre un estadio del abandonado, del que intenta presionar su cadáver en busca, no de una respuesta, sino de un lugar para el hablar, para la expresión. La esperanza es esa llave secreta que se esfuerza por cantar sus arrullos entre la ceniza:

Una mujer llorosa en el verano de 1990

No siempre se desea morir en el vientre de la bestia. No siempre el fuego, las consignas y las palabras recuperan los abrazos y los odios de las familias separadas por el mar. La música en tu oído: nota fugaz de tristes penetraciones y gemidos, caracol y estrella perdida. Tu ser, asustada égloga, reside en mis enigmas, en la tierra árida. ¿Dónde están tus esperanzas? La muerte viaja en la respiración de un pez. Los niños son peces que juegan en la arena mientras dibujan castillos y predicen diluvios a sus generaciones futuras, no se detienen en proclamar lo deshabitado, lo torpe, los disturbios de los dioses que ya no existen en sus cabezas. Disparan la peonza sobre libros de marxismo, deshaciéndolos con la cuerda áspera que perturba el sueño. ¿Dónde están sus esperanzas? Lo hallado fue indiferente, las tormentas lo robaron todo: las luces, los horizontes, las dudas, el polvo sobre los ojos de los párvulos y el amor y el sexo y los ruidos.
           
Y mientras nuestro viaje se hace más hondo, la muerte se hace más lenta, pero no por eso menos intensa. Sin embargo, el poeta intenta eternizar la inocencia y la ternura como una forma de resistencia. La muerte entonces es el mismo tiempo que rebasa las posibilidades, que hace que los objetos se nos enfrenten. El viejo y el niño van muriendo hasta hacerse fantasmas de un instante. Y entonces renace la naturaleza que se lentifica ante la muerte. El poeta sin saberlo, nos está mostrando el universo mismo de las cosas y su estrecha relación con los estados de ánimo, su estrecha relación con nuestras metáforas, nuestros anhelos que se vuelven excusas de movimiento, lenguaje inmóvil:

Sentado con mi abuelo en el columpio de Juan Diego

“...estos días terribles...”
SILVIO RODRÍGUEZ


Llueve en los ojos del que muere sin remedio. Se anuncian los recuerdos: el empedrado deshecho por los niños con sus trompos. El ciego camina y el destino ha sido convocado por los ancestros. Siguen los recuerdos; los zapatos llenos de fango patean los angostos pinos del patio; el tirapiedras mata lagartijas y gorriones; la humedad de la casa y los besos de la madre lo salvan del hambre. Por lo demás, solo quedan una bicicleta y un circo de viejos payasos. Nada más se observa en la línea torpe del horizonte. Luego los fantasmas aparecen surcando tu pensamiento, con palabras roídas por el tiempo. Te anuncian que los niños se acercan presurosos; se sonríen desafiantes, indiferentes; el sudor aparece en tus manos sucias, lluviosas. Sabes que hoy mueres sin remedio, mientras el olor de la leña aún llega a tu cuerpo y lo exorciza o, mejor, roza la punta del nombre de la estrella que la acusa: la mía.

Entonces no se puede huir ya de la ciudad. La ciudad que se hace cotidiana y de la que ya nadie resiste las disoluciones. Es en esa ciudad, la nuestra y la ajena, donde la desilusión constituye la mediocridad de los que por ella pasan como sombras difuminándose en el vacío. La gran bestia, la ciudad, no es un rugiente gigante hambriento, solo es lo cruel de los silencios, lo fulminante de la indiferencia. La soledad es nuevamente la aparente calma, la tensión de la vacuidad entre el deseo y el más cruento olvido:

Caminando por el muro del Malecón

Cada parte del mundo y cada secreto que inunda las calles de La Habana se agazapan en los libros de historia. Pocos pueden hablar, solo existen cuando observo lo inevitable: el aburrimiento de los adolescentes que se inyectan opio y alucinaciones, el deseo de emigrar sin volver atrás y la locura de los viejos que cada vez están más solos. Mentira es tu respuesta, pero es algo común; somos mansos animales que pacen bajo los ojos de la ciudad. Las calles de La Habana semejan un ajedrez antiguo. Cada hombre participa en el robo de su propio hijo y de sus tierras, donde los payasos ríen de sus piruetas malditas y lloran por las canciones tristes. Aquí, todo es inofensivo y vacío; nuestros cuerpos existen en una prosa común y mediocre. ¡No hay remedio para esta niebla de olvidos!

No obstante, no se puede escapar a los juegos de luz. Fernández ha construido este libro para mostrarnos una dialéctica luminosa. La luz es siempre una actitud frente a las imágenes que se imprimen en el lenguaje de la memoria. Es siempre un flujo inconstante y a veces oculto de vida. La luz no solo es lo que devela el mundo, sino es también aquello que lo oculta, que lo hace aparentemente perfecto. La vida en este libro es siempre matices de luz y movimiento. No se puede escapar a lo inevitable: Vivir en el caos de una urbe que está sitiada por la inmensidad del mar.

Pesadilla # 1


Cada espacio es cercado por las sombras. No existen misterios en las casas hechizadas, las esfinges habaneras los lanzaron a las tempestades y a los vientos. Crecieron los hijos; huyeron sin adioses y murieron a la postre. Las mujeres eran cenizas, esclavas de hachas y piedras cortantes, arbustos que se aglutinaban en pozas de azufre. La sequía fue el sacrificio a los dioses. El caos fue al fin universo; todos esperaban la sentencia; el hombre la olvidó; fue un pacto aburrido y nupcial, un pergamino de guerra. El caos participó de la apuesta, el hombre o lo invisible, el hombre o lo terrible, y despedazó nostalgias, criaturas dormidas, océanos y restos de un caracol herido. El caos fue diluvio y resurrección; el imposible para la vida en el cosmos; la duda sobre dígitos y máquinas. Un hombre exige el hambre; las mujeres, el silencio; y los niños, el final. Se acercan a la planicie donde caen los sauces y se desprecia a las olas del mar. No existe nada mejor al caos cuando se pierden los sueños.

Y mientras más nos acercamos al corazón de la ciudad, más nos sabe a desierto  y pesadilla. La pesadilla es la violencia del olvido, la indiferencia ante el recuerdo y las memorias que son fantasmas de imágenes prendadas de naturaleza, de cielo, de dioses, de niños que frustran su infancia inmolándose de sueños.

Pero quizás el apartado más intenso de este libro es la segunda parte y particularmente el poema Ciudad cotidiana, cuyo signo dialéctico es la esperanza y la desilusión, no obstante el poeta nos muestra la furia de la miseria y la esperanza de un pueblo por querer llegar al destino de sus sueños. Lo humano no está en la violencia de los desgarramientos, de la muerte, sino en esa irracional pasión por perennizarse en el ideal, en la necesidad de vida. 

Ciudad cotidiana

A Yasser, Scull, Cordoví, Carlos y Alberto


Abandonamos la bahía de La Habana.
Nos fugamos mar adentro.
Los amigos nos despiden desde la orilla
y nuestras esposas tienen las manos en el rostro.
Somos víctimas de un país que emigra y teme.

Nos alejamos en el bote.
Nos sofocamos.
Sudamos el frío de los dedos.
Gemimos como torres demolidas,
cuando los escualos nos esperaron para su festín.
Caímos presurosos, inevitables en sus bocas.
¿Quién podría asegurar
que llegaríamos a la otra orilla,
con el cuerpo mordido y cansado?
Escapé de "La fiesta de los tiburones"
solo cuando la balsa se enterró en la orilla
entre el odio y la muerte,
mas no lloré.

Desde el muro del Malecón
observo a un pueblo
que rema hacia el Norte.
No ignoran
el festín que les espera
como un caos que vive en la memoria.


Con un lenguaje intenso, poblado de imágenes de la memoria y de la infancia, entre lo fantástico y la violencia del tiempo, Ciudad cotidiana nos muestra esa isla que es la experiencia vital de los hombres y mujeres que luchan diariamente contra sus propios demonios. Giovanni Fernández Valdés no busca solo entregarnos el producto de un  lenguaje decantado y bello, sino que en sus palabras de ternura y soledad se intenta la reivindicación de los abandonados, la necesidad de ser los otros y la vez mostrarnos con fuerza y plenitud la ciudad que se esconde entre la simpleza de lo eterno.