Ars memoriae
Ars memoriae
Miranda Merced
y Lynette Mabel Pérez
Verde Blanco
Ediciones, 2014
Ars memoriae (Verde Blanco Ediciones, 2014) de las poetas puertorriqueñas Miranda Merced y Lynette Mabel Pérez,
es una travesía por la memoria y los recuerdos de la infancia y la
adolescencia, donde el amor y la ternura se mezclan con la indiferencia y la
violencia. El libro se nos va presentando como pequeñas estampas de momentos
vividos donde cada poema nos va dejando su lirismo y complejidad. Por ejemplo
en el poema “En un susurro”, nos encontramos ante el discurso de un bebé antes
de nacer. A modo de diario observamos cómo un acto tan natural como la
evolución en el vientre se transforma en un hermoso discurso poético que mezcla
la ternura y la unión de dos vidas mientras revivimos nuestro propio
nacimiento. Veamos este fragmento:
Mi cabeza se
aplasta contra el ojal. Mi lecho seguro, mi universo, me expulsa de sí. ¡Madre,
ayúdame! Otras voces me rodean. Todas suaves, parecidas a la de ella. La
confortan. Ella susurra: "Lariii, larariru ruriruuuu, laariii,
laaaa". El golpeteo rítmico se apacigua. El ojal se abre. Las paredes me
empujan hacia él. Mi cabeza se acomoda a un túnel estrecho, resbaloso, poderoso.
Trato de abrir los ojos, de agarrarme a algo. El viaje ya comenzó. Me deslizo.
Susurra el mantea. Las mujeres cantan con ella. El túnel comienza a liberarme
poco a poco, primero la cabeza, giro un poco, siento que algo me sostiene con
fuerza, que me hala mientras el túnel me libera. Ahora el pecho. El recorrido
se acelera. Me desata. Extiendo mis brazos. Me siento sin sostén. Ya no me
rodea la tibieza. Me abruma el frío, el ruido, la falta de sostén. Me
desespero. Un dolor agudo me penetra, entra por mi boca, llega a mi centro, me
duele, me duele el centro. Una presión extraordinaria se apodera de mi
interior, me siento estallar, escucho un llanto agudo. Soy yo. El llanto libera
la presión. Trato de abrir los ojos, pero una brillantez me ciega... Y escucho
su voz.
El libro está
escrito con fragmentos de recuerdos, con partes de momentos de vida. Cada poema
refleja un aprendizaje, el asombro del conocimiento, de la identidad en el
mundo. Pero también es en ese viaje hacia las raíces de la infancia lo que hace
reconocer las primeras experiencias tristes y dolorosas de la vida que siempre,
nos dejan el mensaje de nuestra fragilidad y el reconocimiento de la realidad.
Con grandes atisbos de lirismo podemos mapear estas experiencias en el poema
“Resurrección” donde un acto tan humano como ir al baño, para un infante, se
convierte en una odisea épica que deja su halo transformador de la fantasía en
realidad. Veamos:
No pienso en gritar, cada movimiento está
enfocado en la salida. Mis pies tratan de apoyarse en la resbaladiza pared. Se
deslizan. Mi rostro golpea contra el concreto. No dejo que mis manos suelten
las piedras donde me apoyo. Un frío intenso se adueña de la atmósfera. La
fetidez cede ante un aroma intenso. La piel se eriza en el momento que siento
una enorme mano sosteniendo mi trasero. Es una mano, no tengo duda. Por unos
instantes me siento perfectamente acomodada dentro de la palma, siento cómo me
aúpa, me acerca al borde de la pared. Me agarro de la fisura, apoyo un pie en
el espacio abierto, luego el otro, extiendo mis manos hacia la salida, me
impulso. Siento la mano cerca, no la miro, pero la percibo en espera de que
salga del peligro, aunque ya no me sostiene. Asomo la cabeza por el hueco
frente al inodoro. Me sostengo en los codos. Trepo una pierna, luego la otra,
vuelvo a impulsarme. Temblorosa, salgo a la luz, a la libertad detrás de la
puerta. Oigo las voces, mi padre llama mi nombre con una voz ronca, intestinal,
una voz que sale de un lugar más profundo que la garganta. Mi madre llora. Me
levantan. Veo cómo me bañan contra una pared inclinada. Estoy en el lavadero.
Huelo a jabón azul, a King Pine. El agua fría se lleva el miedo junto
con los excrementos que me cubrían. Las manos pequeñas de mi madre, que en nada
se parecían a la que me había elevado en el oscuro foso, estregaban mis oídos,
mi pelo, mi cara.
Trató de asegurarse de que no quedara ni un
indicio del evento. Pero el jabón no pudo lavar mi memoria profunda, tal vez
por eso nunca me gustó Alicia... Porque su país no era el de las maravillas.
Como vemos el libro
propone un viaje hacia la infancia como una forma de catarsis, como una forma
de reconstruir las identidades, pero además, devela el deseo por mostrar todas
las facetas posibles de la infancia ida y, como es de esperarse, el juego es la
filosofía de la infancia. Jugar es un signo de liberación, de creación. Ante lo
doloroso siempre hay ternura y en la ternura aparece el claroscuro del placer
de la infancia, allí, donde el juego es la dictadura del asombro mientras los
recuerdos fluyen y se hacen eternidad:
Mis manos tapan mis ojos, me recuerdo jugando a las
escondidas, riendo, suavemente, mientras cuento. Uno, dos, tres y allá voy,
abro los ojos, quito las manos de mi cara, corro, ando de prisa; voy en busca
de mi infancia…
Y en suma este
libro es un mapa para observar el crecimiento. Mostrar experiencias universales
y a la vez tan íntimas y cotidianas desde un discurso que apela a los sentidos,
a la necesidad de las imágenes reminiscentes. Este libro es una llave para el
retorno a un tiempo detenido, un tiempo de glorias y derrotas, un tiempo
nuestro donde las mejores experiencias, lo que nos permite estar vivos hoy,
existió quizás en un solo beso.
Deseaba ¡tanto!
conocer el amor. Rebuscarme en la mirada de ese otro ser que se reconocería en
mí. Soñaba con el abrazo de ese hombre enamorado. Fantaseaba con su mirada y el
campanillear de las estrellas acompañando el beso, ese primer beso que me haría
flotar, para el cual me había preparado desde que me supe niña.
En suma Ars memoriae es un libro muy intenso,
donde el esplendor y la luz de la vida se muestran en toda su amplitud. Un
libro de retorno y de necesidad. El arte de la memoria siempre es, al fin y al
cabo, la humanidad en su pureza y pasión.
Paolo Astorga
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