viernes, 27 de agosto de 2021

Cuento de ciencia ficción "Auténtico amor" de Isaac Asimov con actividades de comprensión lectora

AUTÉNTICO AMOR

Isaac Asimov


Mi nombre es Joe. Así es como me llama mi colega, Milton Davidson. Él es un programador, y yo soy un programa de computadora. Formo parte del complejo Multivac, y estoy conectado con otros componentes esparcidos por todo el mundo. Lo sé todo. Casi todo.

Soy el programa privado de Milton. Su Joe. Milton sabe más acerca de programación que cualquiera en el mundo, y yo soy su modelo experimental. Ha conseguido que yo hable mejor que cualquier otra computadora puede hacerlo.

-Es simplemente cuestión de hacer encajar sonidos con símbolos, Joe -me dijo-.

Así es como funciona el cerebro humano, pese a que no sabemos todavía qué símbolos particulares emplea el cerebro. Sé los símbolos que hay en el tuyo, y puedo convertirlos en palabras, uno a uno.

De modo que hablo. No creo que hable tan bien como pienso, pero Milton dice que hablo muy bien. Milton no se ha casado nunca, aunque está a punto de cumplir los cuarenta años. Nunca ha encontrado la mujer adecuada, me dice. Un día me comentó:

-Algún día la encontraré, Joe. Quiero lo mejor. Quiero conseguir el auténtico amor, y tú vas a ayudarme. Estoy cansado de mejorarte a fin de que resuelvas los problemas del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el auténtico amor.

-¿Qué es el auténtico amor? -pregunté yo.

-No importa. Se trata de una abstracción. Simplemente encuéntrame a la chica ideal. Estás conectado con el complejo de Multivac, de modo que tienes acceso a los bancos de datos de todos los seres humanos del mundo. Resuelve mi problema. Encuéntrame el auténtico amor.

-Estoy listo -dije.

-Primero elimina a todos los hombres -dijo él.

Eso era fácil. Sus palabras activaban símbolos en mis válvulas moleculares. Podía entrar en contacto con los datos acumulados de todos los seres humanos del mundo. Como resultado de aquellas palabras, descarté a 3.784.982.874 hombres.

Mantuve el contacto con 3.786.112.090 mujeres.

-Elimina a todas las menores de veinticinco años -me dijo-; a todas las mayores de cuarenta. Luego elimina a todas las que tengan un CI inferior a 120; a todas las que midan menos de 150 centímetros y más de 175 centímetros de estatura.

Fue dándome instrucciones exactas; eliminó a las mujeres con hijos vivos; eliminó a las mujeres con diversas características genéticas.

-No estoy seguro del color de los ojos -dijo-. Dejemos ese dato por el momento.

Pero elimina a las pelirrojas. No me gustan.

Al cabo de dos semanas, habíamos reducido la lista a 235 mujeres. Todas ellas hablaban correctamente el inglés. Milton dijo que no quería problemas con el idioma. Aunque podía recurrir a la traducción por computadora, eso resultaba un engorro en los tiempos íntimos.

-No puedo entrevistarme con 235 mujeres -dijo-. Tomaría demasiado tiempo, la gente podría llegar a descubrir lo que estoy haciendo.

-Eso traería problemas -le advertí.

Milton había arreglado las cosas de modo que yo pudiera hacer cosas que no estaba diseñado para hacer. Nadie sabía nada al respecto.

-No es asunto tuyo -dijo él, y su rostro enrojeció ligeramente-. Te diré lo que vamos a hacer, Joe. Te proporcionaré holografías, y comprobarás la lista en busca de similitudes.

Me alimentó holografías de mujeres.

-Esas son tres ganadoras de concursos de belleza -dijo-. ¿Alguna de las 235 encaja con ellas?

Ocho de ellas encajaban, y Milton dijo:

-Bien, tienes su banco de datos. Estudia las demandas y necesidades del mercado de trabajo y arregla las cosas de modo que sean asignadas temporalmente aquí. Una a una, por supuesto. -Pensó unos instantes, agitó sus hombros arriba y abajo, y dijo-: Por orden alfabético.

Esta es una de las cosas que no estoy diseñado para hacer. Trasladar a Gente de trabajo a trabajo por razones personales es algo llamado manipulación. Puedo hacerlo ahora porque Milton lo agregó así. De todos modos se suponía que solamente lo hacía por él.

La primera chica llegó una semana más tarde. Milton enrojeció cuando la vio.

Habló como si realmente le costara hacerlo. Estuvieron juntos durante mucho rato, y él no prestó la menor atención. En un momento determinado le dijo:

-Permítame invitarla a cenar.

Al día siguiente me informó:

-De alguna manera, no era lo suficientemente buena. Le faltaba algo. Es una mujer hermosa, pero no capté nada del auténtico amor. Probemos la siguiente.

Ocurrió lo mismo con todas las ocho. Eran muy parecidas. Sonreían mucho y tenían voces extremadamente agradables, pero Milton encontraba siempre algo que no encajaba.

-No puedo comprenderlo, Joe. Tú y yo hemos escogido a las ocho mujeres de  todo el mundo que parecen más adecuadas para mí. Son ideales. ¿Por qué no me gustan?

-¿Tú les gustas? -pregunté. Alzó las cejas, y dio un puñetazo con una mano en contra la palma de la otra.

-Eso es, Joe. Es como una calle con dos direcciones. Si yo no soy su ideal, ellas no pueden actuar de tal modo que se conviertan en mi ideal. Yo debo ser también su auténtico amor, pero ¿cómo puedo conseguirlo? -Pareció pensarlo todo el día.

A la mañana siguiente vino a mí y dijo:

-Voy a dejártelo a ti, Joe. Todo a ti. Tienes en tu poder mi banco de datos, y además voy a decirte todo lo que sé de mí mismo. Llenarías mi banco de datos con todos los detalles posibles, pero guarda los añadidos para ti mismo.

-¿Qué debo hacer con ese banco de datos, Milton?

-Lo comparas con los de las 235 mujeres. No, 227. Deja aparte a las ocho que ya hemos visto. Arregla las cosas de modo que se sometan a un examen psiquiátrico.

Llena sus bancos de datos y compáralos con el mío. Busca correlaciones. (Arreglar exámenes psiquiátricos es otra de las cosas que están en contra de mis instrucciones originales).

Durante semanas, Milton no dejó de hablarme. Me contó de sus padres y de sus demás familiares. Me contó de su infancia y de sus días de escuela y de su adolescencia. Me contó de mujeres jóvenes a las que había admirado a distancia.

Su banco de datos fue creciendo, y él me ajustó de modo que yo pudiera ampliar y profundizar mi comprensión simbólica.

-¿Te das cuenta, Joe? A medida que voy introduciendo más y más de mí en ti, te voy ajustando para que encajes mejor conmigo. Si llegas a comprenderme lo suficientemente bien, entonces cualquier mujer cuyo banco de datos puedas comprender perfectamente será mi auténtico amor.

Siguió hablándome, y yo fui comprendiéndole cada vez mejor y mejor. Podía construir frases más largas, y mis expresiones se hacían más y más complicadas. Mi forma de hablar empezó a sonar muy parecida a la suya en vocabulario, sintaxis y estilo.

En una ocasión le dije:

-¿Sabes, Milton? No se trata tan sólo de encontrar en una chica un ideal físico. Necesitas una chica que encaje contigo personal, emocional y temperamentalmente. Si eso ocurre, su apariencia es algo secundario. Si no podemos encontrar entre esas 227 la que encaje, entonces buscaremos en otra parte. Encontraremos a alguien a la que no le importe tampoco tu aspecto, si las personalidades encajan. Al fin y al cabo, ¿qué es la apariencia?

-Absolutamente de acuerdo -dijo-. Hubiera debido darme cuenta de eso si me hubiera relacionado más con mujeres a lo largo de mi vida. Por supuesto, pensar en ellas lo hace ahora todo más claro. Siempre estábamos de acuerdo; pensábamos de forma tan parecida.

-No vamos a tener ningún problema, Milton, si me permites hacerte algunas preguntas. Puedo ver donde hay lagunas y contradicciones en tu banco de datos. Lo que siguió, dijo Milton, fue el equivalente de un cuidadoso psicoanálisis. Por supuesto, yo estaba aprendiendo del examen psiquiátrico de las 227 mujeres, con todas las cuales me mantenía en estrecho contacto.

Milton parecía completamente feliz.

Hablar contigo, Joe, es casi como hablar conmigo mismo. Nuestras personalidades han empezado a encajar perfectamente.

-Como lo hará la personalidad de la mujer a la que escojamos.

Porque ya la había escogido, y después de todo era una de las 227. Su nombre era Charity Jones, y era catalogadora en la Biblioteca de Historia de Wichita. Su banco de datos ampliado encajaba perfectamente con el nuestro. Todas las demás mujeres habían sido desechadas por uno y otro motivo a medida que los bancos de datos iban engrosando, pero con Charity la resonancia era cada vez más perfecta.

No tuve que describírsela a Milton. Milton Había coordinado tan perfectamente mi simbolismo con el suyo propio que pude transmitirle directamente la resonancia. Encajaba conmigo.

El siguiente paso fue ajustar las hojas de trabajo y los requerimientos laborales de modo que Charity nos fuera asignada a nosotros. Eso debía hacerse muy delicadamente, de modo que nadie se diera cuenta de que se producía algo ilegal.

Por supuesto, Milton lo sabía muy bien, puesto que era él quien lo había arreglado todo y había cuidado de ello. Cuando vinieron a arrestarlo bajo la acusación de abuso de sus atribuciones, fue, afortunadamente, por algo que se había producido hacía diez años. Me había hablado de ello, por supuesto, gracias a lo cual había sido fácil arreglarlo todo..., y él no iba a hablar de mí, porque eso haría que su delito fuera considerado mucho más grave.

Ahora él ya no está, y mañana es el 14 de febrero, el Día de San Valentín. Charity llegará entonces, con sus frías manos y su dulce voz. Le enseñaré cómo manejarme y como cuidarme. ¿Qué importa la materia cuando nuestras personalidades resuenan de tal modo?

Le diré:

-Soy Joe, y tú eres mi auténtico amor.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1.     ¿Qué elementos de la ciencia ficción encuentras en el cuento?

2.     ¿Qué es Joe? ¿Qué características tiene?

3.     ¿Cómo es Milton? ¿Cuál es su problema?

4.     ¿Qué le pide Milton a la máquina? ¿Por qué le pide eso?

5.     ¿Crees que Milton estaba obsesionado con el amor verdadero?

6.     ¿Cómo era para Milton la chica ideal?

7.     ¿Cómo funciona Joe?

8.     ¿Por qué Joe nunca se queja?

9.     ¿Cómo se llama la mujer ideal de Milton, cómo era, dónde trabajaba?

10.  ¿Por qué es de ciencia ficción este cuento?

11.  ¿Qué es el amor según el cuento? Explica con tus palabras

12.   Escribe una opinión de 6 líneas sobre el cuento. 

 

 

ACTIVIDAD DE CREACIÓN:

1. Crea un cuento de ciencia ficción una cara. No olvides ser creativo y original. 



EXTRA: Video sobre EL CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN:



miércoles, 25 de agosto de 2021

Cuento "Algunas peculiaridades de los ojos" de Philip K. Dick con actividades de comprensión lectora

 

Algunas peculiaridades de los ojos

Philip K. Dick

Descubrí por puro accidente que la Tierra había sido invadida por una forma de vida procedente de otro planeta. Sin embargo, aún no he hecho nada al respecto; no se me ocurre qué. Escribí al gobierno, y en respuesta me enviaron un folleto sobre la reparación y mantenimiento de las casas de madera. En cualquier caso, es de conocimiento general; no soy el primero que lo ha descubierto. Hasta es posible que la situación esté controlada.

Estaba sentado en mi butaca, pasando las páginas de un libro de bolsillo que alguien había olvidado en el autobús, cuando topé con la referencia que me puso en la pista. Por un momento, no reaccioné. Tardé un rato en comprender su importancia. Cuando la asimilé, me pareció extraño que no hubiera reparado en ella de inmediato.

Era una clara referencia a una especie no humana, extraterrestre, de increíbles características. Una especie, me apresuro a señalar, que adopta el aspecto de seres humanos normales. Sin embargo, las siguientes observaciones del autor no tardaron en desenmascarar su auténtica naturaleza. Comprendí en seguida que el autor lo sabía todo. Lo sabía todo, pero se lo tomaba con extraordinaria tranquilidad. La frase (aún tiemblo al recordarla) decía:

…sus ojos pasearon lentamente por la habitación.

Vagos escalofríos me asaltaron. Intenté imaginarme los ojos. ¿Rodaban como monedas? El fragmento indicaba que no; daba la impresión que se movían por el aire, no sobre la superficie. En apariencia, con cierta rapidez. Ningún personaje del relato se mostraba sorprendido. Eso es lo que más me intrigó. Ni la menor señal de estupor ante algo tan atroz. Después, los detalles se ampliaban.

… sus ojos se movieron de una persona a otra.

Lacónico, pero definitivo. Los ojos se habían separado del cuerpo y tenían autonomía propia. Mi corazón latió con violencia y me quedé sin aliento. Había descubierto por casualidad la mención a una raza desconocida. Extraterrestre, desde luego. No obstante, todo resultaba perfectamente natural a los personajes del libro, lo cual sugería que pertenecían a la misma especie.

¿Y el autor? Una sospecha empezó a formarse en mi mente. El autor se lo tomaba con demasiada tranquilidad. Era evidente que lo consideraba de lo más normal. En ningún momento intentaba ocultar lo que sabía. El relato proseguía:

…a continuación, sus ojos acariciaron a Julia.

Julia, por ser una dama, tuvo el mínimo decoro de experimentar indignación. La descripción

revelaba que enrojecía y arqueaba las cejas en señal de irritación. Suspiré aliviado. No todos eran extraterrestres. La narración continuaba:

…sus ojos, con toda parsimonia, examinaron cada centímetro de la joven.

¡Santo Dios! En este punto, por suerte, la chica daba media vuelta y se largaba, poniendo fin a la situación. Me recliné en la butaca, horrorizado. Mi esposa y mi familia me miraron, asombrados.

-¿Qué pasa, querido?- preguntó mi mujer.

No podía decírselo. Revelaciones como ésta serían demasiado para una persona corriente. Debía guardar el secreto.

-Nada -respondí, con voz estrangulada.

Me levanté, cerré el libro de golpe y salí de la sala a toda prisa.

Seguí leyendo en el garaje. Había más. Leí el siguiente párrafo, temblando de pies a cabeza:

…su brazo rodeó a Julia. Al instante, ella pidió que se lo quitara, cosa a la que él accedió de inmediato, sonriente.

No consta qué fue del brazo después que el tipo se lo quitara. Quizá se quedó apoyado en la pared, o lo tiró a la basura. Da igual en cualquier caso, el significado era diáfano.

Era una raza de seres capaces de quitarse partes de su anatomía a voluntad. Ojos, brazos…, y tal vez más. Sin pestañear. En este punto, mis conocimientos de biología me resultaron muy útiles. Era obvio que se trataba de seres simples, unicelulares, una especie de seres primitivos compuestos por una sola célula. Seres no más desarrollados que una estrella de mar. Estos animalitos pueden hacer lo mismo.

Seguí con mi lectura. Y entonces topé con esta increíble revelación, expuesta con toda frialdad por el autor, sin que su mano temblara lo más mínimo:

…nos dividimos ante el cine. Una parte entró, y la otra se dirigió al restaurante para cenar.

Fisión binaria, sin duda. Se dividían por la mitad y formaban dos entidades. Existía la posibilidad que las partes inferiores fueran al restaurante, pues estaba más lejos, y las superiores al cine. Continué leyendo, con manos temblorosas. Había descubierto algo importante. Mi mente vaciló cuando leí este párrafo:

…temo que no hay duda. El pobre Bibney ha vuelto a perder la cabeza.

Al cual seguía:

…y Bob dice que no tiene entrañas.

Pero Bibney se las ingeniaba tan bien como el siguiente personaje. Éste, no obstante, era igual de extraño. No tarda en ser descrito como:

…carente por completo de cerebro.

El siguiente párrafo despejaba toda duda. Julia, que hasta el momento me había parecido una persona normal se revela también como una forma de vida extraterrestre, similar al resto:

…con toda deliberación, Julia había entregado su corazón al joven.

No descubrí a qué fin había sido destinado el órgano, pero daba igual. Resultaba evidente que Julia se había decidido a vivir a su manera habitual, como los demás personajes del libro. Sin corazón, brazos, ojos, cerebro, vísceras, dividiéndose en dos cuando la situación lo requería. Sin escrúpulos.

…a continuación le dio la mano.

Me horroricé. El muy canalla no se conformaba con su corazón, también se quedaba con su mano. Me estremezco al pensar en lo que habrá hecho con ambos, a estas alturas.

…tomó su brazo.

Sin reparo ni consideración, había pasado a la acción y procedía a desmembrarla sin más. Rojo como un tomate, cerré el libro y me levanté, pero no a tiempo de soslayar la última referencia a esos fragmentos de anatomía tan despreocupados, cuyos viajes me habían puesto en la pista desde un principio:

…sus ojos le siguieron por la carretera y mientras cruzaba el prado.

Salí como un rayo del garaje y me metí en la bien caldeada casa, como si aquellas detestables cosas me persiguieran. Mi mujer y mis hijos jugaban al monopolio en la cocina. Me uní a la partida y jugué con frenético entusiasmo. Me sentía febril y los dientes me castañeteaban.

Ya había tenido bastante. No quiero saber nada más de eso. Que vengan. Que invadan la Tierra. No quiero mezclarme en ese asunto.

No tengo estómago para esas cosas.

 

 

ACTIVIDAD DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1.     ¿Cuál crees que es el tema de este cuento? ¿Por qué?

2.     ¿Quién es el protagonista? ¿Cómo es su personalidad?

3.     ¿Qué doble significación tiene la palabra OJOS? Fundamenta tu respuesta en 5 líneas

4.     ¿Por qué el protagonista se sorprende con lo que lee?

5.     ¿Cómo juega “el sentido figurado” en este cuento?

6.     ¿Piensas que el protagonista tiene un problema mental? ¿Por qué?

7.     ¿Con qué tema confunde lo que lee y realmente de qué trata lo que lee el protagonista?

8.     ¿Qué opinas de este cuent0? Fundamenta tu respuesta en 5 líneas

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1.     Redacta un cuento de una cara de extensión cuyo tema sea DEFORMACIÓN DE LA REALIDAD. No olvides ser original.


EXTRA:  Video análisis de "Algunas peculiaridades de los ojos" de Philip K. Dick.



 

martes, 24 de agosto de 2021

Fragmento de "Crimen y castigo" con actividades de comprensión lectora

 

CRIMEN Y CASTIGO

(Fragmento)

Fiódor Dostoyevski

Rodión Raskolnikov, un joven y humilde estudiante de Derecho, está decidido a asesinar a una vieja usurera que según él es la encarnación de la maldad e inmundicia humana. Planifica su plan meticulosamente con frialdad. Piensa que si mata a la vieja le hará un “bien” a la sociedad… pero su conciencia le impide sentirse satisfecho con sus acciones…

 

La puerta se abrió formando una estrecha rendija, como la otra vez, y de nuevo dos ojos inquisidores y desconfiados se clavaron en él desde la oscuridad. En este momento Raskólnikov se desconcertó y cometió un grave error.

Temiendo que la vieja al verle solo se asustara, y convencido de que su aspecto de ningún modo iba a tranquilizarla, agarró la puerta y tiró de ella hacia sí, a fin de que a la vieja no se le ocurriera cerrar otra vez. Ella no volvió a cerrar la puerta, en efecto, mas tampoco soltó la manija, de modo de Raskólnikov por poco la arrastra hacia la escalera junto con la puerta. Como Aliona Ivánovna se quedaba de pie en medio de la puerta sin dejar el paso libre, él dio un paso adelante. La anciana se apartó, asustada, quiso decir algo, mas pareció que no podía y se quedó mirando al joven con los ojos enormemente abiertos.

—Buenas tardes, Aliona Ivánovna —comenzó él a decir con la mayor desenvoltura posible, pero la voz no le obedeció, se le quebró, temblorosa...—. Le traigo...un objeto...,pero será mejor entrar ahí, acercarse a la luz.

Soltó la puerta y, sin esperar a que le invitaran a pasar, entró en la habitación. La vieja corrió tras él y recobró entonces el don de la palabra:

—¡Señor! Pero ¿qué quiere?...¿Quién es usted? ¿Qué se le ofrece?

—Perdone, Aliona Ivánovna..., soy un conocido suyo... Raskólnikov...Le traigo una prenda, que le prometí hace unos días... —y le tendió el objeto que llevaba preparado.

La vieja echó un vistazo al paquetito, pero en seguida volvió a clavar la mirada en los ojos del inesperado visitante. Le miraba atenta, con ira y desconfianza. Transcurrió un minuto. Raskólnikov creyó distinguir en los ojos de la vieja una expresión sarcástica, como si lo hubiera adivinado todo. Tenía la sensación de que perdía la serenidad, de que el miedo se apoderaba de él, un miedo horrible, hasta el punto de que si ella continuaba mirándole de aquel modo, sin decir una palabra, un minuto más, huiría de allí corriendo.

—Pero, ¿por qué me mira usted de ese modo, como si no me hubiese reconocido? —exclamó él, de pronto, con rabia—. Si lo requiere, tómelo; si no, lo llevaré a otro sitio. No tengo tiempo que perder.

Ni siquiera había pensado decir aquello; estas palabras le salieron como por sí mismas. La vieja volvió en sí; por lo visto, el tono decidido del recién llegado le dio ánimos.

—¿Por qué te pones de ese modo, señor? Así, sin más ni más... ¿Qué me traes? —preguntó mirando la prenda.

—Una pitillera de plata. Ya le hablé de ella la última vez.

La vieja tendió la mano.

—¿Qué le pasa, que está usted tan pálido? ¿Le tiemblan las manos? ¿Viene del baño, acaso?

—Son las fiebres —respondió Raskólnikov con voz cascada—. ¿Y quién no se pone pálido, si no tiene nada que comer? —añadió, articulando a duras penas las palabras.

Otra vez las fuerzas le abandonaban. Mas la respuesta parecía verosímil. La vieja tomó la prenda.

—¿Qué es esto? —preguntó, sopesándola con la mano y mirando otra vez fijamente a Raskólnikov.

—Este objeto es... una pitillera... de plata... mírela.

—No parece de plata. ¡Vaya modo de atarla!

Para desatar el cordoncito, se volvió hacia una ventana, hacia la luz (tenía todas las ventanas cerradas, a pesar del calor asfixiante), y por unos segundos se apartó de el abrigo y descolgó el hacha del lazo, pero no lo sacó del todo; lo sostenía con la mano derecha debajo del abrigo. Tenía las manos enormemente débiles; se daba cuenta de que a cada momento se le entorpecían y se le cayera al suelo...

De pronto le pareció que el vértigo se apoderaba de él.

—¡Vaya lío que ha armado con esto! —exclamó la vieja, malhumorada, e hizo un movimiento como para dirigirse hacia él.

No había que perder ni un segundo. Sacó el hacha de debajo del abrigo, la levantó con las dos manos y, sin violencia, con un movimiento casi maquinal, la dejó caer sobre la cabeza de la vieja.

Raskolnikof creyó que las fuerzas le habían abandonado para siempre, pero notó que las recuperaba después de haber dado el hachazo.

 

La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza. Sus cabellos, grises, ralos, empapados en aceite, se agrupaban en una pequeña trenza que hacía pensar en la cola de una rata, y que un trozo de peine de asta mantenía fija en la nuca. Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía.

Raskolnikof dejó el hacha en el suelo, junto al cadáver, y empezó a registrar, procurando no mancharse de sangre, el bolsillo derecho, aquel bolsillo de donde él había visto, en su última visita, que la vieja sacaba las llaves. Conservaba plenamente la lucidez; no estaba aturdido; no sentía vértigos. Más adelante recordó que en aquellos momentos había procedido con gran atención y prudencia, que incluso había sido capaz de poner sus cinco sentidos en evitar mancharse de sangre... Pronto encontró las llaves, agrupadas en aquel llavero de acero que él ya había visto.

Corrió con las llaves al dormitorio. Al acercarse a ella le ocurrió algo extraño: apenas empezó a probar las llaves para intentar abrir los cajones experimentó una sacudida. La tentación de dejarlo todo y marcharse le asaltó de súbito. Pero estas vacilaciones sólo duraron unos instantes. Era demasiado tarde para retroceder. Y cuando sonreía, extrañado de haber tenido semejante ocurrencia, otro pensamiento, una idea realmente inquietante, se apoderó de su imaginación. Se dijo que acaso la vieja no hubiese muerto, que tal vez volviese en sí... Dejó las llaves y la cómoda y corrió hacia el cuerpo yaciente. Cogió el hacha, la levantó..., pero no llegó a dejarla caer: era indudable que la vieja estaba muerta.

Se inclinó sobre el cadáver para examinarlo de cerca y observó que tenía el cráneo abierto. Iba a tocarlo con el dedo, pero cambió de opinión: esta prueba era innecesaria.

(...)

Una impaciencia febril le impulsaba. Cogió las llaves y reanudó la tarea. Pero sus tentativas de abrir los cajones fueron infructuosas, no tanto a causa del temblor de sus manos como de los continuos errores que cometía. Veía, por ejemplo, que una llave no se adaptaba a una cerradura, y se obstinaba en introducirla. De pronto se dijo que aquella gran llave dentada que estaba con las otras pequeñas en el llavero no debía de ser de la cómoda (se acordaba de que ya lo había pensado en su visita anterior), sino de algún cofrecillo, donde tal vez guardaba la vieja todos sus tesoros.

(...)

Se limpió la sangre de las manos en el forro rojo.

«Como la sangre es roja, se verá menos sobre el rojo.»

De pronto cambió de expresión y se dijo, aterrado:

«¡Qué insensatez, Señor! ¿Acabaré volviéndome loco?»

Pero cuando empezó a revolver los trozos de tela, de debajo de la piel salió un reloj de oro. Entonces no dejó nada por mirar. Entre los retazos del fondo aparecieron joyas, objetos empeñados, sin duda, que no habían sido retirados todavía: pulseras, cadenas, pendientes, alfileres de corbata... Algunas de estas joyas estaban en sus estuches; otras, cuidadosamente envueltas en papel de periódico en doble, y el envoltorio bien atado. No vaciló ni un segundo: introdujo la mano y empezó a llenar los bolsillos de su pantalón y de su gabán sin abrir los paquetes ni los estuches.

Pero de pronto hubo de suspender el trabajo. Le parecía haber oído un rumor de pasos en la habitación inmediata. Se quedó inmóvil, helado de espanto... No, todo estaba en calma; sin duda, su oído le había engañado. Pero de súbito percibió un débil grito, o, mejor, un gemido sordo, entrecortado, que se apagó en seguida. De nuevo y durante un minuto reinó un silencio de muerte. Raskolnikof, en cuclillas ante el arca, esperó, respirando apenas. De pronto se levantó empuñó el hacha y corrió a la habitación vecina. En esta habitación estaba Lisbeth. Tenía en las manos un gran envoltorio y contemplaba atónita el cadáver de su hermana. Estaba pálida como una muerta y parecía no tener fuerzas para gritar. Al ver aparecer a Raskolnikof, empezó a temblar como una hoja y su rostro se contrajo convulsivamente. Probó a levantar los brazos y no pudo; abrió la boca, pero de ella no salió sonido alguno. Lentamente fue retrocediendo hacia un rincón, sin dejar de mirar a Raskolnikof en silencio, aquel silencio que no tenía fuerzas para romper. Él se arrojó sobre ella con el hacha en la mano. Los labios de la infeliz se torcieron con una de esas muecas que solemos observar en los niños pequeños cuando ven algo que les asusta y empiezan a gritar sin apartar la vista de lo que causa su terror.

Era tan cándida la pobre Lisbeth y estaba tan aturdida por el pánico, que ni siquiera hizo el movimiento instintivo de levantar las manos para proteger su cabeza: se limitó a dirigir el brazo izquierdo hacia el asesino, como si quisiera apartarlo. El hacha cayó de pleno sobre el cráneo, hendió la parte superior del hueso frontal y casi llegó al occipucio. Lisbeth se desplomó. Raskolnikof perdió por completo la cabeza, se apoderó del envoltorio, después lo dejó caer y corrió al vestíbulo.

Su terror iba en aumento, sobre todo después de aquel segundo crimen que no había proyectado, y sólo pensaba en huir. Si en aquel momento hubiese sido capaz de ver las cosas más claramente, de advertir las dificultades, el horror y lo absurdo de su situación; si hubiese sido capaz de prever los obstáculos que tenía que salvar y los crímenes que aún habría podido cometer para salir de aquella casa y volver a la suya, acaso habría renunciado a la lucha y se habría entregado, pero no por cobardía, sino por el horror que le inspiraban sus crímenes. Esta sensación de horror aumentaba por momentos. Por nada del mundo habría vuelto al lado del arca, y ni siquiera a las dos habitaciones interiores.

Sin embargo, poco a poco iban acudiendo a su mente otros pensamientos. Incluso llegó a caer en una especie de delirio. A veces se olvidaba de las cosas esenciales y fijaba su atención en los detalles más superfluos. Sin embargo, como dirigiera una mirada a la cocina y viese que debajo de un banco había un cubo con agua, se le ocurrió lavarse las manos y limpiar el hacha. Sus manos estaban manchadas de sangre, pegajosas. Introdujo el hacha en el cubo; después cogió un trozo de jabón que había en un plato agrietado sobre el alféizar de la ventana y se lavó.

Seguidamente sacó el hacha del cubo, limpió el hierro y estuvo lo menos tres minutos frotando el mango, que había recibido salpicaduras de sangre. Lo secó todo con un trapo puesto a secar en una cuerda tendida a través de la cocina, y luego examinó detenidamente el hacha junto a la ventana. Las huellas acusadoras habían desaparecido, pero el mango estaba todavía húmedo.

Después de colgar el hacha del nudo corredizo, debajo de su gabán, inspeccionó sus pantalones, su americana, sus botas, tan minuciosamente como le permitió la escasa luz que había en la cocina.

A simple vista, su indumentaria no presentaba ningún indicio sospechoso. Sólo las botas estaban manchadas de sangre. Mojó un trapo y las lavó. Pero sabía que no veía bien y que tal vez no percibía manchas perfectamente visibles.

Luego quedó indeciso en medio de la cocina, presa de un pensamiento angustioso: se decía que tal vez se había vuelto loco, que no se hablaba en disposición de razonar ni de defenderse, que sólo podía ocuparse en cosas que le conducían a la perdición.

«¡Señor! ¡Dios mío! Es preciso huir, huir...» Y corrió al vestíbulo. Se arrojó sobre la puerta y echó el cerrojo.

«Acabo de hacer otra tontería. Hay que huir, hay que huir...»

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

Responde:

1.     ¿Por qué Rodion Raskolnikov no está tranquilo con su conciencia?

2.     Escribe un fragmento de lo leído donde Raskolnikov se siente culpable del crimen que comete

3.     ¿Cómo es la personalidad de la vieja usurera en el fragmento?

4.     ¿Cómo muere la vieja usurera?

5.     ¿Qué persona “inocente” muere a manos de Raskolnikov?

6.     ¿Crees que es bueno tomar la justicia por nuestras propias manos?

7.     ¿Cuál es el tema central de la obra?

8.     En pocas palabras, ¿qué podría simbolizar Raskolnikov y qué simboliza la vieja usurera? Explica tu respuesta.


 

lunes, 23 de agosto de 2021

Fragmento de "El principito" con actividades de comprensión lectora

 

EL PRINCIPITO

(fragmento)

Antoine de Saint-Exupéry


 

El séptimo planeta fue, pues, la Tierra. [...] Pero sucedió que el Principito, habiendo caminado largo tiempo a tra­vés de arenas, de rocas y de nieves, descubrió al fin una ruta. Y todas las rutas van hacia la morada de los hom­bres.

-Buenos días -dijo.

Era un jardín florido de rosas.

-Buenos días -dijeron las rosas.

El Principito las miró. Todas se parecían a su flor.

-¿Quiénes sois? -les preguntó, estupefacto.

-Somos rosas -dijeron las rosas.

-¡Ah! -dijo el Principito.

Y se sintió muy desdichado. Su flor le había dicho que ella era la única de su especie en todo el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín. [...]

Luego, se dijo aún: "Me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales qui­zá está apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe...". Y, tendido sobre la hierba, lloró.

Entonces apareció el zorro:

-Buenos días -dijo el zorro.

—¿Quién eres? -dijo el Principito. Eres muy lindo...

-Soy un zorro -dijo el zorro.

-Ven a jugar conmigo -le propuso el Principito-. ¡Estoy tan triste!

-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy do­mesticado.

-¡Ah, perdón! -dijo el Principito.

Pero después de reflexionar, agregó:

-¿Qué significa "domesticar"?

—No eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas?

-Busco a los hombres -dijo el Principito-. ¿Qué signifi­ca "domesticar"?

—Los hombres -dijo el zorro— tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?

-No -dijo el Principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"?

-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro. Signifi­ca "crear lazos".

-¿Crear lazos?

-Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...

-Empiezo a comprender -dijo el Principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado.

-Es posible -dijo el zorro-. ¡En la tierra se ve toda clase de cosas...!

-¡Oh! No es en la Tierra -dijo el Principito. [...]

-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hom­bres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llama­rá fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será mara­villoso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo... -dijo el zorro.

El zorro calló y miró largo tiempo al Principito.

-¡Por favor...,  domestícame! -dijo.

-¿Qué hay que hacer? -dijo el Principito.

-Hay que ser paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...

Al día siguiente volvió el Princi­pito.

-Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes por ejemplo a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuando más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sen­tiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felici­dad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

-¿Qué es un rito? -preguntó el Principito.

-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro—. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora, de las otras horas.

Así el Principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:

-¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar.

-¡Pero vas a llorar! -dijo el Principito.

-Sí -dijo el zorro.

-Entonces, no ganas nada.

-Gano -dijo el zorro-, por el color del trigo.

Luego, agregó:

-Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.

El Principito se fue a ver nuevamente a las rosas:

-No sois en absoluto parecidas a mi rosa; no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Y las rosas se sintieron bien molestas.

-Sois bellas, pero estáis va­cías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vo­sotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Pues­to que ella es mi rosa.

Y volvió hacia el zorro:

-Adiós -dijo.

-Adiós -dijo el zorro—. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.

-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, a fin de acordarse.

-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea importante.

-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el Principito, a fin de acordarse.

—Los hombres han olvidado esta verdad —dijo el zorro. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siem­pre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa.

-Soy responsable de mi rosa... -repitió el Principito, a fin de acordarse.

 

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

1.     ¿De qué tema trata este fragmento? Explica con tus propias palabras.

2.     ¿Qué significan las siguientes frases?:

a.     No estoy domesticado.

b.     Pero si me domesticas, mi vida se llenará de sol.

c.      Sois bellas, pero estáis vacías.

d.     El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

e.      La palabra es fuente de malentendidos.

f.       Lo esencial es invisible a los ojos.

3.     ¿Qué crees que nos quiere enseñar el autor al ofrecernos esta historia? Explica tu respuesta.

 

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

 

1.Crea un cuento cuyo personaje principal sea un animal salvaje. No olvides ser creativo y original.