miércoles, 18 de agosto de 2021

Fragmentos de "Los ríos profundos" de José María Arguedas con actividades de comprensión lectora

 

Los ríos profundos (Fragmentos)

José María Arguedas


FRAGMENTO 1:

Zumbayllu

 

La terminación quechua "yllu" es una onomatopeya. "Yllu" representa la música que producen las pequeñas alas en vuelo; música que surge del movimiento de objetos leves. Se llama tankayllu al tábano zumbador e inofensivo que vuela en el campo libando flores.  Su color es raro, tabaco oscuro; en el vientre lleva unas rayas brillantes; y como el ruido de sus alas es intenso, los indios creen que tiene en su cuerpo algo más que su sola vida. Su alargado cuerpo termina en un aguijón que no sólo es inofensivo, sino dulce. Los niños le dan caza para beber la miel en que está untado ese falso aguijón, ¿Por qué lleva miel? ¿Por qué sus pequeñas y endebles alas  mueven el viento hasta agitarlo y cambiarlo? Él remueve el aire, zumba como si  fuera grande. No, no es un ser malvado. Los niños que beben su miel sienten el corazón, durante toda la vida, como el roce de un tibio aliento que los protege contra  el rencor y la melancolía.


     En los pueblos de Ayacucho hubo un danzante de tijeras que ya se ha hecho legendario. Bailó e hizo proezas en las vísperas de los días santos; tragaba trozos de acero, se atravesaba el cuerpo con agujas; ese danzak' se llamó Tankayllu.


     Pinkuyllu es el nombre de una quena grande que tocan los indios del sur durante las fiestas comunales. El pinkuyllu tiene una voz grave y extraña que ofusca y exalta. Los indios desafían la muerte mientras lo oyen. Ninguna música llega más hondo al corazón humano.

 

***

     ¡Zumbayllu! Ántero trajo el primer zumbayllu al colegio. Los niños pequeños lo rodearon.

     -¡Vamos al patio, Ántero!

Palacios corrió entre los primeros. Saltaron el terraplén y subieron al campo de polvo. Iban gritando:

   

 -¡Zumbayllu, zumbayllu!

 

    Yo los seguí ansiosamente. ¿Qué podía ser el zumbayllu? ¿Qué podía nombrar esa palabra cuya terminación me recordaba bellos y misteriosos objetos?

 

El humilde Palacios había corrido casi encabezando todo el grupo  de muchachos que fueron a ver  el zumbayllu; había dado un gran salto para llegar primero al campo de recreo. Y estaba allí, mirando las manos de Ántero. Una gran dicha, anhelante, daba a su rostro el esplendor que no tenía antes. Su expresión era muy semejante a la de los escolares indios que juegan a la sombra de los molles en los caminos que unen las chozas lejanas y las aldeas. El propio Añuco, el engreído, el arrugado y pálido Añuco, miraba a Ántero desde un extremo del grupo: en su cara amarilla, en su rostro agrio, erguido sobre el cuello delgado, de nervios tan filudos y tensos, había una especie de tierna ansiedad. Parecía un ángel nuevo, recién convertido.

 

     Yo recordaba al gran Tankayllu, el danzarín cubierto de espejos, bailando a grandes saltos en el atrio de la iglesia. Recordaba también al verdadero Tankayllu, el insecto volador que perseguíamos entre los meses de abril y mayo. Pensaba en los pinkuyllus que había oído sonar en los pueblos del sur.

 

     Yo no pude ver el pequeño trompo ni la forma como Ántero lo encordelaba. Me dejaron entre los últimos, cerca del Añuco. Sólo vi que Ántero, en el centro del grupo, daba una especie de golpe con el brazo derecho. Luego escuché un campo delgado.

 

     Bajo el sol denso, el canto del zumbayllu se propagó con una claridad extraña; parecía estar henchido de esa voz delgada; y también toda la tierra, ese piso arenoso del que parecía brotar.


  -¡Zumbayllu, zumbayllu!


     Hice un gran esfuerzo, empujé a otros alumnos más grandes que yo y pude llegar al círculo que rodeaba a Ántero. Tenía en las manos un pequeño trompo. La esfera estaba hecha de un coco de tienda, de esos pequeñísimos cocos grises que vienen enlatados. La púa era grande y delgada. Cuatro huecos redondos, a manera de ojos, tenía la esfera. Ántero encordeló el trompo, lentamente luego lo arrojó. El trompo se detuvo un instante en el aire y luego cayó, lanzando ráfagas de aire por sus cuatro ojos, vibrando como un gran insecto cantador (...)


Ántero miraba el zumbayllu con un detenimiento contagioso. Así atento, agachado. Ántero parecía asomarse desde otro espacio (...)


-¡Quiero ver si tú puedes manejarlo! - me dijo, entregándome el trompo.


Lo encordelé, lo lancé hacia arriba. El cordel se deslizó como una culebra entre mis manos, enderezó la púa y cayó, lentamente.


-¡Sube, winku!


     El trompo apoyó la púa en un andén de la piedra más grande, sobre un milímetro de espacio. La púa era redonda y no rozaba en ella la púa.


     -¡Mira, Ernesto! - me dijo Ántero. No va a la montaña, sino arriba. ¡Derechito al sol!  Ahora a la cascada, winku. ¡Cascada arriba!


     El zumbayllu se detuvo y cambió de voz.


 -¿Oyes? -dijo Ántero -. ¡Sube al cielo, sube al cielo! ¡Con el sol se va a mezclar!


     Cuando empezó a bajar el tono del zumbido, Ántero levantó el trompo. Me miró fijamente.


     -¡Guárdalo! -me dijo-. Lo haremos llorar en el campo, o sobre una alguna piedra grande del río. Cantará mejor todavía.


     Lo guardó en el bolsillo. Lo examiné despacio con los dedos. Era en verdad winku, es decir, deforme, sin dejar de ser redondo, y layk'a, es decir, brujo, porque  era rojizo con muchas difusas. Por eso, cambiaba de voz y de colores como si estuviera hecho de agua.


     -Si lo hago bailar, y soplo su canto hacia la dirección de Chalhuanca, donde está mi padre, ¿llegaría hasta  sus oídos? - le pregunté.


     -¡Llega, hermano! Para él no hay distancia. Enantes subió al sol. Y su canto no se quema ni se hiela. Tú le hablas primero en uno de sus ojos, le das tu encargo, le orientas el camino, y después, cuando estás cantando, soplas despacio hacia la dirección que quieres, donde está tu padre y sigues dándole tu encargo. El zumbayllu canta al oído de quién espera. ¡Haz la prueba ahora, al instante!


-¿Yo mismo tengo que hacerlo?

 
-Sí. Debe ser el que quiere dar el encargo. Háblale bajito -me advirtió.


Puse los labios sobre uno de sus ojos.


-"Dile a mi padre que estoy bien -le dije al zumbayllu-; aunque mi corazón se asusta, estoy resistiendo. Y le darás tu aire en la frente. Le cantarás para su alma".


Lo encordelé cuidadosamente, y tiré la cuerda.
-¡Corriente arriba del Pachachaca, corriente arriba! -grité.

 

El zumbayllu cantó fuerte en el aire.

 

 -¡Sopla! ¡Sopla un poco! -exclamó Ántero.

 

Yo soplé hacia Chalhuanca, en dirección de la cuenca alta del gran río.


     Y el zumbayllu cantó dulcemente.

 

 

 

 

FRAGMENTO 2:

Puente sobre el mundo 


 

En esos barrios había manzanas enteras sin construcciones, campos en que crecían arbustos y matas de espinos. De la Plaza de Armas hacia el río sólo había dos o tres casas, y luego un campo baldío, con bosques bajos de higuerilla, poblado de sapos y tarántulas. En ese campo jugaban los alumnos del Colegio. Los sermones patrióticos del Padre Director se realizaban en la práctica; bandas de alumnos “peruanos” y “chilenos” luchábamos allí; nos arrojábamos frutos de la higuerilla con hondas de jebe, y después, nos lanzábamos al asalto, a pelear a golpes de puño y a empellones. Los “peruanos” debían ganar siempre. En ese bando se alistaban los preferidos de los campeones del Colegio, porque obedecíamos las órdenes que ellos daban y teníamos que aceptar la clasificación que ellos hacían.

Muchos alumnos volvían al internado con la nariz hinchada, con los ojos amoratados o con los labios partidos. “La mayoría son chilenos, padrecito”, informaban los “jefes”. El Padre Director sonreía y nos llevaba al botiquín para curarnos.

El “Añuco” era un “chileno” artero y temible. Era él el único interno descendiente de una familia de terratenientes.

Se sabía en Abancay que el abuelo del “Añuco” fue un gran hacendado, vicioso, jugador y galante. Hipotecó la hacienda más grande e inició a su hijo en los vicios.

El padre del “Añuco” heredó joven, y dedicó su vida, como el abuelo, al juego. Se establecía en las villas de los grandes propietarios; invitaba a los hacendados vecinos y organizaba un casino en el salón de la casa-hacienda. Tocaba piano, cantaba y era galante con las hijas y las esposas de los terratenientes. Las temporadas que él pasaba en los palacios de las haciendas se convertían en días memorables. Pero al cabo, se quedó sin un palmo de tierra. Sus dos haciendas cayeron en manos de un inmigrante que había logrado establecer una fábrica en el Cuzco, y que estaba resuelto a comprar tierras para ensayar el cultivo del algodón.

Contaban en Abancay que el padre del “Añuco” pasó los tres últimos años de su vida en la ciudad. (…)

El “Añuco” aparecía bruscamente entre los “chilenos”. Atacaba como un gato endemoniado. Era delgado; tendría entonces catorce años. Su piel era delicada, de una blancura desagradable que le daba apariencia de enfermizo; pero sus brazos flacos y duros, a la hora de la lucha se convertían en fieras armas de combates; golpeaba con ambas manos, como si hiriera con los extremos de dos troncos delgados. Nadie lo estimaba. Los alumnos nuevos, los que llegaban de las provincias lejanas, hablaban con él durante algunos días. El “Añuco” trataba de infundirles desconfianza y rencor por todos los internos. Era el primero en acercarse a los nuevos, pero acababa siempre por cansarlos; y se convertía en el primer adversario de los recién llegados. Si era mayor, lo insultaba con las palabras más inmundas, hasta ser atacado, para que Lleras interviniera; pero si reñía con algún pequeño lo golpeaba encarnizadamente. En las guerras era feroz. Hondeaba con piedras y no con frutos de higuerilla. O intervenía sólo en el “cuerpo a cuerpo”, pateando por detrás, atropellando a los que estaban de espaldas. Y cambiaba de “chileno” a “peruano”, según fuera más fácil el adversario, por pequeño o porque estuviera rodeado de mayor número de enemigos. No respetaba las reglas. Se sentía feliz cuando alguien caía derribado en una lucha en grupo, porque entonces se acomodaba hábilmente para pisotear el rostro del caído o para darle puntapiés cortos, como si todo fuera casual, y sólo porque estaba cegado por el juego. Sin embargo, alguna vez, su conducta era distinta. Al “Añuco” se le llegó a prohibir que jugara a las “guerras”. A pesar de Lleras, en una gran asamblea, lo descalificamos, por “traicionero” y “vendepatria”. Pero él intervenía casi siempre, cuando no iba a escalar los cerros con Lleras, o a tomar chicha y a fastidiar a las mestizas y a los indios. Llegaba repentinamente; aparecía en los bosques de higuerilla, saltaba de una tapia o subía del fondo de alguna zanja; y a veces peleaba a favor de cualquier pequeño que estuviera perseguido o que había sido tomado prisionero y estaba en el “cuartel”, escoltado por varios “guardias”. Se lanzaba como una pequeña fiera, gruñía, mordía, arañaba y daba golpes contundentes y decisivos. “¡Fuera sarnas! ¡Tengo mal de rabia!”, gritaba, con los ojos brillantes, que causaban desconcierto; se lanzaba a luchar de verdad, y sus adversarios huían. Pero muchas veces, cuando el “Añuco” caía entre algún grupo de alumnos que lo odiaban especialmente, era golpeado sin piedad. Gritaba como un cerdo al que degüellan, pedía auxilio y sus chillidos se oían hasta el centro del pueblo. Exageraba sus dolores, gemía durante varios días. Y los odios no cesaban, se complicaban y se extendían.

 

(…)

Muchas veces, tres o cuatro alumnos tocaban huaynos en competencia. Se reunía un buen público de internos para escucharlos y hacer de juez. En cierta ocasión cada competidor tocó más de cincuenta huaynos. A estos tocadores de armónica les gustaba que yo cantara. Unos repetían la melodía; los otros “el acompañamiento”, en las notas más graves; balanceaban el cuerpo, se agachaban y levantaban con gran entusiasmo, marcando el compás. Pero nadie tocaba mejor que Romero, el alto y aindiado rondinista de Andahuaylas.

(…)

Durante el día más de cien alumnos jugaban en ese pequeño campo polvoriento. Algunos de los juegos eran brutales; los elegían los grandes y los fuertes para golpearse, o para ensangrentar y hacer llorar a los pequeños y a los débiles. Sin embargo, muchos de los alumnos pequeños y débiles preferían, extrañamente, esos rudos juegos; aunque durante varios días se quejaban y caminaban cojeando, pálidos y humillados.

Durante las noches, el campo de juego quedaba en la oscuridad. El único foco de luz era el que alumbraba la puerta del comedor, a diez metros del campo.

(…)

Jamás peleaban con mayor encarnizamiento; llegaban a patear a sus competidores cuando habían caído al suelo; les clavaban el taco del zapato en la cabeza, en las partes más dolorosas. Los menores no nos acercábamos mucho a ellos. Oíamos los asquerosos juramentos de los mayores; veíamos cómo se perseguían en la oscuridad, cómo huían algunos de los contendores, mientras el vencedor los amenazaba y ordenaba a gritos que en las próximas noches ocuparan un lugar en el rincón de los pequeños. La lucha no cesaba hasta que tocaban la campana que anunciaba la hora de ir a los dormitorios; o cuando alguno de los Padres llamaba a voces desde la puerta del comedor, porque había escuchado los insultos y el vocerío.

(…)

El “Añuco” y Lleras miraban con inmenso desprecio a los contusos de las peleas nocturnas. Algunas noches contemplaban los pugilatos desde la esquina del pasadizo. Llegaban cuando la lucha había empezado, o cuando la violencia de los jóvenes cedía, y por la propia desesperación organizaban una fila.

—¡A ver, criaturas! ¡A la fila! ¡A la fila! —gritaba el “Añuco”, mientras Lleras reía a carcajadas. Se refería a nosotros, a los menores, que nos alejábamos a los rincones del patio. Los grandes permanecían callados en su formación, o se lanzaban en tumulto contra Lleras; él corría hacia el comedor, y el grupo de sus perseguidores se detenía.

Un abismo de odio separaba a Lleras y “Añuco” de los internos mayores. Pero no se atrevían a luchar con el campeón.

(…)

El interno más humilde y uno de los más pequeños era Palacios. Había venido de una aldea de la cordillera. Leía penosamente y no entendía bien el castellano. Era el único alumno del Colegio que procedía de un ayllu de indios. Su humildad se debía a su origen y a su torpeza. Varios alumnos pretendimos ayudarle a estudiar, inútilmente; no lograba comprender y permanecía extraño, irremediablemente alejado del ambiente del Colegio, de cuanto explicaban los profesores y del contenido de los libros. Estaba condenado a la tortura del internado y de las clases. Sin embargo, su padre insistía en mantenerlo en el Colegio, con tenacidad invencible. Era un hombre alto, vestido con traje de mestizo; usaba corbata y polainas. Visitaba a su hijo todos los meses. Se quedaba con él en la sala de recibo, y le oíamos vociferar encolerizado. Hablada en castellano, pero cuando se irritaba, perdía la serenidad e insultaba en quechua a su hijo. Palacitos se quejaba, imploraba a su padre que lo sacara del internado.

—¡Llévame al Centro Fiscal, papacito! —le pedía en quechua.

—¡No! ¡En colegio! —insistía enérgicamente el cholo.

Y luego se iba. Dejaba valiosos obsequios para el Director y para los otros frailes. Traía cuatro o cinco carneros degollados y varias cargas de maíz y de papas.

El Director llamaba a Palacitos luego de cada visita del padre. Tras una larga plática, Palacitos salía aún más lloroso que del encuentro con su padre, más humilde y acobardado, buscando un sitio tranquilo donde llorar. A veces la cocinera podía hacerlo entrar en su habitación, cuidando de que los Padres no lo vieran. Nosotros le disculpábamos ante el profesor, y Palacitos pasaba la tarde, hasta la hora de la comida, en un extremo de la cocina, cubierto con algunas frazadas sucias. Sólo entonces se calmaba mucho. Salía de la cocina con los ojos un poco hinchados, pero con la mirada despejada y casi brillante. Conversaba algo con nosotros y jugaba. La demente lo miraba con cierta familiaridad, cuando pasaba por la puerta del comedor.

Lleras y “Añuco” se cansaron de molestar a Palacitos. No era rebelde, no podía interesarles. Al cabo de un tiempo, el “Añuco” le dio un puntapié y no volvió a fijarse en él.

 

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA PARA EL FRAGMENTO 1: ZUMBAYLLU

 

1.    ¿Qué era el zumbayllu? ¿Cómo era el zumbayllu?

2.    ¿Por qué los alumnos se ilusionan mucho con el zumbayllu?

3.    ¿Crees que el zumbayllu ayuda a que reine la paz entre los alumnos del colegio? ¿Por qué?

4.    ¿Qué relación existe entre el zumbayllu y la inocencia de ser niño?

5.    ¿Por qué crees que Ernesto le pide el favor que se menciona en la narración al zumbayllu?

 



ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA PARA EL FRAGMENTO 2: PUENTE SOBRE EL MUNDO

 

1.    ¿Cuál era el “juego” que exigía jugar el Padre Director?

2.    ¿Quién era el Añuco? ¿Cuál era su edad? ¿Cómo era su personalidad?

3.    ¿Qué hacía el Añuco con los demás internos?

4.    ¿Quién era Lleras?

5.    ¿Quién era Palacios?

6.    ¿Por qué Palacios no quería estar en ese colegio?

7.    ¿En qué partes de este fragmento se puede observar situaciones violentas? Nombra y explica dos situaciones

8.    ¿Estás de acuerdo con la actitud de Añuco y Lleras frente a Palacios? ¿Por qué?

9.    ¿Por qué crees que Añuco y Lleras son violentos?

10.  ¿Crees que los métodos de enseñanza de este colegio realmente educan a los estudiantes? ¿Por qué?


José María Arguedas

EXTRA: VIDEO DE ANÁLISIS DE LA OBRA "LOS RÍOS PROFUNDOS" DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS:




 

"El sueño del pongo" de José María Arguedas con actividades de comprensión lectora

 EL SUEÑO DEL PONGO

José María Arguedas


Un hombrecito se encaminó a la casa-hacienda de su patrón. Como era siervo iba a cumplir el turno de pongo, de sirviente, en la gran residencia. Era pequeño de cuerpo, miserable de ánimo, débil, todo lamentable; sus ropas viejas.

El gran señor, patrón de la hacienda, no pudo contener la risa cuando el hombrecito lo saludó en el corredor de la residencia.

-Eres gente u otra cosa -le preguntó delante de todos los hombres y mujeres que estaban de servicio.

Humillándose, el pongo no contestó.

Atemorizado, con los ojos helados, se quedó de pie.

-¡A ver! -dijo el patrón- por lo menos sabrá lavar ollas, siquiera podrá manejar la escoba, con esas sus manos que parecen que no son nada.

-¡Llévate esta inmundicia! -ordenó al mandón de la hacienda.

Arrodillándose, el pongo besó las manos al patrón y, todo agachado, siguió al mandón hasta la cocina. El hombrecito tenía el cuerpo pequeño, sus fuerzas eran sin embargo como las de un hombre común. Todo cuanto le ordenaban hacer, lo hacía bien. Pero había un poco como de espanto en su rostro; algunos siervos se reían de verlo así, otros lo compadecían. "Huérfano de huérfanos; hijo del viento, de la luna, debe ser el frío de sus ojos, el corazón, pura tristeza", había dicho la mestiza cocinera, viéndolo.

El hombrecito no hablaba con nadie, trabajaba, callado comía. "Sí, papacito; sí, mamacita", era cuanto solía decir.

Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto y por su ropa tan haraposa y acaso, también, porque no quería hablar, el patrón sintió un especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer cuando los siervos se reunían para rezar el Ave María, en el corredor de la casa-hacienda, a esa hora, el patrón martirizaba siempre al pongo, delante de toda la servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.

Lo empujaba de la cabeza y lo obligaba a que se arrodillara y, así, cuando ya estaba hincado, le daba golpes suaves en la cara.

-Creo que eres perro. ¡Ladra! -le decía.

El hombrecito no podía ladrar.

-Ponte en cuatro patas -le ordenaba entonces.

El pongo obedecía, y daba unos pasos en cuatro pies.

-Trota de costado, como perro -seguía ordenándole el hacendado.

El hombrecito sabía correr imitando a los perros pequeños de la puna. El patrón reía de muy buena gana; la risa le sacudía todo el cuerpo.

-¡Regresa! -le gritaba cuando el sirviente alcanzaba trotando el extremo del gran corredor.

El pongo volvía, corriendo de costadito. Llegaba fatigado. Algunos de sus semejantes, siervos, rezaban mientras tanto el Ave María, despacio, como viento interior en el corazón.

-¡Alza las orejas ahora, vizcacha!

-¡Vizcacha eres! -mandaba el señor al cansado hombrecito.

-Siéntate en dos patas; empalma las manos.

Como si en el vientre de su madre hubiera sufrido la influencia modelante de alguna vizcacha, el pongo imitaba exactamente la figura de uno de estos animalitos, cuando permanecen quietos como orando sobre las rocas. Pero no podía alzar las orejas.

Golpeándolo con la bota, sin patearlo fuerte, el patrón derribaba al hombrecito sobre el piso de ladrillo del corredor.

-Recemos el Padrenuestro -decía luego el patrón a sus indios, que esperaban en fila.

El pongo se levantaba a pocos, y no podía rezar porque no estaba en el lugar que le correspondía ni ese lugar correspondía a nadie.

En el oscurecer, los siervos bajaban del corredor al patio y se dirigían al caserío de la hacienda.

-¡Vete, pancita! -solía ordenar, después, el patrón al pongo.

Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la mofa de sus iguales, los colonos.

Pero... una tarde a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a mirar al pongo con sus densos ojos, ese, ese hombrecito, habló muy claramente. Su rostro seguía un poco espantado.

-Gran señor, dame tu licencia, padrecito mío, quiero hablarte- dijo.

El patrón no oyó lo que oía. 

-¿Qué? ¿Tú eres quien ha hablado u otro?- preguntó.

-Es a ti a quién quiero hablarte -repitió el pongo.

-Habla... si puedes -contestó el hacendado. 

-Padre mío, señor mío, corazón mío -empezó a hablar el hombrecito-, soñé anoche que habíamos muerto los dos, juntos; juntos habíamos muerto.

-¿Conmigo? ¿Tú? Cuenta todo, indio -le dijo el gran patrón.

-Como éramos hombres muertos, señor mío, aparecimos desnudos los dos juntos, desnudos ante nuestro gran padre San Francisco.

-¿Y después? ¡Habla! -ordenó el patrón, entre enojado e inquieto por la curiosidad.

-Viéndonos muertos, desnudos, juntos, nuestro Gran Padre San Francisco nos examinó con sus ojos que alcanzan y miden no sabemos hasta qué distancia. A ti y a mí nos examinaba, pesando, creo, el corazón de cada uno y lo que éramos y lo que somos. Como hombre rico y grande, tú enfrentabas esos ojos, padre mío.

-¿Y tú?

-No puedo saber cómo estuve, gran señor. Yo no puedo saber lo que valgo.

-Bueno sigue contando.

-Entonces, después nuestro padre dijo con su boca: "De todos los ángeles el más hermoso que venga. A ese incomparable que lo acompañe otro pequeño que sea también el más hermoso. Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena de la miel de la chancaca más transparente.

-¿Y entonces? -pregunto el patrón. Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero temerosos.

-Dueño mío, apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden, apareció un ángel brillante, alto como el sol; vino hasta llegar delante de nuestro Padre caminando despacio. Detrás del ángel mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave, como el resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.

-¿Y entonces? -repitió, el patrón.

-"Ángel mayor: cubre a este caballero con la miel que está en la copa de oro; que tus manos sean como plumas cuando pasen sobre el cuerpo del hombre", diciendo, ordenó nuestro gran Padre. Y así, el ángel excelso, levantando la miel con sus manos, enlució tu cuerpecito todo, desde la cabeza hasta las uñas de los pies. Y te erguiste, solo; en el resplandor del cielo la luz de tu cuerpo sobresalía, como si estuviera hecho de oro, transparente.

-Así tenía que ser- dijo el patrón, y luego preguntó:

-¿Ya ti?

-Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco volvió a ordenar.

- "Que de todos los ángeles del cielo venga el que menos vale, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de gasolina excremento humano"

-¿Y entonces?

-Un ángel que ya no valía, viejo, de patas escamosas, al que no le alcanzaban las fuerzas para mantener las alas en su sitio, llegó ante nuestro Gran Padre; llegó bien cansado, con las alas chorreadas, trayendo en las manos un tarro grande.

-"Oye viejo -ordenó nuestro gran Padre a ese pobre ángel- embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído; todo el cuerpo, de cualquier manera; cúbrelo como puedas. ¡Rápido!".

-Entonces con sus manos nudosas, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata me cubrió desigual, el cuerpo, así como se echa barro en la pared de una casa ordinaria, sin cuidado, y aparecía avergonzado, en la luz del cielo, apestando.

-Así mismo tenía que ser -afirmó el patrón- ¡Continúa! ¿O todo concluye allí?...

-No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro Gran Padre San Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti ya a mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta qué honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la memoria, y luego dijo: "Todo cuanto los ángeles debían hacer con ustedes ya está hecho. Ahora ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por mucho tiempo". El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora; sus alas recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera.

 

ACTIVIDADES DE COMPRENSIÓN LECTORA:

 

1. ¿Qué personaje te resultó más simpático? ¿Te identificas con él? ¿Por qué?

2. Describe al ángel que le tocó a cada uno.

3.¿Por qué crees que tienen esas características?

4.¿Por qué el ángel del pongo tiene las alas negras?

5. ¿Crees que la historia sigue presentándose de alguna forma en el mundo que te rodea? (familia, barrio, colegio, comunidad, país, etc.)  ¿Por qué? Explica tu respuesta con uno o más ejemplos.

6. ¿Alguna vez has vivido una experiencia similar? Describe los acontecimientos

7. ¿Alguna vez dejarán de ocurrir historias como la del Pongo? ¿Por qué?

8. ¿A quién le recomendarías que leyera el cuento? ¿Por qué?

miércoles, 4 de agosto de 2021

EJEMPLO DE TEXTO ARGUMENTATIVO CON TONO CRÍTICO

 

EJEMPLO DE TEXTO ARGUMENTATIVO CON TONO CRÍTICO:



LECTURA:

LA LECTURA CRÍTICA: UN COMPONENTE FUNDAMENTAL EN LA ESCUELA

 

La lectura crítica es una habilidad esencial que se desarrolla en la escuela y que es fundamental para el éxito académico y profesional. La lectura crítica permite a los estudiantes analizar, evaluar y reflexionar sobre los textos que leen, lo que les ayuda a comprender significativamente la información a la que acceden y a tomar decisiones más conscientes y consecuentes. Además, esta habilidad les brinda la capacidad de formular sus propios puntos de vista y opiniones con respecto al contenido abordado en los textos.
 
En la actualidad, con la cantidad de información a la que tenemos acceso en Internet, es más importante que nunca que los estudiantes sepan cómo leer críticamente. En una sociedad saturada de información, es fundamental aprender a filtrar que a acumular. La lectura crítica les permite a los estudiantes hacer precisamente eso: filtrar la información y determinar su relevancia y veracidad.
 
Además, la lectura crítica es una habilidad transferible que se puede aplicar a muchos aspectos de la vida. Por ejemplo, los estudiantes que han desarrollado esta habilidad pueden utilizarla en su vida profesional para analizar informes, evaluar estudios y tomar decisiones basadas en la evidencia. También pueden aplicarla a su vida personal al evaluar, valorar y verificar la información en las noticias y en las redes sociales.
 
En conclusión, la lectura crítica es una habilidad valiosa que debe ser enseñada y fomentada en la escuela. Al proporcionar a los estudiantes las herramientas para leer críticamente, se les brinda la capacidad de tomar decisiones conscientes y consecuentes, así como establecer sus propios puntos de vista, pues, finalmente, la verdadera función de la educación es enseñar a pensar críticamente y no solo llenarnos de contenido.