domingo, 20 de septiembre de 2015

"Ciudad cotidiana" de Giovanni Fernández Valdés - Paolo Astorga

Ciudad cotidiana

Ciudad cotidiana
Giovanni Fernández Valdés
(Amotape Libros, 2015)


“A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades.


Escrito por: Paolo Astorga


Ciudad cotidiana (Amotape Libros, 2015) de Giovanni Fernández Valdés (La Habana, Cuba, 1980) Es el recorrido poético por una ciudad que es un gran cuerpo vivo y a la vez ausente. La ciudad es siempre el lugar simbólico para construir la nostalgia y la pérdida, porque la muerte es un silencio sostenido hecho memoria. El poeta sabe que sus contemplaciones son siempre visiones fantasmales de una realidad que se hace pedazos, que se hace añicos de objetos amados. La ciudad, siempre la ciudad, es un gran campo de ilusiones y frustraciones donde surgen los sueños y la esperanza de ser un poco más que palabras:

Un amor que ya no está.

Solo observo tus fantasmas. Los he visto sobre altos pastos y grietas que cubren sombras de mi cuerpo. Buscaron las manos de mi hermano mientras enterraba a su madre y se quedaron en la última piedra dejada a la difunta. Allí regresé en la oscuridad de lo prohibido, donde surge la inmortal aquiescencia y las hojas marchitadas por el viento. Mis gritos fueron tus sueños; mis sudores, agonía en el espanto de tu lecho y en tus cartas inconclusas que mi hermano no pudo leer. Quise escucharte mientras te dejábamos las flores, pero aparecieron espejismos y almas enajenadas reviviendo del olvido. Ya no creo en la simple dialéctica del "Oscuro".

A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades. Hay un profundo vaivén sostenido que nos mueve de la ternura a la cruda realidad. Toda destrucción es memoria, toda destrucción es siempre un estadio del abandonado, del que intenta presionar su cadáver en busca, no de una respuesta, sino de un lugar para el hablar, para la expresión. La esperanza es esa llave secreta que se esfuerza por cantar sus arrullos entre la ceniza:

Una mujer llorosa en el verano de 1990

No siempre se desea morir en el vientre de la bestia. No siempre el fuego, las consignas y las palabras recuperan los abrazos y los odios de las familias separadas por el mar. La música en tu oído: nota fugaz de tristes penetraciones y gemidos, caracol y estrella perdida. Tu ser, asustada égloga, reside en mis enigmas, en la tierra árida. ¿Dónde están tus esperanzas? La muerte viaja en la respiración de un pez. Los niños son peces que juegan en la arena mientras dibujan castillos y predicen diluvios a sus generaciones futuras, no se detienen en proclamar lo deshabitado, lo torpe, los disturbios de los dioses que ya no existen en sus cabezas. Disparan la peonza sobre libros de marxismo, deshaciéndolos con la cuerda áspera que perturba el sueño. ¿Dónde están sus esperanzas? Lo hallado fue indiferente, las tormentas lo robaron todo: las luces, los horizontes, las dudas, el polvo sobre los ojos de los párvulos y el amor y el sexo y los ruidos.
           
Y mientras nuestro viaje se hace más hondo, la muerte se hace más lenta, pero no por eso menos intensa. Sin embargo, el poeta intenta eternizar la inocencia y la ternura como una forma de resistencia. La muerte entonces es el mismo tiempo que rebasa las posibilidades, que hace que los objetos se nos enfrenten. El viejo y el niño van muriendo hasta hacerse fantasmas de un instante. Y entonces renace la naturaleza que se lentifica ante la muerte. El poeta sin saberlo, nos está mostrando el universo mismo de las cosas y su estrecha relación con los estados de ánimo, su estrecha relación con nuestras metáforas, nuestros anhelos que se vuelven excusas de movimiento, lenguaje inmóvil:

Sentado con mi abuelo en el columpio de Juan Diego

“...estos días terribles...”
SILVIO RODRÍGUEZ


Llueve en los ojos del que muere sin remedio. Se anuncian los recuerdos: el empedrado deshecho por los niños con sus trompos. El ciego camina y el destino ha sido convocado por los ancestros. Siguen los recuerdos; los zapatos llenos de fango patean los angostos pinos del patio; el tirapiedras mata lagartijas y gorriones; la humedad de la casa y los besos de la madre lo salvan del hambre. Por lo demás, solo quedan una bicicleta y un circo de viejos payasos. Nada más se observa en la línea torpe del horizonte. Luego los fantasmas aparecen surcando tu pensamiento, con palabras roídas por el tiempo. Te anuncian que los niños se acercan presurosos; se sonríen desafiantes, indiferentes; el sudor aparece en tus manos sucias, lluviosas. Sabes que hoy mueres sin remedio, mientras el olor de la leña aún llega a tu cuerpo y lo exorciza o, mejor, roza la punta del nombre de la estrella que la acusa: la mía.

Entonces no se puede huir ya de la ciudad. La ciudad que se hace cotidiana y de la que ya nadie resiste las disoluciones. Es en esa ciudad, la nuestra y la ajena, donde la desilusión constituye la mediocridad de los que por ella pasan como sombras difuminándose en el vacío. La gran bestia, la ciudad, no es un rugiente gigante hambriento, solo es lo cruel de los silencios, lo fulminante de la indiferencia. La soledad es nuevamente la aparente calma, la tensión de la vacuidad entre el deseo y el más cruento olvido:

Caminando por el muro del Malecón

Cada parte del mundo y cada secreto que inunda las calles de La Habana se agazapan en los libros de historia. Pocos pueden hablar, solo existen cuando observo lo inevitable: el aburrimiento de los adolescentes que se inyectan opio y alucinaciones, el deseo de emigrar sin volver atrás y la locura de los viejos que cada vez están más solos. Mentira es tu respuesta, pero es algo común; somos mansos animales que pacen bajo los ojos de la ciudad. Las calles de La Habana semejan un ajedrez antiguo. Cada hombre participa en el robo de su propio hijo y de sus tierras, donde los payasos ríen de sus piruetas malditas y lloran por las canciones tristes. Aquí, todo es inofensivo y vacío; nuestros cuerpos existen en una prosa común y mediocre. ¡No hay remedio para esta niebla de olvidos!

No obstante, no se puede escapar a los juegos de luz. Fernández ha construido este libro para mostrarnos una dialéctica luminosa. La luz es siempre una actitud frente a las imágenes que se imprimen en el lenguaje de la memoria. Es siempre un flujo inconstante y a veces oculto de vida. La luz no solo es lo que devela el mundo, sino es también aquello que lo oculta, que lo hace aparentemente perfecto. La vida en este libro es siempre matices de luz y movimiento. No se puede escapar a lo inevitable: Vivir en el caos de una urbe que está sitiada por la inmensidad del mar.

Pesadilla # 1


Cada espacio es cercado por las sombras. No existen misterios en las casas hechizadas, las esfinges habaneras los lanzaron a las tempestades y a los vientos. Crecieron los hijos; huyeron sin adioses y murieron a la postre. Las mujeres eran cenizas, esclavas de hachas y piedras cortantes, arbustos que se aglutinaban en pozas de azufre. La sequía fue el sacrificio a los dioses. El caos fue al fin universo; todos esperaban la sentencia; el hombre la olvidó; fue un pacto aburrido y nupcial, un pergamino de guerra. El caos participó de la apuesta, el hombre o lo invisible, el hombre o lo terrible, y despedazó nostalgias, criaturas dormidas, océanos y restos de un caracol herido. El caos fue diluvio y resurrección; el imposible para la vida en el cosmos; la duda sobre dígitos y máquinas. Un hombre exige el hambre; las mujeres, el silencio; y los niños, el final. Se acercan a la planicie donde caen los sauces y se desprecia a las olas del mar. No existe nada mejor al caos cuando se pierden los sueños.

Y mientras más nos acercamos al corazón de la ciudad, más nos sabe a desierto  y pesadilla. La pesadilla es la violencia del olvido, la indiferencia ante el recuerdo y las memorias que son fantasmas de imágenes prendadas de naturaleza, de cielo, de dioses, de niños que frustran su infancia inmolándose de sueños.

Pero quizás el apartado más intenso de este libro es la segunda parte y particularmente el poema Ciudad cotidiana, cuyo signo dialéctico es la esperanza y la desilusión, no obstante el poeta nos muestra la furia de la miseria y la esperanza de un pueblo por querer llegar al destino de sus sueños. Lo humano no está en la violencia de los desgarramientos, de la muerte, sino en esa irracional pasión por perennizarse en el ideal, en la necesidad de vida. 

Ciudad cotidiana

A Yasser, Scull, Cordoví, Carlos y Alberto


Abandonamos la bahía de La Habana.
Nos fugamos mar adentro.
Los amigos nos despiden desde la orilla
y nuestras esposas tienen las manos en el rostro.
Somos víctimas de un país que emigra y teme.

Nos alejamos en el bote.
Nos sofocamos.
Sudamos el frío de los dedos.
Gemimos como torres demolidas,
cuando los escualos nos esperaron para su festín.
Caímos presurosos, inevitables en sus bocas.
¿Quién podría asegurar
que llegaríamos a la otra orilla,
con el cuerpo mordido y cansado?
Escapé de "La fiesta de los tiburones"
solo cuando la balsa se enterró en la orilla
entre el odio y la muerte,
mas no lloré.

Desde el muro del Malecón
observo a un pueblo
que rema hacia el Norte.
No ignoran
el festín que les espera
como un caos que vive en la memoria.


Con un lenguaje intenso, poblado de imágenes de la memoria y de la infancia, entre lo fantástico y la violencia del tiempo, Ciudad cotidiana nos muestra esa isla que es la experiencia vital de los hombres y mujeres que luchan diariamente contra sus propios demonios. Giovanni Fernández Valdés no busca solo entregarnos el producto de un  lenguaje decantado y bello, sino que en sus palabras de ternura y soledad se intenta la reivindicación de los abandonados, la necesidad de ser los otros y la vez mostrarnos con fuerza y plenitud la ciudad que se esconde entre la simpleza de lo eterno.

"Los bosques del silencio" de Jaime Osvaldo Bernales Abarca - Paolo Astorga

Los bosques del silencio


Los bosques del silencio
Jaime Osvaldo Bernales Abarca
(Edición de Autor, 2013)


“Uno de los puntos discursivos más importantes de este libro está en la ironía como medio de denuncia contra una sociedad que se ha diluido en las apariencias de felicidad y estabilidad, pero que en ese escape, en ese paliativo existencial del consumo y el hedonismo la tiranía del dominante continúa.


Escrito por: Paolo Astorga


Los bosques del silencio (Edición de Autor, 2013), del poeta chileno Jaime Osvaldo Bernales Abarca (La Calera, Chile, 1950), nos presenta desde sus primeros versos nos muestra la desolación y la destrucción como un signo ineludible. El poeta se ha convertido en una especie de testigo de la destrucción, de la sordidez. Esto lo podemos ver de forma patente en el poema que abre el libro llamado “Yo camino”. Leamos un fragmento:

Yo camino entre brújulas destrozadas,
timones destrozados,
manubrios destrozados,
puntos cardinales destrozados,
sentimientos destrozados.
Yo camino sin rumbo, extraviado
entre ires y venires.

Como vemos el libro parte de una especie de apocalipsis donde la destrucción es el presente, pero también la posibilidad para “reconstruirnos” a partir de nuestras cenizas. La solidaridad que convoca, que intenta una unión fraternal ante el dolor de las pérdidas, ante la irracionalidad.

Aquí estoy, abrazando fraternalmente
a los marginados de esta sociedad
que no entiendo:
abrazo a las lesbianas y a los homosexuales,
abrazo a las mujeres que han abortado,
abrazo a las madres solteras,
abrazo a los cesantes,
abrazo a las parteras,
abrazo a los muchachos que no estudian ni trabajan,
abrazo a los indigentes que hacen largas filas en los hospitales,
abrazo a los que viven a orillas de los ríos.
Abrazo al suicida y le digo al oído:
hermano mío, hermano mío. Y dos
lágrimas solitarias, mías, besan
sus mejillas moribundas.
Abrazo a las prostitutas,
abrazo a los sidosos,
abrazo a los que han abofeteado a los jefes,
abrazo a los que han quemado las banderas,
abrazo a los que bailan mientras escuchan la Canción Nacional,
abrazo a los que rompen fronteras,
abrazo a los que escupen a los uniformados.

El yo poético intenta una expresividad desde la necesidad de poblarlo todo, de generar en el hombre moderno un nuevo acercamiento de retorno. Allí, frente a esa aplastante realidad donde lo banal, lo superficial reducen al pensamiento a los sentimientos a ser simples objetos de consumo, el poeta se rebela ante lo establecido con su canto unificador. Uno de los puntos discursivos más importantes de este libro está en la ironía como medio de denuncia contra una sociedad que se ha diluido en las apariencias de felicidad y estabilidad, pero que en ese escape, en ese paliativo existencial del consumo y el hedonismo, la tiranía del dominante continúa:

Eufóricas
hiperkinéticas y tumultuosas.
Mojadas, húmedas, extasiadas.
¡Yeah! ¡Yeah! ¡Yeah!
Sin embargo, en mi Patria Grande,
seguimos encadenados
a la tiranía incontrolada.

El poemario está estructurado para mostrarnos dos realidades: Por un lado la miseria y la violencia que genera la incomunicación y, por otro, la toma de conciencia respecto a esta sociedad que borda la locura, la insustancialidad, el deseo de destruir todos los asideros y volverse un imperio de lo inútil. Un ejemplo de lucha es el poema “Pertenezco” en donde la voz poética se enfrenta a ese mundo donde “pertenecer” supone algo tan imposible y hasta estúpido, sin embargo sentirse ligado a una causa, tener la responsabilidad de ser más allá del simple simular, hacen que el discurso nos arroje, con ironía, un mensaje de perseverancia frente a la muerte de todos los ideales:

Pertenezco a la generación perdida:
a la generación de los huérfanos,
de los vagabundos,
de los solitarios,
de los que chutean piedras en las esquinas,
de los que aspiran noprén,
de los que fuman yerba.
(…)
Pertenezco a la generación de los que se hundieron en la selva,
de los que se extraviaron en la montaña,
Colombia,
Venezuela,
Bolivia,
Brasil,
Guatemala,
Uruguay.
Pertenezco a la generación perdida,
a todas las generaciones perdidas.
Pertenezco.

Quizás dentro del repertorio que compone este poemario el que condensa toda la poética del mismo es el interesante poema: “Arrepentido”, poema que pone de manifiesto esa crítica constante a nuestra vida vacía y estúpida donde lo más importante es inventarse escusas para no afrontar los problemas más esenciales de nuestra propia existencia:

Estoy arrepentido,
asustado y triste por haber atentado
contra mi vida, es decir, hablo de suicidio.
Digo esto por una razón simple:
de haberlo conseguido
no habría podido beber nunca más Coca – Cola
o vivir en un Mundo de Fantasía como Bliz y Pap
o mostrar mi sonrisa Pep.
Recién ahora valoro, en toda su dimensión,
a la existencia.

Las visiones que muchas veces tenemos del mundo están puestas sobre objetos insignificantes, pero que para nosotros en nuestra angustia existencial, se convierten en trascendentales. La muerte aquí como un discurso que también ha perdido significancia se nos muestra no como un estado de total inexistencia, sino solo como un medio espectacular para mostrar nuestras heridas que nosotros mismos, como suicidas idiotas, nos hemos infligido.


En suma, Los bosques del silencio, es un libro diáfano y a la vez rudo, donde la búsqueda suprema termina siendo siempre la libertad que hoy por hoy es solo una fantasmagoría, una mentira, que ha hecho del hombre, no un ser consciente de su actuar, sino solo un cúmulo de miedos y deseos frustrados que vaga como un fantasma asombrado por las excitantes nimiedades del mundo.

martes, 4 de agosto de 2015

"Los tripulantes del Líricus" de José Siles Gonzáles - Paolo Astorga

Los tripulantes del Líricus

Los tripulantes del Líricus
José Siles Gonzáles
(Ediciones Devenir, 2014)


“El poeta es el cantor de las aventuras y desventuras en el mar. A bordo de un barco llamado Líricus esta travesía poética nos enfrentará contra nuestros propios sueños, contra la adversidad de lo posible.


Escrito por: Paolo Astorga


Los tripulantes del Líricus (Ediciones Devenir, 2014) del poeta español José Siles Gonzáles (Cartagena, 1957) es un viaje poético por la vida misma. El poeta es el cantor de las aventuras y desventuras en el mar. A bordo de un barco llamado Líricus esta travesía poética nos enfrentará contra nuestros propios sueños, contra la adversidad de lo posible. El Líricus es el símbolo de la posibilidad en tanto se muestra no solo como un navío, sino como una herramienta para construir una historia. El poeta lo sabe y por eso canta  la belleza de saber que la aventura es constante. Esto es patente en el poema “A bordo del Líricus”:

A BORDO DEL LÍRICUS

A bordo del Líricus
has hecho visibles tus sentimientos
a tu tripulación...,
en todos los idiomas.
A bordo del Líricus
has arribado a tantos puertos
como culturas dicen los filisteos
que, a pesar del deslizamiento ingrávido de los tiempos,
siguen poblando la tierra.
A bordo del Líricus
has escrito poemas atiborrados
de pescuezo y alcohol de   puta portuaria,
ese gremio de diosas encalladas
en los adoquines más afligidos
del muelle,
y de las que bebiste
el licor de salitre añejo.
A bordo del Líricus
has desnudado tal cúmulo de recuerdos,
has arribado a tantos puertos,
has escrito poemas tan atiborrados
de sentimientos, puertos y arias;
que ningún hermeneuta de la academia
osa urdir etiquetas
en las que encasillar la ira
que te inspira.
la clasificación de tu existencia navegante,
La ordenación de tus cuitas,
dada la múltiple pleura de sus aires
extracontinentales,
transmarinos,
interoceánicos y...,
sobre todo múltiples;
les causa un pavor antiguo para el que
no hay antídoto.
Mientras, siempre mientras,
tus dudas,
a bordo del Líricus,
se ahogan en mil mares
orinados por un ejército indisciplinado
de héroes incontinentes.

Y es que el hombre desde tiempos inmemoriales ha deseado la aventura como un medio para alcanzar la inmortalidad. Darle un sentido a la vida a través de la acción, de la experiencia, eso es lo que nos hace humanos. Los tripulantes del Líricus  lo saben por ello cantan, testimonian, plasman sus alegrías y penas en estos poemas. El heroísmo en este caso, no es el vencer, el conquistar, sino la perseverancia de continuar de aún conservar el fuego de la valentía por explorar lo ignoto. Veamos:

ESPÍRITU DE DRAKE APARECIÉNDOSE AL GIRAR CABO DE HORNOS

Ayer, cuando bebías
tu último whisky a bordo,
te vinieron tantas cosas a la cabeza,
sin ir más lejos:
El día que el destino te  enclavó
en el Líricus con tu
petate al hombro,
sin ir más lejos.
Ayer, cuando bebías
tu último whisky a bordo,
un archipiélago de rememoraciones
te hizo revivir los cientos de navegaciones
que aún no has enterrado
..., del todo:
travesías marinas que
te provocan una distinguida melancolía
que se alimenta de tu casi exclusiva
...soledad.
Pero ningún fantasma del pasado te estremece
tanto como:
tus  aterradores viajes a Cabo de Hornos,
ida y vuelta,
surcando la travesía del maligno  Drake.
En esas rutas, en las que el diablo
aparece travestido de pirata
y cohabitan dos océanos,
no resultaba imprescindible beber
para tocar el infierno con la punta
del alma ...esa perdida,
y vislumbrar la figura del viejo
Drake maldiciendo..., y
volviendo a maldecir,
mientras la proa del Líricus parecía
hundirse para la eternidad...
por unos instantes que rozaban la infinitud,
tras la cual,
siempre volvía a emerger.
Y el Líricus seguía avanzando,
dando cabezadas en aquel mar endemoniado
por los espíritus malditos de
aquella maligna y fiel tripulación,
racimo de santos dipsómanos,
que siguió al disipado Drake hasta el final
en Cabo de Hornos.
Ayer, cuando bebías
tu último whisky a bordo,
temblabas al recordar los temporales
vencidos por el Líricus,
ese navio invicto hasta
en la mismísima Tierra del Fuego.

Es cierto: el gran combate es contra el olvido. Este libro nos deja marca, ese signo visible: Luchar contra la nada, contra la insignificancia, es una actividad diaria, esencial. La memoria debe preservarse y difundirse, la vida misma es solo vida cuando la experiencia vital se ha construido, se ha preservado. Sin embargo, la melancolía, la soledad y un aire de derrota es aquello que destruye los sueños, el deseo por eternizarse, por hacer de la aventura una constante infinita. La vida misma es entonces ese patrón que puebla todo este libro. La energía: un sueño, un deseo por querer ser, por darle un sentido a nuestra existencia:

TIERRA A LA VISTA: EL FINAL DEL PERIPLO

Llegado al límite
de la existencia,
encuéntrase el fin de uno mismo
sin un sentido dibujado al milímetro,
sin dejar de lado la duda,
sin saber...tal vez, si ha merecido la pena.
Llegado el ser al destino
de un viaje sin retorno,
se divisa un brillo huérfano
sin madre ni luz,
sin columna vertebradora,
sin resplandores memorables
.. .que merezcan la pena.
Llegado el río a la mar,
tumba líquida de todos los ríos
donde se mojan las pantorrillas los muertos,
donde se baila al son de caracolas removidas por el oleaje,
donde se diluye la ira de los dioses
y la porquería de los mortales.
Llegado el ocaso al último latido,
donde el Sol daba fe de la existencia del día
...y la luz,
donde el cénit acaba, por invadirlo todo
y sumir su conquista en la penumbra,
donde se reza en cada esquina al santo
y se le enciende  la vela más negra;
se cae del nido el único huevo puesto colectivamente
la última noche
por todos los buhos,
no abstemios,
del cementerio marino.


En suma, Los tripulantes del Líricus, es un poemario intenso y de poemas de largo aliento donde la musicalidad y las imágenes nos hacen reflexionar sobre nuestra propia esencia humana. Muy influenciado por Kavafis, el poeta nos muestra a su original modo un motivo para reconocernos en esa travesía incierta pero que se parece mucho a nosotros. La vida, entonces, es mar, un mar inmenso que tiene la forma de nuestros sueños.

"Violetas de sangre bajo la tierra" de Óscar Malvicio - Paolo Astorga

Violetas de sangre bajo la tierra

Violetas de sangre bajo la tierra
Óscar Malvicio
(Editorial Poesía eres tú, 2011)


“El poeta sabe que su canto es denuncia, pero también es testigo de la inercia de la época, de la indiferencia a la que se enfrenta contra la angustia por querer construir un asidero, una convicción para la vida moderna que nos colma de sueños con precio y fecha de caducidad.


Escrito por: Paolo Astorga


Violetas de sangre bajo la tierra (Editorial Poesía eres tú, 2011) del poeta español Óscar Malvicio (Gerona, 1975) es un libro desenfadado y desencantado donde el lirismo se centra en lo cotidiano como espacio reflexivo y a la vez como símbolo de las tensiones humanas. El poeta reconoce su finitud, su insignificancia en la medida en que reconoce una realidad absurda y obtusa que aliena y desmorona. El mundo es superficial, insustancial, allí donde la insatisfacción aflora, la inacción evita todo sueño de emancipación. El poeta sabe que su canto es denuncia, pero también es testigo de la inercia de la época, de la indiferencia a la que se enfrenta contra la angustia por querer construir un asidero, una convicción para la vida moderna que nos colma de sueños con precio y fecha de caducidad. Es este el discurso de Óscar, el mostrarnos desde sus versos la disolución de los anhelos y propósitos por el fetiche del confort:

Sueño

Sueño con una manada de lobos
que devoran pedazos
de mi cuerpo envenenado
y luego mueren retorciéndose
como tripas entre aullidos mudos.

Sueño con gusanos
que vomitan pedazos de mi cuerpo
impregnados de tinta indeleble,
o imborrable, como se diga,

gusanos azules empachados
que aun así
se retuercen en su dolor
intentando encontrarme,
intentando encontrar a mi pobre alma
en la oscuridad fracasada
de este universo portátil.

Sueño con ídolos de barro muertos
que piden a gritos mi letal estallido,

aún es pronto, les digo,

mientras,

sueño con helados de fresa
con tacones de aguja negros
y sueño con Venecias
y Cristianías renacentistas.

Sueño con el último eclipse
y con mi triunfo arrasador
sobre la perversa comedia de los hombres.

Sueño con una noche azulada
en la que mi dolor se evapora
mientras sueño,
y sale de mí
como una niebla ascendente
hacia el cielo

y se disipa poco a poco,
y
al final
desaparece

y duermo por fin
a pierna
suelta.

La necesidad de expresar, de decir, son constantes en este libro. Con ironía y un cierto humor el poeta desnuda la hipocresía de los mitos y acusa esa modernidad que ha llegado al límite de lo irracional, de lo automático, de la necesidad de convivir con el hábito que ha cambiado el deseo de ser libre, de permitir la duda emancipadora, por el deber de ser uno más de la masa:

Principio y fin

Igual que el rayo de luz incide
en el vientre de la certeza
cual sable vengador
y arremete en lo más inhóspito
de sus entrañas,
revolviéndolas,
tratando de extirpar algo de corazón,

busco yo el inicio menguante de esa luz,
el principio desnudo vital,
la chispa que parió al rayo,

el porqué del error,
o del acierto,

el porqué del origen del principio
y el origen del porqué
del final.

Devoro mi propia existencia
con un cuchillo romo de carne
y un tenedor borracho
y la digestión eterna y enfermiza
que me ofrece la muerte
con su nudo en mi garganta.

He creado 4 estómagos
y ni siquiera ellos alcanzan a digerir
todas las incógnitas
que mi cerebro crea.

Y encima,
tengo que ir a trabajar,
tengo que ir al banco,
regar las plantas,
cocinar, beber, follar
y dar señales de vida
a todos los que me rodean,

no sé cómo coño he tenido tiempo
de escribir este poema.

Como vemos este libro nos muestra con un estilo confesional situaciones que aunque parezcan intrascendentes son reflexiones válidas sobre un mundo que se desmorona en sus instantes, en el éxtasis de lo presente. El poemario entero es un certero disparo contra el hombre que ha encontrado la felicidad en la inmovilidad, en la seguridad de sentirse pleno coleccionando objetos, coleccionando emblemas aparentes que, al fin y al cabo, solo han acrecentado su secreta náusea, su melancolía y el aplastamiento:

Dirección

Arrancaré hoy lo que pueda
de las tripas polvorientas de la noche,

de esta noche de negro vinilo,

hasta que ya no pueda más,

hasta que la conciencia
me diga de nuevo
qué debo hacer,

o qué es lo que no debo,
o ¡qué he hecho!
¿o no?.

Creo que sí...

¿conciencia o consciencia?...

no lo sé
ya.

En definitiva, Violetas de sangre bajo la tierra, es un poemario sarcástico donde cada verso desnuda las imposturas ególatras que hay detrás de la hipocresía. Su sencillez y versatilidad radican en el manejo de las imágenes cotidianas y el discurso denunciante contra todo ánimo de pensamiento determinista y unívoco. Este es un canto a lo subjetivo, al deseo de saber que existe el individuo más allá de los ceros y unos, de la rutina de los días, del dolor de la misma existencia.

"La rosa negra" de Harol Gastelú Palomino - Paolo Astorga

La rosa negra

La rosa negra
Harol Gastelú Palomino
(Editorial Ámbar, 2015)


“Los relatos de Harol intentan escapar del tedio sumergiéndose en la misteriosa magia de lo cotidiano. Asistimos, pues, a una contemplación de lo fantástico como una forma de escape, pero también como una develación de nuestros propios anhelos.


Escrito por: Paolo Astorga


La rosa negra (Editorial Ámbar, 2015) del escritor peruano Harol Gastelú Palomino (Huancavelica, 1968) nos ofrece siete cuentos cuya temática común son los desdoblamientos. Las narraciones manejadas con un lenguaje directo y ameno, nos demuestran la solvencia narrativa de Harol cuando se trata de enhebrar ficciones. “La rosa negra”, cuento que le da nombre al conjunto de historias, es un ejemplo de ello. El cuento gira en torno a la costumbre de “visitar a los muertos” al cementerio. El protagonista se encuentra con una muchacha que le está llevando flores a su tío abuelo muerto. La narración cobrará un giro inesperado cuando asistamos al primer desdoblamiento. El protagonista, será el difunto al que tanto se busca.

En “El otro” -quizás el cuento mejor logrado del conjunto-, el juego de los desdoblamientos se ve de manera más patente. Aquí la teoría de los “gemelos” se presenta como “el otro yo”. El protagonista vive una vida de perros, desentendida de la ternura del pasado. Por ello, encuentra a su otro yo y lo usurpa, ya que éste vive una vida diametralmente distinta a la de él. La trama se desarrolla como una transformación, como una simbiosis, una desesperada fórmula para ser ¿feliz?: “Hoy vivo feliz. Mi mujer está esperando nuestro primer hijo, o el tercero, porque ahora yo soy él”.

Y es que estos relatos buscan eso: ser la proyección de nuestras fantasías, la realidad reproduciendo su necesaria revelación. Los relatos de Harol intentan escapar del tedio sumergiéndose en la misteriosa magia de lo cotidiano. Asistimos, pues, a una contemplación de lo fantástico como una forma de escape, pero también como una develación de nuestros propios anhelos. Abrimos el pecho a la realidad para encontrarnos con nosotros mismos. Es esta la tendencia en “Sirenas”, historia donde los protagonistas construyen el mito con sus propias ensoñaciones y que luego la realidad se les abre para disfrutar de sus fantásticas visiones. Las sirenas son la proyección de nuestros deseos y por ello, nuestra tendencia a la fusión.

Pero quizás la parte más moral del conjunto sea “Examen final” donde la narración va in crescendo. El escenario: la clase de música, un examen final. Fabiola, que no ha practicado la lectura del pentagrama para tocar su flauta, empieza un viaje psicológico (filosófico) en constante tensión. La metáfora de la lucha entre David y Goliat, entre el héroe (Fabiola) y el Dragón (Harol) son interminables. No obstante, es magistral la narración que nos deja ver nuevamente la teoría de los desdoblamientos. Fabiola cree que su profesor es terriblemente malvado (lo es) e intenta rememorar al alter ego del mismo (Lobito, un profesor permisivo e indiferente). Un juego psicológico y moral se desata a lo largo de la narración hasta la culminación del martirio. Fabiola debe tocar, oh ironías, El himno de la alegría. Sin embargo, ella reconoce que no ha estudiado. Para su suerte el profesor la trata diferente, la ayuda a calmarse, le enseña a tocar y ella se da cuenta de que “por gusto se había preocupado”.

En suma, los cuentos de La rosa negra nos ofrecen la visión de un mundo misterioso y contradictorio. El juego con la realidad hasta poder doblegarla es el logro supremo de este conjunto de relatos. Todos los personajes sufren sus deseos y eso los desdobla, los hace otro yo. Sin duda, un libro ágil y de fácil lectura que termina por dejarnos un hálito reflexivo: La vida es siempre multiplicidad.