Voces S.O.S. El Poeta y la Niña de Asfalto
Orlando V.
Bedoya Pineda
Ambedue, 2013
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Voces S.O.S. El
Poeta y la Niña de Asfalto del poeta y crítico
arequipeño Orlando V. Bedoya Pineda (Arequipa,
1978) es un libro de poemas de doble entrada donde el poeta se enfrenta a su
condición de ser arrojado al mundo donde la única libertad es tan infinita como
la angustia que la aguanta. Para el fin de esta presentación, he dividido mi
intervención en dos brevísimas partes:
1. VOCES S.O.S.
En el caso de Voces S.O.S., el poeta emprende un viaje
de construcción de una identidad en la paradoja de la realidad que desmiembra y
aliena. A lo largo del viaje el poeta sabe que no hay excusas, solo hechos y
deseos, la voluntad de cumplir una misión que más allá de profética es descriptiva
y profundamente reveladora. Sin embargo el poeta-profeta no tiene un solo
norte, sino que vive en la angustia de sus posibilidades. Él conoce la sordidez
del mundo y la fragilidad de su cuerpo. Sabe que la brutalidad no está en la
grandilocuencia de lo cotidiano, sino en la violencia de la soledad ante el
deseo más preciado: alcanzar, fusionarse, fundirse en uno con el ser amado.
Este profeta, se enfrenta así a sus fantasmas interiores; su mensaje no es el
de la salvación, sino en el intentar encontrar un sentido a su existencia. El
pretexto: el amor trascendental, el cuerpo como una semiótica del amor
evocativo, donde las palabras tejen un universo poético desprovisto de atalayas
en el que solo quedan las voces mezcla de angustia y deseo intentando ser
rescatadas del abandono o por lo menos difundir su estigma hasta hacerse
identidad o tal vez esa poesía en los labios que anhelan pronunciarse y hacerse
patentes en el mundo inhóspito y bestial. El profeta es el que necesita
salvarse, es el que requiere perfeccionar el arte del suicida, el magisterio de
la trascendencia y entender la paradoja de sus actos, el encanto de su
ambigüedad frente al mundo armado con sus etéreas palabras:
Profetas,
cuando la Poesía es el viento y nosotros las
hojas secas
nuestra voluntad (es el garabato de orina
gruesa)
es perfume que se escapa como tímido río
se escapa de las piedras del adaptarse al
sopor del Sol
cruza las paredes para morder un puñado de
flores
─no
importa si son orientales u occidentales─
luego las escupe asexuadas
para multiplicar la catástrofe antropológica
del pensamiento
¡Oh, profetas!,
pero las monedas humanas nos incendian las
brújulas
y nosotros sin poder denunciar tremenda
tentación.
Como observamos en
este poema el poeta-profeta sabe que su destino es tan indescifrable como el
exquisito placer de la tentación. Todo esto obviamente –como diría
Schopenhauer- nace de una privación, de una necesidad y del dolor mismo frente
a esos deseos inalcanzables que acrecientan nuestra voluntad. La poesía aquí no
es el simple producto artístico de un ser cuyos sentimientos se deslizan al
papel, sino que se transforman en el mundo vivible, en la posibilidad de
regenerar el cosmos, la oferta para la venganza, una segunda oportunidad
irrepetible, porque al final las opciones son una infinita recatafila de
eventos posibles en un mundo anodino y desbaratado de sentido. Llenar el mundo
de sentidos, esa es la labor de nuestro profeta que vuelve a darle algún tono
cromático a un mundo deshecho. Sin duda esta actividad reconstructiva tiene muy
en cuenta la vaciedad y la inutilidad de las imposturas porque:
Todo es sin permiso, como los días, como el
saludo. Nuestro mañana es un bastón roto que no puede sostener a los valores.
La prudencia de los hogares ha viajado sin avisarnos y nuestra historia se
acuesta con cualquiera que venga como destino o creíble justificación. ¡Suenan
todos los teléfonos!, todos. El gris se agiganta. Y nosotros no podemos llorar.
No podemos llorar.
No podemos siquiera replegarnos ante la más desquiciada embestida de la
realidad y sus cancerberos. Inventaremos el consuelo: “porque somos humanos”,
inventaremos (como unos buenos mentirosos) el amor eterno como una figurita
repetida y anhelada, inventaremos demonios y aventuras, miles de Ítacas nos van
a esperar, pero la reflexión, nuestro terrible pensamiento desnudo y compulsivo
nos hará saber que somos unos niños que se extasían jugando con sus mocos,
porque el hombre no puede desposeerse, no puede vivir de su nada, sino que
tiene y debe colmar el universo con desesperado desprecio ante sí mismo:
Lo poco que fuimos lo perdimos.
Llegaron los nombres concretos.
Con su luz de tentáculo nos abrieron las
bocas
cayendo nuestros ojos entre las piedras que
se hicieron urbe
Ahí nos pintaron de brea las frentes
y cultivaron plantas duras y altas / algunas
traían cemento
Nuestras carnes se llamaron edificios:
tiendas, colegios, niños
Nos hicieron eventos y voces.
Esos “eventos y
voces” resumen muy bien esta parte de libro. El deseo por servirse de las cosas
solo ha cosificado a la sociedad y el poeta aparece, no como un iluminado, sino
como un testigo del devenir funesto de las sociedades trasplantadas con la
inutilidad de lo banal. El poeta es sin duda un rebelde de la palabra que se
esfuerza por gozar la paradoja que le permite el verbo, el ideal frente al
hastío, el mal.
Las ciudades engendraron fantasmas
El mal ya no era interno ni externo
Estaba entre cada átomo / invencible
Algo se rió de nosotros: científicos
esperanzados
(héroes leprosos y posesos). De nuestros
nombres lógicos
de nuestros zapatos llenos de orina
Nos quedamos enrejados en la sed de los
árboles secos
con el grito amputado para el algo
con ojos tratando de abrirlos más.
2. LA NIÑA DE ASFALTO
En La Niña de Asfalto, se nos muestra una
poesía más inquisitiva, sin embargo, aún persiste el pesimismo de la existencia
y el deseo desmembrado. El poeta aquí ya no es el profeta que viaja
aprehendiendo el mundo, sino, es el cuerpo que se cosifica y genera su propia
“náusea” en la rutina:
Un día sobre mi trabajo, que es la vida y la
libertad,
políticos, policías, religiones, ciudadanos
llegaron
como marejada de insectos se posaron sobre
las pupilas
sobre los sentidos que libertos se les
ocurrió regurgitar
hasta perder la razón y como si al sacro
templo hubieran arribado demonios
se alejaron del entorno hasta ser desmemoria
sólo quedó el espíritu batallando sin cuerpo
/ rebelde
El poeta a lo largo
del libro intenta recobrar el espacio perdido por lo superfluo. Hay una profunda
revaloración de las emociones y la excitación de los sentidos en tanto estos
trasciendan el tiempo y el placer por el placer. La exploración metafísica del
libro se basa en el diálogo (el poeta y la niña del asfalto), dos alter egos
que se necesitan y se cuestionan. Son la paradoja ideal de lo que se anhela.
Casi todo el discurso se agolpa en la trascendencia de la vida y su valor en un
mundo automatizado y a la vez tan “feliz” como una piedra en medio de cualquier
lugar. El hombre es la fantasía de la contingencia y sin embargo ha aprendido
muy bien su papel de marioneta, pero jamás a mover sus propios hilos sin sentir
el peso de su cuerpo y el dolor de sus actos. Y aunque todo se nos muestra vago
e impreciso es allí donde nace la posibilidad de ser porque como nos responde
la niña del asfalto: “todo es incierto / y por eso bello”. Al final del libro
la sentencia es reveladora, nos plantea quizás esa salida ante un universo tan
despreciable e intenso:
Soy hijo de la Poesía,
ese es mi lugar.
Todo esto es cierto y las palabras sobran y destruyen, por eso la
poesía queda como un lugar posible y esta posibilidad es tan infinita como el
silencio poblándolo todo.
En suma estos dos libros en uno, nos muestran al hombre desde su
desesperación, pero también desde la potestad de cambiar su mundo. El profeta,
el poeta y la niña del asfalto, son traductores de un cosmos desmoronado por la
indiferencia y a la vez los vectores de una esperanza paradójica: El amor que
todo lo redime; el amor que es una puñalada después de salir del trabajo por
cumplir, en una vida por cumplir, en un mundo por cumplir para cumplir algo
(cualquier cosa) que lamentablemente es tan fugaz como un beso o una caricia
esperando la condena del silencio y la soledad otra vez.
Paolo Astorga
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