lunes, 7 de marzo de 2022

Fragmentos de "Pedro Páramo" de Juan Rulfo con actividades de comprensión lectora

 

Fragmentos de Pedro Páramo de Juan Rulfo

Pedro Páramo de Juan Rulfo


Fragmento I de Pedro Páramo – Juan Rulfo

 

 Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó-. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte". Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aún después que a mis manos les costó zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:

-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

-Así lo haré, madre.

Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.

El camino subía y bajaba; "sube o baja según se va o se viene. Para el que va sube; para el que viene baja".

-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?

-Comala, señor.

-¿Estás seguro de que ya es Comala?

-Seguro, señor.

-¿Y por qué se ve esto tan triste?

-Son los tiempos, señor.

Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros.

Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: "Hay allí, pasando el puerto de Los Calimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche". Y su voz era secreta, casi apagada... Mi madre.

-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? -oí que me preguntaban.

-Voy a ver a mi padre -contesté.

-¡Ah! -dijo él.

Y volvimos al silencio.

Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros.

Los ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.

-Bonita fiesta le va a armar -volví a oír la voz del que iba allí a mi lado—. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que nadie viene por aquí.

Luego añadió:

-Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.

En la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores trasluciendo un horizonte gris. Y más allá una línea de montañas. Y todavía más allá, la remota lejanía.

 

-¿ Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?

-No lo conozco -le dije-. Sólo sé que se llama Pedro Páramo.

-¡Ah!, vaya.

-Sí, así me dijeron que se llamaba.

Oí otra vez el "¡ah!" del arriero.

Me había encontrado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre.

-¿Adónde va usted? -le pregunté.

-Voy para abajo, señor.

-¿Conoce un lugar llamado Comala?

-Para allá mismo voy.

Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció darse cuenta que lo seguía y disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.

-Yo también soy hijo de Pedro Páramo -me dijo.

Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo "cuar, cuar, cuar".

Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.

-Hace calor aquí -dije.

-Sí, y esto no es nada -me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren al llegar al infierno regresan por su cobija.

-¿Conoce usted a Pedro Páramo? -le pregunté.

Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.

-¿Quién es ? -volví a preguntar.

-Un rencor vivo -me contestó él.

Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros iban mucho más delante de nosotros, encarrerados por la bajada.

Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja y en dirección del corazón tenía uno muy grande donde bien podía caber el dedo del corazón.

-Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera.

-Mire usted -me dice el arriero deteniéndose-: ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues detrasito de ella está la “Media Luna”. Ahora voltíe para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala y ahora voltíe para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está? Bueno, pues eso es la “Media Luna” de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos mal parieron en un petate, aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?

-No me acuerdo.

-¡Váyase mucho al carajo!

-¿Qué dice usted?

-Que ya estamos llegando, señor.

-Sí, ya lo creo. ¿Qué pasó por aquí?

-Un correcaminos, señor. Así les dicen a esos pájaros.

-No, yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado. Parece que no lo habitara nadie.

-No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.

-¿Y Pedro Páramo?

-Pedro Páramo murió hace muchos años. [...]

 

 

Fragmento II de Pedro Páramo – Juan Rulfo

 

Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.

 

Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño... Creo sentir la pena de su muerte... Pero esto es falso.

 

Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta. Siento el lugar en que estoy y pienso…

Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio. El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos. Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época. En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul. Me acuerdo. Mi madre murió entonces.

Que yo debía haber gritado: que mis manos tenían que haberse hecho pedazos estrujando su desesperación. Así hubieras tú querido que fuera. ¿Pero acaso no era alegre aquella mañana? Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la hiedra. En mis piernas comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias al tocar mis senos. Los gorriones jugaban. En las lomas se mecían las espigas. Me dio lástima que ella ya no volviera a ver el juego del viento en los jazmines; que cerrara sus ojos a la luz de los días. ¿Pero por qué iba a llorar?

¿Te acuerdas, Justina? Acomodaste las sillas a lo largo del corredor para que la gente que viniera a verla esperara su turno. Estuvieron vacías. Y mi madre sola, en medio de los cirios; su cara pálida y sus dientes blancos asomándose apenitas entre sus labios morados, endurecidos por la amoratada muerte. Sus pestañas ya quietas; quieto ya su corazón. Tú y yo allí, rezando rezos interminables, sin que ella oyera nada sin que tú y yo oyéramos nada, todo perdido en la sonoridad del viento debajo de la noche. Planchaste su vestido negro, almidonando el cuello y el puño de sus mangas para que sus manos se vieran nuevas, cruzadas sobre su pecho muerto, su viejo pecho amoroso sobre el que dormí en un tiempo y que me dio de comer y que palpitó para arrullar mis sueños.

Nadie vino a verla. Así estuvo mejor. La muerte no se reparte como si fuera un bien. Nadie anda en busca de tristezas.

Tocaron la aldaba. Y Tú saliste.

-Ve tú -te dije-. Yo veo borrosa la cara de la gente. Y haz que se vayan. ¿Que vienen por el dinero de las misas gregorianas? Ella no dejó ningún dinero. Díselos, Justina. ¿Que no saldrá del purgatorio si no le rezan esas misas? ¿Quiénes son ellos para hacer la justicia, Justina? ¿Dices que estoy loca? Está bien.

-Y tus sillas se quedaron vacías hasta que fuimos a enterrarla con aquellos hombres alquilados, sudando por un peso ajeno, extraños a cualquier pena. Cerraron la sepultura con arena mojada; bajaron el cajón despacio, con la paciencia de su oficio, bajo el aire que les refrescaba su esfuerzo. Sus ojos fríos, indiferentes. Dijeron: "Es tanto." Y tú les pagaste, como quien compra una cosa desanudando tu pañuelo húmedo de lágrimas, exprimido y vuelto a exprimir y ahora guardando el dinero de los funerales...

Y cuando ellos se fueron, te arrodillaste en el lugar donde había quedado su cara y besaste la tierra y podrías haber abierto un agujero, si yo no te hubiera dicho: "Vámonos, Justina, ella está en otra parte, aquí no hay más que una cosa muerta."

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

PREGUNTAS PARA EL FRAGMENTO I:

1.      ¿Qué viene a hacer Juan Preciado a Comala?

2.     ¿Comala es una ciudad o es parte del campo? ¿Por qué?

3.     En este fragmento nos van relatando cómo era Comala. Teniendo en cuenta ello, con tus propias palabras describe cómo era Comala.

4.     Juan Preciado, le pregunta a Abundio lo siguiente:

“-¿Conoce usted a Pedro Páramo? -le pregunté.

Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.

-¿Quién es? -volví a preguntar.

-Un rencor vivo -me contestó él.”

¿Qué se puede inferir de la respuesta que da Abundio?

5.     ¿Qué relación hay entre el fragmento narrado y el tema de la muerte? ¿Por qué?

6.     La novela Pedro Páramo es considerada una de las primeras obras de LO REAL MARAVILLOSO, ¿Está usted de acuerdo? ¿Por qué?

 

 

PREGUNTAS PARA EL FRAGMENTO II:

 

1. El cuento está narrado en:

A.    primera persona - pasado

B.    tercera persona - pasado

C.    primera persona - presente

D.   segunda persona – pasado

 

2. ¿Qué quiere decir la frase "pero esto es falso”?

A.    Que su madre muerta era una gran mentirosa por eso se le aparece

B.    Que aunque siente aún la presencia de su madre muerta esto es solo una ilusión

C.    Que es muy importante el recuerdo, pero que es mejor olvidar para que no sea falso

D.   Que como se amaba mucho a la madre es recordada siempre en la cama donde dormía con ella

 

3. En el texto la narradora

A.    Está loca y siente nostalgia por su madre

B.    Está triste por la muerte de su madre

C.    Está en un cajón, pero aún no ha muerto pues en realidad está en su cama

D.   Está muerta y recuerda a su madre muerta

 

4. A lo largo de la narración aquello que da vida es:

A.    La soledad de la muerte

B.    El mundo de los muertos

C.    El recuerdo del pasado

D.   La necesidad de amar

 

5. La narradora en el párrafo 4 nos establece una relación de los buenos recuerdos con

A.    La soledad

B.    El viento y la lluvia

C.    El mes de marzo

D.   La naturaleza

 

6. ¿Por qué la narradora no sintió lástima ante la muerte de su madre?

 

7. ¿Qué hizo Justina?

A.    Preparó a la muerta para que sea vista por todo el pueblo

B.    Se dio cuenta de los labios morados de la madre muerta

C.    Organizó el velorio

D.   Espero a que las sillas sean acomodadas

 

8. Cuál es el sentimiento que experimenta la narradora en el siguiente fragmento: "su viejo pecho amoroso sobre el que dormí en un tiempo y que me dio de comer y que palpitó para arrullar mis sueños."

A.    Ternura

B.    Angustia

C.    Rencor

D.   Tristeza

 

9. Qué INTERPRETACIÓN te merece la frase: "La muerte no se reparte como si fuera un bien." Fundamenta

 

10. ¿Cuál crees que fue el propósito del autor al ofrecernos este texto?


lunes, 28 de febrero de 2022

LOS TEXTOS PERSUASIVOS 📝 | DEFINICIÓN, TIPOS, CARACTERÍSTICAS, ESTRUCTURA Y EJEMPLOS

 

LOS TEXTOS PERSUASIVOS

Los textos persuasivos

Video sobre el tema:

1. LA PERSUASIÓN: Es aquella habilidad que permite CONVENCER a alguien sobre algo, usando una serie de ARGUMENTOS.

2. LOS TEXTOS PERSUASIVOS:

Son textos argumentativos que usan su poder de INFLUENCIA para CONVENCER al lector sobre un tema. Este tipo de textos busca motivar una postura, realizar una acción o a modificar una actitud.


2.1. ¿DÓNDE ENCONTRAMOS TEXTOS PERSUASIVOS?

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·         Artículos de opinión.

Artículo de opinión

    ·         Discursos políticos.

Discursos políticos

Nota: En esta clase nos centraremos en los textos persuasivos de carácter escrito.


3. REDACCIÓN DE UN TEXTO PERSUASIVO: Usualmente los textos persuasivos son textos argumentativos, es decir usan pruebas o justificaciones llamadas argumentos para convencer al público respecto a un tema concreto.


3.1. ESTRUCTURA DE UN TEXTO PERSUASIVO:

a)    INTRODUCCIÓN: Es el inicio de nuestro texto, Puedes empezar de dos maneras: Dando una definición del tema o problema, o exponiendo un ejemplo o anécdota.


b)    CUERPO: Es la parte más extensa, aquí debes de persuadir al público lector con argumentos que ayuden a convencer sobre tu visión. Para ello utiliza conectores como: porque, pero, sin embargo, además, es decir, no obstante, pues.


c)     CIERRE: Es la parte final, aquí debes hacer como un resumen de todo lo planteado. Puedes acabar tu texto con una frase inventada por ti. Puedes dar un consejo o mensaje final.


3.2. ALGUNOS CONSEJOS PARA REDACTAR UN TEXTO PERSUASIVO:

✔ Debe tener un lenguaje claro, que se pueda entender. Se debe ir de lo sencillo a lo complejo.

 Debe tener argumentos que sustenten lo que dices sobre el tema, si no lo haces, simplemente estarás exponiendo un problema.

 Debes dar solución al problema o por lo menos construir una opinión al respecto.

 Debe estar separado por párrafos. Cada párrafo podría exponer una idea distinta sobre el tema.

  

EJEMPLO DE TEXTO PERSUASIVO:

Lee el siguiente texto persuasivo

Debemos amar a nuestros enemigos

Martín Luther King

Amistad


Es importante que amemos a nuestros enemigos [tesis], pero, ¿por qué tenemos que amar a nuestros enemigos? La primera razón es evidente. Devolver odio por odio multiplica el odio y contribuye a que la oscuridad de una noche que ya no tiene estrellas sea más intensa todavía. La oscuridad no puede suprimir a la oscuridad; sólo puede hacerlo el amor. El odio multiplica el odio, la violencia multiplica la brutalidad en una espiral descendente de destrucción.

Debemos amar a nuestros enemigos por otra razón; el odio hiere el alma y deforma la personalidad. Atentos al hecho de que el odio es una fuerza mala y peligrosa, pensamos demasiado a menudo en sus efectos sobre la persona odiada. Se comprende, pues el odio causa perjuicios irreparables a sus víctimas.

Sin embargo, existe otro aspecto que no debemos olvidar nunca. El odio también es nefasto para la misma persona que odia. Como un cáncer oculto, el odio corroe la personalidad y destruye la unidad vital. El odio destruye al hombre en sus valores y en su objetividad. Le lleva a considerar lo bello como feo, y lo feo como bello, a confundir la verdad con la mentira y la mentira con la verdad. Una tercera razón para amar a nuestros enemigos es que el amor es la única fuerza capaz de transformar un enemigo en amigo. [Argumentos]

En conclusión, no nos desharemos nunca de un enemigo ofreciendo odio al odio; no nos liberaremos de un enemigo ofreciéndole enemistad. El odio, por su misma naturaleza, arruina y destruye; por su misma naturaleza, el amor crea y construye. El amor transforma por su poder redentor. [Conclusión]

 

 

COMENTARIO SOBRE EL TEXTO:

Como vemos, este tipo de texto persuasivo busca convencernos de que no debemos de guardar odio contra nuestros enemigos, pues la violencia, lo único que hace es multiplicar la violencia, arruina y destruye, en cambio, el amor es edificante y transformador y tiene un carácter liberador. Por ello, debemos amar a nuestros enemigos. En suma, el texto citado anteriormente, sin duda, busca persuadirnos, es decir, hacer que cambiemos alguna de nuestras actitudes o ideas respecto a algo o alguien.

 

ACTIVIDADES:

I. RESPONDE:

1.¿El autor está a favor o en contra del uso de los teléfonos celulares en la escuela? ¿Por qué? Fundamenta tu respuesta en 4 líneas.

 

II.-REDACCIÓN TEXTOS: CONSTRUYE UN TEXTO PERSUASIVO:

¡Tienes un reto! Debes escribir un texto con el que deberás persuadir a las personas respecto a los siguientes temas: (deberás escoger solo un tema). Tu texto deberá tener un mínimo de 8 párrafos y poseer un título original. Aquí tienes los temas

a)      El mal uso de la Internet y redes sociales.

b)     La verdadera amistad.

c)      La importancia de pensar por nosotros mismos.

d)     La televisión basura.

e)      Contra el bullying.

f)       La necesidad de pensar por uno mismo.

g)      El sistema educativo.

h)     La corrupción en el Perú.

miércoles, 16 de febrero de 2022

CÓMO ANALIZAR UN TEXTO NARRATIVO 📝

 

Cómo analizar un texto narrativo



Los textos narrativos son aquellos relatos en donde se cuenta una historia real o ficticia que sucede en un lugar y tiempo concretos a una serie de personajes. Todo texto narrativo aborda un conflicto o problema dentro de la historia narrada.

Al leer un texto narrativo debemos tener en cuenta que dentro de este existen una serie de estructuras tanto de forma (el tipo de texto que estamos leyendo, por ejemplo: un cuento, una novela, una crónica, una biografía, un mito, una leyenda, etc.) y de fondo (el tema que aborda, los sentimientos y emociones expresados, el valor connotativo y simbólico del texto, etc.).

En este post aprenderemos a leer y redactar un análisis e interpretación de un texto narrativo.

 

PASOS PARA REALIZAR EL ANÁLISIS DE UN TEXTO NARRATIVO:

Para fines prácticos, analizaremos el cuento Un artista del hambre del genial escritor Franz Kafka. Este cuento también lo estoy dejando al final de este post para que así puedas leerlo cuando desees. Bien, dicho esto, empecemos:

 

PASO 1:

REALIZAR UNA LECTURA ACTIVA DEL CUENTO.


El primer paso, como veremos, es realizar una lectura atenta del cuento. Esto nos debe ayudar a entender la trama de la historia. Se sugiere que al realizar una primera lectura esta se procese. Para ello, es recomendable usar técnicas de subrayado de palabras, frases o pasajes importantes del cuento. Cada vez que se subraye, es bueno acompañar este o con una pequeña nota o sumilla. Una vez que se haya terminado de leer, es recomendable que se redacte un resumen del cuento. A continuación, te muestro un ejemplo de resumen:

 

El cuento Un artista del hambre de Franz Kafka es la historia de un hombre que se dedica a ser ayunador, es decir, es una atracción de feria donde su espectáculo consiste en permanecer sin comer durante días, semanas e incluso meses. Todo ello sucedía mientras el ayunador estaba encerrado en una jaula. Las personas pagaban por ver cuánto era capaz de resistir sin comer.

El empresario, que era jefe del ayunador, establecía un tiempo de ayuno no mayor a los cuarenta días. Esto lo hacía no tanto por la salud del ayunador, sino por cuestiones prácticas: después de los cuarenta días las personas perdían interés en el espectáculo que suscitaba ver al ayunador ayunar.

Cuando se llegaba a los cuarenta días, se armaba toda un show. El empresario enviaba a dos hermosas modelos a sacar al maltrecho ayunador y mientras este a duras penas se mantenía en pie era sentado en una mesa y por fin podía comer algo. Mientras este intentaba comer un bocado, el empresario intentaba conversar con el ayunador para hacer que las personas no presten atención a su estado calamitoso. Finalmente, el empresario hacía un brindis con palabras que supuestamente le dictaba al oído el ayunador. Obviamente todo era solo parte del show.

Así vivió el ayunador por un buen tiempo. Éste no se sentía mal por su extraño trabajo, sino que más bien creía que podía dejar de comer más días de los que lo limitaban. Esto, lamentablemente lo deprimía.

Tras pasar el tiempo, el público dejó de interesarse por el espectáculo del ayunador y, al contrario, comenzó a sentir rechazo hacia el ayunador profesional. El ayunador, al saber que ya nadie quería ver su espectáculo, abandonó al empresario y consiguió trabajo en un gran circo. Este circo era grandioso y muy famoso, pero el número del ayunador ya no era muy rentable, así que lo pusieron en una jaula que se encontraba afuera del circo camino a donde estaban las espléndidas atracciones de animales salvajes.

Aunque algunas personas lo veían, poco a poco ya a nadie le interesó el trabajo del ayunador y su jaula que mostraba sendos carteles sobre su acto, se empezó a llenar de polvo y los anuncios a borrarse. Es más, el número de días de ayuno que llevaba el ayunador ya no se contabilizaba. Aquella atracción había quedado en el olvido.

Un día, el inspector del circo, notó la jaula del ayunador que al parecer estaba abandonada y admiró de que en ella no haya ninguna atracción. Pidió a sus criados inspecciones la jaula y allí entre la paja encontraron los despojos moribundos del que antes fue un gran ayunador. El inspector, sorprendido, pregunto al hombre si todavía seguía ayunando y este le contestó que sí, que no podía dejar jamás de ayunar, porque no le gustaba ningún tipo de comida. El ayunador muere y en su jaula colocan a una pantera joven, la cual rápidamente se convirtió en un gran espectáculo del circo.

 

PASO 2:

ANALIZAR EL CUENTO DESDE UNA PERSPECTIVA SIGNIFICATIVA Y SIMBÓLICA

Para ello se recomienda identificar lo siguiente:

 

Ø  EL TEMA CENTRAL: El tema central es la idea fundamental que da unidad y sentido a todos los elementos de un texto. Este tema central se logra gracias a nuestro resumen. En el caso del cuento “Un artista del hambre” de Franz Kafka, el tema central es la decadencia y marginalidad que sufre el ayunador en su profesión de ayunar.

 

Ahora bien, una vez identificado el tema central, debemos formularnos preguntas que nos ayudarán a profundizar con el análisis. Las preguntas deben ser lo más reflexivas posibles, es decir, deben propiciar el juicio crítico y los procesos de inferencia en el lector. Algunos ejemplos de preguntas sobre el cuento serían:

  • ¿Qué significa ser un ayunador?
  • ¿Por qué un ayunador?
  • ¿Qué relación hay entre el ayunador y la sociedad actual?
  • ¿Por qué Kafka eligió tomar a un personaje tan peculiar y hasta absurdo como protagonista?
  • ¿Qué mensaje quiere dejarnos este cuento? 

Podemos hacernos tantas preguntas como sean necesarias para ayudarnos a profundizar significativamente en el cuento.

Las respuestas que demos a estas preguntas deben justificarse, de esta manera, nuestro análisis tendrá un sustento argumentativo. Por ejemplo, al preguntarme: ¿qué relación hay entre el ayunador y la sociedad actual?

Yo puedo responder lo siguiente: El ayunador es un ser deshumanizado, que ya no tiene dignidad y se lo ha cosificado, es un ser que solo sirve para el entretenimiento, para el espectáculo. El ayunador, aunque es un profesional y es consciente de su absurdo trabajo, solo sirve en tanto es rentable, en tanto convoca al público que pagará por verlo. Se relaciona estrechamente con la sociedad actual, ya que está también vive inmersa en el consumismo, en donde las personas se han convertido en objeto de consumo. Los grandes artistas solo sirven si son rentables. Los mensajes, las expresiones, las ideas, solo son importantes si es que alimentan el espectáculo, el rédito, el consumo. Hoy, ya no importa el ser humano en sí, sino solo su eficiencia en lo que respecta a su valor monetario.

Además de hacernos preguntas significativas respecto al cuento leído, también se recomienda DETERMINAR EL SIGNIFICADO SIMBÓLICO DE LO SIGUIENTE:

 

Ø  LOS OBJETOS SIGNIFICATIVOS: aquellos objetos que al ser usado o referenciados en el cuento adquieren un significado simbólico.

Por ejemplo: en el cuento Un artista del hambre la jaula, es un objeto altamente significativo, pues en ella no solo se encierra al ayunador, sino que también se conmina a los animales “salvajes”. La jaula es un signo de deshumanización, pues reduce al otro a ser un animal o un espectáculo.


Por otro lado, también es importante analizar:

Ø  LAS PALABRAS SIGNIFICATIVAS: es lo expresado por los personajes. Las palabras o frases son significativas, porque son importantes en la constitución de la trama del texto o de la forma de pensar de los personajes.

 

Por ejemplo, es revelador lo que dice el ayunador al inspector del circo casi al final del cuento:

—Porque —dijo el artista del hambre levantando un poco la cabeza y hablando en la misma oreja del inspector para que no se perdieran sus palabras, con labios alargados como si fuera a dar un beso—, porque no pude encontrar comida que me gustara. Si la hubiera encontrado, puedes creerlo, no habría hecho ningún cumplido y me habría hartado como tú y como todos.

 

Esto, se puede interpretar como UNA IMPOSIBILIDAD DE ADAPTARSE A LA SOCIEDAD. Esta inadaptación es lo que lo ha marginado. El ayunador no es ningún héroe, sino solo la víctima del tiempo y de las modas y gustos sociales. El ayunador no puede mostrarse humano (comer, como acto humanizador), pero tampoco la sociedad (que lo veía como un espectáculo y que luego, ya aburrida, lo ha rechazado).

También es importante analizar:

 

Ø  LOS SENTIMIENTOS SIGNIFICATIVOS: aquellos que se infieren al analizar el contenido del texto narrativo. Los sentimientos o emociones nacen de la interpretación que le hacemos al texto. Por ejemplo, si leemos un cuento que nos habla sobre la muerte de un ser amado, el sentimiento de tristeza será significativo.

Por ejemplo, podemos identificar un sentimiento significativo en el cuento:

 

La frustración: del ayunador frente a su condición. El ayunador es un ser insatisfecho y esto lo lleva a la tragedia, pues, aunque lleva al extremo su arte y se mantiene fiel a este, es eso lo que lo lleva a la muerte.

 

Por último, se recomienda analizar:

Ø  LAS ACCIONES SIGNIFICATIVAS: son aquellas que están relacionadas con el actuar de los personajes. Lo que hace cada personaje en el cuento nos revela su personalidad y tiene un significado simbólico.

 

Por ejemplo, quizás una de las acciones más grotescas está en el acto de ayunar como un acto “antinatural” entre comillas. El ayunador desde el inicio del cuento es presentado como un ser deshumanizado, pero también se muestra a la sociedad deshumanizada que lo reduce a ser solo un espectáculo, un motivo para el entretenimiento y nada más. Otra acción significativa es la del empresario que construye un show en torno al acto del ayunador.

 

PASO 3:

REDACTAMOS UN TEXTO ARGUMENTATIVO SOBRE NUESTRO ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DEL TEXTO NARRATIVO:

 

Después de todo lo leído, debemos llegar a una conclusión sobre el texto y valorarlo con nuestra opinión. Para ello es necesario haber analizado significativamente el cuento. Las opiniones deben justificarse con argumentos y constituir un punto de vista coherente respecto a la lectura. Para ello, podemos redactar nuestra opinión del texto narrativo usando la estructura de un texto argumentativo, la cual es la siguiente:

a)   INTRODUCCIÓN: Haz un resumen del cuento. Puedes empezar así: El cuento “Un artista del hambre” de Franz Kafka trata de…

b)  CUERPO: Aquí debes analizar los elementos más importantes, significativos y simbólicos del cuento. Recuerda que pueden ser palabras, objetos, acciones, personajes, etc. Estos aspectos debes identificarlos después de haber leído el texto de manera profunda y, de ser posible, más de una vez. Puedes empezar así:  Un aspecto significativo del cuento es…

c)   CONCLUSIÓN: Aquí debes valorar el cuento leído expresando tu opinión sobre el mismo. Puedes concluir así: En conclusión, el cuento “Un artista del hambre” de Franz Kafka es interesante porque….

 

Para que puedas tener ejemplos que guíen la redacción de tu texto, te dejo dos textos que analizan e interpretan el cuento Un artista del hambre de Franz Kafka. Estos textos fueron escritos siguiendo los pasos antes citados en el post y pertenecen a estudiantes del nivel secundaria. Espero que te sean de mucha utilidad.

✅ Descárgalo aquí


Paolo Astorga
Profesor de Lengua y Literatura

Cuento “La tercera resignación” de Gabriel García Márquez con actividades de comprensión lectora

 

La tercera resignación

Gabriel García Márquez


Allí estaba otra vez, ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él.

Le giraba dentro del cráneo vacío, sordo y punzante. Un panal se había levantado en las cuatro paredes de su calavera. Se agrandaba cada vez más en espirales sucesivos, y le golpeaba por dentro haciendo vibrar su tallo de vértebras con una vibración destemplada, desentonada, con el ritmo seguro de su cuerpo. Algo se había desadaptado en su estructura material de hombre firme; algo que “las otras veces” había funcionado normalmente y que ahora le estaba martillando de cabeza por dentro con un golpe seco y duro dado por unos huesos de mano descarnada, esquelética, y le hacía recordar todas las sensaciones amargas de la vida. Tuvo el impulso animal de cerrar los puños y apretarse la sien brotada de arterias azules, moradas, con la firme presión de su dolor desesperado. Hubiera querido localizar entre las palmas de sus dos manos sensitivas el ruido que le estaba a punta de diamante. Un gesto de gato doméstico contrajo sus músculos cuando lo imaginó perseguido por los rincones atormentados de su cabeza caliente, desgarrada por la fiebre. Ya iba a alcanzarlo. No.

         El ruido tenía la piel resbaladiza, intangible casi. Pero él estaba dispuesto a alcanzarlo con su estrategia bien aprendida y apretarlo larga y definitivamente con toda la fuerza de su desesperación. No permitiría que penetrara otra vez por su oído: que saliera por su boca, por cada uno de sus poros o por sus ojos que se desorbitarían a su paso y se quedarían ciegos mirando la huida del ruido desde el fondo de su desgarrada oscuridad. No permitiría que le estrujara más sus cristales molidos, sus estrellas de hielo, contra las paredes interiores del cráneo. Así era el ruido aquel:

         Pero le era imposible apretarse las sienes. Sus brazos se habían reducido y eran ahora los brazos de un enano; unos brazos pequeños, regordetes, adiposos. Trató de sacudir la cabeza. La sacudió. El ruido apareció entonces con mayor fuerza dentro del cráneo que se había endurecido, agrandado y que se sentía atraído con mayor fuerza por la gravedad. Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y duro que de haberlo alcanzado y destruido había tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo.

 

         Había sentido ese ruido “las otras veces”, con la misma insistencia. Lo había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez. Cuando –ante la vista de un cadáver– se dio cuenta de que era su propio cadáver. Lo miró y se palpó. Se sintió intangible, inespacial, inexistente. Él era verdaderamente un cadáver y estaba sintiendo ya, sobre su cuerpo joven y enfermizo, el tránsito de la muerte. La atmósfera se había endurecido en toda la casa como si hubiera sido rellena de cemento, y en medio de aquel bosque –en el que había dejado los objetos como cuando era una atmósfera de aire– estaba él, cuidadosamente colocado dentro del ataúd de un cemento duro pero transparente. Aquella vez, en su cabeza estaba también “ese ruido”. Qué lejanas y qué frías sentía las plantas de sus pies; allá en el otro extremo del ataúd, donde habían puesto una almohada, porque la caja le quedaba aún demasiado grande y hubo que ajustarlo, adaptar el cuerpo muerto a su nuevo y último vestido. Lo cubrieron de blanco y alrededor de su mandíbula apretaron un pañuelo. Se sintió bello envuelto en su mortaja; mortalmente bello.

         Estaba en su ataúd, listo a ser enterrado, y sin embargo, él sabía que no estaba muerto. Que si hubiera tratado de levantarse lo hubiera hecho con toda facilidad. Al menos “espiritualmente”. Pero no valía la pena. Era mejor dejarse morir allí; morirse de “muerte”, que era su enfermedad. Hacía tiempo que el médico había dicho a su madre, secamente:

         –Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo –prosiguió–, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de su muerte. Lograremos que continúen sus funciones orgánicas por un complejo sistema de autonutrición. Sólo variarán las funciones motrices, los movimientos espontáneos. Sabremos de su vida por el crecimiento que continuará también normalmente. Es simplemente “una muerte viva”. Una real y verdadera muerte...

         Recordaba las palabras, pero confundidas. Tal vez no las oyó nunca y fue creación de su cerebro cuando subía la temperatura en las crisis de la fiebre tifoidea.

         Cuando se sumergía en el delirio. Cuando leía la historia de los faraones embalsamados. Al subir la fiebre, él mismo se sentía protagonista de ella. Allí había empezado una especie de vacío en su vida. Desde entonces no podía distinguir, recordar cuáles acontecimientos eran parte de su delirio y cuáles de su vida real. Por tanto, ahora dudaba. Tal vez el médico nunca habló de esa extraña “muerte viva”. Es ilógica, paradojal, sencillamente contradictoria. Y eso lo hacía sospechar ahora que, efectivamente, estaba muerto de verdad. Que hacía dieciocho años que lo estaba.

         Desde entonces –en el tiempo de su muerte tenía siete años– su madre le mandó hacer un ataúd pequeño, de madera verde; un ataúd para un niño. Pero el médico ordenó que le hicieran una caja más grande, una caja para un adulto normal, pues aquella, podría atrofiar el crecimiento y llegaría a ser un muerto deforme o un vivo anormal. O la detención del crecimiento impediría darse cuenta de la mejoría. En vista de aquella advertencia, su madre le hizo construir un ataúd grande, para un cadáver adulto, y le colocó tres almohadas a los pies, con el fin de ajustarlo.

         Pronto empezó a crecer dentro de la caja, de tal manera que cada año podían sacarle un poco de lana a la almohada extrema para darle margen al crecimiento. Había pasado así media vida. Dieciocho años (ahora tenía veinticinco). Y había llegado a su estatura definitiva, normal. El carpintero y el médico se equivocaron en el cálculo e hicieron el ataúd medio metro más grande. Supusieron que él tendría la estatura de su padre, que era un gigante semibárbaro. Pero no fue así. Lo único que de él heredó fue la barba poblada. Una barba azul, espesa, que su madre acostumbraba arreglar para verlo decentemente dentro de su ataúd. Esa barba le molestaba terriblemente en los días de calor.

         Pero había algo que le preocupaba más que “¡ese ruido!”. Eran los ratones. Precisamente, cuando niño, nada había en el mundo que le preocupara más, que le produjera más terror, que los ratones. Y eran precisamente esos animales asquerosos los que habían acudido al olor de las bujías que ardían a sus pies. Ya habían roído sus ropas y sabía que muy pronto empezarían a roerlo a él, a comerse su cuerpo. Un día pudo verlos: eran cinco ratones lucios, resbaladizos, que subían a la caja por la pata de la mesa y lo estaban devorando. Cuando su madre lo advirtiera, no quedaría ya de él sino los escombros, los huesos duros y fríos. Lo que más horror le producía no era exactamente que se lo comieran los ratones. Al fin y al cabo podría seguir viviendo con su esqueleto. Lo que lo atormentaba era el terror innato que sentía hacia esos animalitos. Se le erizaba la piel con sólo pensar en esos seres velludos que recorrían todo su cuerpo, que penetraban por los pliegues de su piel y le rozaban los labios con sus patas heladas. Uno de ellos subió hasta sus párpados y trató de roer su córnea. Le vio grande, monstruoso, en su lucha desesperada por taladrarle la retina. Creyó entonces una nueva muerte y se entregó, todo entero, a la inminencia del vértigo.

         Recordó que había llegado a mayor de edad. Tenía veinticinco años y eso significaba que no crecería ya más. Sus facciones se volverían firmes, serias. Pero cuando estuviera sano no podría hablar de su infancia. No la había tenido. La pasó muerto.

         Su madre había tenido rigurosos cuidados durante el tiempo que duró la transición de la infancia a la pubertad. Se preocupó por la higiene perfecta del ataúd y de la habitación en general. Cambiaba frecuentemente las flores de los jarrones y abría las ventanas todos los días para que penetrara el aire fresco. Con qué satisfacción miró la cinta métrica en aquel tiempo, cuando, después de medirlo, ¡comprobaba que había crecido varios centímetros! Tenía la maternal satisfacción de verlo vivo. Cuidó, así mismo, de evitar la presencia de extraños en la casa. Al fin y al cabo era desagradable y misteriosa la existencia de un muerto por largos años en una habitación familiar. Fue una mujer abnegada. Pero muy pronto empezó a decaer su optimismo. En los últimos años, la vio mirar con tristeza la cinta métrica. Su niño no crecía ya más. En los meses pasados no progresó el crecimiento un milímetro siquiera. Su madre sabía que iba a ser difícil ahora encontrar la manera de advertir la presencia de la vida en su muerto querido. Tenía el temor de que una mañana amaneciera “realmente” muerto y tal vez por eso aquel día él pudo observar que se acercaba a su caja, discretamente, y olfateaba su cuerpo. Había caído en una crisis de pesimismo. Últimamente descuidó las atenciones y ya ni siquiera tenía la precaución de llevar la cinta métrica. Sabía que ya no crecería más.

Y él sabía que ahora estaba “realmente” muerto, Lo sabía por aquella apacible tranquilidad con que su organismo se dejaba llevar. Todo había cambiado intempestivamente. Los latidos imperceptibles que sólo él podía percibir se habían desvanecido ahora de su pulso. Se sentía pesado, atraído por una fuerza reclamadora y potente hacia la primitiva substancia de la tierra. La fuerza de gravedad parecía atraerlo ahora con un poder irrevocable. Estaba innegable. Pero estaba más descansado así. Ni siquiera tenía que respirar para vivir su muerte.

         Imaginariamente, sin tocarse, recorrió uno a uno cada uno de sus miembros. Allí, sobre una almohada dura, estaba su cabeza levemente vuelta hacia la izquierda. Imaginó su boca entreabierta por la delgada orilla de frío que le llenaba la garganta de granizo. Estaba tronchado como un árbol de veinticinco años. Quizá trató de cerrar la boca. El pañuelo que había apretado a su quijada estaba flojo. No pudo colocarse, componerse, tomar una “pose” siquiera para parecer un muerto decente. Ya los músculos, los miembros, no acudían como antes, puntuales al llamado de su sistema nervioso. Ya no era el de dieciocho años atrás, un niño normal que podía moverse a gusto. Sintió sus brazos caídos, tumbados para siempre, apretados contra las paredes acojinadas del ataúd. Su vientre duro, como una corteza de nogal. Y más allá las piernas íntegras, exactas, complementando su perfecta anatomía de adulto. Su cuerpo reposaba con pesadez, pero apaciblemente, sin malestar alguno, como si el mundo se hubiera detenido de repente, y nadie interrumpiera el silencio; como si todos los pulmones de la tierra hubieran dejado de respirar para no interrumpir la liviana quietud del aire. Se sentía feliz como un niño bocarriba sobre la hierba fresca y apretada, contemplando una nube alta que se aleja por el cielo de la tarde. Era feliz, aunque sabía que estaba muerto, que reposaba para siempre en la caja recubierta de seda artificial. Tenía una gran lucidez. No era como antes, después de su primera muerte, en que se sintió embotado, bruto. Las cuatro bujías que habían puesto en derredor suyo, y que eran renovadas cada tres meses, empezaban a agotarse nuevamente: precisamente cuando iban a ser indispensables. Sintió la vecindad de la frescura en las violetas húmedas que su madre había llevado aquella terrible mañana. La sintió en las azucenas, en las rosas. Pero toda aquella terrible realidad no le causaba ninguna inquietud; al contrario, era feliz allí, sólo con su soledad. ¿Sentirse miedo después?

Quién sabe. Era duro pensar en el momento en que el martillo golpeara los clavos sobre la madera verde y crujiera el ataúd bajo la esperanza segura de volver a ser árbol. Su cuerpo atraído ahora con mayor fuerza por el imperativo de la tierra, quedaría ladeado en un fondo húmedo, arcilloso y blanco, y allá arriba, sobre cuatro metros cúbicos, se irían apagando los últimos golpes de los sepultureros. No. Allí tampoco sentiría miedo. Eso sería la prolongación de su muerte, la prolongación más natural de su nuevo estado.

         No quedaría ya ni un grado de calor en su cuerpo, su médula se habría enfriado para siempre, y unas estrellitas de hielo penetrarían hasta el tuétano de sus huesos. ¡Qué bien se acostumbraría a su nueva vida de muerto! Un día –sin embargo– sentirá que se derrumba su armadura sólida; y cuando trate de citar, de repasar cada uno de sus miembros, no los encontrará. Sentirá que no tiene forma exacta definida, y sabrá resignadamente que ha perdido su perfecta anatomía de 25 años y que se ha convertido en un puñado de polvo sin forma, sin definición geométrica.

En el polvillo bíblico de la muerte. Acaso sienta entonces una ligera nostalgia: nostalgia de no ser un cadáver formal, anatómico, sino un cadáver imaginario, abstracto, armado únicamente en el recuerdo borroso de sus parientes. Sabrá entonces, que va a subir por los vasos capilares de un manzano y al despertarse medido por el hambre de un niño en una mañana otoñal. Sabrá entonces –y eso sí le entristecía– que ha perdido su unidad: que ya no es –siquiera– un muerto ordinario, un cadáver común. La última noche la había pasado feliz, en la solitaria compañía de su propio cadáver. Pero al nuevo día, al penetrar los primeros rayos del sol tibio por la ventana, abierta, sintió que su piel se había reblandecido. Observó un momento. Quieto, rígido. Dejó que el aire corriera sobre su cuerpo. No pudo dudarlo: allí estaba el “olor”. Durante la noche la cadaverina había empezado a hacer sus efectos. Su organismo había empezado a descomponerse, a pudrirse, como el cuerpo de todos los muertos. El “olor” era, indudablemente, un olor inconfundible a carne manida, que desaparecía y reaparecía después más penetrante. Su cuerpo se había descompuesto con el calor de la noche anterior. Sí. Se estaba pudriendo. Dentro de p ocas horas vendría su madre a cambiar las flores y desde el umbral la azotaría el tufo de la carne descompuesta. Entonces sí lo llevarían a dormir su segunda muerte entre los otros muertos.

Pero de pronto el miedo le dio una puñalada por la espalda. ¡El miedo! ¡Qué palabra tan honda, tan significativa! Ahora tenía miedo, un miedo “físico”, verdadero. ¿A qué se debía? Él lo comprendía perfectamente y se le estremecía la carne: probablemente no estaba muerto. Lo habían metido allí, en esa caja que ahora sentía perfectamente, blanda, acolchada, terriblemente cómoda; y el fantasma del miedo le abrió la ventana de la realidad: ¡Lo iban a enterrar vivo!

         No podía estar muerto, porque se daba cuenta exacta de todo; de la vida que giraba en torno suyo, murmurante. Del olor tibio de los heliotropos que penetraba por la ventana abierta y se confundía con el otro “olor”. Se daba perfecta cuenta del lento caer del agua en el estanque. Del grillo que se había quedado en el rincón y seguía cantando, creyendo que aún duraba la madrugada.

         Todo le negaba su muerte. Todo menos el “olor”. Pero, ¿cómo podía saber que ese olor era suyo? Tal vez su madre había olvidado el día anterior cambiar el agua de los jarrones, y los tallos estaban pudriéndose. O tal vez el ratón, que el gato había arrastrado hasta su pieza, se descompuso con el calor. No. El “olor” no podías ser de su cuerpo.

         Hacía unos momentos estaba feliz con su muerte, porque creía estar muerto. Porque un muerto puede ser feliz con su situación irremediable. Pero un vivo no puede resignarse a ser enterrado vivo. Sin embargo, sus miembros no respondían a su llamada. No podía expresarse, y era eso lo que le causaba terror; el mayor terror de su vida y de su muerte. Lo enterrarían vivo. Sentiría el vacío del cuerpo suspendido en hombros de los amigos, mientras su angustia y su desesperación se irían agrandando a cada paso de la procesión.

Inútilmente trataría de levantarse, de llamar con todas sus fuerzas desfallecidas, de golpear por dentro del ataúd oscuro y estrecho para que supieran que aún vivía, que iban a enterrarlo vivo. Sería inútil; allí tampoco responderían sus miembros al urgente y último llamado de su sistema nervioso.

 

         Oyó ruidos en la pieza contigua. ¿Estaría dormido? ¿Habría sido una pesadilla toda esa vida de muerto? Pero el ruido de la vajilla no continuó. Se puso triste y quizá tuvo disgusto por ello. Hubiera querido que todas las vajillas de la tierra se quebraran de un sólo golpe allí a su lado, para despertar por una causa exterior, ya que su voluntad había fracasado.

         Pero, no. No era un sueño. Estaba seguro de que de haber sido un sueño no habría fallado el último intento de volver a la realidad. El no despertaría ya más. Sentía la blandura del ataúd y el “olor” había vuelto ahora con mayor fuerza, con tanta fuerza, que ya dudaba de que era su propio olor. Hubiera querido ver allí a sus parientes, antes que comenzara a deshacerse, y el espectáculo de la carne putrefacta les produjera asco. Los vecinos huirían espantados del féretro con un pañuelo en la boca. Escupirían. No. Eso no. Era mejor que lo enterraran. Era preferible salir de “eso” cuanto antes. El mismo quería ahora deshacerse de su propio cadáver. Ahora sabía que estaba verdaderamente muerto, o al menos inapreciablemente vivo. Daba lo mismo. De todos modos persistía el “olor”.

         Resignado oiría las últimas oraciones, los últimos latinajos mal respondidos por los acólitos. El frío lleno de polvo y de huesos del cementerio penetrará hasta sus huesos y tal vez disipe un poco ese “olor”. Tal vez –¡quién sabe!— la inminencia del momento le haga salir de ese letargo. Cuando se sienta nadando en su propio sudor, en un agua viscosa, espesa, como estuvo nadando antes de nacer en el útero de su madre. Tal vez entonces esté vivo. Pero estará ya tan resignado a morir, que acaso muera de resignación.

ACTIVIDAD DE COMPRENSIÓN

1.    ¿Quién es el protagonista? ¿Cómo es?

2.    ¿Cuál es la relación entre la muerte y la resignación en este cuento?

3.    ¿Crees que el protagonista acepta su muerte? ¿Por qué? Explica tu respuesta en 3 líneas

4.    Infiere: ¿Qué quiere decir el médico al decir que el protagonista sufre "una muerte viva"?

5.    ¿Por qué aun cuando está muerto nuestro protagonista se lo sigue tratando como un ser vivo? Explica tu respuesta

6.    Al protagonista lo cuida su madre que lo ve como un ser que está vivo, ¿Qué opinión te merece las actitudes de la madre?

7.    ¿Cuál crees que es la relación de "vida" y la "cinta métrica"? Explica

8.    ¿Qué opinas tú sobre el cuento y los dos personajes del cuento? Fundamenta tu respuesta en 5 líneas

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1.    Crear un cuento de una cara sobre el tema “muerte en vida” o “vida en muerte”