Entrevista a Fernando Morote
“Los textos deben hablar por su
autor; el autor no debe pasarse el tiempo hablando de sus textos”.
Entrevista realizada
por: Paolo Astorga
¿Desde cuándo comenzó a
escribir? ¿Por qué?
Empecé
a escribir desde niño como una manera de liberar tensiones.
¿Qué es para usted ser
escritor?
Un
acto de lealtad conmigo mismo.
Cuéntenos sobre su vida,
sus obras, sus proyectos, su actividad literaria.
Estudié
en un colegio italiano y fui a una universidad nacional. Consumí drogas por 15
años. Quise ser abogado, también probé la actuación, además hice cursos de
creación literaria. Luego inicié un proceso de recuperación personal y retomé
la escritura como vocación. He escrito dos novelas, un libro de relatos y un
poemario. Hace poco he terminado un nuevo libro que estoy viendo cómo publicar.
Colaboro con revistas de Lima y Madrid, donde escribo artículos culturales y de
cine clásico.
¿Cómo define su narrativa?
Uso
un lenguaje directo, mezclando términos académicos con palabras sucias para
crear un efecto de humor. Construyo las historias siguiendo un esquema de
fragmentación de escenas. Exploro siempre nuevos formatos.
¿Cree que el escritor es un
ser obsesivo?
Lo
es por naturaleza. Más allá de eso, el escritor debe ser siempre un provocador.
¿Qué escritores o poetas
han influenciado en su producción literaria?
Ribeyro
y Kafka.
¿Qué tan importante para
usted es la literatura?
Tanto
como para permanecer alejado del cementerio, la cárcel o el manicomio.
¿Es necesario que el
escritor sea un hombre comprometido?
El
escritor debe estar comprometido principalmente con su vocación. Lo demás es
para los demás.
¿Cuál es el fin de su
narrativa?
Reconciliarme
conmigo mismo.
¿Cómo ha cambiado su
lenguaje literario a través de los años?
Al
mudarme de país, se ha enriquecido con el choque cultural. El ejercicio diario,
las lecturas y la apreciación de otras disciplinas artísticas le van otorgando
cada vez más pistas nuevas de desarrollo.
Dentro de su producción literaria, ¿Qué obra elegiría
usted por optar en una en especial?
Cada
una representa un reto diferente. Todas cumplen su función dentro del grupo. No
puedo poner a una por encima o por debajo de la otra.
¿Qué hace antes de
escribir?
Ponerme
como un demonio. Cuando finalmente empiezo, me pongo peor. Necesito hacer
varias cosas a la vez –como escuchar música, ver una película, leer partes de
un libro- para mantener un cierto equilibrio.
¿Qué es para usted un buen
libro?
Un
objeto de arte que desafía al lector y le produce algún tipo de deleite físico,
mental o espiritual.
¿Qué opinión tiene usted
sobre la narrativa que se publica en la actualidad?
Igual
que siempre, hay buena y mala. Por lo general unos tienen el talento, otros la
fama.
¿Cómo ve usted hoy por hoy
la industria editorial? ¿Cómo autor, qué soluciones le daría a este problema?
Ganar
más dinero trabajando en algo que no tenga que ver con la literatura. Escribir
no cuesta nada, pero publicar es muy caro.
¿Cree en los concursos o
certámenes literarios?
Einstein tiene una frase genial que lo
explica de manera clara y simple: "No todo lo que cuenta puede ser
cuantificado y no todo lo que puede ser cuantificado cuenta".
¿Qué opina de las nuevas
formas de difusión literaria por Internet, como revistas literarias, blogs,
páginas sobre literatura, redes sociales, entre otras?
Cubren
un espacio que estaba vacío. Proveen oportunidades que antes no existían.
¿Cuáles son las obras que
recomienda leer?
“La
palabra del mudo” de Julio Ramón Ribeyro, “El proceso” de Franz Kafka, “El filo
de la navaja” de Somerset Maugham, “A sangre fría” de Truman Capote, “El lobo
estepario” de Hermann Hesse.
¿Cuál es el consejo que
daría a los escritores que recién se inician en la narrativa?
Nadar
contra la corriente.
Por último: ¿desea agregar
algo más?
Los
textos deben hablar por su autor; el autor no debe pasarse el tiempo hablando
de sus textos.
Cuento del autor
Pájaros madrugadores
A pocas horas
de amanecer, saliendo bien enfundado del “Juanito”, me encontré después de
mucho tiempo con el poeta Coco López. Marginado por su familia, rechazado por
los vecinos, desahuciado por todo el mundo, estaba igualito que siempre: flaco,
encorvado, anteojudo, tronado y sucio. Pero lúcido. En estado cuneiforme,
además. Apenas me vio, sin saludarme siquiera, me soltó a boca de jarro una
andanada de poemas míos escritos varios años atrás. Luego me dio un abrazo y
declaró que nunca dejó de admirar mi estilo descarnado de escribir. “Despojado
de cojudeces líricas”, remarcó. En un segundo me pareció que estaba enamorado
de mí. O que al menos yo le gustaba, porque el resto de la noche no perdió la
oportunidad de tocarme. Coco López es un poeta con tendencias muy respetables.
Me invitó a
su casa. Una vivienda de 2 pisos, con amplios salones, enormes ventanales y
patio interior. El curioso detalle era que no tenía un solo mueble. Resultaba
obvio que en un tiempo había sido el hogar familiar, pero ahora tampoco se
podía negar que todos habían huido, dejándola abandonada. Y a mi querido amigo
junto con ella.
Lo primero
que hizo al llegar fue mostrarme su dormitorio. Un espacio vacío rodeado de
libros, sólo un colchón sin sábanas ocupando la mitad del piso. En un rincón un
viejo televisor malogrado sobre una mesita con ruedas. El resto del decorado
estaba compuesto por un abanico de lapiceros, ceniceros, vasos, botellas,
cigarros, tragos y residuos de drogas desperdigados por todas partes. Lo que
quedaba de la noche se perfilaba, con todos esos elementos alrededor, como una
experiencia altamente productiva.
—Dirás que
soy un loco o un huachafo —dijo Coco, sentándose sobre el descolorido suelo de
parquet en posición flor de loto—, pero el único consuelo que tengo es que
ninguna mujer se acercará jamás a mí por interés.
Yo lo imité,
sentándome de la misma manera frente a él.
—Tengo mis
dudas —dije—. Y muy serias, mi querido Coco.
—¿Por qué?
—Mis dudas
nunca se ríen.
—Escucha bien
esto, amigo: Para mí, hacer el mínimo esfuerzo
es un gran esfuerzo.
—No pierdes
la costumbre de ser un charlatán.
—Que desdeñe
el apego por los bienes materiales no significa que me obsesione por vivir en
la miseria.
—Entiendo muy
bien eso.
Coco buscó
una botella. Todas estaban vacías.
—Dame un
minuto.
Se levantó y
caminó unos pasos hasta el baño. Escuché que abrió y cerró una caja de metal.
Regresó con un frasco de plástico en la mano. Etiqueta blanca, letras rojas.
—Es lo único
que tengo. ¿No te molesta?
No me gustó
mucho la idea, pero ya que estaba montado en el caballo había que continuar.
—¿Tienes algo
con qué mezclarlo? —pregunté.
—Lo dudo,
pero puedo buscar en la cocina.
Asentí. Se
fue de nuevo y volvió al rato cargando una jarra de loza.
—¿Qué es? —indagué.
—Emoliente.
Tampoco me
gustó mucho la idea, pero no quería volver a casa tan temprano.
—Ahora es
cuando recién estoy completo —Coco trasegó el contenido del frasco a la jarra e
hizo un movimiento circular para mezclar los líquidos—. No me falta nada: me
han dicho que huelo mal, que me corte el pelo, que me asee; le debo a todo el
mundo; me llevaron preso, pasé 12 horas en cana; en fin, ¿qué más puedo pedir?
Llevo una vida de contrasuelazos. Para superarlo me he impuesto la misión de
convertir toda la basura que me rodea en arte.
Entonces me
extendió un vaso de plástico y me sirvió un trago.
—Hay errores
en la vida que tienen efectos creativos —dije.
El emoliente
estaba helado. Pero el alcohol yodado me hizo hervir las entrañas. Nunca antes
había experimentado tal sensación de ardor en el esófago. Supuse que después de
esa noche podía quedarme ciego. No entendía cómo Coco podía mantener el aplomo.
—Quiero
sobrevolar por las cumbres, como los cóndores —ésa fue casi una declamación del
gran Coco—. No reptar en los pantanos, como los gusanos.
—¿Sabes que
no estás solo? —me atreví a animarlo—. Abraham Valdelomar era morfinómano,
Cesar Vallejo fumador de opio…
—No tenía
idea.
—Sin embargo
hoy el Perú los admira y adora….
—¿Crees de
verdad que el Perú los admira y adora?
—No lo sé. En
todo caso, no importa. Lo realmente valioso es lo que nos dejaron a ti y a mí
como ejemplo a seguir.
—Vallejo
siempre me ha perturbado.
—¿Porque se
drogaba como un demonio?
—No, porque
no lo entiendo. Aristóteles decía que lo raro despierta admiración. Y Vallejo
es absolutamente raro, ¿no te parece?
Coco extrajo
de su bolsillo un panfleto escrito a mano. Los textos en rojo, me dijo, eran
consecuencia de la producción y descripción de imágenes visuales desarrolladas
bajo estado hipnoide. Explicó que eso sucedió durante una temporada que su
familia lo internó a la fuerza en el hospital Larco Herrera.
—Escribir es
mi único refugio —concluyó.
—Todo artista
es el resultado de un sufrimiento existencial.
—Yo creo que
una de las grandes razones por las cuales el hombre se entrega al arte es la
timidez.
—Los artistas
son personas elegidas por Dios para pegarles en el culo a los imbéciles.
—Cuando
confiesas que eres un hombre culto, inmediatamente sospechan de ti y te
consideran peligroso. Mis padres decían que alentaban mi vocación y mira lo que
hicieron.
—La forma como reaccionamos ante
las circunstancias es lo que nos hace seres ordinarios o diferentes. No somos
seres comunes, Coco. Somos extra-ordinarios.
—Hombres
ordinarios para situaciones ordinarias; hombres extraordinarios para
situaciones extraordinarias. Más simple no puede ser. Romper estas
equivalencias supone truncar los desarrollos humanos. De cualquier modo se los
agradezco porque si no tuviera el tipo de experiencias que tengo, no podría ser
escritor. Sería sólo un habitante más, común y corriente, de este hermoso
planeta.
—Nadie dijo
que escoger el camino del arte como forma de vida era la
vía más fácil. Recuerda a Van Gogh, a Gauguin. Es más, ya viste que muchas
veces la gente de tu propia familia, tus seres queridos más cercanos, aquellos
que más te aman, son los que más te desaniman, los que más te presionan para
que dejes de escribir. Te dicen “lo que más quiero en la vida es que sigas
escribiendo” o “sería la persona más feliz del mundo si pudieras vivir de lo
que escribes”, pero en el fondo, en su fuero más íntimo, sólo quieren que
trabajes como los demás, en un trabajo vulgar, como la gente “normal”, porque
-según ellos- ésa es la única realidad válida de la vida. Debido a esa
mentalidad, el escritor peruano tiene que sobrevivir como las putas, haciendo
cosas que no quiere y que no debe.
—Escribir es
mi verdadero trabajo. He cometido siempre el error de decir que “trabajo y en
mis momentos libres escribo”. Es exactamente al revés. ¿Sí o no? Sólo soy feliz
y libre cuando escribo. Ahora claro, si escribir es un trabajo, digamos que
para mí es uno eventual; una especie de cachuelo. Escribir, en mi caso, es
sinónimo de meterse en problemas. De todo tipo: existenciales, familiares,
sexuales, sociales. Pero es justo lo que deseo y necesito para sentirme
comprometido con mi vocación. Eso significa para mí ser romántico. A la
literatura hay que tratarla como a las mujeres: de lejos, nomás. Si se mezcla
uno mucho con ella, está condenado a perder. Un escritor debe tratar a la
literatura como a su querida, jamás como a su esposa; corre el riesgo de
cansarse pronto y de buscar placer en otros menesteres. No es aconsejable
estudiar demasiado a la literatura; es preferible que la literatura lo estudie
a uno.
No sé por qué
se me ocurrió en ese momento recordar una frase que Picasso dijo a uno de sus
discípulos:
— “Para
descomponer una cosa, primero hay que saber componerla”.
—Soy un genio
cuando las ideas están en mi mente —prosiguió Coco, como si no hubiera
escuchado una palabra—, pero cuando me pongo a escribir, entonces soy el hombre
más desgraciado sobre la tierra. Me deprime descubrir a cada paso lo poco
original que soy. Bastante basura se ha escrito en los libros hasta el día de
hoy. Con mucho orgullo, puedo decir que yo también he puesto mi aporte. Mucha
gente me pregunta por qué escribo así, tan desdichadamente. Yo respondo
simplemente porque los tiempos no están para ricuras.
—Te conozco bien, Coco .
La razón por la que nunca has ganado un concurso de cuentos es que un ají no
puede jamás salir victorioso de una competencia entre mazamorras.
—Escuché una
vez las declaraciones de una escritora famosa. Decía que al descubrir su
vocación empezó a escribir, pero sólo se sintió escritora cuando comprobó que
estaba viviendo de ello. ¿Te imaginas eso? ¿Significa que si no vivía de lo que
escribía no se consideraba escritora? Una declaración como ésa deja fuera del
mundo de los escritores a idiotas como Kafka, Joyce, Vallejo, Faulkner y demás
papanatas que nunca lograron vivir de lo que escribían. Pobres infelices
mediocres.
—La
literatura es una forma de evitar decir idioteces en público, pero a veces ni
la literatura puede impedirlo.
—Conozco
muchos escritores que deberían avergonzarse de lo que escriben. Uno de ellos
soy yo mismo. Cualquier persona que lea lo que escribo podrá darse cuenta de
que no soy un intelectual.
—Los lectores
no merecen ningún respeto, Coco. Los conceptos estéticos vienen de acuerdo a la
inteligencia de las personas. El hombre luminoso apreciará lo interior, tendrá
capacidad para reconocer, descubrir y amar lo raro, lo extraño, tal vez lo
exótico. Al hombre estúpido, en cambio, le gustará lo simple y puramente
bonito.
—Respeto las
opiniones de amigos como
tú, pero en realidad no cuentan para valorar mi trabajo. Precisamente porque
son mis amigos y es muy poco lo que saben de literatura y del quehacer
literario. La pregunta que yo mismo me hago y cae por su propio peso es: ¿sé yo
algo de literatura y del quehacer literario? En realidad no me interesa ser
parte de nada. Me refiero a la comunidad de escritores. No me atraen los
grupos, salvo por la posibilidad de levantarme una buena hembrita. Una poeta,
quizás, o una periodista. Una crítica no estaría mal. Pero después de eso,
nada. Todo es un floreo mutuo entre amigos. Sólo escribo para entender mi
propia vida y para rendir homenaje a cada una de las etapas que he vivido y a
las personas que forman parte de ellas.
—Entonces hay
que seguir adelante.
—Mañana
inicio un nuevo proceso. Tengo la sensación de que otra vez me tirarán los
originales por la cara. Con tanta gente estrecha en este país, todo es posible.
Por lo pronto, ya me adelantaron que el presidente del instituto es un hombre
muy fino y que, por tal razón, tal vez existan inconvenientes para que apruebe
mis textos.
—Ya temías
algo así, ¿cierto?
—Me pidieron
que escriba una carta explicando la intención del libro. La última vez rechazaron la
solicitud porque el material “se alejaba demasiado de lo que ellos buscan”.
Después dijeron “sin comentarios”. Entre paréntesis agregaron “No se pueden
romper tantos esquemas”. Finalmente dijeron que el destino del manuscrito,
debido a la sobrecarga de papel, sería el incinerador, y me aconsejaron no
regresar más.
—No tiene caso seguir buscando apoyo editorial
en organismos gubernamentales. Lo más práctico es aceptar la realidad.
—No voy a
escribir otra cosa sólo para satisfacer las expectativas de los demás.
Comprendo que estoy fuera del circuito escribiendo lo que escribo. Pero, como
dice Buñuel, “desafortunadamente no tengo otras ideas”. Tampoco me interesa
escribir otra cosa. Tengo que ser honesto. Y escribir otra cosa, sólo para
lograr aceptación de editoriales o agentes, sería como traicionarme a mí mismo.
—Bien dicho, mi hermano.
Coco sacó de
alguna parte un viejo álbum de Eric Clapton. Pero no había tocadiscos a la
vista.
—De todos
modos, escuchar música es un placer máximo cuando se disfruta en soledad .
Entonces
empezó a cantar “Wonderful tonight”. Su inglés era bastante bueno. Nos
aproximamos mirándonos fijamente a los ojos. Nos desnudamos el uno delante del
otro, en silencio, y nos tomamos de las manos. Coco rebuscó entre sus libros.
Halló una revista que en una de sus páginas interiores albergaba una copia de “La
mujer desnuda acostada” de Van Gogh. La modelo sin ropa, de espaldas al pintor,
exhibía una larga trenza negra, pero también unas recias nalgas. El detalle más
conmovedor estribaba en que Coco, usando un colorete rojo incandescente, había
dibujado sobre la comisura de esos carrillos algo envejecidos unos labios
perturbadores, parecidos a los de Marylin Monroe.
Muchas cosas
aprendí aquella noche de la conversación con mi querido amigo Coco López:
-Hay gente
que hace poesía sin saberlo. Mientras que otros, como yo, por más que nos
esforzamos nunca lo conseguimos. Lo único que queda entonces es estar atento
para registrar lo más valioso que se llega a escuchar y llevarse luego los
aplausos. Creo que éste es, en el fondo, el trabajo de un escritor.
-Muchos tratan
de escribir creando belleza. Intentan ser elegantes con el lenguaje que
emplean. Pretenden ser finos. Pero se olvidan que la belleza y la elegancia
actuales residen en la crudeza y la suciedad. La frescura del lenguaje está en
la ironía, el caos, el absurdo. No en la intelectualidad asfixiante. La actitud
es lo que realmente cuenta al momento de escribir. Las palabras son sólo
vehículos. Un lenguaje fino, elegante, intelectual sólo consigue que el lector
busque otra cosa que hacer. Drogarse, por ejemplo.
-En arte,
como en cualquier otra disciplina, hay dos clases de maestros: los que
simplemente hacen las cosas y los que las explican. Generalmente entre los que
explican casi nunca están los verdaderos artistas.
-Para poder
limpiarse el recto, primero hay que cagar. En eso consiste el arte de escribir.
-Con la
frondosa e infinita imaginación que me manejo es inevitable que sea escritor.
De hecho, con esta cualidad insuperable y exquisita, que muchas veces me lleva
a vivir literalmente en otros planetas, no podría ser otra cosa. Bueno, otra
cosa no soy. Si fuera una persona normal, racional, sensata, centrada, no sería
escritor.
-Un escritor
debe escribir lo que tiene que escribir; no lo que los demás esperan o desean
que escriba. Un escritor debe ser fiel a sí mismo y expresarse por encima de lo
que imponga la crítica, la moda o el mercado.
-Tienes que
ser libre para escribir. Pero también tienes que ser libre para leer. Los
intelectuales (o quienes creen serlo) lamentablemente poseen (o sufren) la
cualidad de analizarlo (y arruinarlo) todo. Los intelectuales matan el arte.
-A los
artistas, más que por lo que hacen, se les conoce por lo que piensan, por lo
que sienten, pero sobre todo por la
forma en que viven.
-Con la
crisis económica actual se puede también aprender muchos conceptos nuevos.
Inflación, circulación, recesión…son términos ahora fácilmente comprensibles
puesto que forman parte de nuestras propias vidas. Éste es, sin embargo, uno de
esos extraños procesos de aprendizaje en los que el estómago sufre más que la
cabeza.
-Si eres
artista, la plata nunca es suficiente para comprar ropa o comida, pero siempre
alcanza para las pistolas.
Sobre el autor:
Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Autor de las novelas “Los quehaceres de
un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (2011), el libro de
relatos “Brindis, bromas y bramidos” (2013) y el poemario “Poesía
Metal-Mecánica” (1994). Colaborador del Periódico Irreverentes de Madrid donde
escribe, entre otros temas, artículos sobre cine clásico. Vive en Nueva York y
trabaja como supervisor en una compañía de limpieza.
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