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domingo, 20 de septiembre de 2015

"Ciudad cotidiana" de Giovanni Fernández Valdés - Paolo Astorga

Ciudad cotidiana

Ciudad cotidiana
Giovanni Fernández Valdés
(Amotape Libros, 2015)


“A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades.


Escrito por: Paolo Astorga


Ciudad cotidiana (Amotape Libros, 2015) de Giovanni Fernández Valdés (La Habana, Cuba, 1980) Es el recorrido poético por una ciudad que es un gran cuerpo vivo y a la vez ausente. La ciudad es siempre el lugar simbólico para construir la nostalgia y la pérdida, porque la muerte es un silencio sostenido hecho memoria. El poeta sabe que sus contemplaciones son siempre visiones fantasmales de una realidad que se hace pedazos, que se hace añicos de objetos amados. La ciudad, siempre la ciudad, es un gran campo de ilusiones y frustraciones donde surgen los sueños y la esperanza de ser un poco más que palabras:

Un amor que ya no está.

Solo observo tus fantasmas. Los he visto sobre altos pastos y grietas que cubren sombras de mi cuerpo. Buscaron las manos de mi hermano mientras enterraba a su madre y se quedaron en la última piedra dejada a la difunta. Allí regresé en la oscuridad de lo prohibido, donde surge la inmortal aquiescencia y las hojas marchitadas por el viento. Mis gritos fueron tus sueños; mis sudores, agonía en el espanto de tu lecho y en tus cartas inconclusas que mi hermano no pudo leer. Quise escucharte mientras te dejábamos las flores, pero aparecieron espejismos y almas enajenadas reviviendo del olvido. Ya no creo en la simple dialéctica del "Oscuro".

A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades. Hay un profundo vaivén sostenido que nos mueve de la ternura a la cruda realidad. Toda destrucción es memoria, toda destrucción es siempre un estadio del abandonado, del que intenta presionar su cadáver en busca, no de una respuesta, sino de un lugar para el hablar, para la expresión. La esperanza es esa llave secreta que se esfuerza por cantar sus arrullos entre la ceniza:

Una mujer llorosa en el verano de 1990

No siempre se desea morir en el vientre de la bestia. No siempre el fuego, las consignas y las palabras recuperan los abrazos y los odios de las familias separadas por el mar. La música en tu oído: nota fugaz de tristes penetraciones y gemidos, caracol y estrella perdida. Tu ser, asustada égloga, reside en mis enigmas, en la tierra árida. ¿Dónde están tus esperanzas? La muerte viaja en la respiración de un pez. Los niños son peces que juegan en la arena mientras dibujan castillos y predicen diluvios a sus generaciones futuras, no se detienen en proclamar lo deshabitado, lo torpe, los disturbios de los dioses que ya no existen en sus cabezas. Disparan la peonza sobre libros de marxismo, deshaciéndolos con la cuerda áspera que perturba el sueño. ¿Dónde están sus esperanzas? Lo hallado fue indiferente, las tormentas lo robaron todo: las luces, los horizontes, las dudas, el polvo sobre los ojos de los párvulos y el amor y el sexo y los ruidos.
           
Y mientras nuestro viaje se hace más hondo, la muerte se hace más lenta, pero no por eso menos intensa. Sin embargo, el poeta intenta eternizar la inocencia y la ternura como una forma de resistencia. La muerte entonces es el mismo tiempo que rebasa las posibilidades, que hace que los objetos se nos enfrenten. El viejo y el niño van muriendo hasta hacerse fantasmas de un instante. Y entonces renace la naturaleza que se lentifica ante la muerte. El poeta sin saberlo, nos está mostrando el universo mismo de las cosas y su estrecha relación con los estados de ánimo, su estrecha relación con nuestras metáforas, nuestros anhelos que se vuelven excusas de movimiento, lenguaje inmóvil:

Sentado con mi abuelo en el columpio de Juan Diego

“...estos días terribles...”
SILVIO RODRÍGUEZ


Llueve en los ojos del que muere sin remedio. Se anuncian los recuerdos: el empedrado deshecho por los niños con sus trompos. El ciego camina y el destino ha sido convocado por los ancestros. Siguen los recuerdos; los zapatos llenos de fango patean los angostos pinos del patio; el tirapiedras mata lagartijas y gorriones; la humedad de la casa y los besos de la madre lo salvan del hambre. Por lo demás, solo quedan una bicicleta y un circo de viejos payasos. Nada más se observa en la línea torpe del horizonte. Luego los fantasmas aparecen surcando tu pensamiento, con palabras roídas por el tiempo. Te anuncian que los niños se acercan presurosos; se sonríen desafiantes, indiferentes; el sudor aparece en tus manos sucias, lluviosas. Sabes que hoy mueres sin remedio, mientras el olor de la leña aún llega a tu cuerpo y lo exorciza o, mejor, roza la punta del nombre de la estrella que la acusa: la mía.

Entonces no se puede huir ya de la ciudad. La ciudad que se hace cotidiana y de la que ya nadie resiste las disoluciones. Es en esa ciudad, la nuestra y la ajena, donde la desilusión constituye la mediocridad de los que por ella pasan como sombras difuminándose en el vacío. La gran bestia, la ciudad, no es un rugiente gigante hambriento, solo es lo cruel de los silencios, lo fulminante de la indiferencia. La soledad es nuevamente la aparente calma, la tensión de la vacuidad entre el deseo y el más cruento olvido:

Caminando por el muro del Malecón

Cada parte del mundo y cada secreto que inunda las calles de La Habana se agazapan en los libros de historia. Pocos pueden hablar, solo existen cuando observo lo inevitable: el aburrimiento de los adolescentes que se inyectan opio y alucinaciones, el deseo de emigrar sin volver atrás y la locura de los viejos que cada vez están más solos. Mentira es tu respuesta, pero es algo común; somos mansos animales que pacen bajo los ojos de la ciudad. Las calles de La Habana semejan un ajedrez antiguo. Cada hombre participa en el robo de su propio hijo y de sus tierras, donde los payasos ríen de sus piruetas malditas y lloran por las canciones tristes. Aquí, todo es inofensivo y vacío; nuestros cuerpos existen en una prosa común y mediocre. ¡No hay remedio para esta niebla de olvidos!

No obstante, no se puede escapar a los juegos de luz. Fernández ha construido este libro para mostrarnos una dialéctica luminosa. La luz es siempre una actitud frente a las imágenes que se imprimen en el lenguaje de la memoria. Es siempre un flujo inconstante y a veces oculto de vida. La luz no solo es lo que devela el mundo, sino es también aquello que lo oculta, que lo hace aparentemente perfecto. La vida en este libro es siempre matices de luz y movimiento. No se puede escapar a lo inevitable: Vivir en el caos de una urbe que está sitiada por la inmensidad del mar.

Pesadilla # 1


Cada espacio es cercado por las sombras. No existen misterios en las casas hechizadas, las esfinges habaneras los lanzaron a las tempestades y a los vientos. Crecieron los hijos; huyeron sin adioses y murieron a la postre. Las mujeres eran cenizas, esclavas de hachas y piedras cortantes, arbustos que se aglutinaban en pozas de azufre. La sequía fue el sacrificio a los dioses. El caos fue al fin universo; todos esperaban la sentencia; el hombre la olvidó; fue un pacto aburrido y nupcial, un pergamino de guerra. El caos participó de la apuesta, el hombre o lo invisible, el hombre o lo terrible, y despedazó nostalgias, criaturas dormidas, océanos y restos de un caracol herido. El caos fue diluvio y resurrección; el imposible para la vida en el cosmos; la duda sobre dígitos y máquinas. Un hombre exige el hambre; las mujeres, el silencio; y los niños, el final. Se acercan a la planicie donde caen los sauces y se desprecia a las olas del mar. No existe nada mejor al caos cuando se pierden los sueños.

Y mientras más nos acercamos al corazón de la ciudad, más nos sabe a desierto  y pesadilla. La pesadilla es la violencia del olvido, la indiferencia ante el recuerdo y las memorias que son fantasmas de imágenes prendadas de naturaleza, de cielo, de dioses, de niños que frustran su infancia inmolándose de sueños.

Pero quizás el apartado más intenso de este libro es la segunda parte y particularmente el poema Ciudad cotidiana, cuyo signo dialéctico es la esperanza y la desilusión, no obstante el poeta nos muestra la furia de la miseria y la esperanza de un pueblo por querer llegar al destino de sus sueños. Lo humano no está en la violencia de los desgarramientos, de la muerte, sino en esa irracional pasión por perennizarse en el ideal, en la necesidad de vida. 

Ciudad cotidiana

A Yasser, Scull, Cordoví, Carlos y Alberto


Abandonamos la bahía de La Habana.
Nos fugamos mar adentro.
Los amigos nos despiden desde la orilla
y nuestras esposas tienen las manos en el rostro.
Somos víctimas de un país que emigra y teme.

Nos alejamos en el bote.
Nos sofocamos.
Sudamos el frío de los dedos.
Gemimos como torres demolidas,
cuando los escualos nos esperaron para su festín.
Caímos presurosos, inevitables en sus bocas.
¿Quién podría asegurar
que llegaríamos a la otra orilla,
con el cuerpo mordido y cansado?
Escapé de "La fiesta de los tiburones"
solo cuando la balsa se enterró en la orilla
entre el odio y la muerte,
mas no lloré.

Desde el muro del Malecón
observo a un pueblo
que rema hacia el Norte.
No ignoran
el festín que les espera
como un caos que vive en la memoria.


Con un lenguaje intenso, poblado de imágenes de la memoria y de la infancia, entre lo fantástico y la violencia del tiempo, Ciudad cotidiana nos muestra esa isla que es la experiencia vital de los hombres y mujeres que luchan diariamente contra sus propios demonios. Giovanni Fernández Valdés no busca solo entregarnos el producto de un  lenguaje decantado y bello, sino que en sus palabras de ternura y soledad se intenta la reivindicación de los abandonados, la necesidad de ser los otros y la vez mostrarnos con fuerza y plenitud la ciudad que se esconde entre la simpleza de lo eterno.

"Los bosques del silencio" de Jaime Osvaldo Bernales Abarca - Paolo Astorga

Los bosques del silencio


Los bosques del silencio
Jaime Osvaldo Bernales Abarca
(Edición de Autor, 2013)


“Uno de los puntos discursivos más importantes de este libro está en la ironía como medio de denuncia contra una sociedad que se ha diluido en las apariencias de felicidad y estabilidad, pero que en ese escape, en ese paliativo existencial del consumo y el hedonismo la tiranía del dominante continúa.


Escrito por: Paolo Astorga


Los bosques del silencio (Edición de Autor, 2013), del poeta chileno Jaime Osvaldo Bernales Abarca (La Calera, Chile, 1950), nos presenta desde sus primeros versos nos muestra la desolación y la destrucción como un signo ineludible. El poeta se ha convertido en una especie de testigo de la destrucción, de la sordidez. Esto lo podemos ver de forma patente en el poema que abre el libro llamado “Yo camino”. Leamos un fragmento:

Yo camino entre brújulas destrozadas,
timones destrozados,
manubrios destrozados,
puntos cardinales destrozados,
sentimientos destrozados.
Yo camino sin rumbo, extraviado
entre ires y venires.

Como vemos el libro parte de una especie de apocalipsis donde la destrucción es el presente, pero también la posibilidad para “reconstruirnos” a partir de nuestras cenizas. La solidaridad que convoca, que intenta una unión fraternal ante el dolor de las pérdidas, ante la irracionalidad.

Aquí estoy, abrazando fraternalmente
a los marginados de esta sociedad
que no entiendo:
abrazo a las lesbianas y a los homosexuales,
abrazo a las mujeres que han abortado,
abrazo a las madres solteras,
abrazo a los cesantes,
abrazo a las parteras,
abrazo a los muchachos que no estudian ni trabajan,
abrazo a los indigentes que hacen largas filas en los hospitales,
abrazo a los que viven a orillas de los ríos.
Abrazo al suicida y le digo al oído:
hermano mío, hermano mío. Y dos
lágrimas solitarias, mías, besan
sus mejillas moribundas.
Abrazo a las prostitutas,
abrazo a los sidosos,
abrazo a los que han abofeteado a los jefes,
abrazo a los que han quemado las banderas,
abrazo a los que bailan mientras escuchan la Canción Nacional,
abrazo a los que rompen fronteras,
abrazo a los que escupen a los uniformados.

El yo poético intenta una expresividad desde la necesidad de poblarlo todo, de generar en el hombre moderno un nuevo acercamiento de retorno. Allí, frente a esa aplastante realidad donde lo banal, lo superficial reducen al pensamiento a los sentimientos a ser simples objetos de consumo, el poeta se rebela ante lo establecido con su canto unificador. Uno de los puntos discursivos más importantes de este libro está en la ironía como medio de denuncia contra una sociedad que se ha diluido en las apariencias de felicidad y estabilidad, pero que en ese escape, en ese paliativo existencial del consumo y el hedonismo, la tiranía del dominante continúa:

Eufóricas
hiperkinéticas y tumultuosas.
Mojadas, húmedas, extasiadas.
¡Yeah! ¡Yeah! ¡Yeah!
Sin embargo, en mi Patria Grande,
seguimos encadenados
a la tiranía incontrolada.

El poemario está estructurado para mostrarnos dos realidades: Por un lado la miseria y la violencia que genera la incomunicación y, por otro, la toma de conciencia respecto a esta sociedad que borda la locura, la insustancialidad, el deseo de destruir todos los asideros y volverse un imperio de lo inútil. Un ejemplo de lucha es el poema “Pertenezco” en donde la voz poética se enfrenta a ese mundo donde “pertenecer” supone algo tan imposible y hasta estúpido, sin embargo sentirse ligado a una causa, tener la responsabilidad de ser más allá del simple simular, hacen que el discurso nos arroje, con ironía, un mensaje de perseverancia frente a la muerte de todos los ideales:

Pertenezco a la generación perdida:
a la generación de los huérfanos,
de los vagabundos,
de los solitarios,
de los que chutean piedras en las esquinas,
de los que aspiran noprén,
de los que fuman yerba.
(…)
Pertenezco a la generación de los que se hundieron en la selva,
de los que se extraviaron en la montaña,
Colombia,
Venezuela,
Bolivia,
Brasil,
Guatemala,
Uruguay.
Pertenezco a la generación perdida,
a todas las generaciones perdidas.
Pertenezco.

Quizás dentro del repertorio que compone este poemario el que condensa toda la poética del mismo es el interesante poema: “Arrepentido”, poema que pone de manifiesto esa crítica constante a nuestra vida vacía y estúpida donde lo más importante es inventarse escusas para no afrontar los problemas más esenciales de nuestra propia existencia:

Estoy arrepentido,
asustado y triste por haber atentado
contra mi vida, es decir, hablo de suicidio.
Digo esto por una razón simple:
de haberlo conseguido
no habría podido beber nunca más Coca – Cola
o vivir en un Mundo de Fantasía como Bliz y Pap
o mostrar mi sonrisa Pep.
Recién ahora valoro, en toda su dimensión,
a la existencia.

Las visiones que muchas veces tenemos del mundo están puestas sobre objetos insignificantes, pero que para nosotros en nuestra angustia existencial, se convierten en trascendentales. La muerte aquí como un discurso que también ha perdido significancia se nos muestra no como un estado de total inexistencia, sino solo como un medio espectacular para mostrar nuestras heridas que nosotros mismos, como suicidas idiotas, nos hemos infligido.


En suma, Los bosques del silencio, es un libro diáfano y a la vez rudo, donde la búsqueda suprema termina siendo siempre la libertad que hoy por hoy es solo una fantasmagoría, una mentira, que ha hecho del hombre, no un ser consciente de su actuar, sino solo un cúmulo de miedos y deseos frustrados que vaga como un fantasma asombrado por las excitantes nimiedades del mundo.

martes, 4 de agosto de 2015

"Violetas de sangre bajo la tierra" de Óscar Malvicio - Paolo Astorga

Violetas de sangre bajo la tierra

Violetas de sangre bajo la tierra
Óscar Malvicio
(Editorial Poesía eres tú, 2011)


“El poeta sabe que su canto es denuncia, pero también es testigo de la inercia de la época, de la indiferencia a la que se enfrenta contra la angustia por querer construir un asidero, una convicción para la vida moderna que nos colma de sueños con precio y fecha de caducidad.


Escrito por: Paolo Astorga


Violetas de sangre bajo la tierra (Editorial Poesía eres tú, 2011) del poeta español Óscar Malvicio (Gerona, 1975) es un libro desenfadado y desencantado donde el lirismo se centra en lo cotidiano como espacio reflexivo y a la vez como símbolo de las tensiones humanas. El poeta reconoce su finitud, su insignificancia en la medida en que reconoce una realidad absurda y obtusa que aliena y desmorona. El mundo es superficial, insustancial, allí donde la insatisfacción aflora, la inacción evita todo sueño de emancipación. El poeta sabe que su canto es denuncia, pero también es testigo de la inercia de la época, de la indiferencia a la que se enfrenta contra la angustia por querer construir un asidero, una convicción para la vida moderna que nos colma de sueños con precio y fecha de caducidad. Es este el discurso de Óscar, el mostrarnos desde sus versos la disolución de los anhelos y propósitos por el fetiche del confort:

Sueño

Sueño con una manada de lobos
que devoran pedazos
de mi cuerpo envenenado
y luego mueren retorciéndose
como tripas entre aullidos mudos.

Sueño con gusanos
que vomitan pedazos de mi cuerpo
impregnados de tinta indeleble,
o imborrable, como se diga,

gusanos azules empachados
que aun así
se retuercen en su dolor
intentando encontrarme,
intentando encontrar a mi pobre alma
en la oscuridad fracasada
de este universo portátil.

Sueño con ídolos de barro muertos
que piden a gritos mi letal estallido,

aún es pronto, les digo,

mientras,

sueño con helados de fresa
con tacones de aguja negros
y sueño con Venecias
y Cristianías renacentistas.

Sueño con el último eclipse
y con mi triunfo arrasador
sobre la perversa comedia de los hombres.

Sueño con una noche azulada
en la que mi dolor se evapora
mientras sueño,
y sale de mí
como una niebla ascendente
hacia el cielo

y se disipa poco a poco,
y
al final
desaparece

y duermo por fin
a pierna
suelta.

La necesidad de expresar, de decir, son constantes en este libro. Con ironía y un cierto humor el poeta desnuda la hipocresía de los mitos y acusa esa modernidad que ha llegado al límite de lo irracional, de lo automático, de la necesidad de convivir con el hábito que ha cambiado el deseo de ser libre, de permitir la duda emancipadora, por el deber de ser uno más de la masa:

Principio y fin

Igual que el rayo de luz incide
en el vientre de la certeza
cual sable vengador
y arremete en lo más inhóspito
de sus entrañas,
revolviéndolas,
tratando de extirpar algo de corazón,

busco yo el inicio menguante de esa luz,
el principio desnudo vital,
la chispa que parió al rayo,

el porqué del error,
o del acierto,

el porqué del origen del principio
y el origen del porqué
del final.

Devoro mi propia existencia
con un cuchillo romo de carne
y un tenedor borracho
y la digestión eterna y enfermiza
que me ofrece la muerte
con su nudo en mi garganta.

He creado 4 estómagos
y ni siquiera ellos alcanzan a digerir
todas las incógnitas
que mi cerebro crea.

Y encima,
tengo que ir a trabajar,
tengo que ir al banco,
regar las plantas,
cocinar, beber, follar
y dar señales de vida
a todos los que me rodean,

no sé cómo coño he tenido tiempo
de escribir este poema.

Como vemos este libro nos muestra con un estilo confesional situaciones que aunque parezcan intrascendentes son reflexiones válidas sobre un mundo que se desmorona en sus instantes, en el éxtasis de lo presente. El poemario entero es un certero disparo contra el hombre que ha encontrado la felicidad en la inmovilidad, en la seguridad de sentirse pleno coleccionando objetos, coleccionando emblemas aparentes que, al fin y al cabo, solo han acrecentado su secreta náusea, su melancolía y el aplastamiento:

Dirección

Arrancaré hoy lo que pueda
de las tripas polvorientas de la noche,

de esta noche de negro vinilo,

hasta que ya no pueda más,

hasta que la conciencia
me diga de nuevo
qué debo hacer,

o qué es lo que no debo,
o ¡qué he hecho!
¿o no?.

Creo que sí...

¿conciencia o consciencia?...

no lo sé
ya.

En definitiva, Violetas de sangre bajo la tierra, es un poemario sarcástico donde cada verso desnuda las imposturas ególatras que hay detrás de la hipocresía. Su sencillez y versatilidad radican en el manejo de las imágenes cotidianas y el discurso denunciante contra todo ánimo de pensamiento determinista y unívoco. Este es un canto a lo subjetivo, al deseo de saber que existe el individuo más allá de los ceros y unos, de la rutina de los días, del dolor de la misma existencia.

domingo, 26 de julio de 2015

"La coneja surrealista" de Daniel Maguiña - Paolo Astorga

La coneja surrealista

La coneja surrealista
Daniel Maguiña
(Ediciones Altazor, 2015)


“La idea de magia es una idea animista, allí donde el movimiento es ternura y violencia, es color y magisterio de la imagen, Maguiña esboza su mensaje: La sensualidad que se imprime en el cuerpo que toma múltiples matices, que es, a fin de cuentas, un lienzo para decir la vida misma, el universo entero.


Escrito por: Paolo Astorga


La coneja surrealista (Ediciones Altazor, 2015) del poeta peruano Daniel Maguiña (Lima, 1984) configuran una poética fantástica donde las imágenes se enuncian desde tres elementos centrales: La fantasía, vista como un contemplar rescritural; la construcción de símbolos que conceptualicen el discurso (La coneja surrealista, el gato ludópata, etc.) y el erotismo como movimiento creador. El poeta construye un discurso donde los espacios cotidianos se transforman en un gran patio de juegos, en una infinita posibilidad para la expresividad. La idea de magia es una idea animista, allí donde el movimiento es ternura y violencia, es color y magisterio de la imagen, Maguiña esboza su mensaje: La sensualidad que se imprime en el cuerpo que toma múltiples matices, que es, a fin de cuentas, un lienzo para decir la vida misma, el universo entero:


INVENTARIO
“Porque ácido ribonucleico somos
pero ácido ribonucleico enamorado siempre”
Blanca Varela

NUNCA VI UNA CONEJA SURREALISTA, menos cubista o abstracta, tampoco a lo Mondrian y menos a lo Kandinsky. Más bien creo que tus orejas tienen un aire a girasol de Van Gogh, pintadas de prisa como de­cía Gauguin. Tu cola pom pom es una travesura del dibujante, tus ojos chinos par de saltamontes, mon­dadientes van saltando a tu ritmo cogiendo las acei­tunas.
¿Y qué me dices de Piqueras? Tu ropa puede ser así, con formas geométricas. También he pensa­do dibujarte un sillón Sócrates "solo para conejos" para tener cerca a Vitito Humareda. Creo que es­tamos claros en que todo tu pecho es un Miró y tus pies y tus besos de periquito son la vanguardia del Che, eso ni dudarlo.
Te he puesto unas surreales bisagras para el movimiento Picasso, es ahí donde te sale lo cubista, en el movimiento.


El surrealismo es lo multisígnico, la posibilidad irracional de lo sugerente. La realidad, en este intenso libro, siempre son fragmentos desperdigados, disparadores del ensueño. Podemos observar que una imagen o un movimiento (el movimiento amoroso de un beso) pueden llevarnos a constituir un universo, hacer de las palabras un decir que intenta fusionar lo cotidiano con lo fantástico: La vida misma como un gran rompecabezas que se actualiza, que cobra nuevos brillos, nuevos matices:


La luna se cayó al mar y rebotó
como rebotan las mejores lunas.

Nos besamos, como dos personajes de Campanella en la puerta de tu casa, con tus ojos caramelo Monterrico de madrugada y con niebla.
He sentido cómo se reinterpreta el surrealismo en tus labios, la forma cómo se suspende un atleta cósmico de tus cabellos, la complejidad de un sim­ple movimiento.


Pero hay algo de lo que el poeta no puede escapar: El amor. Este sentimiento universal es Eros y un interminable darse. La magia nuevamente es un estado que realza la realidad, un medio para levantar de los escombros de lo habitual a la belleza de la multiplicidad. Poemas como “Coneja Zen” es fiel reflejo de ese deseo del poeta por negar lo cotidiano y asumir la postura universal de la trascendencia:

CONEJA ZEN

AHORA TE HAS HECHO CONEJA ZEN O TE VAS A VOLVER.
Serás como una flor con orejas de conejo, ca­minando con un equilibrio de malabarista, entre el fuego y la nieve.
Repasando a Matsuo Basho, te sentirás una garza sobre el lomo de un hipocampo, debajo de una gota de agua o encima de un ave montada de pronto, a vuelo, con un enorme sentido de elocuencia y dirás como quien no quiere, que la posición de los planetas y los lunares es tan necesaria como la posición Za Zen.
Y te digo que te amo con o sin el Zen, las leyes de mi amor nada tienen que ver con el control de tus impulsos. Creo más en la lógica de la pasión, en todo caso, la que nos vuelve animales sutiles, aquella lógica que me hace verte así de coneja, con tu esencia y tus trivialidades.
Zen o no Zen.

Y sin embargo, el libro nos deja su huella amorosa. El amor es una constante transformación, un encontrarse, un anhelo de fusión. El poeta juega a ser otro, a crear la fantasía del movimiento perpetuo. El secreto de estos poemas está en el ocultamiento y en el mostrar a la vez. Pero sobre todo, el poeta, intenta ser como un chamán, que anima (o reanima) un mundo depredado por lo unívoco, por el orden de lo habitual. La naturaleza es, pues, vitalidad para la realización del amor. Poemas como “Mujer Árbol” dan fe de ello:

MUJER ÁRBOL

A menudo, la mujer es un frondoso árbol de olivo, su vientre y sus manos se conectan a la tierra. Da ga­nas de pasear con una mujer frondosa, con la copa llena de aleros y teatinas. Ir de su mano por el ca­mino de cemento pulido, mirar las casas antiguas donde seguro hay canarios leyendo el periódico de domingo. Tomarla de la cintura debe ser una sen­sación comparable a la de coger aceitunas de una nube cirro. Qué ganas además de llevarla a mirar el mar, dejar posar sus pies un poco más allá de la arena. Sus pies llenos de hojas verdosas y caducas.

El erotismo en este libro es un trabajo quirúrgico. Las palabras no deben solo decirse, sino deben ser el medio para la excitación de los sentidos. Cada palabra debe ser vida o no ser nada. El poeta lo sabe y por eso al construir sus metáforas no solo dota de un sentido carnal a sus poemas, sino que intenta una bifurcación hacia la naturaleza (oh, diosa fecunda de significaciones), para convertir el acto amoroso, en un acto universal.


“Los ojos lamen el temblor de los senos”
Poemas simplistas, ALBERTO HIDALGO

TE BESÉ LOS PEZONES con una sabiduría dulce, con un botecito rodando por tus tetas, tu cuerpo estaba invadido de veleros en marea baja con vientos en aceleración. Te toco con paciencia, con detalle, con disciplina.

Te hice el amor con todo el mar dentro de ti.


Hay algo más. La tendencia de dibujar es la creación de las imágenes del todo. El poeta siempre quiere ser el todo, lo absoluto. Porque la vida es el perfeccionamiento de la mirada, la colección de las figuras y sobre todo el vencer la realidad que nos imprime su melancolía, su dictadura de grises y pixeles sin significados. El poeta es, antes que todo, un visionario, un perfeccionista de las contemplaciones:

FIJACIÓN

Es el sonido, la fuerza de gravedad contra el piso. Todo empieza por los pies, el color de sus uñas, el compás que lleva una pisada con otra. Empieza por un sonido dependiendo de la distancia, la frecuencia de los pasos sobre otros se escucha nítido cuando alguien se va despacio.
Es preciso empezar por los pies, adornarlo con velas y carabelas, estar dispuesto a caminar sobre un barquito y dejarlo todo. Hay zapatos de taco alto, de taco bajo, zapatos que me producen zapatos. No tiene que ver con quien los use, puede usarlos un grillo como una garza o un paraguas y se escucharía igual. Los zapatos son femeninos y esto es impor­tante, hablo de pies, sin un cuerpo, sin pronósticos de lluvia, sin excesos.
Y es que debe haber algo más profundo que solo una fijación de formas y mecanismos y torsio­nes de pies solitarios. Debe ser psicológico, involun­tario, como un hipo, un taco acercándose a la boca. Un zapato tiene movimientos autónomos o al menos eso es lo que pienso.
Mi fijación es más profunda. Debería recordar las últimas veces que vi zapatos, que los escuché, recordar los momentos exactos, y es que un zapato es casi como un reloj si lo sentimos mecánicamente. Debería hacer memoria, enumerar por orden crono­lógico, alfabético y hasta por orden de llegada.
Zapatos que sobrevuelan salas y comedores, que atraviesan los bares, que bailan en las profundidades. Zapatos de coral. De maquillaje, de cartera, zapatos que no hagan otra cosa que sonidos.

Y es que este libro reafirma la vida entre colores, entre imágenes, entre viñetas de un mundo indiferente. La vida es siempre la posibilidad de crear. Es una tendencia dadora, es una actualización de los inicios. Eternos Big Bang y, por supuesto, una nueva historia. El poeta entonces vuelve a volcar sus imágenes sobre esa mujer amada que es su medio de trascendencia, pero esta vez la referencia es distinta. El Eros ha cumplido con multiplicar el amor, con acrecentar el misterio y la magia. Una mujer embarazada es la santidad de lo perfecto, la fusión absoluta.

I
BOTERIANA

UNA EMBARAZADA puede ser un lindo invento de Bote­ro, la madriguera de los hombres que se proyectan a ser hipocampos, el lugar donde comienzan las ga­laxias. Sugiero a los hombres imitar a los hipocam­pos, a cada uno volver a sus respectivos úteros para no generar decepciones.
Cuando una embarazada pasa por la calle, no es solo ella la que está pasando, pasan todas las mujeres hasta las que antecedieron, las abuelas de las abuelas. Es preciso hacer reverencias ante una mujer que tiene el futuro de los hipocampos en el vientre y no solo eso, también es preciso elevarlas a categoría de santas milagrosas y hasta mártires.
Botero se lució si fue él quien le dio forma a las embarazadas y si no, habría que buscar a quien se le ocurrió la gracia.


¿Y qué decir de la ciudad? Para el poeta es lienzo. No decir lo mismo. La ciudad es un cuadro para intervenir, es un gran cuerpo enfermo al que se debe revivir. Objetos tan simples y casi imperceptibles al ojo posmoderno que viaja a mil kilómetros por hora, al cuerpo que se ha encariñado con sus prótesis, a las palabras que buscan la técnica antes que al ser, son transformados bajo el manto mágico del poeta que nos muestra una visión diferente de Lima. Porque esta ciudad “Es el mejor lugar para estrellarse de un orgasmo con la realidad.”

LIMA

EN LIMA HAY EDIFICIOS construidos con hojas secas, puentes que sobrevuelan la Costa Verde hechos con alas de insectos matutinos. Se construyen escaleras sobre las nubes, donde se ha invadido hasta el límite último. Las viviendas multifamiliares han sido arrancadas con violencia de las macetas. El órgano sexual de la ciudad pasa temporadas invernales junto al malecón, junto a los ciclistas y paseantes. Es el mejor lugar para estrellarse de un orgasmo con la realidad.

En suma, La coneja surrealista es un libro intenso y diferente. Su deseo por ser conceptual y sobre todo el buen manejo de los dibujos y los poemas perfeccionan las significaciones. Este es un libro para soñar, un libro para intentar reproducirse como escaleras infinitas que van hacia el infinito de las imágenes. El poeta ha pensado en el juego como la posibilidad para dejar una huella vital en la frialdad de lo ya dicho. Poesía fresca y tierna, intensa e ingeniosa es la que se podrá encontrar en este viaje geométrico, en este intento de paraíso, en este testamento de vida que el poeta nos invita a recorrer con las alas de Ícaro, con la sensualidad del que anhela un auténtico escape hacia su propia realidad.

"Hostias del mal" de Christian Rivera - Paolo Astorga

Hostias del mal

Hostias del mal
Christian Rivera
(Amotape Editores, 2015)


“El poeta sabe que debe beber la cicuta de la existencia, la violencia de los anhelos, sin embargo, también reconoce, en esa sordidez, el amor que se resiste a ser reducido a la miseria de los cuerpos.


Escrito por: Paolo Astorga

Hostias del mal (Amotape Editores, 2015) del poeta peruano Christian Rivera (Lima, 1989) es un libro de poemas donde el aspecto central es la búsqueda de ese paraíso perdido (aquel que se ha disfrutado en su intensa brevedad) y que luego ha degenerado en una profunda desilusión, en una cruel melancolía. El poeta sabe que debe beber la cicuta de la existencia, la violencia de los anhelos, sin embargo, también reconoce, en esa sordidez, el amor que se resiste a ser reducido a la miseria de los cuerpos.

Este libro nos ofrece una serie de poemas donde el signo central es el amor desposeído y la melancolía de la pérdida del “cielo”. El poeta recorre una geografía de la insatisfacción intentando construir un lenguaje sórdido donde el ser amado es efímero paraíso artificial. El poeta sabe muy bien que es urgente escapar de toda ilusión de eternidad mientras se canta la desdicha del momento. Porque la poesía es siempre un cuerpo para establecer los significados de la frustración, el veneno de la desolación y el terrible anhelo de querer satisfacción en un mundo que vanagloria los residuos, la simple superficie de las máscaras.

Ayer te besé en los labios.
PEDRO SALINAS
Tal vez no vuelva a ser el bohemio
que ayer invitaste a recorrer el mar
sentados frente al televisor de tu living
inventando historias antiguas que luego
eran transmitidas en las caricias de la noche
que cerraban nuestras cortinas de angustia
mientras acariciaba tus senos con mis labios
flotando como astronautas sobre la luna
encendiendo las grutas de luz
que en tu cuerpo penetraban incesantes,
el tiempo llenaba de ceniceros tus ojos…
mientras nos mirábamos inmóviles en la playa
arrojados como latas de cervezas vacías
hasta que mis dedos mordieron tus manos
y cerraste los ojos sintiendo el dolor de mi soledad.
Te refugiaste en mi pecho
ante el temor de que la marea nos alcance.
El sol se pulverizaba en el ocaso hasta que sus cenizas
arreboladas estallaban furiosamente entre los farallones.
Estábamos fuera de Lima,
cerca de la eternidad del mundo.
Mientras regresábamos volvimos a quedarnos solos,
no sabíamos qué decirnos y volvimos a besarnos,
parecíamos niños curiosos
jugando en los jardines. (…)

El libro sigue una veta neorromántica, allí donde las imágenes intentan las reconstrucciones. Aunque Rivera apuesta por una poesía dionisiaca, allí donde el gran motivo es la del tránsito, la de la búsqueda, pero también la catarsis que se enfrenta ante la crudeza de la realidad. El que vive se diluye en las nostalgias, pero también se refugia en el desierto de las imágenes que cobran mayor intensidad mientras el dolor es espectacular y los sustitutos del placer, una simple simulación que acrecienta las ausencias.

No podemos negar el estigma de la ciudad y del ruido infernal de las urbes y su indiferencia en los versos de este intenso poemario. La ciudad es también un cuerpo desnudo y en crisis. La ciudad es para el poeta el estoicismo de caminar por los infiernos, es la condena del barro y la traición. Sin embargo, es también la posibilidad para la supervivencia, el cínico retrato de un mundo que ha reconocido su apocalipsis y aun así, sigue perdido en el placer de lo efímero. La ciudad, es pues,  artificialidad de cuerpos múltiples que supondrán la pérdida de toda identidad, de todo don por querer ser algo más que un encuentro clandestino, que un desnudo o copulación anónima:


IV

He visto arrastrarse a los hombres ante los espectros del crack: catástrofes, aspirando tuberculosis en los cigarrillos. Aquellas niñas se convirtieron en fantas­mas drogados que parieron a sus hijos en las calles, crecieron sin descubrir que eran sus padres los que murieron asfixiados en las alcantarillas del alquitrán. Las avenidas son cuarteles controlados por el smog de los vehículos que fumigan a los transeúntes en sus inodoros de Neón. En los engranajes del tráfico. He visto suicidarse a los semáforos; los lustrabotas y los ambulantes son desgajados por los policías.

La negra transpiración de la ciudad serán industrias que se comercializarán en el mundo. Se dispone cada vez de menos esperanzas, los eremitas y mendigos se­rán un peligro para las traducciones de la evolución. Los relojes de las iglesias se teñirán de sangre cuando caigan sobre ellas todas las almas condenadas a la ho­guera por causa de su estoicismo.

Cuantos pecados han sido falsificados en los templos para luego ser traficados por veinte monedas de pla­ta. El poeta debe ser la voz de los sueños que planifi­can las conspiraciones del universo.

Como todo neorromanticismo, el poeta es un escapista, pero no un huidor. Escapar es reinventar, no negar, no eximirse de la culpa de la vida y la tragedia de la libertad. Eso sí, la inconformidad es un lastre que hay que saber arrastrar, no obstante, Rivera tiene un as bajo la manga: el placer de los reencuentros, la metáfora que acerca a los amantes para ser devorados por sus lenguajes, por sus cuerpos de letras nuevamente.

VI

La poesía es la experiencia con la vida: inventar salidas imaginarias, describirlas como un intento de suicidio. Ella creyó descubrir la poesía entre bares y círculos lucrarlos,  monólogos de cuerpos que se resistían abandonarla, creyó conocer la pureza de las palabras entre el soliloquio de sus vestidos cayendo frente al espejo, malecones donde arrojaba botellas de whis­ky de sus úlceras, hasta encontrarse extraviada entre antros subterráneos que ella marcaba en los perió­dicos que utilizaban las prostitutas de la plaza “Bahía Rosa”, para despistar las patrullas de los canchos policiales. Ese aroma de jabón de citas entre sucios vagos esperándola. Ella pasaba minuciosamente ante el estado de estupor de sus desnudos hombros, re­cobrando el color de sus mejillas, la firmeza de sus labios donde pronuncié mi primer verso, entre aceras y hoteles perfumados por la fragancia de las solitarias calles en busca del amor, el aloe de sus cabellos entre las columnas de vientres transeúntes que se detenían a contemplarla perdiéndose entre la puesta del sol y las alamedas del comercio sex exprés.

El poeta sabe que el erotismo no es jamás el mostrarlo todo, sino que busca, antes que nada, el sugerir, la construcción simbólica de un estado de gracia mientras se reconoce la profundidad de las heridas y la violencia del tiempo. Lo erótico en Rivera es siempre un deseo por interpretar el caos que se engendra en las inconsecuencias, en el absurdo de los que transitan la ciudad con sus corazones digitales, con sus ansiadas ganas de absoluto, con el cuerpo que es llave e imposibilidad a la vez.

X

La tristeza es una grieta donde miramos escondidos el paso del amor. Y así conocí tu ciudad de la que tanto me hablaste perdidamente, ocultándonos en el elevador se transmutaban nuestros cuerpos en fetos.
Muchachas desvestidas ofreciendo sus habitaciones Inicia otro abismo donde el cielo ofrece la entrada al infierno. Desesperados encuentros reflejados en nuestra abstinencia.

Tengo que pensar en mi salud, dejar de escribir en tu piel mientras la noche incendia la ciudad, borrar tu nombre que escribiste en mi mano, soportando este tráfico donde los puentes han sido crucificados en medio de este caos donde la ciudad es arrollada.
Y nosotros volvemos a callar ante este silencio que nos aprisiona como una visión de estrellas en una carretera secuestrada por los automovilistas.

El objeto amado siempre es esquivo y se lo percibe líquido, vaporoso e inconstante. Amar es para el poeta una actitud de supervivencia, más que la de una simple excitación de los sentidos. El amor es la esperanza ante la muerte, el final del juicio de las indiferencias. Amar en una ciudad que devora las ilusiones y la necesidad de vida, es un acto heroico, pero anónimo. El poeta lo sabe por ello el verdadero sobrevivir es aquel que se va inventando mientras la muerte se ofrece sensual y seductora como un juego:


VII
A Rober, por tocar las puertas del infierno

Si tengo dos veces tu vida entre mi
única vida,
y juego a morir dentro de una de esas
vidas,
sobreviviendo con la vida que aún
quedaba en ti.
La muerte entonces parecerá otro juego
que la vida ha de jugar ante nosotros,
o nosotros hemos de jugar ante ella.
El amor ha inventado muchas muertes
para sobrevivir en esa vida que
siempre queda.

El amor es patente a lo largo del libro. La intensidad y sus múltiples significados enriquecen el viaje poético, pero también ofrecen la oportunidad para la reflexión. La paradoja es amar, acercarse es intervenir, es construir puentes que se inician en el ensueño y terminan en el deguste de lo corpóreo. El grado más intenso de este libro son quizás las referencias que el poeta hace a esa Beatriz indecible que habita la ciudad. El ideal es lo único que no se mancha con la grasa de las capitales, con la soledad de los semáforos, de los incautos robots que se consuelan con la sensualidad de las sombras, con la ilusión de lo obsolescente.

Sin embargo, el poeta es siempre un inconforme y busca en todo momento una ritualidad que se puede observar de manera más clara al final del libro. La redención es el amor, el amarse, el vaciarse en la intensidad del otro que también pierde el alma y se fusiona en uno. Ser uno es lo que estas hostias desean. El mal no es Tánatos, sino el mensaje de la realidad. Amar conlleva al sacrificio, a la conciencia de morir para acrisolar los espíritus. En un mundo donde morir es lo que se niega, Rivera nos ofrece, sin equivoco, sus imágenes sombrías y directas, sus vísceras azules que conmueven y ensordecen. Pues lo que se busca en el amor es la libertad, por eso lo que se quiere liberar con el amor, no es solo la absoluta eternidad, sino la unidad y sus contradicciones. La gran victoria del amor es pues, la gran victoria de ese cuerpo que ha vencido a la ciudad:


XX

"Y trató de decirles que el silencio es la única verdad
que las palabras tratan de desmentir, y volviendo los
ojos sobre ella le dijo: ve en paz y no peques más"
EL ÚLTIMO SERMÓN DEL MONTE
C.R.
He liberado mi corazón de su cárcel
y lo he dejado volar
para que así aprenda
la soledad de los hombres,
y he dejado mi mente en blanco
para que el mar reconstruya tu cuerpo
sobre la arena que empozan mis manos.
Una mujer haciendo el amor
no el reflejo del sol sobre un parabrisas
ni un parabrisas es el contacto de las olas sobre
los arrecifes.
Una mujer haciendo el amor
sobre la arena es el mar
un lecho de sudor ahogando la piel,
los órganos mutilados
de la excitación de los cuerpos celestes.
La carretera no existe
sin próximos avisos de ciudades.
Un hotel es la entrada a una gran ciudad
llena de casas con jardines regados de niños,
llena de escuelas.
Una mujer haciendo el amor
es el reflejo del sol sobre el hielo.

En suma, Hostias del mal es un libro dinámico y confesional. Su mensaje es la creación, el acercamiento y el retrato de lo corpóreo la clave para la vida misma. La celebración es el amor y la muerte como dos caras de la misma moneda. La hostia-sangre es la comunión directa con lo amado absoluto o el vacío de las frustraciones. El poeta no espera respuestas, sino que arremete con su ritualidad y soporta intensamente el peso del tiempo y el olvido.