8 Días
Luis Eduardo
Ayala Pérez
Imprenta
Multiservicios “J&C”, 2012
8 días del poeta ayacuchano Luis
Eduardo Ayala Pérez (Ayacucho – Perú, 1987) nos muestra a través de una
reducida serie de poemas el tema de la cotidianidad que desnuda una realidad
desilusionada. El desencanto como centro se mezcla con la naturaleza de las
cosas que creemos poseer en apariencia, pero que a la larga solo acrecientan
nuestros vacíos, nuestros fútiles deseos. El cariz ontológico de sus poemas
afirma la automatización del ser como un escape ante su finitud porque
La simetría de la vida es un ritmo forzado en cadenas perpetuas
aunque nada es eterno.
aunque nada es eterno.
Un día mi realidad será una tal vez, o tal vez lágrimas y seré
ceniza incinerada
ceniza incinerada
¿Café?
¿Té?
¿Whisky?
…O solo importa poco vestirse de negro otro día más.
Como observamos el
poeta reconoce su tedio o spleen como
una irremediable carga que se acumula como los días. El hastío la condición del
cuerpo en sus desmoronamientos, pero a pesar de esta estancia donde lo absurdo
y lo insignificante son dictaduras, hay una voluntad de lucha y constante
reconstrucción a pesar de que todo es ilusorio y efímero.
En mi mente estalla la impresión de que el día es gris
de que el día es gris, de que el día es gris.
de que el día es gris, de que el día es gris.
Y me da la impresión de reír
y me da las ganas de correr
y me dan la idea loca que iré a llover
y me da las ganas de correr
y me dan la idea loca que iré a llover
(…)
Pero cuando no haya más que pensar
-cuando no haya más que pensar-
no sabré qué hacer
y cuando deje de correr
querré aventar piedras que no dejan de gritar.
y el día es gris…
-cuando no haya más que pensar-
no sabré qué hacer
y cuando deje de correr
querré aventar piedras que no dejan de gritar.
y el día es gris…
El poeta se sabe
melancólico y derrotado, sin embargo es en esa derrota donde apela a su
necesidad por expresarse, por decir su dolor. Sabe que su discurso es
antitético y solo un momentáneo paliativo, no obstante hay siempre una búsqueda
consciente por construirse una identidad imperecedera que a su vez consolide
ese placer de saberse vivo a pesar de lo absurdo, porque el poeta desea
mantenerse en la vitalidad del que está descubriendo el peso de sus ideas, el
acuchillar de sus propios pensamientos ante la vastedad de la realidad que lo
reduce a una infinitesimal molécula viva; el poeta sabe que es inevitable
ese acercamiento con su nada hacia la
muerte por eso sus deseos lo mueven a preservarse, por ello en el poema 7
“Ansias escasas” leemos:
Deposito dentro de este pecho
la cruz marchita de mis años
los recuerdos vagos
con la mirada que guardo
en mis ojos de gallo.
la cruz marchita de mis años
los recuerdos vagos
con la mirada que guardo
en mis ojos de gallo.
Y frente a los ojos augustos del Juez
deposito este letargo de sonámbulo,
como una flor de domingos
e inviernos hermanos…
deposito este letargo de sonámbulo,
como una flor de domingos
e inviernos hermanos…
Ese “depositar”,
ese darse a las cosas y a la naturaleza hacen que el poeta se eternice en esa
vastedad universal. Es por ello que más adelante el poeta como mostrándonos su
ímpetu y su abandono nos confiesa:
A veces me gustaría salir a gritar
como río ácido,
aguardar
la aurora del ocaso.
como río ácido,
aguardar
la aurora del ocaso.
Mas las estrellas son inmensas,
el desierto tan eterno,
el mar excesivamente delirante
que al ver sus olas bravas
caigo espantado.
el desierto tan eterno,
el mar excesivamente delirante
que al ver sus olas bravas
caigo espantado.
Es el miedo, el
espanto ante la totalidad, es allí donde nos reconocemos como una simple
contingencia, como una casualidad que en su imperfecta agonía existe y se
confiesa rebelde, pues no se rinde ante el terror del mundo, sino que en ese
temor, desea, aún desea y la vida le acrecienta.
Por otro lado y a
pesar de sus dilucidaciones ante su existencia, el poeta experimenta de forma
constante la soledad como un estado intensificador del abandono que permite al
ser apropiarse de las cosas y hacerlas poesía. El poeta lucha contra aquello
que no le permite seguir su flujo: la inanición. El ser amado es un pretexto
para contemplar su existencia como una mera tentación hacia el fracaso que sin
embargo deja siempre su hálito de fragmentada satisfacción:
Defendí tu boca de mis besos,
a tu espalda de mis manos.
a tu espalda de mis manos.
Defendí a tus piernas de mis ojos
y a tus ojos de mis caricias.
y a tus ojos de mis caricias.
Te defendí de finar mis versos
crucificando como impuestos
mis negaciones,
y terminé por aceptar que hay
miltequieros
en mis dedos y en tus canciones.
crucificando como impuestos
mis negaciones,
y terminé por aceptar que hay
miltequieros
en mis dedos y en tus canciones.
… Ahora camino por ahí –aún sin ti-
hipotecando noches de luna
(como estas de octubre)
hipotecando noches de luna
(como estas de octubre)
Para poder edificarme un corazón.
Como vemos, el
poeta siempre quiere SER, quiere lograr la totalidad en el objeto amado, pero
sabe que a pesar de la lucha constante, la derrota es una valla insorteable.
Por eso el amor no es la función de la entrega, sino la construcción de una
identidad. El poeta no quiere amar en otro, sino construirse con la otra
“soledad” amada. Quiere aceptar la pureza melosa de esos “miltequieros” e
intentar hacerlos realidad concreta que cual falso alquimista, sabe que es una
quimera nada más.
Por último un símbolo
reiterativo en este breve poemario es la excrecencia que significa el asco
existencial donde el hombre es configurado como imagen magnánima del mundo en
contraposición con la insignificancia de sus restos o la antítesis entre el
endiosamiento y la descomposición; dualidades que se alternan y dan al discurso
un tono profundamente existencial. Por otro lado esta “mierda” simbólica es
también el producto del mundo, el residuo del accionar humano en su absurda
mitificación. Esta imagen de desecho es sin duda una constante en el hombre que
ha visto en su realidad el vaho de su pesimismo.
En suma este
poemario nos deja con un sabor existencial y a la vez con una posibilidad: el
hombre que quiere, que desea, pero que se reconoce imperfecto, pero con una vitalidad
que a pesar de estar presa de su nada, de la casualidad, de la inercia de la
muerte por la muerte aún puede construir (o reconstruir) el mundo en ocho días
hasta acariciar, si quiera por un instante, la ardiente eternidad de la
realidad que acaricia furiosa nuestros ojos, la sinceridad de un prospecto de
cadáver.
Me escondía
y perdía en mi propio laberinto,
hasta que vino un día alguien y me dijo:
sé sincero contigo mismo.
y perdía en mi propio laberinto,
hasta que vino un día alguien y me dijo:
sé sincero contigo mismo.
…Desperté de nuevo
en este cuerpo –el que creí muerto-.
Tomé un lápiz y una hoja
Y empecé a escribir mi testamento.
en este cuerpo –el que creí muerto-.
Tomé un lápiz y una hoja
Y empecé a escribir mi testamento.
Paolo Astorga
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