Hostias del mal
Hostias del mal
Christian Rivera
(Amotape Editores, 2015)
“El poeta sabe que debe beber la cicuta de la existencia, la
violencia de los anhelos, sin embargo, también reconoce, en esa sordidez, el
amor que se resiste a ser reducido a la miseria de los cuerpos.”
Escrito por: Paolo Astorga
Hostias
del mal (Amotape
Editores, 2015) del poeta peruano Christian
Rivera (Lima, 1989) es un libro de poemas donde el aspecto central es la
búsqueda de ese paraíso perdido (aquel que se ha disfrutado en su intensa
brevedad) y que luego ha degenerado en una profunda desilusión, en una cruel
melancolía. El poeta sabe que debe beber la cicuta de la existencia, la
violencia de los anhelos, sin embargo, también reconoce, en esa sordidez, el
amor que se resiste a ser reducido a la miseria de los cuerpos.
Este
libro nos ofrece una serie de poemas donde el signo central es el amor
desposeído y la melancolía de la pérdida del “cielo”. El poeta recorre una
geografía de la insatisfacción intentando construir un lenguaje sórdido donde
el ser amado es efímero paraíso artificial. El poeta sabe muy bien que es
urgente escapar de toda ilusión de eternidad mientras se canta la desdicha del
momento. Porque la poesía es siempre un cuerpo para establecer los significados
de la frustración, el veneno de la desolación y el terrible anhelo de querer
satisfacción en un mundo que vanagloria los residuos, la simple superficie de
las máscaras.
Ayer
te besé en los labios.
PEDRO SALINAS
Tal
vez no vuelva a ser el bohemio
que
ayer invitaste a recorrer el mar
sentados
frente al televisor de tu living
inventando
historias antiguas que luego
eran
transmitidas en las caricias de la noche
que
cerraban nuestras cortinas de angustia
mientras
acariciaba tus senos con mis labios
flotando
como astronautas sobre la luna
encendiendo
las grutas de luz
que
en tu cuerpo penetraban incesantes,
el
tiempo llenaba de ceniceros tus ojos…
mientras
nos mirábamos inmóviles en la playa
arrojados
como latas de cervezas vacías
hasta
que mis dedos mordieron tus manos
y
cerraste los ojos sintiendo el dolor de mi soledad.
Te
refugiaste en mi pecho
ante
el temor de que la marea nos alcance.
El
sol se pulverizaba en el ocaso hasta que sus cenizas
arreboladas
estallaban furiosamente entre los farallones.
Estábamos
fuera de Lima,
cerca
de la eternidad del mundo.
Mientras
regresábamos volvimos a quedarnos solos,
no sabíamos qué decirnos y volvimos a besarnos,
parecíamos niños curiosos
jugando en los jardines. (…)
no sabíamos qué decirnos y volvimos a besarnos,
parecíamos niños curiosos
jugando en los jardines. (…)
El
libro sigue una veta neorromántica, allí donde las imágenes intentan las reconstrucciones.
Aunque Rivera apuesta por una poesía dionisiaca, allí donde el gran motivo es
la del tránsito, la de la búsqueda, pero también la catarsis que se enfrenta
ante la crudeza de la realidad. El que vive se diluye en las nostalgias, pero
también se refugia en el desierto de las imágenes que cobran mayor intensidad
mientras el dolor es espectacular y los sustitutos del placer, una simple
simulación que acrecienta las ausencias.
No
podemos negar el estigma de la ciudad y del ruido infernal de las urbes y su
indiferencia en los versos de este intenso poemario. La ciudad es también un
cuerpo desnudo y en crisis. La ciudad es para el poeta el estoicismo de caminar
por los infiernos, es la condena del barro y la traición. Sin embargo, es
también la posibilidad para la supervivencia, el cínico retrato de un mundo que
ha reconocido su apocalipsis y aun así, sigue perdido en el placer de lo
efímero. La ciudad, es pues, artificialidad
de cuerpos múltiples que supondrán la pérdida de toda identidad, de todo don
por querer ser algo más que un encuentro clandestino, que un desnudo o
copulación anónima:
IV
He
visto arrastrarse a los hombres ante los espectros del crack: catástrofes,
aspirando tuberculosis en los cigarrillos. Aquellas niñas se convirtieron en
fantasmas drogados que parieron a sus hijos en las calles, crecieron sin
descubrir que eran sus padres los que murieron asfixiados en las alcantarillas
del alquitrán. Las avenidas son cuarteles controlados por el smog de los
vehículos que fumigan a los transeúntes en sus inodoros de Neón. En los
engranajes del tráfico. He visto suicidarse a los semáforos; los lustrabotas y
los ambulantes son desgajados por los policías.
La
negra transpiración de la ciudad serán industrias que se comercializarán en el
mundo. Se dispone cada vez de menos esperanzas, los eremitas y mendigos serán
un peligro para las traducciones de la evolución. Los relojes de las iglesias
se teñirán de sangre cuando caigan sobre ellas todas las almas condenadas a la
hoguera por causa de su estoicismo.
Cuantos
pecados han sido falsificados en los templos para luego ser traficados por
veinte monedas de plata. El poeta debe ser la voz de los sueños que planifican
las conspiraciones del universo.
Como
todo neorromanticismo, el poeta es un escapista, pero no un huidor. Escapar es reinventar,
no negar, no eximirse de la culpa de la vida y la tragedia de la libertad. Eso
sí, la inconformidad es un lastre que hay que saber arrastrar, no obstante, Rivera
tiene un as bajo la manga: el placer de los reencuentros, la metáfora que
acerca a los amantes para ser devorados por sus lenguajes, por sus cuerpos de
letras nuevamente.
VI
La poesía es la experiencia con
la vida: inventar salidas imaginarias, describirlas como un intento de
suicidio. Ella creyó descubrir la poesía entre bares y círculos
lucrarlos, monólogos de cuerpos que se
resistían abandonarla, creyó conocer la pureza de las palabras entre el
soliloquio de sus vestidos cayendo frente al espejo, malecones donde arrojaba
botellas de whisky de sus úlceras, hasta encontrarse extraviada entre antros
subterráneos que ella marcaba en los periódicos que utilizaban las prostitutas
de la plaza “Bahía Rosa”, para despistar las patrullas de los canchos
policiales. Ese aroma de jabón de citas entre sucios vagos esperándola. Ella
pasaba minuciosamente ante el estado de estupor de sus desnudos hombros, recobrando
el color de sus mejillas, la firmeza de sus labios donde pronuncié mi primer
verso, entre aceras y hoteles perfumados por la fragancia de las solitarias
calles en busca del amor, el aloe de sus cabellos entre las columnas de
vientres transeúntes que se detenían a contemplarla perdiéndose entre la puesta
del sol y las alamedas del comercio sex exprés.
El
poeta sabe que el erotismo no es jamás el mostrarlo todo, sino que busca, antes
que nada, el sugerir, la construcción simbólica de un estado de gracia mientras
se reconoce la profundidad de las heridas y la violencia del tiempo. Lo erótico
en Rivera es siempre un deseo por interpretar el caos que se engendra en las
inconsecuencias, en el absurdo de los que transitan la ciudad con sus corazones
digitales, con sus ansiadas ganas de absoluto, con el cuerpo que es llave e
imposibilidad a la vez.
X
La tristeza es una grieta donde
miramos escondidos el paso del amor. Y así conocí tu ciudad de la que tanto
me hablaste perdidamente, ocultándonos en el elevador se transmutaban nuestros
cuerpos en fetos.
Muchachas
desvestidas ofreciendo sus habitaciones Inicia otro abismo donde el cielo
ofrece la entrada al infierno. Desesperados encuentros reflejados en nuestra
abstinencia.
Tengo
que pensar en mi salud, dejar de escribir en tu piel mientras la noche incendia
la ciudad, borrar tu nombre que escribiste en mi mano, soportando este tráfico
donde los puentes han sido crucificados en medio de este caos donde la ciudad
es arrollada.
Y
nosotros volvemos a callar ante este silencio que nos aprisiona como una visión
de estrellas en una carretera secuestrada por los automovilistas.
El
objeto amado siempre es esquivo y se lo percibe líquido, vaporoso e inconstante.
Amar es para el poeta una actitud de supervivencia, más que la de una simple
excitación de los sentidos. El amor es la esperanza ante la muerte, el final
del juicio de las indiferencias. Amar en una ciudad que devora las ilusiones y
la necesidad de vida, es un acto heroico, pero anónimo. El poeta lo sabe por ello
el verdadero sobrevivir es aquel que se va inventando mientras la muerte se
ofrece sensual y seductora como un juego:
VII
A Rober, por tocar las puertas del infierno
Si tengo dos
veces tu vida entre mi
única vida,
y juego a morir
dentro de una de esas
vidas,
sobreviviendo
con la vida que aún
quedaba en ti.
La muerte
entonces parecerá otro juego
que la vida ha
de jugar ante nosotros,
o nosotros
hemos de jugar ante ella.
El amor ha
inventado muchas muertes
para sobrevivir
en esa vida que
siempre queda.
El
amor es patente a lo largo del libro. La intensidad y sus múltiples
significados enriquecen el viaje poético, pero también ofrecen la oportunidad
para la reflexión. La paradoja es amar, acercarse es intervenir, es construir
puentes que se inician en el ensueño y terminan en el deguste de lo corpóreo.
El grado más intenso de este libro son quizás las referencias que el poeta hace
a esa Beatriz indecible que habita la ciudad. El ideal es lo único que no se mancha
con la grasa de las capitales, con la soledad de los semáforos, de los incautos
robots que se consuelan con la sensualidad de las sombras, con la ilusión de lo
obsolescente.
Sin
embargo, el poeta es siempre un inconforme y busca en todo momento una ritualidad
que se puede observar de manera más clara al final del libro. La redención es
el amor, el amarse, el vaciarse en la intensidad del otro que también pierde el
alma y se fusiona en uno. Ser uno es lo que estas hostias desean. El mal no es Tánatos, sino el mensaje de la
realidad. Amar conlleva al sacrificio, a la conciencia de morir para acrisolar
los espíritus. En un mundo donde morir es lo que se niega, Rivera nos ofrece,
sin equivoco, sus imágenes sombrías y directas, sus vísceras azules que
conmueven y ensordecen. Pues lo que se busca en el amor es la libertad, por eso
lo que se quiere liberar con el amor, no es solo la absoluta eternidad, sino la
unidad y sus contradicciones. La gran victoria del amor es pues, la gran
victoria de ese cuerpo que ha vencido a la ciudad:
XX
"Y
trató de decirles que el silencio es la única verdad
que
las palabras tratan de desmentir, y volviendo los
ojos
sobre ella le dijo: ve en paz y no peques más"
EL
ÚLTIMO SERMÓN DEL MONTE
C.R.
He liberado mi
corazón de su cárcel
y lo he dejado
volar
para que así
aprenda
la soledad de
los hombres,
y he
dejado mi mente en blanco
para que el mar
reconstruya tu cuerpo
sobre la arena
que empozan mis manos.
Una mujer
haciendo el amor
no el reflejo
del sol sobre un parabrisas
ni un parabrisas
es el contacto de las olas sobre
los arrecifes.
Una mujer
haciendo el amor
sobre la arena
es el mar
un lecho de
sudor ahogando la piel,
los órganos
mutilados
de la
excitación de los cuerpos celestes.
La carretera no
existe
sin próximos
avisos de ciudades.
Un hotel es la
entrada a una gran ciudad
llena de casas
con jardines regados de niños,
llena de
escuelas.
Una mujer
haciendo el amor
es el reflejo
del sol sobre el hielo.
En
suma, Hostias del mal es un libro dinámico y confesional. Su mensaje
es la creación, el acercamiento y el retrato de lo corpóreo la clave para la
vida misma. La celebración es el amor y la muerte como dos caras de la misma
moneda. La hostia-sangre es la comunión directa con lo amado absoluto o el
vacío de las frustraciones. El poeta no espera respuestas, sino que arremete
con su ritualidad y soporta intensamente el peso del tiempo y el olvido.
Que bestia! lo máximo Paolo, excelente reseña.!
ResponderEliminarthais R ---- es un libro com mucho sentimiento a cada frase lo maximo
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