lunes, 29 de noviembre de 2021

Fragmentos de "Fausto" de Johann Wolfgang von Goethe con actividades de comprensión lectora

 

Fausto

Johann Wolfgang von Goethe

(fragmentos)


PRIMERA PARTE:

DE NOCHE

(En una habitación gótica, estrecha y de altas bóvedas, FAUSTO está sentado en un sillón ante su pupitre.)

 

FAUSTO: Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio. Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor y hará diez años que arrastro mis discípulos de arriba abajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, ni temo al infierno ni al demonio. Pero me he visto privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido ni me jacto de poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. Tampoco tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones ante el mundo. Ni siquiera un perro querría seguir viviendo en estas circunstancias. Por eso me he entregado a la magia: para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con agrio sudor lo que no sé; para conseguir reconocerlo que el mundo contiene en su interior; para contemplar toda fuerza creativa y todo germen y no volver a crear confusión con las palabras. (…)

 

GABINETE DE ESTUDIO:

(Encuentro entre FAUSTO y MEFISTÓFELES)

 

FAUSTO: ¿Esto es lo que había dentro del perro de aguas? ¿Un estudiante viajero? Esto me hace reír.

MEFISTÓFELES: Saludo al erudito señor. Me ha hecho usted sudar la gota gorda.

FAUSTO: ¿Cuál es tu nombre?

MEFISTÓFELES: La pregunta me parece de poca categoría para alguien que desprecia la Palabra; para alguien que, desdeñando toda apariencia, busca la esencia ahondando en las profundidades.

FAUSTO: En vuestro caso, señor, se puede llegar a la esencia conociendo el nombre; esto ocurriría si supiera, con toda claridad, si os apellidáis «Dios de las moscas», «Corruptor» o «Mentiroso». Bueno, ¿quién eres?

MEFISTÓFELES: Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien.

FAUSTO: ¿Qué significa ese acertijo?

MEFISTÓFELES: Soy el espíritu que siempre niega. Y lo hago con pleno derecho, pues todo lo que nace merece ser aniquilado, mejor sería entonces que no naciera. Por ello, mi auténtica naturaleza es eso que llamáis pecado y destrucción, en una palabra, el Mal. (…)

 

 

CALLE

(FAUSTO, MARGARITA se cruza con él.)

 

FAUSTO: Mi bella señorita, ¿podría atreverme a ofrecerle mi brazo y mi compañía?

MARGARITA: No soy señorita ni bella, y puedo volver a casa sin compañía de nadie. (Se zafa de él y sigue andando.)

FAUSTO: ¡Por el cielo, qué niña más hermosa! Nunca he visto nada igual. Llena de bondad y de virtud, al tiempo que muestra cierto desdén. Tiene rojos los labios y luminosas las mejillas. ¡No los podré olvidar en este mundo! Se ha grabado en mi pecho la forma en que bajó la mirada y el momento en que me replicó brevemente; qué entusiasmo sentí. (Entra MEFISTÓFELES.) Tienes que conseguirme a esa muchacha.

MEFISTÓFELES: ¿A cuál?

FAUSTO: A esa que acaba de pasar.

MEFISTÓFELES: ¿Aquella? Vuelve de hablar con su confesor, que le perdonó todos sus pecados. Me oculté en el confesionario y pude ver que es una inocente que confiesa faltas insignificantes. No tengo ningún poder sobre ella.

FAUSTO: Pero tiene al menos catorce años.

MEFISTÓFELES: Hablas como un auténtico calavera que deseara poseer todas las flores y se enorgulleciera de que para él no hay honor ni bien que no se puedan lograr. Pero esto no siempre ocurre.

FAUSTO: No, elogioso maese; no me vengas a hablar de la ley. Te lo digo claro y alto: si esta noche no siento el palpitar de su joven sangre al tenerla entre mis brazos, a medianoche nos separaremos.

MEFISTÓFELES: ¡Piensa en todo lo que hay que hacer y deshacer! Al menos necesito dos semanas para encontrar la ocasión.

FAUSTO: Si tuvieras siete horas disponibles, no necesitaría del demonio para la seducción de esa criaturita.

MEFISTÓFELES: Ya habláis casi como un francés, pero no os enojéis. ¿De qué sirve obtener el placer de inmediato? Nunca es tan grande el gozo, ni con mucho, como cuando poco a poco, con todo tipo de embustes, vas encadenando y poniendo en suerte a tu muñequita, tal como ocurre en algunos cuentos extranjeros.

FAUSTO: Aun sin eso, me apetece.

MEFISTÓFELES: Ya sin bromas ni chanzas. Te digo que con esa bella niña no se puede ir tan rápido. Con el empuje no podrás conseguir nada. Tendremos que servirnos de la astucia.

FAUSTO: ¡Tráeme algo de su tesoro angélico! ¡Llévame a su lugar de descanso! ¡Haz de su pecho mi pañuelo, hazle una liga con mi deseo amoroso!

MEFISTÓFELES: Para que veas que ante tu pena quiero ser diligente y servicial, no perderemos ni un instante y hoy te llevaré a su cuarto.

FAUSTO: ¿Y podré verla?; ¿y será mía?

MEFISTÓFELES: No. Ella estará en casa de una vecina. Mientras tanto podrás hacerte con esperanzas de futuras alegrías en el aire donde ella respira.

 

FAUSTO: ¿Podemos ir ya?

MEFISTÓFELES: Todavía es muy pronto.

FAUSTO: Consígueme un regalo para llevarle. (Se va.)

MEFISTÓFELES: ¡Regalos ya! ¡Muy bien! ¡Lo acabará consiguiendo! Conozco lugares adecuados donde están enterrados algunos viejos tesoros. Tengo que volver a echarles un vistazo. (Se va.)

(…)

 


PRISIÓN

MARGARITA es apresada por haber matado a su bebe y también por la muerte de su madre. Enloquecida está delirando en una celda.

 

FAUSTO: (Con un manojo de llaves y una lámpara, delante de una puertecita de hierro.)

Se ha apoderado de mí un terror fuera de lo común. Sufro en este instante toda la miseria de la humanidad. Aquí está ella, tras estos muros húmedos, y todo su crimen fue un dulce desvarío. Vacilas en llegar a su presencia; temes volver a verla. Pero, adelante. Tu vacilación hace avanzar a la muerte. (Toma el candado y dentro se oye cantar.)

MARGARITA:

La cortesana de mi madre

fue la que me mató

y mi padre, el pícaro,

luego me devoró.

Mi pequeña hermanita

mis huesos enterró

en húmedo lugar.

Me convertí en un pájaro.

Mírame cómo vuelo.

FAUSTO: (Abriendo.)

No presiente que su amado la está escuchando ni oye el chirriar de las cadenas y el crujir de la paja. (Entra.)

 MARGARITA: (Escondiéndose en el camastro.)

Ay, ya viene. ¡Amarga muerte!

FAUSTO: (En voz baja.)

Tranquila, tranquila, vengo a liberarte.

MARGARITA: (Retorciéndose ante él.)

Si eres hombre, siente mi desgracia.

FAUSTO: Vas a despertar al vigilante. (Toma las cadenas para quitárselas.)

MARGARITA: (De rodillas.): ¿Quién te ha dado ese poder sobre mí, verdugo? Ya a medianoche vienes a llevarme. Ten piedad de mí y déjame vivir. ¿No es mañana lo bastante pronto? (Se incorpora.) ¡Soy tan joven!, ¡tan joven! Y tengo que morir. Fui también bella y esa fue mi perdición. Mi amigo estuvo cerca y ahora está lejos. La guirnalda está destrozada y desperdigadas están las flores. ¡No me agarres con tanta fuerza! ¡Trátame con cuidado! ¡Qué te he hecho! No me hagas que te suplique inútilmente. No te he visto en mi vida.

FAUSTO: ¿Podré soportar tanto dolor?

MARGARITA: Ahora estoy en tu poder. Pero déjame darle el pecho al niño. Toda la noche he estado acariciándolo: me lo quitaron para hacerme daño y ahora dicen que lo he matado yo. Nunca volveré a estar alegre. Me cantan cancioncillas, ¡qué mala es la gente! Así es como acaba un viejo cuento... ¿Quién les manda contarlo?

FAUSTO: (Arrodillándose.)

A tus pies hay un hombre que te quiere, que viene a librarte del dolor.

MARGARITA: (Se arrodilla a su lado.) ¡De rodillas, recemos a los santos! Mira, debajo de esos escalones, pasado el umbral, brilla el fuego del infierno. El Maligno prorrumpe en estruendo con espantosa cólera.

FAUSTO: (En voz alta.) ¡Margarita!, ¡Margarita!

MARGARITA: (Con atención.) ¡Esa era la voz de aquel amigo! (Se pone en pie de un salto. Caen las cadenas sueltas.) ¿Dónde está? Lo he oído llamarme. Soy libre. Nadie habrá de sujetarme. Iré volando a abrazarlo y descansaré junto a su pecho. Me ha llamado. «¡Margarita!» Y estaba en el umbral. Entre los aullidos y el crepitar del infierno, a pesar de las burlas y las muecas de los diablos, reconozco el dulce y amoroso sonido.

FAUSTO: Soy yo.

MARGARITA: ¡Tú, eres tú! ¡Dilo otra vez! (Abrazándole.) ¡Es él! ¡Es él! ¿Adónde se han ido todas las penas? ¿Adónde el miedo de la cárcel y los hierros? ¡Eres tú y has venido a salvarme! ¡Estoy salvada! Otra vez vuelve a estar ante mí la calle donde te vi por primera vez y el jardín alegre donde Marta y yo te esperábamos.

FAUSTO: (Intentando llevársela.) ¡Ven conmigo!

MARGARITA: ¡Oh, espera!, pues mientras estoy contigo, me encuentro muy bien. (Acariciándolo.)

FAUSTO: ¡Date prisa! Si no, lo pagaremos caro.

MARGARITA: ¿Cómo? ¿No puedes ya besarme? Hace tan poco tiempo que te marchaste y ya no sabes besarme. ¿Por qué tengo tanto miedo abrazada a ti, cuando antes tus palabras me llevaban al cielo y me besabas como si quisieras ahogarme? Bésame o te besaré yo. (Lo abraza.) Pobre de mí, tus labios están fríos, están mudos. ¿Dónde quedó tu amor? ¿Quién me lo ha quitado? (Le vuelve la espalda.)

FAUSTO: ¡Venga! Sígueme, amor mío. Ten valor. Te querré con un fuego mil veces más ardiente, pero ahora sígueme, te lo suplico.

MARGARITA: (Dándole otra vez la cara.)

¿Y entonces eres tú? ¿Eres tú de veras?

FAUSTO: Sí soy yo. Ven conmigo.

MARGARITA: Has roto las cadenas y me estrechas de nuevo contra tu pecho. ¿Cómo es que no tienes miedo de mí? ¿Sabes, amigo, a quién estás liberando?

FAUSTO: ¡Ven! Que ya la oscuridad de la noche empieza a disiparse.

MARGARITA: He matado a mi madre. He ahogado a mi hijo. ¿No era un don tuyo y mío? ¡También tuyo! ¡Eres tú! Apenas puedo creerlo. Dame tu mano. Esto no es un sueño. ¡Tu mano querida! Pero... está húmeda. ¡Sécatela! Me parece que hay sangre en ella. Ah, Dios mío, qué has hecho. Guarda ya tu daga, te lo suplico.

FAUSTO: Lo pasado, pasado está. No me mates.

MARGARITA: No, debes seguir vivo. Te diré cómo serán las sepulturas que deberás cuidar a partir de mañana. Para mi madre debe ser la mejor y a su lado mi hermano. Yo debo estar un poco aparte y junto a mi seno derecho, el pequeño. ¡Nadie más yacerá junto a mí! Unirme a ti fue una tierna alegría. Pero ya no lo consigo, parece como si tuviera que forzarme para ir hacia ti y tú me rechazaras, aunque sigues siendo tú tan bueno y tan noble.

FAUSTO: Si me ves así, ven conmigo.

MARGARITA: ¿Fuera?

FAUSTO: Sí, a la libertad.

MARGARITA: Fuera está la tumba y la muerte nos aguarda, vamos. Vayamos de aquí al lecho eterno y no demos ni un paso más. ¿Vas entonces? Oh, Enrique, voy contigo.

FAUSTO: ¿Puedes? Pues ven, la puerta está abierta.

MARGARITA: No puedo, para mí ya no hay esperanza. ¿Para qué huir? Me acecharán. Es tan horrible tener que mendigar, y además con remordimiento de conciencia. Es terrible vagar por tierra extraña, y me apresarán de todos modos.

FAUSTO: Entonces me quedaré contigo.

MARGARITA: ¡Huye!, ¡huye! Salva a tu pobre hijo. Sigue el camino que lleva arriba al arroyo. Atraviesa el puente, adéntrate en el bosque y ve a la izquierda, donde está el entablado, en el remanso. Sácalo, quiere salir y aún está pataleando. ¡Sálvalo!, ¡sálvalo!

FAUSTO: Pero vuelve en ti. Un paso y serás libre.

MARGARITA: Si hubiera pasado ya el trance... Ahí, sobre una piedra, está sentada mi madre... Siento que se me congela la sangre. Ahí está mi madre, sentada sobre una piedra, y no mueve la cabeza, ni asiente ni deniega con ella. Hace tiempo que duerme, nunca despertará. Ella durmió para que nosotros gozáramos. ¡Qué tiempos más felices!

FAUSTO: Si las palabras y las súplicas no sirven, te llevaré a la fuerza.

MARGARITA: ¡Déjame! No soporto la violencia. No me agarres como si fuera un criminal. Yo lo habría hecho todo por amor.

FAUSTO: ¡El día está despuntando, amor mío!

MARGARITA: ¡De día! ¡Ya es de día! ¡Ya está llegando mi último día! ¡Tendría que haber sido el día de mi boda! No le digas a nadie que estuviste con Margarita. Ay de mi guirnalda, todo acabó. Nos volveremos a ver, pero no bailando. La multitud se agolpa y no se oye nada. La plaza y las callejuelas no pueden contenerla. La campana repica y ya se ha quebrado la varilla. ¡Cómo me atan y me agarran! Ya soy llevada al asiento de la muerte. Todas las nucas se estremecen ante el filo que va a cortar la mía. El mundo está mudo como una tumba.

FAUSTO: Ojalá no hubiera nacido.

MEFISTÓFELES: (Apareciendo desde fuera.)

Vamos, o estáis perdidos. ¡Qué inútiles vacilaciones! ¡Qué irresolución! ¡Cuánta palabra! Mis caballos empiezan a estremecerse. Ya clarea la mañana.

MARGARITA: ¿Qué es lo que está saliendo por el suelo? Es ese; échalo. ¿Qué hace en lugar sagrado? ¡Ha venido a buscarme!

FAUSTO: Has de vivir.

MARGARITA: ¡Juicio de Dios, a ti me he encomendado!

MEFISTÓFELES: (A FAUSTO.): ¡Ven, o te dejo con ella en la estacada!

MARGARITA: ¡Soy tuya, padre! ¡Sálvame! Vosotros, ángeles, ejército sacro, rodeadme para protegerme. ¡Enrique, siento horror por ti!

MEFISTÓFELES: ¡Está condenada!

VOZ: (Desde arriba.) ¡Está salvada!

MEFISTÓFELES (A FAUSTO.): Ven conmigo. (Desaparece con FAUSTO.)

VOZ DE MARGARITA (Desde dentro resonando):

¡Enrique!, ¡Enrique!

 

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

1.     ¿Qué características del Romanticismo encuentras en estos fragmentos? Explica cada uno de ellos.

2.     Qué quiere decir la frase de Fausto: “he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio”. Fundamenta tu respuesta.

3.  ¿Por qué Mefistófeles le dice a Fausto “No tengo ningún poder sobre ella” al hacer referencia a Margarita?

4.     ¿Según fragmento cómo se da el amor y la tragedia en el fragmento?

5.     Según el fragmento ¿qué podría significar la juventud de Margarita? ¿Por qué?

6.     ¿Por qué Mefistófeles es astuto? Explica

7.     Infiere: ¿Por qué Margarita enloquece? Explica

8.   Qué nos dice Margarita en este fragmento: “¡De día! ¡Ya es de día! ¡Ya está llegando mi último día! ¡Tendría que haber sido el día de mi boda! No le digas a nadie que estuviste con Margarita. Ay de mi guirnalda, todo acabó. Nos volveremos a ver, pero no bailando. La multitud se agolpa y no se oye nada. La plaza y las callejuelas no pueden contenerla. La campana repica y ya se ha quebrado la varilla. ¡Cómo me atan y me agarran! Ya soy llevada al asiento de la muerte. Todas las nucas se estremecen ante el filo que va a cortar la mía. El mundo está mudo como una tumba”. Explica.

9.     Margarita ¿Se arrepiente? ¿Cómo lo hace? ¿Qué le pasa al final? ¿Se va al infierno?

10.  ¿Crees que Margarita es una heroína romántica? ¿Por qué?

jueves, 25 de noviembre de 2021

Cuento "Los merengues" de Julio Ramón Ribeyro con actividades de comprensión lectora

 

Los merengues

Julio Ramón Ribeyro


Apenas su mamá cerró la puerta, Perico saltó del colchón y escuchó, con el oído pegado a la madera, los pasos que se iban alejando por el largo corredor. Cuando se hubieron definitivamente perdido, se abalanzó hacia la cocina de kerosene y hurgó en una de las hornillas malogradas. ¡Allí estaba! Extrayendo la bolsita de cuero, contó una por una las monedas -había aprendido a contar jugando a las bolitas- y constató, asombrado, que había cuarenta soles. Se echó veinte al bolsillo y guardó el resto en su lugar. No en vano, por la noche, había simulado dormir para espiar a su mamá. Ahora tenía lo suficiente para realizar su hermoso proyecto. Después no faltaría una excusa. En esos callejones de Santa Cruz, las puertas siempre están entreabiertas y los vecinos tienen caras de sospechosos. Ajustándose los zapatos, salió desalado hacia la calle.

En el camino fue pensando si invertiría todo su capital o sólo parte de él. Y el recuerdo de los merengues –blancos, puros, vaporosos- lo decidieron por el gasto total. ¿Cuánto tiempo hacía que los observaba por la vidriera hasta sentir una salvación amarga en la garganta? Hacía ya varios meses que concurría a la pastelería de la esquina y sólo se contentaba con mirar. El dependiente ya lo conocía y siempre que lo veía entrar, lo consentía un momento para darle luego un coscorrón y decirle:

-¡Quita de acá, muchacho, que molestas a los clientes!

Y los clientes, que eran hombres gordos con tirantes o mujeres viejas con bolsas, lo aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda.

Él recordaba, sin embargo, algunas escenas amables. Un señor, al percatarse un día de la ansiedad de su mirada, le preguntó su nombre, su edad, si estaba en el colegio, si tenía papá y por último le obsequió una rosquita. Él hubiera preferido un merengue, pero intuía que en los favores estaba prohibido elegir. También, un día, la hija del pastelero le regaló un pan de yema que estaba un poco duro.

-¡Empara!- dijo, aventándolo por encima del mostrador. Él tuvo que hacer un gran esfuerzo a pesar de lo cual cayó el pan al suelo y, al recogerlo, se acordó súbitamente de su perrito, a quien él tiraba carnes masticadas divirtiéndose cuando de un salto las emparaba en sus colmillos.

Pero no era el pan de yema ni los alfajores ni los piononos lo que le atraía: él sólo amaba los merengues. A pesar de no haberlos probado nunca, conservaba viva la imagen de varios chicos que se los llevaban a la boca, como si fueran copos de nieve, ensuciándose los corbatines. Desde aquel día, los merengues constituían su obsesión.

Cuando llegó a la pastelería, había muchos clientes ocupando todo el mostrador. Esperó que se despejara un poco el escenario pero no pudiendo resistir más, comenzó a empujar. Ahora no sentía vergüenza alguna y el dinero que empuñaba lo revestía de cierta autoridad y le daba derecho a codearse con los hombres de tirantes. Después de mucho esfuerzo, su cabeza apareció en primer plano, ante el asombro del dependiente.

-¿Ya estás aquí? ¡Vamos saliendo de la tienda!

Perico, lejos de obedecer, se irguió y con una expresión de triunfo reclamó: ¡veinte soles de merengues! Su voz estridente dominó en el bullicio de la pastelería y se hizo un silencio curioso. Algunos lo miraban, intrigados, pues era hasta cierto punto sorprendente ver a un rapaz de esa cabaña comprar tan empalagosa golosina en tamaña proporción. El dependiente no le hizo caso y pronto el barullo se reinició. Perico quedó algo desconcertado, pero estimulado por un sentimiento de poder repitió, en tono imperativo:

-¡Veinte soles de merengues!

El dependiente lo observó esta vez con cierta perplejidad pero continuó despachando a los otros parroquianos.

-¿No ha oído? – Insistió Perico excitándose- ¡Quiero veinte soles de merengues!

El empleado se acercó esta vez y lo tiró de la oreja.

-¿Estás bromeando, palomilla?

Perico se agazapó.

-¡A ver, enséñame la plata!

Sin poder disimular su orgullo, echó sobre el mostrador el puñado de monedas. El dependiente contó el dinero.

-¿Y quieres que te dé todo esto en merengues?

-Sí –replicó Perico con una convicción que despertó la risa de algunos circunstantes.

-Buen empacho te vas a dar –comentó alguien.

Perico se volvió. Al notar que era observado con cierta benevolencia un poco lastimosa, se sintió abochornado. Como el pastelero lo olvidaba, repitió:

-Deme los merengues- pero esta vez su voz había perdido vitalidad y Perico comprendió que, por razones que no alcanzaba a explicarse, estaba pidiendo casi un favor.

-¿Va a salir o no? – lo increpó el dependiente

-Despácheme antes.

-¿Quién te ha encargado que compres esto?

-Mi mamá.

-Debes haber oído mal. ¿Veinte soles? Anda a preguntarle de nuevo o que te lo escriba en un papelito.

Perico quedó un momento pensativo. Extendió la mano hacia el dinero y lo fue retirando lentamente. Pero al ver los merengues a través de la vidriería, renació su deseo, y ya no exigió, sino que rogó con una voz quejumbrosa:

-¡Deme, pues, veinte soles de merengues!

Al ver que el dependiente se acercaba airado, pronto a expulsarlo, repitió conmovedoramente:

-¡Aunque sea diez soles, nada más!

El empleado, entonces, se inclinó por encima del mostrador y le dio el cocacho acostumbrado pero a Perico le pareció que esta vez llevaba una fuerza definitiva.

-¡Quita de acá! ¿Estás loco? ¡Anda a hacer bromas a otro lugar!

Perico salió furioso de la pastelería. Con el dinero apretado entre los dedos y los ojos húmedos, vagabundeó por los alrededores.

Pronto llegó a los barrancos. Sentándose en lo alto del acantilado, contempló la playa. Le pareció en ese momento difícil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente fue arrojando las monedas una a una, haciéndolas tintinear sobre las piedras. Al hacerlo, iba pensando que esas monedas nada valían en sus manos, y en ese día cercano en que, grande ya y terrible, cortaría la cabeza de todos esos hombres, de todos los mucamos de las pastelerías y hasta de los pelícanos que graznaban indiferentes a su alrededor.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

1. Resume el cuento en tres partes: Inicio­-Nudo-Desenlace.

2. ¿Cuáles son los dos personajes importantes del cuento? Explica cuáles son sus funciones y personalidades en le cuento.

3. ¿Por qué Perico no podía comprar los merengues?

4. ¿Por qué Perico solo amaba los merengues? Explica tu respuesta.

5. ¿En las manos de Perico, porque el dinero no valía nada? Explica.

6. ¿En qué parte del cuento podemos encontrar el DESEO y en qué parte la FRUSTRACIÓN? ¿Por qué?

7. ¿Cuál es la diferencia entre Perico y el vendedor de la pastelería?

8. ¿Crees que Perico es travieso? ¿Por qué?

9. ¿Qué antivalores encuentras en el cuento? Explícalos brevemente.

10. ¿Por qué crees que el vendedor no le cree a Perico?

11. ¿Si quisieras comprar algo que siempre has querido cómo lo conseguirías?

12. En la última parte del cuento Perico reniega de su mala suerte y piensa que cuando crezca se vengará de todos. ¿Crees que es una actitud madura? ¿Por qué?

13. ¿Qué opinas de la actitud de Perico en el cuento?

 

ACTIVIDAD CREATIVA:

1. Crea un cuento breve cuyo personaje principal sea un niño. No olvides ser creativo y original.

martes, 23 de noviembre de 2021

Cuento "El banquete" de Julio Ramón Ribeyro con actividades de comprensión lectora

El banquete

Julio Ramón Ribeyro


Con dos meses de anticipación, don Fernando Pasamano había preparado los pormenores de este magno suceso. En primer término, su residencia hubo de sufrir una transformación general. Como se trataba de un caserón antiguo, fue necesario echar abajo algunos muros, agrandar las ventanas, cambiar la madera de los pisos y pintar de nuevo todas las paredes.

Esta reforma trajo consigo otras y (como esas personas que cuando se compran un par de zapatos juzgan que es necesario estrenarlos con calcetines nuevos y luego con una camisa nueva y luego con un terno nuevo y así sucesivamente hasta llegar al calzoncillo nuevo) don Fernando se vio obligado a renovar todo el mobiliario, desde las consolas del salón hasta el último banco de la repostería. Luego vinieron las alfombras, las lámparas, las cortinas y los cuadros para cubrir esas paredes que desde que estaban limpias parecían más grandes. Finalmente, como dentro del programa estaba previsto un concierto en el jardín, fue necesario construir un jardín. En quince días, una cuadrilla de jardineros japoneses edificaron, en lo que antes era una especie de huerta salvaje, un maravilloso jardín rococó donde había cipreses tallados, caminitos sin salida, una laguna de peces rojos, una gruta para las divinidades y un puente rústico de madera, que cruzaba sobre un torrente imaginario.

Lo más grande, sin embargo, fue la confección del menú. Don Fernando y su mujer, como la mayoría de la gente proveniente del interior, sólo habían asistido en su vida a comilonas provinciales en las cuales se mezcla la chicha con el whisky y se termina devorando los cuyes con la mano. Por esta razón sus ideas acerca de lo que debía servirse en un banquete al presidente, eran confusas. La parentela, convocada a un consejo especial, no hizo sino aumentar el desconcierto. Al fin, don Fernando decidió hacer una encuesta en los principales hoteles y restaurantes de la ciudad y así pudo enterarse de que existían manjares presidenciales y vinos preciosos que fue necesario encargar por avión a las viñas del mediodía.

Cuando todos estos detalles quedaron ultimados, don Fernando constató con cierta angustia que en ese banquete, al cual asistirían ciento cincuenta personas, cuarenta mozos de servicio, dos orquestas, un cuerpo de ballet y un operador de cine, había invertido toda su fortuna. Pero, al fin de cuentas, todo dispendio le parecía pequeño para los enormes beneficios que obtendría de esta recepción.

-Con una embajada en Europa y un ferrocarril a mis tierras de la montaña rehacemos nuestra fortuna en menos de lo que canta un gallo (decía a su mujer). Yo no pido más. Soy un hombre modesto.

-Falta saber si el presidente vendrá (replicaba su mujer).

En efecto, había omitido hasta el momento hacer efectiva su invitación.

Le bastaba saber que era pariente del presidente (con uno de esos parentescos serranos tan vagos como indemostrables y que, por lo general, nunca se esclarecen por el temor de encontrar adulterino) para estar plenamente seguro que aceptaría. Sin embargo, para mayor seguridad, aprovechó su primera visita a palacio para conducir al presidente a un rincón y comunicarle humildemente su proyecto.

-Encantado (le contestó el presidente). Me parece una magnífica idea. Pero por el momento me encuentro muy ocupado. Le confirmaré por escrito mi aceptación.

Don Fernando se puso a esperar la confirmación. Para combatir su impaciencia, ordenó algunas reformas complementarias que le dieron a su mansión un aspecto de un palacio afectado para alguna solemne mascarada. Su última idea fue ordenar la ejecución de un retrato del presidente (que un pintor copió de una fotografía) y que él hizo colocar en la parte más visible de su salón.

Al cabo de cuatro semanas, la confirmación llegó. Don Fernando, quien empezaba a inquietarse por la tardanza, tuvo la más grande alegría de su vida. Aquel fue un día de fiesta, salió con su mujer al balcón para contemplar su jardín iluminado y cerrar con un sueño bucólico esa memorable jornada. El paisaje, sin embargo, parecía haber perdido sus propiedades sensibles, pues donde quiera que pusiera los ojos, don Fernando se veía a sí mismo, se veía en chaqué, en tarro, fumando puros, con una decoración de fondo donde (como en ciertos afiches turísticos) se confundían lo monumentos de las cuatro ciudades más importantes de Europa. Más lejos, en un ángulo de su quimera, veía un ferrocarril regresando de la floresta con su vagones cargados de oro. Y por todo sitio, movediza y transparente como una alegoría de la sensualidad, veía una figura femenina que tenía las piernas de un cocote, el sombrero de una marquesa, los ojos de un tahitiana y absolutamente nada de su mujer.

El día del banquete, los primeros en llegar fueron los soplones. Desde las cinco de la tarde estaban apostados en la esquina, esforzándose por guardar un incógnito que traicionaban sus sombreros, sus modales exageradamente distraídos y sobre todo ese terrible aire de delincuencia que adquieren a menudo los investigadores, los agentes secretos y en general todos los que desempeñan oficios clandestinos.

Luego fueron llegando los automóviles. De su interior descendían ministros, parlamentarios, diplomáticos, hombre de negocios, hombres inteligentes. Un portero les abría la verja, un ujier los anunciaba, un valet recibía sus prendas, y don Fernando, en medio del vestíbulo, les estrechaba la mano, murmurando frases corteses y conmovidas.

Cuando todos los burgueses del vecindario se habían arremolinado delante de la mansión y la gente de los conventillos se hacía una fiesta de fasto tan inesperado, llegó el presidente. Escoltado por sus edecanes, penetró en la casa y don Fernando, olvidándose de las reglas de la etiqueta, movido por un impulso de compadre, se le echó en los brazos con tanta simpatía que le dañó una de sus charreteras.

Repartidos por los salones, los pasillos, la terraza y el jardín, los invitados se bebieron discretamente, entre chistes y epigramas, los cuarenta cajones de whisky. Luego se acomodaron en las mesas que les estaban reservadas (la más grande, decorada con orquídeas, fue ocupada por el presidente y los hombre ejemplares) y se comenzó a comer y a charlar ruidosamente mientras la orquesta, en un ángulo del salón, trataba de imponer inútilmente un aire vienés.

A mitad del banquete, cuando los vinos blancos del Rin habían sido honrados y los tintos del Mediterráneo comenzaban a llenar las copas, se inició la ronda de discursos. La llegada del faisán los interrumpió y sólo al final, servido el champán, regresó la elocuencia y los panegíricos se prolongaron hasta el café, para ahogarse definitivamente en las copas del coñac.

Don Fernando, mientras tanto, veía con inquietud que el banquete, pleno de salud ya, seguía sus propias leyes, sin que él hubiera tenido ocasión de hacerle al presidente sus confidencias. A pesar de haberse sentado, contra las reglas del protocolo, a la izquierda del agasajado, no encontraba el instante propicio para hacer un aparte. Para colmo, terminado el servicio, los comensales se levantaron para formar grupos amodorrados y digestónicos y él, en su papel de anfitrión, se vio obligado a correr de grupos en grupo para reanimarlos con copas de mentas, palmaditas, puros y paradojas. Al fin, cerca de medianoche, cuando ya el ministro de gobierno, ebrio, se había visto forzado a una aparatosa retirada, don Fernando logró conducir al presidente a la salida de música y allí, sentados en uno de esos canapés, que en la corte de Versalles servían para declararse a una princesa o para desbaratar una coalición, le deslizó al oído su modesta.

-Pero no faltaba más (replicó el presidente). Justamente queda vacante en estos días la embajada de Roma. Mañana, en consejo de ministros, propondré su nombramiento, es decir, lo impondré. Y en lo que se refiere al ferrocarril sé que hay en diputados una comisión que hace meses discute ese proyecto. Pasado mañana citaré a mi despacho a todos sus miembros y a usted también, para que resuelvan el asunto en la forma que más convenga.

Una hora después el presidente se retiraba, luego de haber reiterado sus promesas. Lo siguieron sus ministros, el congreso, etc., en el orden preestablecido por los usos y costumbres. A las dos de la mañana quedaban todavía merodeando por el bar algunos cortesanos que no ostentaban ningún título y que esperaban aún el descorchamiento de alguna botella o la ocasión de llevarse a hurtadillas un cenicero de plata. Solamente a las tres de la mañana quedaron solos don Fernando y su mujer. Cambiando impresiones, haciendo auspiciosos proyectos, permanecieron hasta el alba entre los despojos de su inmenso festín. Por último se fueron a dormir con el convencimiento de que nunca caballero limeño había tirado con más gloria su casa por la ventana ni arriesgado su fortuna con tanta sagacidad.

A las doce del día, don Fernando fue despertado por los gritos de su mujer. Al abrir los ojos le vio penetrar en el dormitorio con un periódico abierto entre las manos. Arrebatándoselo, leyó los titulares y, sin proferir una exclamación, se desvaneció sobre la cama. En la madrugada, aprovechándose de la recepción, un ministro había dado un golpe de estado y el presidente había sido obligado a dimitir.

 ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1. Se infiere que la palabra magno es:

A.    Importante    

B.    Comprometido 

C.    Honorable

D.   Infaltable

 

1.    Don Fernando se ve obligado a renovar su mobiliario porque:

A.    Habrá un gran banquete

B.    Se trata de unos cambios necesarios

C.    Hay un deseo de renovación

D.   Lo hace para mejorar su calidad de vida en el hogar

 

2.    Qué marca del texto nos da la idea de que Fernando y su mujer no saben nada de "confección del menú"

 

3.    En el tercer párrafo se puede inferir que:

A.    Fernando y su mujer están desesperados por construir su jardín

B.    Los esposos idean un plan para una gran fiesta

C.    Fernando y su mujer no son de Lima

D.   Los esposos tienen muchas ganas de que el banquete termine

 

4.    Fernando y su esposa veían el banquete que organizaban

A.    Como una oportunidad de codearse con la clase alta

B.    Como un modo de divertirse

C.    Como un buen momento para conocer al presidente

D.   Como una inversión que les traerá grandes ganancias

 

5.    Se infiere la palabra quimera significa contextualmente:

A.    Sueño 

B.    Intención  

C.    Accionar  

D.   Placer

 

6.    En qué momento Fernando le dijo su pedido al presidente:

A.    En la madrugada

B.    Cuando ya todo se había acabado

C.    A media noche

D.   Nunca le pidió nada

 

7.    ¿Qué fue lo que causó que la felicidad de Fernando y su esposa desaparecieran?

 

8.    Julio, después de leer el texto opinó: "Creo que el destino le dio una lección a Fernando y a su esposa", ¿qué hecho representaría al destino? ¿Por qué?

 

9.    Uno de los temas que principalmente toca el texto es:

A.    El destino

B.    La corrupción

C.    La violencia

D.   La ambición

lunes, 22 de noviembre de 2021

Cuento "El cerdito" de Juan Carlos Onetti con actividades de comprensión lectora

 

El cerdito

Juan Carlos Onetti


La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.

Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras; ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán de nieto.

Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panques que envolvían dulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, por que había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepados los escalones.

Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.

Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina.

Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:

-Dale otro golpe. Por si las dudas.

Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

1. ¿En qué lugar se desarrolla este cuento? ¿Crees que es importante para comprender mejor la historia narrada? ¿Port qué?

2. ¿Por qué la anciana atendía a los niños?

3. ¿Qué niño le hacía recordar más a su nieto?

4. Explica con tus propias palabras qué nos quiere decir esta parte del cuento: "Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina"?

5. ¿Qué infieres de esta parte del cuento: "Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada"? Explica.

6. ¿Qué puedes inferir de la personalidad de Juan, tomando como referencia todo lo acontecido en el cuento? Justifica tu respuesta.

7. ¿Crees que la anciana de este cuento quiere llenar algún vacío? ¿Cuál?

8. ¿Es justificable la acción de los niños contra la anciana? ¿Por qué?

9. ¿Crees que estos niños son conscientes de lo que han hecho? ¿Por qué?

10. Infiere: ¿Qué puede simbolizar que Guido haya guardado lo robado a la anciana en una alcancía? Explica tu respuesta.

11. ¿Crees que este cuento nos habla de manera descarnada sobre la crueldad? ¿Por qué?

12. ¿Qué opinas sobre el cuento? ¿Por qué?

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Cuento "El lobo" de Hermann Hesse con actividades de comprensión lectora

 

El lobo

Hermann Hesse

 


Nunca antes las montañas francesas habían sufrido un invierno tan frío y largo. Hacía semanas que el aire se mantenía claro, áspero y helado. Durante el día, los grandes campos de nieve, color blanco mate, yacían inclinados e interminables bajo el cielo estridentemente azul; de noche los atravesaba la luna, pequeña y clara, una luna helada, furibunda, con un brillo amarillento cuya luz fuerte se volvía azul y sorda sobre la nieve, y que parecía la escarcha en persona. Los seres humanos evitaban todos los caminos y, sobre todo, las alturas; apáticos y maldiciendo, permanecían en las cabañas, cuyas ventanas rojas, de noche, aparecían empañadas y turbias junto a la luz azul de la luna, y se apagaban pronto.

Fue un tiempo difícil para los animales de la zona. Los más pequeños murieron congelados en grandes cantidades; también los pájaros sucumbieron a la helada, y sus cadáveres enjutos se convirtieron en botín de águilas y lobos. Pero aun estos sufrían terriblemente de frío y de hambre. Solo unas pocas familias de lobos vivían allí, y la necesidad las empujó hacia una unión más fuerte. Durante el día salían solos. Aquí y allá, uno de ellos cruzaba la nieve, flaco, hambriento y vigilante, silencioso y temeroso como un fantasma. Su sombra delgada se deslizaba a su lado sobre la superficie nevada. Levantaba el hocico puntiagudo en el viento y de vez en cuando emitía un llanto seco, tortuoso. Pero de noche salían todos juntos y rodeaban los pueblos con aullidos roncos. Allí estaban a buen resguardo el ganado y las aves, y detrás de los postigos se apoyaban las escopetas. En escasas ocasiones les tocaba una presa menor, por ejemplo un perro, y ya habían sido muertos dos lobos de la manada.

La helada persistía. Muchas veces los lobos se echaban juntos, en silencio y pensativos, calentándose uno contra el otro, y escuchaban acongojados el vacío mortal que los rodeaba, hasta que uno, martirizado por los maltratos espantosos del hambre, pegaba de pronto un salto con un alarido terrorífico. Entonces todos los demás dirigían sus hocicos hacia él, temblaban, y rompían al unísono en un aullido terrible, amenazador y quejumbroso.

Por fin la parte más chica de la manada decidió partir. Abandonaron sus madrigueras al despuntar el alba, se reunieron y olisquearon excitados y temerosos el aire helado. Luego partieron al trote, rápido y con un ritmo parejo. Los que quedaban atrás los miraron con ojos muy abiertos y vidriosos, los siguieron una docena de pasos, se detuvieron indecisos y desorientados, y regresaron lentamente a sus cuevas vacías.

Los emigrantes se separaron al mediodía. Tres de ellos se dirigieron hacia el oeste, a los montes del Jura suizo; los otros siguieron hacia el sur. Los tres primeros eran animales hermosos, fuertes, pero terriblemente flacos. El estómago de color claro, combado hacia dentro, era delgado como una correa; en el pecho se destacaban tristemente las costillas; las bocas estaban secas y los ojos abiertos y desesperados. De tres en tres se internaron lejos en los montes; al segundo día cazaron un carnero, al tercero, un perro y un potrillo, y fueron perseguidos en todas partes por los campesinos furiosos. En la zona, rica en pueblos y ciudades, se diseminó el miedo y el temor ante los invasores desacostumbrados. La gente armó los trineos del correo; nadie iba de un pueblo a otro sin su arma. En esa zona desconocida, tras tan buen botín, los tres animales se sentían a la vez temerosos y a gusto; se volvieron más arriesgados de lo que jamás habían sido en casa, y asaltaron el corral de una granja a plena luz del día. Mugidos de vacas, crujido de listones de madera que se partían, sonido de cascos y una respiración caliente, jadeante, llenaron el ambiente angosto y cálido. Pero esta vez interfirieron los humanos. Habían puesto un precio a la cabeza de los lobos, lo que duplicó el coraje de los granjeros. Mataron a dos de ellos: a uno le perforó el cuello una bala de escopeta, el otro fue muerto con un hacha. El tercero escapó y corrió hasta que se desplomó sobre la nieve, casi muerto. Era el más joven y hermoso de los lobos, un animal orgulloso con formas armónicas y una fuerza imponente. Durante un rato largo quedó echado, jadeando. Delante de sus ojos se arremolinaban círculos rojos y sanguinolentos, y de vez en cuando emitía un quejido silbante, doloroso. Un hachazo le había dado en el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a levantarse. Solo entonces vio cuán lejos había corrido. En ningún lado podían verse personas o casas. Delante de él se encontraba una montaña imponente, nevada. Era el Chasseral. Decidió rodearlo. Atormentado por la sed, comió pequeños pedazos de la corteza congelada y dura que cubría la nieve.

Más allá de la montaña se topó de inmediato con un pueblo. Estaba anocheciendo. Esperó en un tupido bosque de pinos. Luego rodeó con cuidado los cercos de los jardines, persiguiendo el olor de los establos tibios. No había nadie en la calle. Arisco y anhelante, espió por entre las casas. Entonces sonó un disparo. Levantó la cabeza hacia lo alto y se dispuso a correr, cuando ya estalló el segundo tiro. Le habían dado. El costado de su abdomen blancuzco estaba manchado de sangre, que caía a goterones. A pesar de todo, logró escapar con unos grandes saltos y alcanzar el bosque más alejado de la montaña. Allí esperó un instante, atento, y oyó voces y pasos provenientes de varios lados. Temeroso, miró hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y difícil de trepar. Pero no tenía opción. Con respiración agitada escaló la pared empinada mientras que abajo, a lo largo de la montaña, avanzaba una confusión de insultos, órdenes y luces de linternas. El lobo herido trepó temblando a través del bosque de pinos, casi a oscuras, mientras la sangre marrón corría despacio por su costado.

El frío había cedido. Al oeste, el cielo estabas brumoso y parecía prometer nieve.

Por fin el animal, agotado, alcanzó la cima. Ahora se encontraba sobre un gran campo de nieve, levemente inclinado, cerca de Mont Crosin, muy por encima del pueblo del que había escapado. No sentía hambre, pero sí un dolor turbio y punzante en las heridas. Un ladrido seco y enfermo nació de su hocico entregado; su corazón latía pesado y dolorido, y el lobo sentía que la mano de la muerte lo presionaba como una carga indescriptiblemente pesada. Un pino aislado, de ramas anchas, lo atrajo; allí se sentó y clavó sus ojos perdidos en la noche gris de nieve. Pasó media hora. Una luz roja y apagada cayó sobre la nieve, extraña y blanda. El lobo se levantó con un quejido y dirigió su cabeza hermosa hacia la luz. Era la luna, que se levantaba por el sudoeste, gigantesca y color rojo sangre, y subía lentamente por el cielo cubierto. Hacía muchas semanas que no se la había visto tan roja y grande. El ojo del animal moribundo se aferraba con tristeza al astro opaco, y en la noche volvió a oírse un estertor débil, doloroso y ronco.

Un poco más tarde surgieron luces y pasos. Campesinos con abrigos gruesos, cazadores y muchachos jóvenes con gorros de piel y botas toscas avanzaban por la nieve. Se oyeron gritos de alegría. Habían descubierto al lobo moribundo, le dispararon dos tiros y ambos fallaron. Entonces vieron que el animal ya estaba a punto de fallecer y se le echaron encima con palos y garrotes. Él ya no los sintió.

Lo arrastraron hacia abajo, a Sankt Immer, con los miembros quebrados. Reían, alardeaban, se alegraban por el aguardiente y el café que bebían, cantaban, maldecían. Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta meseta, ni la luna roja que colgaba sobre el Chasseral y cuya luz débil se reflejaba en los cañones de las escopetas, en los cristales de nieve y en los ojos quebrados del lobo muerto.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

1. ¿Por qué es importante la descripción del ambiente en este cuento? Explica tu respuesta.

2. ¿Por qué fue un tiempo difícil para los animales de la zona?

3. ¿Quiénes eran los enemigos de los lobos? ¿Por qué?

4. ¿Qué hicieron los tres lobos al volverse más arriesgados?

5. ¿Por qué habían puesto precio a las cabezas de los lobos? Al saber esto, ¿cuál fue la reacción de los granjeros?

6. Qué sentimiento experimentas al leer este fragmento: "No sentía hambre, pero sí un dolor turbio y punzante en las heridas. Un ladrido seco y enfermo nació de su hocico entregado; su corazón latía pesado y dolorido, y el lobo sentía que la mano de la muerte lo presionaba como una carga indescriptiblemente pesada". Explica tu respuesta.

7. Qué infieres de este fragmento que es la parte final del cuento: "Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta meseta, ni la luna roja que colgaba sobre el Chasseral y cuya luz débil se reflejaba en los cañones de las escopetas, en los cristales de nieve y en los ojos quebrados del lobo muerto". Justifica tu respuesta.

8. Después de leer este cuento, ¿con qué palabra o frase lo relacionas? ¿Por qué? Argumenta tu respuesta.

9. Enjuicia: Los lobos de este cuento, ¿son animales malvados? ¿Por qué? Justifica tu respuesta.

10. ¿Cuál crees que haya sido la intención del autor al escribir este cuento? Explica tu respuesta.

11 .¿En qué se parecen y diferencian los lobos de los humanos en este cuento? Justifica tu respuesta.