El prodigio
El prodigio
Orlando V. Bedoya Pineda
(AMBEDUE, 2015)
“El arriesgar es el símbolo patente
de este intenso libro. La voluntad de la que no se puede escapar es la amplitud
de los anhelos. Sin embargo, la incertidumbre atestigua a favor de la condena
de viajar, de ser siempre movimiento, constante parpadeo.”
Escrito por: Paolo Astorga
El
prodigio (AMBEDUE, 2015) del poeta arequipeño Orlando V. Bedoya Pineda (Arequipa, 1978), nos enfrenta ante el
movimiento creador de la poesía en un mundo inestable y lleno de símbolos
inaprensibles. La voz del poeta es una voz solitaria que se busca entre los
escombros del universo así mismo. El poemario está construido desde la
multiplicidad, desde el cuerpo desposeído y liberado. El canto prodigioso es el
grito o susurro que construye o destruye, que es en el dolor y en lo humano,
lenguaje-vida que se agolpa en el tiempo. El poeta sabe que solo siendo se es. El proyecto es
siempre el otro, un espejo, un síntoma de desmoronamiento y sordidez, sin
embargo, Bedoya aspira nuevamente a constituirse como un testigo del abandono,
intenta desde un profundo reconocimiento de su nada amada sacar virtud del
caos.
La chatarra oxida las esencias / nos hace
desmonte
(el cuerpo, fruta mordida que toma
impureza)
en el aire la infección se hace ramera
dulce
comunicación de actos engullendo a los
otros
así la soberbia del mundo se alza
energúmena
(retoza entre moscas y cerdos, en el
fango negro).
Como
observamos, el poeta es nuevamente el señalador, el guía de su propia
destrucción que, paradójicamente, constituye una estrategia discursiva que
apela a los desdoblamientos, al reconocimiento vital de su materia existente.
Porque “la ausencia hace llorar/ y sin retorno ser agujero…” Esa incompletud,
esa vacuidad es levadura para intentar el proyecto. El concepto central de todo
el libro es sin duda el viaje, la observación intensa de la multiplicidad de la
diversidad de “Yos” que configuran el signo del poeta encerrado en su propio
laberinto que es el lenguaje. Por momentos contemplamos un lenguaje puro donde
las intenciones son las del ser salvo, y por grandes momentos, es el lenguaje
un estorbo, una imposibilidad, una constante frustración que acuchilla y avergüenza:
¿Crees
que es muy joven el término “literatura”? Tanto he conversado contigo, Orlando,
que junto a nuestro entorno hay bloques y bloques de palabras que sabes que son
estériles, pero igual les das fuego, ánimo, vida y tratas que ellas anden (…)
Crear
para el poeta es absolutamente frustrante, pero, extrañamente en esa
frustración, en ese movimiento catártico donde los elementos se distinguen y
significan, es allí donde la belleza nos deja su mensaje, pero también, su
veneno:
Inestable gen que compacta el planeta
movimiento de hacer o no-hacer
sublime conspirar de vacío, como el sueño
que se resbala y en el suelo serpentea
como frágil flor o larva repulsiva
Así las sombras son remotas en el alma
como horizonte de universo
como pájaro que desequilibrado rompe las
cosas
(lo humano en juego que reclama ser “dedo
de dios”)
Ah!, inconformidad de poema.
No
obstante siempre hay motivos para erigir el amor. En un mundo donde la
emocionalidad es la máquina, el poeta se enfrenta dialécticamente ante el
pensar, ante el crear. La imaginación es el medio para constituirse, para
forjar la coraza, sin embargo, es la identidad un estado relativo, líquido que
es inaprensible y que rara vez nos deja observar su verdadera cara, por eso el
poeta nos dice:
La piel de papel / urgencias de
documentos
identidad
imaginario sobre materia
el pérfido teclado que dicta los
sentimientos.
Sentimientos
totales como la muerte pueblan todo el poemario como esquirlas de una gran
explosión. La frustración, el desencanto ante lo ya vivido, ante lo ya
consumado, forjan al sediento, al enloquecido. Estar al borde de la muerte ¿o
de la vida? es ser vivo, es un reconocerse. El prodigio no es morir, sino
seguir estrangulando al lenguaje y hacerlo yo:
Yo-suicida
Sediento
El gran espejo roto en muchos otros
mientras el niño amasija sólo vidrios
y nada se compone, mientras todas las
muecas respiran
aire
olvido
El descalzo apedreado en la opulenta
calle
y los precipicios abriéndose paso en la
vegetación del espíritu
es penitente
alucinación
Sin vida no se podría proteger lo que más
se ama.
El
arriesgar es el símbolo patente de este intenso libro. La voluntad de la que no
se puede escapar es la amplitud de los anhelos. Sin embargo, la incertidumbre
atestigua a favor de la condena de viajar, de ser siempre movimiento, constante
parpadeo. “Horror y camino nos esperan” es lo que atestigua el poeta entre
rumas de libertad, en el encuentro astronómicamente cuántico de un beso, de un
decir y esa terrible posesión que nos castra, que no nos permite
(afortunadamente) cerrar la herida metafísica de nuestro costado. Así por eso,
nuevamente, la voluntad es inmiscuirse en el prodigio universal de dar pasos,
de dejar huellas:
─La
voluntad es un juego que arrastra. ¿Siempre nace un escozor que
empuja
a la desesperación de aliviarlo? Sabes, hay un fuego escondido
dentro
de las semillas, cuyo apetito es insaciable, un tesoro proscrito para
ser
portado. Es como un beso que absorbe el aliento del otro hasta hacerlo
propio.
Luego posesos.
A
pesar de que el poeta intenta desligarse de su yo para intentar la
multiplicidad del otro, la manifestación de un estado experimental que luego se
llamará “experiencia vital”, su fragilidad, su despiadada memoria no logrará
que escape de los residuos de soledad:
Yo-memoria
¿Fracasos?
nacer inconclusos, y recibir bofetadas en
lugar de alegrías
piernas de rota escoba
mirada de carrusel
cabellos de aromas edificándose en el
respirar
sexos de habla dormido
niebla sobre las manos
atoro de sudor sobre el vientre
asfixia de locura
inevitables mentiras
cosmovisión de felicidad
zoología de anhelos como maqueta de
obsesión
gruta donde se depuso los placeres para
ser alguien más
sortilegio de patria que se hizo cartón
marioneta sucia como recuerdo que infecta
el hoy.
La
necesidad de una purificación, de una catarsis son trascendentales en este
libro, el cuestionamiento resulta ser la llave para la necesaria introspección
del ser que se consume en la vibración telúrica de la angustia:
Yo-filosófico
Preguntas,
y detrás de estas, otras
inmensos mamíferos devorándose entre sí
templo y credo de las jitanjáforas de los
sistemas
plenilunio de éxtasis
oráculos de la vida
hábitad que va lejos de los pensamientos
caricias divinas…
El
fin de la búsqueda es siempre un significado lejano, esquivo, nuevamente el
martirio es dual, es siempre binario. Nos ha movido el dolor, pero también el
placer de ser siendo. El verdadero sufrimiento son las palabras y sus dardos
incendiarios. La vida es lenguaje en constante desdoblamiento, una máscara
pulida y brillante de lodo y procreación. El rito para nuestro poeta siempre
será lo multidimensional, soy yo y mis manifestaciones; soy yo y la proyección
apasionada de mis metáforas. No puedo decir sin decir otra cosa, por eso no
puedo ser puro, no puedo sentir el absoluto. Por eso viene una inmensa soledad,
tan yo, tan de todos:
Yo-desolado
¿Alguien más?
¿mito fabricado por el símbolo salvaje?
conciencia de ciénaga que devasta toda
creencia
¿quién eres tú?
¿falso caminante? / ¿falso testimonio?
Lamen rincones y orinas de viajeros
espuma sedentaria por la siembra de la
felicidad
¿a dónde te entregas Orlando?
el lugar es un acantilado que fracasa
¿qué eres tú?
si la desolación es puente donde no se
debe descansar
y que no protege del caos ni de la hoja
de cerezo del cosmos.
Entonces,
el prodigio aquí es la elección. No hay nada inevitable, sino solo elegible. La
condición humana en probabilidad, es, en suma, la piedra o el ensueño. El poeta
sabe que es inminente la destrucción-construcción. El dolor y el placer son
solo significados de un lenguaje que no conmueve, sino que alarga aún más el
mito de la salvación. Por eso el poeta vive de sus metáforas en un mundo
desposeído: “el pastor de cerdos y poemas// luz que traspasa las manos/
fragilidad/ amanecer.”
En
suma, El prodigio es la reivindicación de un estado puro de libertad. Es la
sinceridad del lenguaje que conlleva a darse a las infinitas bifurcaciones. El
poeta es prodigio, porque puede elegir el sentido y multiplicarlo. El simple
decir es ya universo. Otra vez estamos ante un poeta que ha bebido del vino
ardiente de la rebeldía, el vidente que se ha estigmatizado, no para salvarnos,
sino para condenarnos a conocer nuestros fragmentos de existencia, nuestra multiplicidad.
El vendedor de máscaras es Orlando, el abandonado, el que ha aprendido el arte
del incendio y la tortura de la contemplación. Por eso el prodigio es
levantarse y sumar, reescritura y lenguaje caliente y disconforme día, tras
día, tras día:
Erígete
Poeta, y aunque caigas, incorpórate. Sigue Prodigio. Basta ya del
gran
pez. Evita las redes. Luego búscanos, y bautízanos con el aceite santo
de
la humanidad, que hace mucho, hombres y mujeres están perdidos.
He
aquí la poesía.
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