La botella de chicha
Julio Ramón Ribeyro
En una ocasión tuve necesidad de una
pequeña suma de dinero y como me era imposible procurármela por las vías
ordinarias, decidí hacer una pesquisa por la despensa de mi casa, con la
esperanza de encontrar algún objeto vendible o pignorable. Luego de remover una
serie de trastos viejos, divisé, acostada en un almohadón, como una criatura en
su cuna, una vieja botella de chicha. Se trataba de una chicha que hacía más de
quince años recibiéramos de una hacienda del norte y que mis padres guardaban
celosamente para utilizarla en un importante suceso familiar. Mi padre me había
dicho que la abriría cuando yo «me recibiera de bachiller». Mi madre, por otra
parte, había hecho la misma promesa a mi hermana, para el día «que se casara».
Pero ni mi hermana se había casado ni yo había elegido aún qué profesión iba a
estudiar, por lo cual la chicha continuaba durmiendo el sueño de los justos y
cobrando aquel inapreciable valor que dan a este género de bebidas los
descansos prolongados.
Sin vacilar, cogí la botella del pico y la
conduje a mi habitación. Luego de un paciente trabajo logré cortar el alambre y
extraer el corcho, que salió despedido como por el ánima de una escopeta. Bebí
un dedito para probar su sabor y me hubiera acabado toda la botella si es que
no la necesitara para un negocio mejor. Luego de verter su contenido en una
pequeña pipa de barro, me dirigí a la calle con la pipa bajo el brazo. Pero a
mitad del camino un escrúpulo me asaltó. Había dejado la botella vacía
abandonada sobre la mesa y lo menos que podía hacer era restituirla a su
antiguo lugar para disimular en parte las trazas de mi delito. Regresé a casa y
para tranquilizar aún más mi conciencia, llené la botella vacía con una buena
medida de vinagre, la alambré, la encorché y la acosté en su almohadón.
Con la pipa de barro, me dirigí a la chichería
de don Eduardo.
—Fíjate lo que tengo —dije mostrándole el
recipiente—. Una chicha de jora de veinte años. Sólo quiero por ella treinta
soles. Está regalada.
Don Eduardo se echó a reír.
—¡A mí!, ¡a mí! —exclamó señalándose el
pecho—. ¡A mí con ese cuento! Todos los días vienen a ofrecerme chicha y no
sólo de veinte años atrás. ¡No me fío de esas historias! ¡Como si las fuera a
creer!
—Pero yo no te voy a engañar. Pruébala y verás.
—¿Probarla? ¿Para qué? Si probara todo lo que
traen a vender terminaría el día borracho, y lo que es peor, mal emborrachado.
¡Anda, vete de aquí! Puede ser que en otro lado tengas más suerte.
Durante media hora recorrí todas las
chicherías y bares de la cuadra. En muchos de ellos ni siquiera me dejaron
hablar. Mi última decisión fue ofrecer mi producto en las casas particulares
pero mis ofertas, por lo general, no pasaron de la servidumbre. El único señor
que se avino a recibirme me preguntó si yo era el mismo que el mes pasado le
vendiera un viejo burdeos y como yo, cándidamente, le replicara que sí, fui
cubierto de insultos y de amenazas e invitado a desaparecer en la forma menos
cordial.
Humillado por este incidente, resolví regresar
a mi casa. En el camino pensé que la única recompensa, luego de empresa tan
vana, sería beberme la botella de chicha. Pero luego consideré que mi conducta
sería egoísta, que no podía privar a mi familia de su pequeño tesoro solamente
por satisfacer un capricho pasajero, y que lo más cuerdo sería verter la chicha
en su botella y esperar, para beberla, a que mi hermana se casara o que a mí
pudieran llamarme bachiller.
Cuando llegué a casa había oscurecido y me
sorprendió ver algunos carros en la puerta y muchas luces en las ventanas. No
bien había ingresado a la cocina cuando sentí una voz que me interpelaba en la
penumbra. Apenas tuve tiempo de ocultar la pipa de barro tras una pila de
periódicos.
—¿Eres tú el que anda por allí? —preguntó mi madre,
encendiendo la luz—. ¡Esperándote como locos! ¡Ha llegado Raúl! ¿Te das cuenta?
¡Anda a saludarlo! ¡Tantos años que no ves a tu hermano! ¡Corre!, que ha
preguntado por ti.
Cuando ingresé a la sala quedé horrorizado. Sobre la mesa central estaba la
botella de chicha aún sin descorchar. Apenas pude abrazar a mi hermano y
observar que le había brotado un ridículo mostacho. «Cuando tu hermano
regrese», era otra de las circunstancias esperadas. Y mi hermano estaba allí y
estaban también otras personas y la botella y minúsculas copas pues una bebida
tan valiosa necesitaba administrarse como una medicina.
—Ahora que todos estamos reunidos —habló mi
padre—, vamos al fin a poder brindar con la vieja chicha. —Y agració a los
invitados con una larga historia acerca de la botella, exagerando, como era de
esperar, su antigüedad. A mitad de su discurso, los circunstantes se relamían
los labios.
La botella se descorchó, las copas se
llenaron, se lanzó una que otra improvisación y llegado el momento del brindis
observé que las copas se dirigían a los labios rectamente, inocentemente, y
regresaban vacías a la mesa, entre grandes exclamaciones de placer.
—¡Excelente bebida!
—¡Nunca he tomado algo semejante!
—¿Cómo me dijo? ¿Treinta años guardada?
—¡Es digna de un cardenal!
—¡Yo que soy experto en bebidas, le aseguro,
don Bonifacio, que como ésta ninguna!
Y mi hermano, conmovido por tan grande
homenaje, añadió:
—Yo les agradezco, mis queridos padres, por haberme
reservado esta sorpresa con ocasión de mi llegada.
El único que, naturalmente, no bebió una gota,
fui yo. Luego de acercármela a las narices y aspirar su nauseabundo olor a
vinagre, la arrojé con disimulo en un florero.
Pero los concurrentes estaban excitados.
Muchos de ellos dijeron que se habían quedado con la miel en los labios y no
faltó uno más osado que insinuara a mi padre si no tenía por allí otra
botellita escondida.
—¡Oh, no! —replicó—. ¡De estas cosas sólo una!
Es mucho pedir
Noté, entonces, una consternación tan sincera
en los invitados, que me creí en la obligación de intervenir.
—Yo tengo por allí una pipa con chicha.
—¿Tú? —preguntó mi padre, sorprendido.
—Sí, una pipa pequeña. Un hombre vino a
venderla… Dijo que era muy antigua.
—¡Bah! ¡Cuentos!
—Y yo se la compré por cinco soles.
—¿Por cinco soles? ¡No has debido pagar ni una
peseta!
—A ver, la probaremos —dijo mi hermano—. Así
veremos la diferencia.
—Sí, ¡que la traiga! —pidieron los invitados.
Mi padre, al ver tal expectativa, no tuvo más
remedio que aceptar y yo me precipité hacia la cocina. Luego de extraer la pipa
bajo el montón de periódicos, regresé a la sala con mi trofeo entre las manos.
—¡Aquí está! —exclamé, entregándosela a mi
padre.
—¡Hum! —dijo él, observando la pipa con
desconfianza—. Estas pipas son de última fabricación. Si no me equivoco, yo
compré una parecida hace poco. —Y acercó la nariz al recipiente—. ¡Qué olor!
¡No! ¡Esto es una broma! ¿Dónde has comprado esto, muchacho? ¡Te han engañado!
¡Qué tontería! Debías haber consultado. —Y para justificar su actitud hizo
circular la botija entre los concurrentes, quienes ordenadamente la olían y
después de hacer una mueca de repugnancia, la pasaban a su vecino.
—¡Vinagre!
—¡Me descompone el estómago!
—Pero ¿es que esto se puede tomar?
—¡Es para morirse!
Y como las expresiones aumentaban de tono, mi
padre sintió renacer en sí su función moralizadora de jefe de familia y,
tomando la pipa con una mano y a mí de una oreja con la otra, se dirigió a la
puerta de calle.
—Ya te lo decía. ¡Te has dejado engañar como
un bellaco! ¡Verás lo que se hace con esto!
Abrió la puerta y, con gran impulso, arrojó la
pipa a la calle, por encima del muro. Un ruido de botija rota estalló en un
segundo. Recibiendo un coscorrón en la cabeza, fui enviado a dar una vuelta por
el jardín y mientras mi padre se frotaba las manos, satisfecho de su proceder,
observé que en la acera pública, nuestra chicha, nuestra magnífica chicha
norteña, guardada con tanto esmero durante quince años, respetada en tantos
pequeños y tentadores compromisos, yacía extendida en una roja y dolorosa
mancha. Un automóvil la pisó alargándola en dos huellas; una hoja de otoño
naufragó en su superficie; un perro se acercó, la olió y la meó.
ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN
LECTORA:
1. El engaño es uno de los grandes temas del
cuento. Explica cómo se manifiesta.
2. ¿Quién es el protagonista? ¿Cómo es?
3. ¿Por qué el protagonista coge la botella de
chica de sus padres?
4. ¿Qué acontecimiento se podría considerar
como nudo en el cuento? ¿Por qué?
5. ¿Por qué crees que el protagonista se
refiere a la botella de chicha como un “pequeño tesoro”?
6. ¿Por qué el protagonista no tuvo éxito la
venta de chicha?
7. ¿Qué hizo con la botella de chicha luego de
no poder venderla?
8. ¿Crees que, en algún momento de la
historia, el protagonista siente arrepentimiento? Explica tu respuesta.
9. ¿Qué representa simbólicamente la botella
de chicha? Fundamenta tu respuesta.
10. ¿Por qué crees que los invitados cuando
están frente a la verdadera chicha, reaccionan como si fuera vinagre? ¿Qué crees
que influyó en ellos?
11. ¿Qué opinas del final de este cuento? ¿Por
qué?
12. ¿Por qué crees que el autor escribió este
cuento? Justifica tu respuesta
13. Escribe el significado de las siguientes
expresiones:
a. Ánima de
una escopeta
b. Durmiendo
el sueño de los justos
c. Un
escrúpulo me asaltó
d. Disimular
en parte las trazas de mi delito
e. Quedarse
con la miel en los labios
ACTIVIDAD CREATIVA:
1. Escribe un cuento cuya trama gire en torno a un objeto (como en la botella de chicha) que sea simbólico para alguien o para un grupo de personas. No olvides que la extensión es una cara y debes ser muy original.
me parecio bien redactada es muy bonita la hiroria
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