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jueves, 30 de junio de 2022

Cuento "La casa de Asterión" de Jorge Luis Borges con actividades de comprensión lectora

 

La casa del Asterión

Jorge Luis Borges


Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.

Apolodoro: Biblioteca, III, I

 

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

 

De El Aleph (1949)

Glosario:

✔ Misantropía: Aversión al género humano y al trato con otras personas.

✔ Bizarro: Extraño, raro.

✔ Plebe: Pueblo, vulgo.

✔  Toscas: Groseras.

✔ Triviales: Superficiales.

✔  Redentor: Salvador. 

 

LECTURA COMPLEMENTARIA:

Teseo y el minotauro

Hace miles de años, la isla de Creta era go­bernada por un rey llamado Minos. Eran tiem­pos de prosperidad y riqueza. El poder del so­berano se extendía sobre muchas islas del mar Egeo. Minos llevaba muchos años en el gobierno cuando recibió la terrible noticia de que su hijo había sido asesinado en Atenas. Su ira no se hizo esperar. Reunió al ejército y declaró la guerra contra los atenienses.

Atenas, en aquel tiempo, era aún una ciudad pequeña y no pudo hacer frente al ejército de Mi­nos. Por eso envió a sus embajadores a convenir la paz con el rey cretense. Minos los recibió y les dijo que aceptaba no destruir Atenas, pero que ellos debían cumplir con una condición: enviar a catorce jóvenes, siete varones y siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al minotauro.

En el palacio de Minos había un inmenso laberinto, con cientos de salas, pasillos y gale­rías. Era tan grande que, si alguien entraba en él, jamás encontraba la salida. Dentro del laberinto vivía el minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Cada luna nueva, los creten­ses debían internar a un hombre en el laberinto para que el monstruo lo devorara.

 

Cuando se enteraron de la condición que ponía Minos, los atenienses se estremecieron. No tenían alternativa. Si se negaban, los creten­ses destruirían la ciudad y muchos morirían. Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.

En Creta, los jóvenes estaban alojados en una casa a la espera del día en que el primero de ellos fuera arrojado al minotauro. Durante esos días, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor de

Minos. Ariadna se enamoró de él y decidió ayu­darlo a matar al monstruo y salir del laberinto. Por eso le dio una espada y un ovillo de hilo que debía atar a la entrada y desenrollar por el cami­no para encontrar luego la salida.

Ariadna le pidió a Teseo que le prometie­ra que si lograba matar al Minotauro, la llevaría luego con él a Atenas, ya que el rey jamás le per­donaría haberlo ayudado. Llegó el día en que el primer ateniense debía ser entregado al mino­tauro. Teseo pidió ser él quien marchara hacia el laberinto. Una vez allí, ató una de las puntas del ovillo a una piedra y comenzó a adentrarse por los pasillos y las galerías, A cada paso aumenta­ba la oscuridad. El silencio era total hasta que, de pronto, comenzó a escuchar a lo lejos unos reso­plidos como de toro. El ruido era cada vez mayor.

Por un momento Teseo sintió deseos de escapar. Pero se sobrepuso al miedo e ingresó a una gran sala. Allí estaba el minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había imagi­nado. Sus mugidos llenos de ira eran ensorde­cedores. Cuando el monstruo se abalanzó sobre Teseo, este pudo clavarle la espada. El minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.

Cuando Teseo logró reponerse, tomó el ovi­llo y se dirigió hacia la entrada. Allí lo esperaba Ariadna, quien lo recibió con un abrazo. Al ente­rarse de la muerte del minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver a su pa­tria.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1.     ¿Por qué Asterión asevera que no es un prisionero?

2.     ¿Cómo califica Asterión las acusaciones que se formulan ante él? ¿Por qué?

3.     ¿Cómo se comportaba la gente cuando veía a Asterión

4.     En el final del cuento se menciona una espada de broce, ya sin “vestigios de sangre”. También el hecho de que el minotauro “apenas se defendió”. ¿Qué se puede inferir de esto con respecto a Teseo y el minotauro? Fundamenta tu respuesta

5.     ¿La libertad es un valor tan alto como lo sugiere Asterión? Fundamenta tu respuesta en 3 líneas

6.     Paralelos: ¿Cuáles son las diferencias respecto a la historia de “La casa del Asterión” y “Teseo y el minotauro”?

7.     ¿Qué diferencias entre la personalidad de Teseo y la de Asterión?

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1.     Crea un cuento de una cara sobre un monstruo. El cuento debe estar en primera persona (el narrador será el monstruo) y debe ser muy creativo y detallado en la narración. Se sugiere tomar el ejemplo de “La casa del Asterión” para lograrlo. No olvides ser original en el título.